Los avatares del odio*
Si al decir de Jacques Lacan, la angustia es el afecto que no miente y el amor es el afecto que miente, entonces del odio se diría que es el afecto más mentiroso, pues toma las más diversas formas sin hacerse necesariamente manifiesto. Ese es el caso de la envidia, los celos, el resentimiento, el rencor, la mezquindad, el menosprecio, la guerra. De hecho, todas las guerras, sea cual sea su causa, son necesariamente odiosas, es decir: portadoras de odio. Esto es particularmente cierto en el caso de las dos guerras mundiales, y de otras del pasado y del presente siglo, en las que las guerras han pasado a ser un gran negocio lucrativo y un ensayo con los más sofisticados armamentos, dirigido contra población y no solamente contra el ejército enemigo.
Más aún: el odio puede validarse en términos ideológicos. El término ‘ideología’ es acuñado en el siglo XVIII en plena Ilustración. En el Diccionario de la lengua francesa Littré, se nos dice, de entrada, que la ideología es «la ciencia de las ideas consideradas en ellas mismas, es decir, como fenómenos del espíritu humano». Se nos da el ejemplo de Leibniz al afirmar que John Locke es un pensador «débil de ideología». A lo largo del siglo XIX, la expresión va tomando una connotación más restringida en La ideología alemana de Marx y Engels, donde se asocia con la conciencia de clase y la lucha del proletariado contra la burguesía.
Propongo de mi parte una definición de ideología a tono con nuestra época. Va como sigue: la exaltación doctrinaria de una idea o, en su caso, de un ideal, para justificar o legitimar la imposición de una determinada forma de poder. Escuchemos, por ejemplo, estas palabras: «Hemos creado nuestro mito. El mito es una fe, una pasión. No es necesario que sea una realidad. Lo que le infunde realidad es el hecho de que estimula la fe e inculca valor». Quien habla es Benito Mussolini, citado por Georg Lukcàs en su influyente libro El asalto a la razón (1972). Bastan esas pocas palabras para que reluzca la concepción demagógica del mito, llevadas hasta sus más nefastas consecuencia por el fascismo y el nacional-socialismo alemán. La ideología fascista es la cimiente de totalitarismo, término que nada casualmente se acuña en Italia para referirse al régimen de Mussolini. En el caso de Alemania, la misma exaltación ideológica del odio habrá de conducir a la «solución final de la cuestión judía» (Endlösung der Judenfrage), planteamiento formulado en la Conferencia de Wannsee, a las afueras de Berlín (1942).
Para ir con este asunto todavía más lejos, o más cerca, cabe afirmar que se puede tener la razón con las razones equivocadas. Así, por ejemplo, cuando Vladimir Putin expone las «razones históricas» para justificar la «especial intervención militar» rusa en Ucrania para derrocar su «régimen nazi» y recuperar la «histórica integridad territorial» de Rusia. Queda claro que con esas «razones» se reniega de uno de los más básicos principios del Derecho Internacional: la soberanía de un Estado de Derecho. Por otra parte, por más cuestionable que sea el actual régimen de Volódimir Zelensky, cualquier palabra sobra para dar cuenta de la destrucción y de la más crasas violaciones de la dignidad humana que está sufriendo el pueblo ucraniano.
Lleva también Putin razón al denunciar las múltiples invasiones y violaciones de los «derechos humanos» que EE.UU. dice defender; como también la ambición expansionista de la OTAN y del imperium USA. Pero lo hace de alentado por un discurso repleto de falacias y eufemismos. Sus «razones» no pasan de responder a la tentativa de la actual estructura de poder en Rusia de actualizar la era imperial, iniciada con Iván IV, el Terrible, en el siglo XVI.* De ahí, por ejemplo, su crítica a Lenin y al reconocimiento soviético de la independencia de Ucrania.
Tampoco se puede perder de vista el profundo arraigo en esa cultura de la Iglesia Ortodoxa que impregna la exaltación ideológica con la pasión religiosa. Esto se pone de manifiesto con las palabras del patriarca Cirilo o Kirill de Moscú al declarar que la invasión de Ucrania es «un combate metafísico, no contra una nación o un Estado, sino contra las fuerzas del mal» (entre las cuales se encuentra, dicho sea de paso, la organización LGTB). Reluce aquí el odio ancestral contra todo aquello que se aparte de la recta ratio (razón ortodoxa, recta razón) del valor universal o católico de la Fe.* Como si fuese poco, todo lo anterior es cónsono con la nostalgia, no ya del comunismo, sino del régimen autocrático de la Unión Soviética que ha desembocado, luego de su colapso en 1991, en el capitalismo mafioso sostenido por vieja agencia soviética de espionaje KGB por lo que ahora se nombra FSB (Servicio de Seguridad Federal). Ese es el núcleo de poder del que emerge la presidencia de Vladimir Putin en mayo del 2000.*
Dicho lo anterior, hay que distinguir el dominio total del capitalismo y los regímenes totalitarios. Dicho dominio se denomina total porque concierne a toda forma de gobierno (liberal, autoritario, dictatorial) y al íntegro avasallamiento del cuerpo social, de tal manera que se borran los márgenes de cara a la ampliación de los intereses del capital. Se parte de la premisa sólo la libertad económica sirve de cauce a la democracia. Ese es uno de los aspectos más sobresalientes de la reorganización del capitalismo en los años ’70 del pasado siglo, a tenor con las pautas de Milton Friedman en su libro Capitalismo y libertad (1962). De lo que se trata es de garantizar la reproducción sin límites de las ganancias (profit) y la expansión de las «oportunidades empresariales» a todos los sectores de la población en nombre de la «libertad individual» y la «libertad de mercado» sin restricciones estatales ni constricciones jurídicas.
Sin embargo, de ello resulta, como se ha comprobado, la extensión salvaje de la plusvalía, así como el dictamen de un único imperativo: la apropiación del tiempo de vida y muerte de los ciudadanos, y no sólo del valor de su fuerza de trabajo. De ahí, por ejemplo, los valiosos conceptos de biopolítica (M. Foucault ) y necropolítica (A. Mbembe) para tratar de dar cuenta de lo anterior. A lo cual habría que añadir el acopio por parte de la lógica del capital de todos los aspectos de la cultura, esto es: las acciones del cuerpo, la mente y el lenguaje y el incremento a escala mundial de la pobreza y la miseria. Tan súbdito del capital ha llegado a ser el capitalista, como el asalariado, el desempleado, el profesional, el drogadicto o el predicador religioso.
En este contexto, hay que enfatizar que el narcotráfico, y su penetración en las esferas institucionales de no pocos de los Estados-Naciones del planeta, es una pieza clave del capitalismo mundial a la par con el tráfico de armas, explotación infantil, y un largo etcétera. El asunto se agrava con la subordinación del aparato cibernético a la consolidación del criterio mercantil como el valor de los valores. Digo, de paso, que con el concepto de aparato cibernético me refiero al Internet, pero también al conjunto gadgets, aplicaciones; así como al circuito de las telecomunicaciones, la inteligencia artificial, las ciencias cognitivas y, en definitiva, la subordinación de las ciencias al «diseño tecnológico de la cultura» y al gran capital.*
En consecuencia, la primera civilización mundial que nos ha tocado vivir se caracteriza por el desgaste o deterioro de la función simbólica del lenguaje y la promoción de la banalidad, la pusilanimidad y la ignorancia. Eso explica, entre otras cosas, la ruptura del lazo social por vía de un individualismo a ultranza que se recrea en la ilusión de una auto-satisfacción que no deja abismarse en la pasión de la insuficiencia, en el siempre todavía más…* Todo lo cual ha sido, y sigue siendo, objeto de profundo estudio por parte del gran legado de Freud y Lacan en base al concepto de plus de goce como pauta de análisis del discurso capitalista. La deriva afectiva que dicha ruptura produce se intenta compensar con el artificio de nuevos lazos, confeccionados por las mismas condiciones que la provocan; pero, también, el esfuerzo de tanta gente por inventar nuevas formas de vida en todas las latitudes del planeta.
En cualquier caso, el capitalismo da riendas sueltas a un círculo vicioso que exacerba los tres venenos de la mente, como se nombra en la antigua tradición budistas a las tres grandes pasiones humanas: el odio (dosa), la avidez (lobha) y la ignorancia (moha). Hay que precisar que la ignorancia, en su más amplio sentido, implica desentenderse de las condiciones reales de la existencia y la incapacidad para lidiar con la multiplicidad de fuerzas que componen el tiempo propio y singular de cada cual, de cada uno. Desde esta perspectiva, más que «individuos», entidades atómicas y segregadas que existen en sí y por sí mismas, como se nos pretende hacer creer, lo que hay son singularidades entrelazadas y conjugadas en el entramado infinito de una experiencia radical de lo común que remite a la inmensidad del universo, al portento de lo real. Desde el embrión hasta las cenizas, nuestras mentes y cuerpos son luciérnagas siderales por las que transita el polvo de las estrellas. Cabe preguntarse, una y otra vez: ¿dónde empieza y acaba un cuerpo? ¿Dónde empieza y acaba la insondable potencia de la mente?
Con estas preguntas volvamos a las pasiones. En el caso del odio (dosa), cabe también preguntar: ¿qué sucede cuando el odio se convierte en hábito, en la morada habitual de las pasiones más tristes? ¿qué sucede cuando sus efectos inundan la esfera pública y la vida cotidiana, haciendo de cada ciudadano un emisario del miedo, del miedo a perder aquello que se quiere, ama o posee? Más aún: ¿acaso no se fortalece el odio con el miedo a ser presa de aquello que, precisamente, más se odia? De ahí que el odio no sea para nada ajeno a la avidez e inseparable del amor y de los desamores. En la antigua lengua pali, y en sánscrito, la avidez (lobha) remite a un rico campo semántico: codicia y avaricia; sed o ansia de existir (taṇhā); deseo sexual (rāga), pasión amorosa (kāma) y deseo de entender el propio anhelo (chanda). Es mucho lo que habría que pensar con toda esa gama de significaciones. Pero hay que ir concluyendo.
Digamos que día a día, noche a noche, no deja de inflarse una gigantesca burbuja analgésica que pone en evidencia, a pequeña y gran escala, el dolor del mundo y la insuficiencia de las débiles recursos anestésicos que sostienen nuestra civilización. De cara a esto, y a la sistemática falsificación de lo real que lleva a cabo el capitalismo, urge la recuperación de la experiencia radical de lo común, esto es: la dignidad del pensamiento, el aliento de las palabras, la nobleza del erotismo y la fuerza de la poesía, es decir: la creación y acción transformadora. Para ello habría que esforzarse por cultivar la verdad del amor, tan arraigada en la dimensión luminosa de nuestra mente como las pasiones por la que nos desvivimos, empezando por el impulso a la destrucción. Sólo desde ahí puede brotar la compasión y el amor incondicional que nutren la ancestral práctica de la sabiduría. Me permito demostrar dicha verdad con cuatro poemas:
I
El amor es un relámpago,
los amantes,
la memoria evanescentes de su luz.
II
(He decidido
cultivar
un jardín
para llegar
al secreto
de tus noches
Pero hay una sorpresa
en el crepúsculo:
el rumbo del deseo
es la entrada
del jardín…)
III
Rien n’est plus clair que l’amour Nada más claro que el amor
Glisant dans son illusion. Lábil en su ilusión
Debout dans sa verité. De pie en su verdad.
IV
Bruma de oro, el occidente alumbra
La ventana. El asiduo manuscrito
Aguarda, ya cargado de infinito.
Alguien construye a Dios en la penumbra.
Un hombre engendra a Dios. Es un judío
De tristes ojos y de piel cetrina;
Lo lleva el tiempo como lleva el río
Una hoja de agua que declina.
No importa. El hechicero insiste y labra
A Dios con geometría delicada;
Desde su enfermedad, desde su nada,
Sigue erigiendo a Dios con la palabra.
El más pródigo amor le fue otorgado,
El amor que no espera ser amado.*
*Ponencia leída en el II Coloquio Transdisciplinario, celebrado telemáticamente el 25 de marzo de 2022. Agradezco a la Dra. María de los Ángeles Gómez su iniciativa de organización y su invitación a participar en lo que fue, sin duda, un fecundo encuentro de pensamiento. Véase aquí el II Coloquio Transdisciplinario.
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* Véase al respecto este gran film de Serguei Eisenstein: https://www.youtube.com/watch?v=i5EWgWEcoxM.
* Recuerda José Ortega y Gasset que «En rigor, el término universale como traducción de καθόλου (cathólou, católico) se debe a Boecio». Véase La idea de principio en Leibniz (Madrid: Alianza Editorial, 1992, pág. 66, nota 1.
* Remito al artículo «Todos los días del presidente» en El País, domingo 10 de abril de 2022.
* La frase entre comillas es de B. F. Skinner. El concepto de aparato cibernético se propone en Estética del pensamiento II. La danza en el laberinto (Madrid: Fundamentos, 2003), siguiendo un planteamiento del filósofo italiano Emanuele Severino. Remito también a interesante artículo: https://rebelion.org/una-ciencia-enferma-y-al-servicio-del-gran-capital/
* Remito en este contexto al monólogo femenino de Samuel Beckett Rockaby (1980), llevada a escena en nuestro país, de manera memorable como Mecedora, bajo la dirección de Nelson Rivera y la maravillosa actuación de Geogina Borri en octubre de 2006.
* El primero (I) es de José Luis Vega, Música de fondo (Valencia: Pre-textos, 2016. El segundo (II) de Francisco José Ramos, Erothema (Madrid: La Palma, 2017). El tercero (III) de Paul Eluard, Deniers poèmes d’amour (París: Seghers, 1973). La traducción es de quien escribe. El cuarto de Jorge Luis Borges, La moneda de hierro (Buenos Aires, Emecé, 1976).