Luces y sombras de Varoufakis
El fracaso de la austeridad
Varoufakis describe cómo, ante la crisis de la deuda griega, la Unión Europea (UE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) extendieron nuevos préstamos a Grecia, que se utilizaron para pagar a los bancos y acreedores privados: es decir, se rescató a los bancos, no al pueblo griego. Esos préstamos venían acompañados de la imposición de medidas de austeridad, con el objetivo de liberar los fondos para pagar por el rescate. Es decir, se rescata a los bancos y se hace al pueblo pagar por ese rescate. Las medidas de austeridad, monitoreadas por la llamada Troika (compuesta por el Banco Central Europeo, la Comisión Europea y el FMI), incluían la reducción del gasto público, incluyendo despidos, reducciones de salarios, del presupuesto de las universidades, de las pensiones, suspensión de convenios colectivos, reformas anti-laborales y la privatización de entidades públicas.
Las descripciones de Varoufakis nos recuerden la situación en Puerto Rico. ¿Reforma laboral? Según Varoufakis no es más que otra palabra para el «debilitamiento de los derechos de los trabajadores, permitir a las empresas que les despidan más fácilmente, con poca o ninguna compensación y contratar personas con paga más baja y menos protecciones» (p. 200. [Las traducciones son mías]). ¿Seguir pagando una deuda insostenible? Un enviado de la jefa del gobierno alemán Angela Merkel le explica a Varoufakis: podrían hacerlo sacando más de los «los fondos de pensiones, las universidades, las corporaciones públicas y los municipios» (p. 327). En fin, la misma receta que la Junta de Control Fiscal pretende imponer en Puerto Rico y con la misma justificación: alcanzar la salud fiscal y recuperar la confianza de los «mercados» y los inversionistas.
Varoufakis señala un problema fundamental con esta política: no funciona. No funciona ni siquiera en términos de sus objetivos, para no hablar de los objetivos de lograr una sociedad más justa social y económicamente. Su efecto no es superar la crisis económica sino profundizarla y, de ese modo, perpetuar también la crisis fiscal. Por eso, luego del primer «rescate» acompañado de austeridad en 2010 fue necesario un segundo «rescate» con más austeridad en 2012. El programa impuesto a Grecia se recogía en un documento conocido como el Memoradum of Understanding (MoU). Los votos por SYRIZA en enero de 2015 fueron un mandato para romper con esa trayectoria empobrecedora y destructiva. La prioridad tendría que ser, según Varoufakis, una renegociación de la deuda.
Mejor cambiar Europa que Grexit, pero mejor Grexit que no cambiar
Según Varoufakis el objetivo del nuevo gobierno no debía ser salir de la zona Euro o de la UE (el llamado Grexit), para desarrollar su política monetaria, financiera y económica con independencia de sus instituciones. Salir de la zona Euro causaría dislocaciones dolorosas en la economía griega. El objetivo debía ser cambiar la política europea hacia Grecia y hacia otros países en situaciones similares (como España y Portugal). Sin embargo, Varoufakis insistía que, si bien la salida del Euro no era deseable, peor sería permanecer en la zona Euro con las políticas vigentes. Por tanto, según él, había que luchar por cambiar la política dentro de la zona Euro y la UE, pero había que estar dispuesto a salir de ellas, en caso de que no fuera posible alterar sus políticas (p. 58). Más aún: lograr un cambio en la política hacia Grecia, según Varoufakis, solo sería posible si su gobierno dejaba claro que no cedería ante la imposición de nuevas medidas de austeridad, aunque eso conllevara que se le expulsara del Euro. Ese fue el compromiso que extrajo del liderato de SYRIZA, encabezado por el futuro Primer ministro Alexis Tsripas. Y ese fue el compromiso que, según Varoufakis, no se cumplió: en julio de 2015 el gobierno de Tsripas capituló ante las imposiciones de las instituciones europeas. En fin, lo que fracasó no fue el desafío a las políticas de las instituciones europeas, sino la falta de capacidad y disposición para desafiarlas, una vez se comprobó su inflexibilidad.
Sobre esta inflexibilidad, similar a la que enfrentamos con la Junta de Control Fiscal, el relato de Varoufakis es aleccionador. Lo primero que debemos indicar es el carácter moderado de las propuestas elaboradas por Varoufakis (sobre esto volveremos más adelante). Si las instituciones europeas las rechazaron, no fue porque fueron extremas o particularmente radicales.
Las propuestas de Varoufakis
Varoufakis proponía: no cancelar la deuda sino reestructurarla; reducción del excedente primario exigido al gobierno griego de 4.5% del PIB al 1.5% sin más medidas de austeridad; reducción de impuestos a las corporaciones; privatización de agencias siempre que se respetaran derechos laborales; creación de un nuevo banco de desarrollo; no la nacionalización, sino la «europeización» de los bancos griegos (es decir, la venta de las acciones en manos del gobierno griego a las instituciones europeas). Sobre el tema de la deuda en particular, no planteaba ni auditarla ni reducir el monto de la deuda, sino pagar sin ajustes la deuda a entidades privadas y del FMI; cambiar la deuda al Banco Central Europeo (BCE) por bonos con intereses más bajos a perpetuidad; cambiar la deuda al fondo de emergencia europeo por nuevos bonos a treinta años sin pago de intereses hasta alcanzar cierta tasa de crecimiento y de ahí en adelante con intereses indexados al crecimiento económico (pp. 112-15).
No se planteaba, por tanto, reducir la cantidad adeudada, tan solo las tasas de interés y el modo de calcularlas y las fechas de vencimiento. Tan solo el fin de las medidas de austeridad podía considerarse una propuesta mínimamente radical. La creación de un banco de desarrollo se separa tímidamente la lógica del neoliberalismo reinante. Medidas como la privatización de empresas y bancos y la reducción de impuestos a las empresas nada tienen de radical: son parte de la agenda neoliberal dominante. Como el director de un prominente banco estadounidense le expresó a Varoufakis: «estás ofreciendo el tipo de acuerdo que se le podría ocurrir a un abogado de quiebras de Wall Street» (p. 115). Pero incluso este programa moderado y conciliador en extremo resultó ser inaceptable para las fuerzas dominantes en la UE.
Mea culpa
Varoufakis describe en detalle la hipocresía de no pocos funcionarios como Pierre Moscovici, encargado de finanzas y economía de la Comisión Europea; Poul Thomsen, director europeo del FMI; Benoit Coeure, segundo al mando del BCE y Michel Sapin, ministro de finanzas de Francia. En los primeros días de la gestión de Varoufakis todos le expresan en privado su apoyo a las propuestas de su gobierno, para luego, en público, asumir la perspectiva opuesta de exigir el cumplimiento sin desviación del MoU vigente. Ante el señalamiento de que el pueblo griego votó contra esa política y que el respeto a la democracia exigía revisarla, el ministro de finanzas alemán, Wolfgang Schäuble responde sin titubear: «no se puede permitir que las elecciones alteren la política económica» (p. 237). Más claro no canta un gallo: la democracia podrá aplicar a otras cosas, pero no a la economía.
Esto, por supuesto, es parte de la concepción neoliberal de que es necesario bloquear la tendencia de la gente a querer corregir las injusticias del mercado, como si se pudiera saber más que el mercado. De ahí el lado inherentemente antidemocrático y autoritario del neoliberalismo. Ese lado autoritario se presenta últimamente como un rechazo de la democracia a nombre del rechazo del «populismo», discurso muy querido en Puerto Rico de algunos defensores de la Junta de Control Fiscal, como el economista Gustavo Vélez, entre otros.
Ante la mezcla de hipocresía e inflexibilidad de sus interlocutores, Varoufakis relata como intentó ceder para llegar a un acuerdo. Así, en la segunda reunión del Eurogrupo (reunión de los ministros de finanza de Europa, la Comisión Europa y los representantes del BCE y el FMI) planteó que se dejara a un lado el MoU existente y que se le remplazará por un documento elaborado por el gobierno griego. El nuevo documento incluiría, sin embargo, 70% del MoU. El otro 30% serían propuestas del gobierno griego que el Eurogrupo podría cotejar y aprobar, según la recomendación del BCE, el FMI y la Comisión Europea (pp. 282-83). Por otro lado, el gobierno griego reconocía todas las deudas, disposición que Varoufakis acepta bajo el argumento de que reconocerlas no impide reestructurarlas. Esto son los términos de lo que se conoce como el acuerdo del 20 de febrero. Para muchos ya se había cedido demasiado. Pero lo más sorprendente ocurre el 23 de febrero. Varoufakis relata como en la teleconferencia para dar el visto bueno al acuerdo (sobre todo al 30% que se apartaba del MoU vigente) los miembros del Eurogrupo lo sorprenden con el planteamiento de que el nuevo acuerdo no deja sin efecto las obligaciones del MoU, que seguirán siendo el marco dentro del cual el gobierno griego tendría que actuar. Es decir, a pesar de la apariencia de nuevo acuerdo, el Eurogrupo no cedía nada (pp. 288-89). Varoufakis relata el momento con admirable franqueza en una sección que se llama «Mea culpa»: en aquel momento, ante la inflexibilidad e incluso la deshonestidad de los ministros de finanzas europeos, debió anunciar que Grecia se retiraba de las negociaciones, que no cumpliría con el próximo pago de su deuda y que tomaría medidas para crear un sistema de pago interno ante las posibles acciones del Banco Central Europeo (pp. 290-92). También debió anunciar un recorte a la deuda de Grecia con el BCE, medida que estaba pensada como medio para presionar a favor de que se tomaran en cuenta los planteamientos del gobierno griego. Hasta ese momento, la negativa a aceptar las imposiciones del Eurogrupo había provocado grandes manifestaciones de apoyo en Grecia y el nivel de aprobación del gobierno estaba en su punto más alto (pp. 245, 265). Existían entonces condiciones para tal respuesta al Eurogrupo. Pero Varoufakis admite que su reacción fue terriblemente tímida: no solo aceptó seguir negociando cuando ya era evidente que no había intención de negociar de buena fe, sino que ni siquiera denunció la violación del espíritu del ya problemático acuerdo del 20 de febrero.
«Los burros dirigiendo a los leones»
Un mes después, luego de nuevas rondas de conversaciones y negociaciones igualmente frustrantes, Varoufakis propuso no cumplir con el próximo pago al FMI. Tsripas inicialmente apoya la propuesta y envía a Varoufakis a Washington D.C. a explicar la decisión a la presidenta del FMI Christine Lagarde. Pero en el tiempo que le toma a Varoufakis cruzar el Atlántico, Tsripas revoca la decisión y ordena esperar antes de tomar la acción adoptada (pp. 354-58). La realidad, plantea Varoufakis, es que Tsripas y la mayoría del gobierno tendía cada vez más a relegar la renegociación de la deuda, o, en todo caso, a pensar que aceptando medidas de austeridad podrían lograr mejores términos en aquella renegociación.
Sin embargo, a pesar de que la orientación del gobierno le preocupa cada vez más, Varoufakis ni hace críticas públicas, ni abandona el gobierno. En su relato explica su permanencia en el gobierno del siguiente modo: estaba convencido de que las instituciones europeas no concederían nada, por mucho que el gobierno griego cediera. No se detendrían hasta lograr la total rendición y la completa humillación del gobierno de SYRIZA. Varoufakis retenía la esperanza de que, ante esa opción, Tsripas reaccionaría y regresaría al rumbo del desafío a las instituciones europeas (p. 395).
Para julio esta evolución tiene un desenlace trágico y patético a la vez. Bajo amenaza de cortar la liquidez a los bancos griegos, las instituciones europeas proponen una nueva ronda de severas medidas de austeridad: precisamente lo que el gobierno de SYRIZA se había comprometido a combatir. Tsripas y su gobierno no aprueban el acuerdo inmediatamente, sino que lo someten a un referéndum. Para muchos, incluyendo a los que observábamos el proceso desde lejos, era un gesto esperanzador: el gobierno griego apostaba, por fin, a movilizar al pueblo para provocar un enfrenamiento con las políticas que lo estrangulaban. Por lo mismo, la iniciativa fue recibida con rechazo por el Eurogrupo y la Troika: la idea de someter las políticas económicas al pueblo les repugnaba y repugna. Como decía Schäuble, ¡no se puede permitir que las elecciones afecten la política económica! El BCE, por su lado, pone en vigor la amenaza que había esgrimido contra el gobierno griego desde enero. Corta el apoyo a los bancos griegos, asegurándose de que no puedan abrir durante la semana antes del referéndum. Fuera de Grecia, los sectores progresistas estaban a la expectativa del resultado. ¿Sería el pueblo griego capaz de aguantar esta presión y rechazar la política que se le quería imponer? ¿Provocaría la crisis bancaria una reacción contra el gobierno? De pronto la palabra griega OXI, consigna de la campaña del NO, se hizo famosa en todo el mundo.
Pero todo lo ocurrido posteriormente demuestra que, a pesar de que el gobierno de Tsripas oficialmente llamaba a votar contra el acuerdo, su objetivo era perder el referéndum: con el voto a favor del acuerdo que las encuestas predecían podrían presentar su rendición como acatamiento de la voluntad del pueblo. Pero los que deseaban perder ganaron. El gobierno se encontró ante una victoria que no quería: más del 61.3% de los electores votaron contra la nueva ronda de austeridad y dieron un voto de confianza al gobierno para resistir su imposición. Tsripas y su gobierno echaron al zafacón esa victoria que no querían: a los pocos días se firma el acuerdo que la gente había repudiado en las urnas. Como dice Varoufakis era el caso «de burros dirigiendo a leones»: el pueblo, a pesar de grandes presiones y amenazas, quería resistir y el gobierno se rehusaba. Para ese momento, Varoufakis había abandonado el Ministerio de Finanzas. Días después votó en el parlamento contra el nuevo paquete de medidas sometido por el gobierno.
Razones e intereses
Como indicamos, nadie puede criticar las propuestas de Varoufakis como extremas o su actitud como intransigente (en todo caso, se le puede acusar de los opuesto, como veremos). Pero eso no impidió que las instituciones europeas las desatendieran y rechazaran. Varoufakis compara el ámbito universitario en el que se desempeña profesionalmente, en el que un argumento se debe contestar con otro argumento, con las negociaciones con los representantes de las instituciones europeas: sin ofrecer argumento alguno en respuesta a sus propuestas, sencillamente las vetaban. Se trataba, en fin, no de una discusión, sino de un ejercicio de poder.
Varoufakis considera que, si las instituciones estaban interesadas en superar la crisis de la economía griega y en lograr el mayor pago posible de la deuda, debieron abrazar sus propuestas, que tenían ese objetivo y que además daban paso a la privatización y descartaban medidas como la nacionalización de los bancos. ¿Cómo se explica ese rechazo? Varoufakis ofrece tres ideas. Según él, las instituciones europeas querían mantener su prestigio, necesario para seguir ejerciendo su autoridad con el objetivo de implantar un proyecto social regresivo global.
Prestigio: la Troika no podía reconocer que sus políticas habían sido un fracaso. Varoufakis relata como en conversaciones privadas la presidente del FMI Christine Lagarde reconocía que la política del FMI no funcionaba: pero no estaba dispuesta darle la razón a los críticos y oponentes de esas políticas (pp. 21, 133).
Autoridad: si se cedía ante Grecia, se minaba la autoridad de la Troika para imponer iguales políticas en otros países. Al demostrarse que la resistencia funciona, se animaba la oposición a esas políticas, se facilitaba el crecimiento de partidos como PODEMOS en el estado español, y eso no podía permitirse (p. 115).
Más ampliamente, la política de austeridad es parte de la política de desmantelamiento de las conquistas laborales y sociales logradas durante el pasado siglo, según la lógica de la competencia en el mercado capitalista global. Así, Varoufakis relata como Schäuble, el ministro de finanzas alemán, le explicaba «su teoría de que el ‘demasiado generoso’ modelo social europeo ya no es sustentable y tiene que ser descartado. Comparando los costos para Europa de mantener el estado de bienestar con la situación en lugares como India y China, donde no existe red de protección social alguna, argumentaba que Europa estaba perdiendo competitividad y se estancaría, a menos que las garantías sociales se redujeran significativamente.» (p. 211-12) Por eso no podía a permitirse que el gobierno de SYRIZA revirtiera las políticas de austeridad. Según Varoufakis, «era como si me estuviera diciendo que había que empezar en algún sitio y que ese sitio muy bien podía ser Grecia.» (p. 212)
Contra esa política de poco sirven los argumentos, como Varoufakis explica. Se trata de intereses que se impondrán, independientemente de cualquier argumento por razonable que sea. O, mejor dicho, no basta con los argumentos: hace falta un programa adecuado y la capacidad de movilización para impulsarlo contra la voluntad de la Troika, en este caso. De poco sirve tener la razón si no se le acompaña de la fuerza de una amplia movilización social. A falta de tal movilización un acuerdo adecuado será inalcanzable. Y si los objetivos de formulan como un programa similar al que diseñaría un «abogado de quiebras de Wall Street» entonces el problema es mayor. En ese sentido, hay que preguntarse si el programa y las iniciativas de Varoufakis fueron las más adecuadas para lograr sus objetivos.
Moderación y desarme
Sin duda hay que aplaudir el compromiso de Varoufakis con el rechazo a las políticas de austeridad y la exigencia de una renegociación de la deuda y la disposición, de ser necesario, al llamado Grexit. Igualmente admirable es su reconocimiento de que debió romper las negociaciones ante la mala fe demostrada el 23 de febrero. Pero hay buenas razones para plantear que tanto sus programas como sus acciones fueron, al menos, insuficientes. Podría decirse que la lógica que atribuye Tsripas, moderar las posiciones y acciones, pensando que esto logrará un acuerdo razonable, aplica igualmente a su perspectiva.
Como han señalado algunos de sus críticos, entre ellos Eric Toussaint, uno de los coordinadores del Comité Internacional Por la Anulación de las Deudas Ilegítimas (cadtm.org), hay que recordar que las propuestas de Varoufakis no correspondían al programa de SYRIZA, conocido como el programa de Tesalónica, anunciado en septiembre 2014 y con el cual el partido se presentó a las elecciones de 2015.
Ese programa incluía el remplazo del acuerdo existente con la Troika (el MoU) por un plan de reconstrucción nacional; el fin de las políticas de austeridad; la anulación de la mayor parte de la deuda; el fin de la política de privatización; un mayor control estatal de los bancos y la creación de un banco de desarrollo. Varoufakis rechazó este programa como irrealizable y exigió como condición para participar en el gobierno la adopción de sus propuestas, resumidas anteriormente. Pero el programa de Tesalónica era, a su vez, una revisión del programa de SYRIZA de 2012 que, además de lo indicado anteriormente, incluía la nacionalización de los bancos; la auditoría de la deuda; la suspensión de pagos hasta que se completara la auditoría y la reanudación de pagos de la parte no anulada de la deuda tan solo cuando la economía griega empezara a recuperarse. Según Toussaint, el abandono de la auditoría y de la suspensión de pagos probablemente obedeció también a la influencia de Varoufakis (la detallada serie de Toussaint sobre el libro de Varoufakis titulada «El relato de la crisis griega por Yanis Varoufakis: un relato que va en su contra» puede consultarse en http://www.cadtm.org/Propuestas-de-Varoufakis-que y partes subsiguientes en la misma página).
Así, el programa de Varoufakis de 2014-15 abandonaba la nacionalización de los bancos y el rechazo de la privatización y reducía los objetivos a un aplazamiento del pago, en lugar de una anulación de buena parte de la deuda. Renunciaba al objetivo de demostrar el carácter ilegítimo de buena parte de esa deuda a través de una auditoría y a la acción soberana de suspender los pagos hasta tanto se realizara. Se entablaba la pelea, pero se moderaba el programa y se renunciaba a la iniciativa. Además, proponía reducir los impuestos a las grandes empresas, aceptando la noción neoliberal de que aumentar las ganancias de las empresas estimula la inversión y el empleo. La apuesta era que este programa, combinado con el no cuestionamiento de la legitimidad de la deuda, debía ser recibido como razonable y realista por las instituciones europeas y permitiría llegar a un acuerdo con ellas.
Esa lógica también estaba detrás de la selección del equipo de Varoufakis y de las figuras cuyo consejo buscó durante sus meses como ministro de finanzas: abogados empresariales, antiguos funcionarios del Banco Mundial y del FMI, figuras de larga trayectoria en el mundo de las finanzas y la implantación de políticas neoliberales, como Jeffrey Sachs y Lawrence Summers. Con la ayuda y consejo de estos insiders se esperaba lograr un acuerdo aceptable para Grecia. Así, a lo largo de su relato, Varoufakis se refiere con desdén a la izquierda de SYRIZA y con gran aprecio la agudeza de sus consejeros provenientes o enganchados al establishment. No reconoce el hecho de que la experiencia demostró la justicia del análisis de izquierda de que, sin una lucha por deslegitimar la deuda, incluyendo la auditoría, sin acciones unilaterales y soberanas, como la suspensión de pagos y sin la movilización dentro y fuera de Grecia no se podría revertir las políticas de la Troika.
Diplomacia secreta
Por otro lado, Varoufakis tampoco reconoce el problema que plantea su apego a la diplomacia secreta, que es la otra cara de la poca importancia que dio a la presión que se podía generar con la movilización tanto en Grecia como en Europa: mientras las negociaciones iban de mal en peor, mientras los oficiales europeos y los ministros de finanzas se comportaban como bullies, rateros o estafadores, se ofrecía la imagen de que las conversaciones marchaban a buen paso y que un acuerdo estaba a la vista. El mismo Varoufakis comenta como algunas personas le preguntan por qué no denunció públicamente los manejos bajos, la duplicidad y los chantajes del Eurogrupo y la Troika a finales de febrero. Su respuesta: todavía no era el momento. El problema, como indica Eric Toussaint, es que el momento nunca llegó. Se siguió negociando y, más adelante, esperando por una rectificación de la política del gobierno, en secreto.
El problema de no contar con la gente con la cual se dice estar comprometido venía de antes. Luego de que Tsripas anunciara el programa de Tesalónica en septiembre de 2014, Varoufakis le expresó su rechazo y la imposibilidad de ser parte del gobierno en esas condiciones. La respuesta del grupo de Tsripas fue: el programa de Tesalónica es para agitar y para consumo público, en la práctica vamos a implantar el programa que has propuesto. Es decir, si bien Varoufakis critica correctamente como Tsripas dio la espalda a la promesa que había hecho al pueblo griego, es igualmente cierto que él había participado en la revisión del programa de SYRIZA a espaldas del partido y de los electores, es decir, sin que mediara ninguna discusión o participación democrática (pp. 90, 100-103).
¿Existía alternativa al acuerdo del 20 febrero? Según Toussaint existían condiciones para que en lugar del acuerdo se implantara otra orientación que podía incluir: rechazar el ultimátum de las instituciones europeas; anunciar la suspensión de los pagos de la deuda y dar paso a la auditoría; poner en función un sistema paralelo de pagos internos e implantar un control de los bancos y del movimiento de grandes sumas. Para tales medidas había apoyo de al menos un tercio de los miembros del parlamento de SYRIZA, de algunos ministros y viceministros del gobierno (integrantes de la plataforma de izquierda de SYRIZA). Sobre todo, había apoyo en la población: la popularidad del gobierno, como resultado de no ceder ante las imposiciones del Eurogrupo estaba en su punto más alto. Ese apoyo se mantendría hasta el final, como se demostraría en el referéndum del 5 de julio. Como parte de esas posibilidades, el parlamento, bajo la iniciativa de su presidenta, Zoe Konstantopolous, creó una comisión para la auditoría de la deuda (Comité para la verdad sobre la deuda griega. Su informe preliminar puede verse aquí: http://www.cadtm.org/Informe-preliminar-del-Comite-de). También existía un potencial extraordinario de movilización en solidaridad con Grecia en toda Europa, más aún si la convocatoria provenía del gobierno, o del mismo Varoufakis.
Pero Varoufakis, que había descartado esta perspectiva de acción soberana, auditoría y movilización desde 2014, la siguió rechazando incluso después del 23 de febrero. Aún después de proponer el impago al FMI a finales de marzo, continuó con la diplomacia secreta. Y la realidad es que sigue sin considerarla al evaluar la experiencia en 2017.
Aprovechar la experiencia
En resumen, hay que reconocer los méritos de Varoufakis en este proceso y en este texto. Entre esos méritos y aciertos están: el rechazo y la crítica de las destructivas políticas de austeridad; el reconocimiento de que se debió retirar de las conversaciones en febrero de 2105 y su mea culpa sobre este punto; su planteamiento a finales de marzo de que se debían suspender los pagos al FMI; su campaña a favor del NO en el referéndum del 5 de julio; su planteamiento de que se debió respetar la voluntad de resistencia expresada en ese referéndum, a pesar de todas las presiones y su repudio a la capitulación del Tsripas y su equipo. Sin embargo, no reconoce que su política había llegado a un impasse mucho antes de la capitulación Tsripas. Si bien reconoce su error al no romper las conversaciones a finales de febrero, no reconoce que eso requería retomar el programa de SYRIZA, que él había descartado.
La experiencia relatada por Varoufakis confirma la necesidad de un plan de acción que, adaptado a la realidad de cada país y situación, se fundamente y contenga los siguientes elementos generales:
-La comprensión de que la globalización neoliberal intenta barrer con las conquistas laborales y sociales que sean un obstáculo a las ganancias de las grandes empresas, siempre a nombre de la competitividad. De ahí sus políticas contributivas, fiscales, ambientales, etc.
-Ante eso, como bien plantea Varoufakis, hay que plantear la necesidad de elevar los estándares laborales más bajos, no reducir los más altos (p. 211).
-La deuda pública ha sido y sigue siendo un mecanismo fundamental para imponer estas políticas regresivas.
-Para imponerlas se usan a menudo organismos no electos que abiertamente contradicen cualquier idea de subordinación de las políticas económicas al control democrático.
-Ante eso es necesario rechazar las políticas de la austeridad a nombre de la justicia social, la eficacia económica, la democracia y la soberanía.
-La austeridad es injusta y contraproducente.
-Los gobiernos deben responder al bienestar de sus pueblos, no al FMI, la Organización Mundial del Comercio, o la Troika. Los pueblos no deben servir a las finanzas y los bancos; las finanzas y los bancos deber servir y responder a los pueblos.
-Hay que anular la parte de la deuda que sea odiosa, ilegal, inconstitucional, corrupta o ilegítima por alguna otra razón y que articular las otras razones (fuerza mayor, estado necesidad) que permitan anularla parcial o completamente.
-Para eso es necesaria la auditoría ciudadana de la deuda.
-Hay que estar dispuesto a suspender los pagos hasta tanto se complete esa auditoría.
-Se necesitan reformas contributivas progresivas.
-Hay que contar con la población: dándole ocasión para entender el origen de la deuda, la necesidad de enfrentar la austeridad. Hay que movilizarla de manera informada y en cada país hay que buscar la solidaridad en otros países.
Esto sirve para Grecia en su lucha con la Troika. Es también lo que hemos planteado, con variantes según ha evolucionado la situación, en el caso de Puerto Rico y su enfrentamiento con los acreedores, el Congreso y la Junta de Control Fiscal.
Pero no hay que perder de vista lo que Schäuble, el ministro alemán, le explicó a Varoufakis: la lógica de la competencia obliga a que Europa abandone sus conquistas sociales. Hay que reflexionar sobre esto. Es difícil pensar en un país en el mundo que, por su productividad, su desarrollo tecnológico y científico, tenga mayor capacidad que Alemania para proveer y garantizar la seguridad social y el bienestar a toda su población. Y aquí vemos a su ministro de finanzas advertir que las reglas del capitalismo le imponen abandonar lo alcanzado o renunciar a esa posibilidad. Como Schäuble no es capaz de pensar más allá del capitalismo, de este hecho no puede sacar otra conclusión que la inevitabilidad de esa regresión (que no sufrirá su clase sino la mayoría trabajadora y desposeída). Pero nosotros no tenemos que seguirlo por ese callejón sin salida. Si la competencia, como dice Schäuble, impone la regresión social, la conclusión que hay que sacar no es inevitabilidad de esa regresión, sino la urgencia de romper con las reglas del capitalismo. La lucha contra la austeridad, contra una deuda insostenible, por reformas contributivas progresivas, por la democracia ira cobrando más sentido y coherencia en la medida que vaya articulándose como parte de una perspectiva francamente anticapitalista. En las luchas inmediatas también tenemos que ir construyendo esa orientación más amplia.