Lucila y Rafael
Un siglo luego de que Rafael inmigrara a Nueva York me encontraba parado frente a la número 517 de la calle W 147 en Manhattan. Allí, en 1927, los recién casados Rafael y Lucila alquilaron un apartamento y un año más tarde Lucila daría luz a Norman, su único hijo y mi abuelo. Miraba el edificio donde nació mi abuelo y donde este pasó sus primeros años y meditaba sobre la historia de mi familia y la historia de mi Puerto Rico.
Más de un siglo antes de que el huracán María hiciera su entrada por el municipio de Yabucoa, la isla era, junto a Cuba, la última posesión española de Las Américas. Todo cambió en 1898 cuando fue invadida y conquistada por los Estados Unidos durante una guerra devastadora que incluyó el sitio de San Juan, y un bloqueo marítimo que dificultó la importación y exportación de bienes durante la mitad del año. Al concluir la guerra, Puerto Rico fue anexado el primero de enero de 1899. Durante ese primer año de dominio estadounidense sobre Puerto Rico, Rafael tenía a penas un año y vivía con su familia en una hacienda en el municipio de Adjuntas, en el centro de la isla. Adjuntas fue previo a la invasión, el corazón de la producción cafetalera, el principal componente de la economía puertorriqueña. Lucila aún no había nacido pero su familia vivía en Guayama, en la costa sureste de la isla, donde la familia también era dueña de una hacienda.
Una mañana de agosto los vientos del huracán San Ciriaco comenzaron a sentirse en Guayama, pronto acapararían Adjuntas y eventualmente arroparon toda la isla, devastándola. Un huracán categoría cuatro y de intensidad similar a la de María, en 2017, San Ciriaco arrasó Puerto Rico y destruyó sus cosechas.
Las comunicaciones fueron destruidas, cientos de miles perdieron sus hogares, la comida escaseó, las fincas y haciendas lo perdieron todo. Al final murieron más de tres mil puertorriqueños y cientos de miles quedaron desplazados. Puerto Rico era pobre y San Ciriaco lo dejó en la miseria. En la crisis que siguió el huracán el gobierno estadounidense aprovechó el momento para establecer su dominio sobre el archipiélago puertorriqueño y la supremacía de los intereses de las corporaciones estadounidenses sobre el bienestar de una población nativa en crisis.
Las similitudes de San Ciriaco con María son impresionantes. San Ciriaco llegó en el momento en que el gobierno militar estadounidense comenzaba a acomodarse tras privar a los puertorriqueños del limitado autogobierno que gozó durante sus últimos años bajo la corona española. María llegó en el momento en que una junta de control impuesta por el Congreso de los Estados Unidos le quitó a los puertorriqueños una porción significativa de su derecho a autogobernarse a través de una ley federal conocida como PROMESA. San Ciriaco ocurrió en un momento en el cual el Congreso debatía cómo explotar su nueva colonia, María ocurre mientras el Congreso explora nuevas maneras de explotarla. En la secuela de San Ciriaco, Puerto Rico era apenas una adquisición muy reciente de los Estados Unidos con la cual el Congreso necesitaba tomar la decisión de qué hacer. Con la isla devastada vieron y aprovecharon la oportunidad para beneficiar los intereses de las empresas estadounidenses a costa de la gente de su nueva posesión y se impusieron como el imperio al cual la isla estaría subyugada. En la secuela de María el Comité de Recursos Naturales de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos discute y busca adquirir la oportunidad para beneficiar los intereses de donantes cercanos y aliados de la élite política estadounidense.
Se aprobó ayuda limitada para las víctimas de San Ciriaco, pues se encontraron muchísimos problemas para llegar a las personas afectadas debido a la falta de planificación e ignorancia del recién instalado gobierno militar estadounidense. Mientras los puertorriqueños luchaban por su supervivencia el Congreso comenzó a legislar sobre Puerto Rico, pero en lugar de aprobar ayudas comenzó suspendiendo los créditos agrarios, resultando en un golpe mortal para los agricultores, quienes lo habían perdido todo. Finalmente, el Congreso también aprobó la Ley Foraker, la cual además de establecer un gobierno civil impuso aranceles sobre importaciones y devaluó la moneda española, que aún circulaba durante este periodo transitorio, al punto que la mayoría de los puertorriqueños perdieron el 40% de sus riquezas de un día a otro. Estas medidas terminaron de destruir las esperanzas de recuperación de los agricultores y empobreció aún más la gente.
Ciento dieciocho años más tarde encontramos a Puerto Rico en un estado similar. Una junta de control impuesta para servir los intereses de inversionistas estadounidenses, con la cooperación del gobierno local, cierra escuelas, recorta derechos laborales, amenaza con despidos, insiste en recortar pensiones, aumenta la matrícula de universidades públicas y analiza muchas otras medidas (incluidas bajar el salario mínimo) que empobrecerán más la gente para asegurar el cheque de los inversionistas estadounidenses.
La Hacienda Olimpia, donde Rafael nació y vivió sus primeros años, fue permutada por su familia por una casa en Arecibo, en la costa norte, durante la década de 1910. La muerte de su padre y los retos que encararon él y muchas otras familias tras San Ciriaco dificultó continuar operando las haciendas. Amelia, su madre, optó entonces por mudarse a una ciudad para criar a Rafael y sus hermanos, dejando atrás aquel pueblo cafetalero que vio nacer y morir la estirpe de Rafael. Desesperados por dinero, muchas otras familias optaron por vender sus fincas y terrenos a precios muy por debajo de su valor, entregar sus terrenos a bancos estadounidenses, o hipotecar a una tasas de interés que desembocaría en la quiebra y embargo. Las familias como las de Rafael enfrentaron dificultades extraordinarias para levantarse tras San Ciriaco ya que nunca hubo ayudas disponibles para los agricultores y las intenciones del nuevo régimen colonial estaban encontradas con las necesidades de los puertorriqueños.
Gran parte de estos terrenos terminaron en manos de corporaciones estadounidenses que no titubearon para aprovecharse del desastre. Estas corporaciones comenzaron a dar prioridad a la producción de azúcar, restando importancia a la producción de café, que había sido tan importante para Puerto Rico, y casi eliminando la producción de alimentos para consumo local (esto incrementó la dependencia de Puerto Rico de importaciones de los Estados Unidos). Es una historia similar al Puerto Rico pos-María donde personas que han hecho millones a través de las criptomonedas han comenzado a comprar propiedades para convertir a Puerto Rico en su patio de recreo, mientras desplazan familias y comunidades, y los especuladores merodean buscando terrenos para comprar barato y desarrollar mientras esperan que el gobierno ponga el anuncio de ‘se vende’.
Lucila nació en 1907 en lo que había sido una familia adinerada que durante el siglo XVIII operó una hacienda azucarera en Guayama. A pesar de que la Hacienda Adela ya no estaba en la familia, su padre trabajaba en una central azucarera en una posición gerencial. Cincuenta millas al noroeste, Rafael pasó su adolescencia junto a su madre y hermanos en Arecibo. La familia de Rafael dependió de los ahorros que tenía para mantener la familia. Con una parte enorme de la tierra en manos de corporaciones estadounidenses muchos trabajadores permanecieron ganando salarios bajos mientras el capital producido salía de la isla. Puerto Rico estaba siendo saqueado a la misma vez que una generación era condenada a la pobreza, ya que solo había disponibles empleos con salarios bajos y el desempleo se mantenía elevado. Otras corporaciones aprovecharon el momento para reclutar mano de obra barata para trabajar fuera de Puerto Rico, siendo Hawái uno de estos destinos.
Estas empresas también confiarían las posiciones gerenciales a estadounidenses, desplazando así los locales. La situación laboral de la isla provocó que muchas familias se mudaran a ciudades costales, dejando atrás las comunidades donde las familias llevaban generaciones. El papá de Lucila, Eleuterio, fue uno de los que terminó desplazado y sin trabajo durante esta década tras enfermarse. Aún una niña, Lucila y su familia se mudaron a una hospedería en el Viejo San Juan y residieron allí por un tiempo. En dado momento la familia dependió de Julio, el hermano mayor de Lucila, quien como adolescente trabajó en una central de San Juan ya que Eleuterio no podía conseguir trabajo.
Las expectativas para los que permanecían en la isla eran tétricas pero cambiaron en 1917.
Poco antes de la entrada de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial la ciudadanía fue otorgada a los puertorriqueños, facilitando su movimiento dentro de los Estados Unidos. Durante los dieciocho años previos a la concesión, los puertorriqueños eran nacionales no-ciudadanos de los Estados Unidos como resultado de una serie de decisiones racistas por el Tribunal Supremo que facilitaron el discrimen contra los puertorriqueños y filipinos en su trato por parte del Congreso (estas decisiones aún están en pie). Rafael y muchos otros embarcaron casi inmediatamente a buscar, en lugares como Nueva York, las oportunidades que no podían encontrar en Puerto Rico. Según se mudaban a Estados Unidos, sus familias le seguían. Lucila se mudó con su hermana Celeste cuatro meses luego de ella y sus padres les seguirían otros cuatro meses más tarde en Manhattan. Para el final del año casi toda la familia inmediata de Lucila se había mudado de San Juan a Ciudad de Nueva York.
Antes de la llegada de María, Puerto Rico había sufrido una reducción poblacional con medio millón de puertorriqueños (incluyéndome) mudándose a Estados Unidos durante la última década, mayormente a Orlando, Florida. María acelero la migración con un cuarto de millón de personas mudándose en un par de meses.
Fue difícil para la generación que vivió San Ciriaco el mudarse a los Estados Unidos tras el desastre, pero las políticas coloniales y la explotación del desastre por los intereses estadounidenses prepararon el momento para que la generación de Rafael y Lucila abandonaran su patria. En la secuela de María las restricciones del dominio colonial y la falta de oportunidades tras una década de depresión económica empujó a que decenas de miles migraran a buscar trabajos es Estados Unidos a unos días de la reapertura del aeropuerto internacional.
El proceso de partir de tu patria no es fácil. Dejar tus raíces, tu gente y tu familia por lo desconocido y extraño es más fácil dicho que vivido. Es cada día más doloroso cuando las noticias que salen de la isla rara vez son positivas. Para muchos de nosotros queda una sed de hacer algo por la isla y la esperanza de poder regresar no para de crecer. Le sigue una frustración al ver la isla abatida por nuevas medidas de austeridad impuestas por la regente junta de control y la economía continúa contrayéndose. El panorama de un regreso se achica aún más con una clase dominante que se asegura de que las pocas oportunidades que sobreviven en la isla sean retenidas por su sangre mientras el gobierno del cual son parte vende la isla pedazo por pedazo al postor que mejor esté conectado a ellos. Las medidas de austeridad privan aún más a la isla de crecimiento y empujan a más a tomar el vuelo a los Estados Unidos.
Tal como el Congreso en 1900 trabajó para asegurarse que la tierra terminaría en las manos de empresas estadounidenses para la explotación de Puerto Rico, el Congreso en 2018 mira a la privatización de las utilidades para asegurarse que terminará en manos de donantes de quienes ostentan el poder en Washington. El capitalismo del desastre –la explotación de desastres naturales para ganancias económicas– fue el plato del día no solo en 1899 y 2017, sino que también en 1928 tras el Huracán San Felipe y 1932 tras el Huracán San Ciprián. En resumidas cuentas, la historia de Puerto Rico bajo el dominio estadounidense ha sido la historia de explotación por los intereses estadounidenses en la secuela del desastre.
Por generaciones la subyugación colonial y explotación de Puerto Rico nos ha separado de nuestra tierra y raíces; pero a pesar de eso la esperanza del regreso siempre persiste.
Un día más tarde estoy parado frente a un edificio en medio de lo que hoy es una población judía hasídica en Williamsburg, Brooklyn. Un edificio moderno con unas letras en hebreo ocupa donde algún día estuvo la 144 de la calle Wallabout, la cual según un viejo listado de pasajeros de 1925 dice es el lugar a donde fueron a vivir Celeste y Lucila a su llegada a Estados Unidos. Parecido a su historia, mi hermano se mudó conmigo tras el paso de María con la esperanza de encontrar en Estados Unidos las oportunidades que no encontraba en Puerto Rico y que desaparecieron con el paso de María.
Celeste y Lucila en 1925 y Norman y yo noventa años más tarde, junto a millones de otros puertorriqueños durante el siglo posterior a San Ciriaco salimos con la esperanza de regresar. Nuestra historia musical está colmada de letras melancólicas expresando esa esperanza de un regreso. Verde Luz pronuncia que “quiero volver, ¡quiero volver!”, En Mi Viejo San Juan lamenta no poder volver “al San Juan que yo ame, pedacito de patria”.
Rafael logró volver a Puerto Rico y se convirtió en un exitoso y reconocido periodista, muriendo en San Juan en la década del sesenta. Lucila por su parte murió de tuberculosis en Manhattan en 1931 sin nunca volver a pisar Puerto Rico.
Según camino unos bloques hacia el subway para dirigirme al Aeropuerto de LaGuardia a tomar mi vuelo medito sobre nuestro pasado y futuro, sobre la historia de mi familia y de mi gente. De los que corrieron la suerte de Rafael y lograron volver. De los que corrieron la de Lucila y nunca pudieron. De los miles de nosotros que hemos sido separados de nuestra familia y nuestra patria. De aquellos en mi generación que correrán el destino de Rafael y los que correrán el de Lucila.