Marlowe
<dropcap>L</dropcap>a última vez que vi a Marlowe, el personaje estaba ensayando una de las miradas turbias y de mariguana de Robert Mitchum en una nueva versión (1978) de The Big Sleep (1946). Como tal vez recuerdan, Marlowe, detective privado, fue empleado para resolver un caso de chantaje, pero también para encontrar a alguien desaparecido. Eran cosas que hacía con frecuencia y que a veces lo dejaban moralmente exhausto. Eso porque la ética de los involucrados en las circunstancias era, digamos, cuestionable.
Amante como soy de todo lo que tiene que ver con detectives, en particular los que poblaron los filme noir de los ’40 y ’50 del siglo pasado, le he seguido la pista con detenimiento y lo conozco bien en todas sus manifestaciones, incluyendo la TV (hasta japones ha sido). De modo que un afiche en el estilo del neo-noir que muestra al detective con la posibilidad, no de una, sino de dos femme-fatales me sirvió de imán para llegar a la sala de cine. Ayudó también que el director es el irlandés Neil Jordan, quien obtuvo un merecido Oscar por The Crying Game (1995).
La película no está basada en un libro del creador de Marlowe, Raymond Chandler, sino en la novela The Black-Eyed Blonde de Benjamin Black, tal vez por eso y el guion, al que contribuyó Jordan, la cinta no alcanza los niveles que pudo haber logrado. Aunque la idea de tener un Marlowe más maduro fue buena (en un momento de acción dice: “Me estoy poniendo muy viejo para esto.”), le falta tensión al misterio. El enigma no es tan difícil como lo fue, digamos, en el The Big Sleep original (los guionistas no lo podían descifrar y llamaron a Chandler para que les ayudara; ¡tampoco pudo! De todos modos, la trama no es tan tonta como para no hacer pensar. En general, la historia se mantiene y, como siempre, Liam Neeson es un protagonistas convincente; la excelencia de la cinematografía de Xavi Giménez se revela en los contrastes de foco y que la cinta destella con una luz solar deslumbrante y los colores de la naturaleza. (Parte de la cinta se filmó en Barcelona.)
Sorprende ese giro porque Marlowe es personaje de Los Ángeles y aunque es posible darle color a esa ciudad (como en la gran Chinatown (1974), la historia que nos ocupa es lo suficientemente tenebrosa como para dotarla en algunas escenas de sombras, grises y otros tonos oscuros. Sin embargo, los rojos y amarillos, y el blanco satinado ayudan a darle realce a las dos mujeres en la película.
La primera Clare Cavendish (Diane Krueger) contrata al detective para que encuentre a un amante desaparecido, Nico Peterson (François Arnaud) un actor de pacotilla de Hollywood. El asunto se complica cuando Dorothy (Jessica Lange) la madre de Clare le pide lo mismo. Las investigaciones iniciales sugieren que el tipo murió en accidente cerca de un club de miembros de élite dirigido por el elegante matón Floyd Hanson (Danny Huston). Marlowe no está dispuesto a aceptar esa explicación y según se lanza a una investigación más profunda se percata de que en el centro del laberinto hay, como es usual en estos casos, dinero. Otros que complican esta investigación incluyen al gánster lascivo Lou Hendricks (Alan Cumming), y su chófer ambiguamente leal Cedric (Adewale Akinnuoye-Agbaje), quien sorprende.
Las dos mujeres rinden buenas actuaciones, pero me pareció mal desarrollado el papel de Krueger, un fallo del guion no de ella. Con la gran contribución de Jessica Lange, que se goza su breve papel como una antigua estrella de cine rica y malvada, todos en Marlowe producen buen resultado. Al fin y al cabo, Jordan hace de Marlowe un filme de los B de la época de oro del cine hollywoodiense, pero en general, sin embargo, se trata de un drama policíaco entretenido.