Los rotos
“All we need is love”
Cuando odiamos a alguien, odiamos en su imagen algo que está dentro de nosotros.
-Hermann Hesse
La antropología es el misterio de la teología.
-L. Feurbach
Aún sin palabras para apuntar a sujetos y predicados, una criatura recién nacida puede “comunicar” una necesidad o una satisfacción porque no depende de la comprensión o de la racionalización para poder sentirlas. Para mí esto debería ser motivo de reflexión al momento de estudiar a los humanos “civilizados”. Porque mientras más avanzamos en el conocimiento de la genética cada vez son más comportamientos los que se asocian a condiciones genéticas y menos a las “aprendidas”.
El llanto es la alarma del cuerpo de un bebé, mientras la risa es su confort. Dejarlo llorar no debería ser una opción según nuestra trayectoria como seres vivos porque hoy se sabe que el llanto genera respuestas neurológicas que afectan el desarrollo útil de nuestro sistema nervioso.1 En la vida de nuestros antepasados, dejar llorar a un bebé era un peligro porque atraía a los predadores y enemigos. Por esa herencia genética un bebé humano todavía hoy necesita la seguridad que da ser abrazado.2 Traemos esa necesidad como traemos desde el útero la capacidad para mamar o la de movernos como bípedos. Nosotros como adultos, por lo general, desarrollamos con la madurez del cuerpo y como complemento, la necesidad de darle el cuidado que exigen.3 Sabemos por ejemplo, que la forma y proporciones del cuerpo de un bebé y en específico las de la cara en un infante, y que muy bien copia Disney en las facciones que le dibuja a sus personajes animados, provocan instintivamente el enternecimiento en las personas.
Todas las cosas que nos enfurecen, que nos debilitan y que nos molestan, están relacionadas a las mismas condiciones que causan el llanto en un bebé, y así como podemos mamar muchas cosas distintas mientras vamos creciendo y no solo leche de una teta, también podemos y somos llevados instintivamente a tener las mismas respuestas biológicas y primitivas ante una amplia gama de circunstancias diferentes. Lo que somos en el fondo no es la causa “externa” que provoca esas respuestas biológicas en nosotros, tampoco somos la suma de respuestas, ni las razones o explicaciones que le demos a nuestras acciones, sino que más bien parecemos ser más que nada las relaciones complejas entre nuestras necesidades y el ambiente. Somos un punto entremedio de lo que llamamos lo ajeno y lo que definimos como “nuestro” cuerpo.
Con el cansancio podemos ser erráticos e infantiles y el hambre puede hacernos tomar decisiones sin pensar en las consecuencias. Podemos herir a alguien con la frustración, y lastimar indiscriminadamente cada vez que nos sintamos abandonados, rechazados y solos. La experiencia de los años no parecería hacer mella en lo que respecta a la forma en que nos dicta el cuerpo las necesidades emocionales. Nos alegramos o nos molestamos por cosas distintas pero siempre nos seguimos alegrando o molestando de igual forma.
Sentirnos pertenecer a un grupo nos fortalece, pero que nos aíslen provoca el odio, la desconfianza y la autodestrucción. Para sentir “placer” o “sufrimiento” no dependemos de la edad o la madurez como tampoco dependemos de sólo un objeto de deseo o de disgusto. Así que podemos fomentarle el odio a individuos desde que son infantes con el abandono. Nacer en la pobreza es nacer en abandono y es ese maltrato el que crea los desajustes mentales de la sociedad, incluyendo el odio y la incapacidad para liberarnos. Luego perjudica a todos, incluyendo a los ricos. Debo aclarar que la cultura nos enseña a canalizar necesidades según el momento histórico y nos adiestra a moderarnos y hasta a detener algunos impulsos y derrocharnos en otros, pero es incapaz de inventarnos nuevos instintos, como no es capaz de evitar que se manifiesten los que traemos heredados.4
El odio es amor en reversa
El odio es lo que produce el cuerpo cuando descubre que lo que lo caracteriza no sirve para amar y ser amado por el mundo. La falta de propósito, de utilidad, de importancia, o la rabia más profunda, son consecuencias de la falta de amor. Pero el amor en sí, no es nada independiente o separado de las funciones naturales del cuerpo, sino que es una provocación biológica que consigue la creación de lazos y vínculos útiles que benefician al tipo de organismo social que somos. El amor puede ser resumido como aquello que provoque la producción de oxitocina,5 y lo que nos la provoca es la forma en que el cuerpo percibe lo “ajeno” como útil desde sus intereses genéticos. Amar podría entenderse como la necesidad de continuar en otras cosas, es extendernos y ser más fuertes que solo un individuo. El amor es esa sensación de haber sentido brevemente con otras personas u objetos, la condición de sintonía que se siente con el buen sexo. Muchas cosas nos hacen lanzar chorros de oxitocina (ej. un orgasmo, el parto, la lactancia, el chocolate) y cada una de las cosas que queda impresa como ventajosa, porque lo dicta con una orden eléctrica el cuerpo, se convierte en amor o mínimamente en placer. El apetito, por ejemplo, nos ocurre independientemente de nuestras creencias y el cuerpo nos premia cuando conseguimos satisfacer bien el hambre, pero también nos incapacita cuando la ignoramos. Igual pasa con el sexo, o con el instinto de desear ser importantes.
Como en los demás animales sociales, la vida de todos los individuos en el grupo por lo general es valiosa, siempre y cuando no ponga en riesgo la propia. Los otros pierden valor mientras más distante de nosotros se encuentren literal y figurativamente. Aun así podemos asesinar si nos topamos con las circunstancias indicadas y podríamos ser también idolatrados bajo condiciones específicas. Todos podemos ser traidores o héroes, a veces incluso al mismo tiempo. Pero en el fondo somos extremadamente cautelosos. La celebración que le hacemos a las personas que hacen actos valientes y las condenas que le hacemos a los “cobardes”, solo nos deja saber que la mayoría de la gente es precavida, neutral y evita el conflicto.
Dios es la forma más clara de definir nuestra necesidad de protección e ilustra muy bien nuestra vulnerabilidad y nuestro temor al cambio, porque dios es tan grande e inmutable como nos sintamos de pequeños e insignificantes. Como decía Feuerbach, “dios es una patología de la psiquis”. En esencia, personificamos lo que deseamos para nosotros mismos, hasta idolatrarlo. Dios es una cosa, una imagen de la conciencia hecha objeto:
“A través del objeto viene el hombre a ser consciente de sí mismo: la conciencia del objeto es la conciencia de sí mismo del hombre. Por el objeto conoces tú los hombres; en él te aparece su esencia; el objeto es su esencia revelada, su yo verdadero, objetivo”.6
La mayoría de las personas no sacrificarían su vida por la de otros. Al parecer pocos luchan para esos fines. Pero en los casos en que sí ocurre con frecuencia, como cuando defendemos a nuestras familias, somos idénticos en coraje y valor a un millar de otros animales en el gesto. No es que no podamos ser bravos defendiendo los intereses de todos, el problema parece ser que no amamos a tantos. La necesidad de poder y libertad, sin embargo, no es contrario a los mejores intereses del grupo y lo cargamos en los genes como cargamos el amor. Si no practicamos la libertad, pasa como con la falta de amor. La consigna no debería ser amar a todos, sino saber a quién beneficiamos cuando amamos.
Con carne
“No se odia mientras se menosprecia. Solo se odia al igual o al superior.”
-Friedrich Nietzsche
Los antiguos griegos en sus polis más guerreras como Esparta, fomentaban el amor físico entre los soldados varones, porque era una forma de garantizar que se defendería pasional y visceralmente al compañero. Los ratones, que son mayormente seres sociales como nosotros, viven todos apretados unos contra otros, y eso se convierte en una forma de hacer que todos funcionen como uno. Recuerdo haber leído el caso de una investigación que cita Howard Bloom, en The Lucifer Principle, en la que unos científicos remueven a un ratón de la camada y lo bañan. Cuando lo devuelven al nido el grupo lo desgarra en mil pedazos. El olor los hacía uno y su amor estaba condicionado a la presencia de ese aroma de grupo. El extraño no puede argumentar defensa alguna o presentar credenciales. Yo estoy seguro que los ratones no decidieron matar al otro, sino que el pánico y el deseo de autoprotegerse los hizo actuar. Dudo mucho también, que sepan conectar el olor diferente que encontraron en el hermano, con las ganas de matarlo. De hecho, ese proceso no es producto de razón alguna, como no es “racional” el racismo ni la xenofobia. Pero contrario a los ratones, algunos de nosotros lo sabemos.
El odio al inmigrante ocurre porque se vincula con una amenaza, al mismo tiempo que se pueden atar con alguna cualidad que los identifique y los diferencie. Por dar un ejemplo, si los dominicanos no tuvieran su acento, nadie notaría que no son “puertorriqueños”, pero no obstante, la Policía no los respeta por ser extranjeros. El negro por su color se separó a la fuerza del resto de la humanidad porque existió una oportunidad económica para explotar una marca biológica y hereditaria. La amenaza que representa lo extraño es un importante detonante biológico. Identificar lo “diferente”, o la “diferencia” con algo peligroso tiene un origen instintivo.
Los humanos somos los únicos animales que podemos convertir impulsos biológicos en ideología y leyes morales, tras justificar comportamientos como la homofobia y la xenofobia de muchas maneras “creativas”. Pero además, hemos sido los únicos animales que hemos identificado que la xenofobia y la homofobia son insostenibles bajo cualquiera de los pretextos. Sabemos por ejemplo, que las fobias se incrementan en las crisis porque es una reacción que nos “previene” de la posibilidad de tener que compartir nuestros limitados recursos o poderes, con otros seres “nuevos” y “extraños”. Según parecería, el instinto animal “argumenta” que si los otros adquieren poder quedará el nuestro diluido.
Nosotros somos los únicos animales que hemos podido decidir, tras reconocer el origen del impulso biológico, ir en su contra. En muchos casos hemos probado que “obedecer” a la “naturaleza” podría ser contraproducente. Somos los únicos animales que usan vestidos, inventamos anticonceptivos, curas a enfermedades y volamos sin tener alas, entre otras muchas cosas. Nosotros sentimos los impulsos biológicos como todos los organismos, pero también somos los únicos animales que inventamos razones para controlarlos y contradecirlos. Pero lo más importante para mí sería resaltar que el deseo de control, y hasta insistir en promover la idea de que somos capaces de “controlar” algo en el mundo tiene que ser en sí misma una cualidad genética que nos condena a confundir instinto con razón. Es un problema la confusión porque si lo pensamos no podemos controlar nada o casi nada; de hecho, por eso fue que nos inventamos a dios; y dios es un problema porque nos inventa el poder imaginario y con éste remplazamos el poder concreto y material que necesitamos para sobrevivir.
El amor no es algo definido en abstracto, sino algo directamente asociado a la supervivencia de la especie. El amor no es otra cosa que la necesidad de lo ajeno para sobrevivir; y un acto de amor hoy podría significar la fuerza, la contradicción, la lucha, la resistencia dura y valiente, y no solamente querer a todos por igual. Tenemos que asimilar de una vez el hecho de que las partes descuidadas y enfermas de nuestro cuerpo social podrían matar el cuerpo entero si no las reparamos o extirpamos a tiempo, y no hablo del abandonado o el pobre, sino que lo que yo propongo es que extirpemos a la diminuta minoría que es dueña del poder en los cielos y en la tierra, porque son ellos nuestro cáncer.
- http://www.holistika.net [↩]
- http://cozybebe.blogspot.com [↩]
- Ningún primate “salvaje” deja desatendida a su cría, todas las madres cargan constantemente a sus pequeños. [↩]
- Aun cuando no sea siempre obvio, los instintos no se pueden erradicar, sino que más bien solo se canalizan o se transfieren, como nos enseñó Freud. [↩]
- La oxitocina (del griego ὀξύς oxys «rápido» y τόκος tokos «nacimiento») es una hormona relacionada con los patrones sexuales y con la conducta maternal y paternal que actúa también como neurotransmisor en el cerebro. También llamada La hormona de los mimosos. En las mujeres, la oxitocina se libera en grandes cantidades tras la distensión del cérvix uterino y la vagina durante el parto, así como en respuesta a la estimulación del pezón por la succión del bebé, facilitando por tanto el parto y la lactancia. También se piensa que su función está asociada con el contacto y el orgasmo. Algunos la llaman la «molécula del amor» o «la molécula afrodisíaca». En el cerebro parece estar involucrada en el reconocimiento y establecimiento de relaciones sociales y podría estar involucrada en la formación de relaciones de confianza y generosidad entre 2 o 3 personas. [↩]
- Feuerbach, L. La esencia del cristianismo. Madrid: Trotta, 1995. Traducción de José L. Iglesias.. p. 54. [↩]