Minari: emigración
Lee Isaac Chung, quien escribió el guion y dirigió el filme, deja que vayamos conociendo la familia poco a poco y así dejándonos entrar en algunos de sus secretos y debilidades y cómo han luchado tratando de integrarse a la vida americana. Es 1983, la guerra fría está aún en su apogeo, y mantener la relación con los países del Oriente es una prioridad, pero Chung no indaga en eso, sino que mantiene su atención en la pareja, que tiene una hija y un hijo. Es lo mejor que hace porque David (Alan Kim), de ocho o nueve años es adorable e inteligente. Sobre él descansa mucho del filme y, en parte, determina la aparición de la abuela Soon-ja (Youn Yuh-jung), a quien traen de Corea para poder cuidar de los niños mientras los padres trabajan. La relación que se desarrolla entre ella y David es cómica y tierna, y le da al espectador un respiro de las cosas que ha visto antes en historias parecidas.
Chung guarda lo mejor para ese par formado por la abuela y el nieto. Son ellos los que siembran las semillas del minari (que se conoce como perejil japonés o apio de agua) en un lugar escogido por ella. Como es de esperarse, en el éxito de la cosecha de minari, hay una nota de optimismo.
El filme toca temas sensibles que presenta con delicadeza. La respuesta de la parroquia a la presencia de la familia extranjera es tratada sin crear un tema de repudio tratando de buscar asuntos alternos. Los niños comparten con otros sin que tampoco se recurra a dramatismos innecesarios y choques culturales que serían obvios. Hay una exploración interesante, de soslayo y discreta, del fanatismo religioso en el llamado “Cinturón de la Biblia” que incluye a Arkansas. No solo hay exorcismo, sino la penitencia de “cargar la cruz a cuestas”. Chung introduce el tema y, simultáneamente, que la juventud se mofa de estas prácticas, tal vez para enfatizar que los fanatismos religiosos han ido dando paso al muy secular fanatismo político con vetas de lo religioso. ¿No es eso el culto del trumpismo y QAnon?
Esta es la última de las nominadas para el Oscar como mejor película del año que he visto. Ya comentaré en otro lugar sobre “The Sound of Metal”. Es una buena película, cómica y enternecedora, bien escrita, dirigida y actuada. Me parece, sin embrago que junto a otras en la lista es más bien un intento de cumplir con la “corrección política” e “inclusión” que a veces minimiza en vez de ensalzar. Sí, este año hay de todo un poco y una variedad de razas y colores en la lista. Por supuesto que eso es bueno, pero al alargar el número de candidatas a mejor película, eso fuerza a incluir algunas buenas que no dan el grado (no es el caso de esta, que es estupenda) y pueden alterar el balance de los votos de los miembros de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas. Es como si fueran cinco en vez de dos los candidatos a la presidencia, y eso disminuyera los votos que reciben los dos más fuertes. Desde antes que esto ocurriera he creído que, por lo menos para mí, los Oscar solo valen algo cuando se lo ganan los que se lo merece en vez de cuando algún otro elemento entra a manipular el voto. En 1999, ¿Roberto Benigni sobre Nick Nolte como mejor actor? Lo dudo, y lo dudó tanto el italiano que hizo payasadas para disimular su vergüenza. ¿El Secreto de sus ojos como mejor película extranjera sobre The White Ribbon?: absurdo.
Lo que resta es ver el resultado cuando entreguen los premios en dos semanas. Mientras tanto, vean las películas y den sus propios premios.