Laberintos y desencuentros de la identidad mexicana III
“Camino entre la gente hacia la Alameda… Me gusta sentarme al sol en medio de la gente, esa gente, en mi ciudad, en el centro de mi país, en el ombligo del mundo… mi país es la emoción violenta, mi país es el grito que ahogo…”
La “Flor de Lis” (198)
–Elena Poniatowska
La joven aristócrata y el profeta de la transgresión
El ambiente que evoca la novela de Elena Poniatowska, La “Flor de Lis”, publicada en 1988,1) es muy diferente al de los dos textos literarios que recientemente he analizado en 80grados (Las buenas conciencias, de Carlos Fuentes, y Oficio de tinieblas, de Rosario Castellanos). Es otro tiempo y otra ubicación. Otra urbe, otro orbe, otro México.Su contexto imaginario es el distrito federal en crecimiento acelerado tras las turbulencias de la Segunda Guerra Mundial. Al igual que Las buenas conciencias, lidiamos aquí con una obra de formación, en este caso de una adolescente, Mariana, hija de un aristócrata francés y una mexicana de alta clase, sin duda un alter ego literario de la autora.2 Nuevamente nos encontramos entre elites y clases sociales privilegiadas por el poder económico y la distinción cultural, cuya principal relación con los pobres es aquella de amos y sirvientes. A semejanza de Oficio de tinieblas, es una mirada femenina la que va tejiendo la fascinante trama. Es la frágil pero tenaz conciencia de una joven mujer atrapada en los laberintos y desencuentros de la identidad mexicana.
Nacida y criada en un hogar aristocrático, Mariana es objeto de una estrategia educativa propia de su ambiente social. Asiste a colegios católicos de niñas, en los cuales se pretende inculcarle hábitos y actitudes propias de una dama de estricta moralidad y sofisticada formación liberal y humanística. Rezos en latín eclesiástico, literatura occidental, cursos de música clásica, estudio del francés y el inglés, hábitos de buenos modales, bailes de salón elegante, prácticas de fina equitación, todo bajo la supervisión de monjas de rigurosa devoción religiosa.
El socialismo y el sexo son los dos enemigos fieros contra los que la institución educativa religiosa reclama proteger a estas jóvenes. El socialismo, con cierta popularidad en el México de Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, Frida Kahlo y Tina Modotti, atenta contra los privilegios de las familias de elevado abolengo, como la de Mariana, las que también, dicho sea de paso, son el sostén financiero de las costosas instituciones eclesiásticas. Pero también es el gran enemigo ideológico, con el cual la iglesia se ha enfrascado en una lucha a muerte. Es la gran batalla para salvaguardar la civilización cristiana del atroz espectro representado por el ateísmo marxista.
Si el socialismo amenaza la estabilidad social y su legitimación religiosa, el sexo, pone en peligro algo más íntimo y personal – la pureza de la mujer decente, cristiana y de clase. A Mariana se le rodea de prescripciones y proscripciones que le permitan preservar su virginidad, sello distintivo de la moralidad femenina, hasta el día en que en el altar concurra al sacramento del matrimonio con algún hombre de estirpe similar al de ella. La mujer de su linaje debe ser ejemplo de máxima castidad. De lo contrario, la cultura cristiana sucumbirá ante las tentaciones de otro gran adversario, el feminismo, preámbulo, desde esta estrecha perspectiva, de licencioso libertinaje.
En esta exquisita novela, igual que en otros importantes textos literarios mexicanos del siglo veinte, la iglesia juega un papel predominante, como matriz de formación ética y legitimadora de hábitos, costumbres y convicciones.3 El calendario litúrgico, los sacramentos, los rituales piadosos, la predicación, los sacerdotes y jerarcas son factores claves y constantes en los entrecruces de pesadumbres y esperanzas, dolores e ilusiones del pueblo mexicano. Se constata en la literatura mexicana lo que Augusto Roa Bastos aseverase para la paraguaya:
“Evidentemente, la memoria tiene su retórica de lugares comunes, de imágenes litúrgicas en el trasfondo… que nos legó la aculturación evangelizadora. Los reflejos condicionados del Nuevo Testamento funcionan a todo vapor en las capas callosas del sentimiento religioso que es la verdadera levadura de nuestra cultura mestiza. Todo el lenguaje… ha sido «evangelizado», ha quedado prisionero del Santo Sepulcro, entre los miasmas de la Redención. No podemos escapar”.4
En el caso de La “Flor de Lis” la institución educativa eclesiástica se enfrenta al desafío de formar, en una sociedad secularizada y moderna, donde se agitan fuertes vientos anticlericales, a mujeres de aristocrático abolengo y arraigados hábitos morales. La meta es que esas mujeres se constituyan en firmes aliadas de la iglesia en una titánica doble lucha, contra el socialismo, que amenaza el orden social vigente, y contra el feminismo, el cual erosiona las normas tradicionales de castidad y sumisión de la mujer mexicana.
Los personajes centrales de esta novela son femeninos, Mariana, aprendiendo a ser mujer, mexicana y católica; su madre Luz, hermosa y sofisticada, pero de intenso talante melancólico; Sofía, la hermana de Mariana, bella, alegre y talentosa; la abuela, llena de resentimientos contra la Revolución, que quitó tierras y expropió rentas (“¿Qué tuvo de bueno la revuelta esa de muertos de hambre?”).5 Es un clan femenino pleno de nostalgias y prejuicios sociales, para el cual, por ejemplo, Diego Rivera, el pintor de indígenas, pobres y proletarios, no es sino “un adefesio… [que] además pinta indios”.6 Un círculo femenino, aristócrata y católico, al que seguramente le hubiese disgustado profundamente la cercanía de mujeres como Frida Kahlo o Tina Modotti.7
Todo acontece en un ambiente exclusivo, protegido y privilegiado, en el que el México pobre, indígena y humillado solo se vislumbra al margen, en la distancia, como un trasfondo tenebroso y lúgubre que es necesario mantener a raya. Es la inmensa fisura social del México urbano, que tan gráficamente se plasmó en dos filmes de gran popularidad, a mediados del siglo pasado, en las capas populares mexicanas, Nosotros los pobres (1947) y Ustedes los ricos (1948), dirigidos por Ismael Rodríguez Ruelas. El problema es que ese México pobre es insoslayable. ¿Cómo eludir lo ineludible, cómo evadir el dolor inmenso del pobre y del escarnecido? ¿Cómo pasear por el inmenso Zócalo sin conmoverse ante la mirada angustiada del menesteroso? En un balneario exclusivo, Mariana no puede evitar la imagen perturbadora de ese otro México, “…hombres y mujeres cargados como bestias, su atadijo de leña sobre la espalda, descalzos, su rostro confundido con el color de la tierra”.8
Es un ambiente doméstico al que podría adjudicarse lo que Clarice Lispector afirma en una de sus seductoras y enigmáticas creaciones literarias: “Todo aquí es la réplica elegante, irónica y espiritual de una vida que nunca existió en ninguna parte…”9 Pero todo llega algún día a su final.
La frágil burbuja que intenta proteger a estas mujeres de ese otro México se vulnera cuando aparece, primero como capellán del colegio de niñas y luego como auto designado director espiritual de la familia de Mariana, un sacerdote llegado de Francia, de nombre Jacques Teufel. Es un sacerdote carismático y vigoroso, de talante iconoclasta y provocador. Del tipo que convierte cualquier conversación trivial y frívola en ocasión de reto y desafío radical a costumbres y tradiciones. No teme confrontar a las figuras de mayor abolengo en esa casta adinerada y plétora de prestigio y peculio.
Teufel trastorna el orden en el colegio y en la familia enfrentando a esas niñas y mujeres aristocráticas con los dilemas de la fe cristiana, sus vidas personales y el sufrimiento de tantos seres humanos a su alrededor. Las desafía a encarnarse en solidaridad plena con los pesares y dolores de los más vulnerables y marginados de su sociedad. Esgrime el ejemplo de Simone Weil, la excepcional joven intelectual francesa que despreció sus privilegios sociales y decidió vivir y laborar como el más pobre y trabajado de sus compatriotas [lo cual, dicho sea de paso, la condujo a su muerte prematura]. No hay manera de ser mujer, ni cristiana, machaca con vigor hipnotizante Teufel, sin lanzarse a la calle, sin asumir los riesgos y las incertidumbres del México turbulento y menesteroso, sin aceptar como destino personal el tenebroso laberinto nacional.
Pero, ¿es este enigmático sacerdote un genuino apóstol del evangelio de la encarnación? Teufel es un vocablo alemán que significa Diablo, el gran adversario cósmico de Dios y Tentador de la humanidad. Pronto se descubre una dimensión oculta de la encarnación de Teufel, su carnalidad… No solo no ha resistido siempre las tentaciones del placer carnal, sino que se arriesga a preconizar la carnalidad como dimensión ineludible de la encarnación, como matiz inevitable de una auténtica inserción en la historia. Teufel parece entonces hacer honor a su nombre. “Ese hombre es el diablo”,10 afirma Luz, quien había sido su más devota seguidora. El vértigo se apodera de la joven Mariana… ¿Cómo distinguir, en la historia humana, lo divino de lo diabólico, lo sagrado de lo profano?
La confrontación final entre Teufel y Mariana es de intenso dramatismo. El sacerdote reta a la joven a abandonar las certidumbres y comodidades de su hogar aristocrático y a aceptar como suya la responsabilidad de asumir con entera plenitud la historia humana, con todas sus esperanzas y lastres. Sin rehuir lo ineludible lidia con el pecado como matiz esencial de la existencia. La palabras con que trastorna la conciencia de la atormentada joven merecen citarse en su amplia extensión. Constituyen un dechado de transgresión y heterodoxia teológicas, en el que la vida humana, el pecado y Dios se entrecruzan de manera tal que se quebrantan las normas del teísmo y ateísmo clásicos. Teufel se convierte en el profeta de la transgresión, pero también del descastamiento, de la identificación con el pueblo sin apellidos ni abolengos.
“El único compromiso del hombre sobre la tierra, Mariana, es vivir… Hay que vivir y si no pecas, si no te humillas, si no te acercas al pantano, no vives. El pecado es la penitencia, el pecado es el único elemento purificador, si no pecas, ¿cómo vas a poder salvarte?… Y sálvate con los demás, aquellos que caminan en la calle, los que hacen manifestaciones, la llamada masa anónima… anda atrévete a caminar en la multitud, entre los pelados como ustedes los llaman, aviéntate, rompe el orden establecido… Estamos solos. Mariana, solos. Todos los hombres estamos solos, hagan lo que hagan, suceda lo que suceda… El único que conoce tu historia es Dios y Dios es un visionario que no puede hablar. Dios conoce tu historia. Mariana, ¿no te das cuenta?, conocer tu historia es condenarte, no darte escapatoria… Dios es el culpable de todos los pecados del mundo…”11
Teufel es enviado nuevamente a Francia, como penitencia por su conducta iconoclasta y heterodoxa, pero su recuerdo asedia a Mariana. Cuando eso sucede, la joven sale de su suburbio elegante y se dirige al centro de la ciudad, a donde confluye el populacho urbano. Es una metáfora del acercamiento todavía precario de la autora (Elena Poniatowska), niña bien, al pueblo mexicano, que marcaría para siempre el horizonte aún inconcluso de esta gran escritora. “Me gusta sentarme al sol en medio de la gente, esa gente, en mi ciudad, en el centro de mi país, en el ombligo del mundo… mi país es la emoción violenta…”12
Es el proyecto de encarnación de la literatura en los dolores, las esperanzas y las luchas de la fragmentada nación mexicana. De ahí los relatos y textos que han marcado una dimensión sustancial de la ruta literaria ulterior de Elena Poniatowska, tan palpitantes de las tribulaciones, esperanzas y luchas del pueblo mexicano, de quienes no asisten a colegios privilegiados ni se divierten en clubes de matrícula exclusiva, y de aquellos que se arriesgan a romper con los esquemas de poder y privilegio propios del mundo adinerado.
Es una literatura que busca restaurar la memoria silenciada del México menesteroso y excluido, cuya trayectoria social de vida en nada se asemeja a la de Mariana o la de su creadora. Es también una literatura de testimonio, de protesta contra la represión del estado autoritario, que a la vez se atreve a presagiar, ante la desesperanza y la tristeza que esa violencia provoca, no solo su injusticia, también su incapacidad para acallar las aspiraciones del pueblo mexicano, sea que espere el retorno legendario de Quetzalcóatl o la bendición mítica de la Guadalupe.13
Con las palabras del profeta de la transgresión resonando en su conciencia, convocando a la solidaridad, al descastamiento, Mariana se apresta a salir a la calle…
“La vida misma nos lleva por otros caminos… Hay que destruir a la sociedad a la que usted pertenece, hacerla trizas con sus prejuicios, su vanidad, su impotencia moral… Descastarse… des-cas-tar-se. Rompa usted escudos y libros de familia, sacuda árboles genealógicos”.14
- Elena Poniatowska, La «Flor de Lis» (México, D. F.: Ediciones Era, 1994, orig. 1988 [↩]
- El nombre completo de la autora es Hélène Elizabeth Louise Amélie Paula Dolores Poniatowska Amor, nacida el 19 de mayo de 1932 en París, Francia, de ascendencia aristocrática polaca, hija del príncipe Jean Joseph Evremond Sperry Poniatowski y de María de los Dolores (Paula) Amor Escandón. [↩]
- Pedro Trigo, Cristianismo e historia en la novela mexicana contemporánea (Lima: Centro de Estudios y Publicaciones, 1987). [↩]
- Augusto Roa Bastos, Hijo de hombre (New York: Penguin Books, 1996, orig. 1960), 177. [↩]
- La «Flor de Lis», 48. [↩]
- Ibid. [↩]
- Poniatowska es autora de Tinísima (México, D. F.: Ediciones Era, 1992), novela dedicada a la memoria de la Modotti. También escribió, en memoria de Angelina Beloff, pintora rusa y primera esposa de Diego Rivera, Querido Diego, te abraza Quiela (México, D. F.: Biblioteca Era, 1978), una colección de imaginadas cartas, repletas de angustiosa melancolía y triste nostalgia, que la abandonada rusa escribe desde París al gran pintor mexicano que ha regresado a su patria. [↩]
- La «Flor de Lis», 47. [↩]
- Clarice Lispector, La pasión según G. H. (Buenos Aires: El Cuenco de Plata, 2010), 39. [↩]
- La «Flor de Lis», 223. [↩]
- Ibid. 251s. [↩]
- Ibid. 261. [↩]
- Por ejemplo, Hasta no verte Jesús mío (México DF: Ediciones Era, 1969); La noche de Tlatelolco. Testimonios de historia oral (México DF: Ediciones Era, 1971; Fuerte es el silencio (México DF: Ediciones Era, 1980); Tinísima (México DF: Ediciones Era, 1992); Luz y luna, las lunitas México DF: Ediciones Era, 1994); Paseo de la Reforma (Barcelona: Plaza & Janés, 1996). [↩]
- La «Flor de Lis», 146. [↩]