Palimpsesto total
Lo que más me inquietó de la reveladora y tristemente profética novela «1984», que George Orwell escribió entre 1947 y 1948, la primera vez que la leí en mi adolescencia, allá por 1990, fue descubrir la palabra palimpsesto, que desde entonces identifiqué con la verdadera maldad, con el principal enemigo de la humanidad.
Nunca me habría imaginado que Bruce Willis, que por aquella época estrenaba «Die Hard 2» («La jungla II: Alerta roja», en España; o «Duro de matar II», en gran parte de Latinoamérica), se convertiría dos décadas después, en la vida real, en inconsciente adalid (voz derivada de la árabe delid, que significa mostrador en el sentido olímpico de abanderado: va delante mostrando el camino para enfrentar al enemigo) contra el inminente palimpsesto total.
Pero vayamos paso a paso, que nadie se confunda, que por muy fastidioso que resulte que un insecto se ahogue en un palo (trago, copa) servido, esta contrariedad no tiene nada que ver con la palabra palimpsesto, que sí que es algo serio.
Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, la palabra palimpsesto viene del latín palimpsestus, que procede del griego παλίμψηστος, aunque esta voz solo la entienda un griego culto o un doctor en lenguas muertas. La primera acepción se refiere a un “manuscrito antiguo que conserva huellas de una escritura anterior borrada artificialmente”; y en una segunda, a una “tablilla antigua en la que se podía borrar lo escrito para volver a escribir”. No hay que confundir “tablilla” con “tableta”, aunque sorprendan las coincidencias a lo largo de este escrito (si no me lo borran).
En “1984”, el estado totalitario que todo lo ve y todo lo controla, y que padece el londinense protagonista de la novela y sus contemporáneos en esa sociedad que cada día parece menos ficticia, ha eliminado los medios plurales de comunicación.
El control de la información es tal que consigue modificar al momento, según el interés, la historia registrada. Lo que pasó ayer será mañana lo que hoy le interese al Gran Hermano. Ayer se informó que se declaró la paz, pero hoy se sigue en guerra. No se desmiente que la información de ayer fuera errada. Simplemente, se obvia la realidad reescribiendo los libros y todos los documentos de ayer donde aparecía la paz y hoy sigue la guerra sin desmentidos. Ese palimpsesto, aunque inquietante, parecía imposible de ser ejecutado en la práctica… hasta que llegó la era digital. Pero pisemos el freno de nuevo, que nos perdemos con el acelere.
Escudriñando en libros de historia y otras novelas aún no incineradas por las corporaciones multinazionales (con zeta neoliberal) y en blogs todavía activos y accesibles en internet, descubrí que en la Edad Media, donde solo se sabía de letras en los monasterios (solo los monjes estaban conectados), a menudo por falta de papel o donde escribir, más bien copiar, las nuevas obras del conocimiento, se borraban (raspaban) los pergaminos antiguos para reescribir sobre ellos. Otras veces no se borraban para sobrescribir por este motivo tan prosaico, sino por intereses político-religiosos, como es el caso Aristóteles, que por poco desaparece de la historia porque los cristianos medievales preferían a Platón el evangelista.
Al Estagirita no lo habría incluido el noruego Jostein Gaarder en “El mundo de Sofía” (1991), si no fuera porque los cultos árabes del Al-Andalus no hubieran protegido en Córdoba y Granada el legado aristotélico del mal de los palimpsestos.
Antes de hablar de Bruce Willis, volvamos un momento a “1984”, donde el palimpsesto total se expone sutilmente a través de diferentes y complejas manifestaciones.
Uno de los personajes de la novela, Syme, dice al protagonista, Winston Smith: “La destrucción de las palabras es algo de gran hermosura”.
Syme habla de la “neolengua”, que prescindirá de miles de palabras, empezando por los verbos, porque alega son innecesarias y llevan al “crimen de pensamiento”.
Así, desaparecería la palabra malo porque se puede decir “nobueno”, del mismo modo que excelente o espléndido porque se puede expresar “plusbueno” y “dobleplusbueno”, por ejemplo.
“¿No ves que la finalidad de la neolengua es limitar el alcance del pensamiento, estrechar el radio de acción de la mente? Al final, acabamos haciendo imposible todo crimen del pensamiento. […] Cada año habrá menos palabras y el radio de acción de la conciencia será cada vez más pequeño”, dice Syme en mis peores pesadillas.
“Todo el clima del pensamiento será distinto. En realidad, no habrá pensamiento en el sentido en que ahora lo entendemos. La ortodoxia significa no pensar, no necesitar el pensamiento. Nuestra ortodoxia es la inconsciencia”, ¡ah!. Ya es hora de Bruce Willis, ya mismo aparece.
Y es que las nuevas tecnologías y su mundo digital están haciendo posible que la historia, como la conocemos, con sus virtudes académicas y defectos de vencedora guillá, pueda desaparecer con un clic. Harán falta miles de millones de hogueras fundamentalistas para hacer desaparecer de la faz de la tierra la huella del conocimiento humano impresa en libros de papel, pero todo lo que se produzca en formato digital se podrá borrar apretando un botón virtual. La mayor parte de la producción intelectual del Siglo XXI podría quedar suspendida en una nube etérea inaccesible para el común de los mortales y desintegrarse con un soplo.
Todo lo anterior me viene a la cabeza cuando leo en El País el 10 de septiembre de 2012 que “Apple y Amazon no permiten legar las canciones y libros adquiridos por sus clientes”.
En el titular ya veo un palimpsesto disfrazado de conflicto mercantil. En el texto se explica que los leviatanes Apple y Amazon no permiten a los compradores de músicas y libros digitales legar a nadie esos productos porque según la letra pequeña, cuando alguien cree que compra un canción en iTunes o un libro para Kindle, lo único que ha adquirido es el derecho de uso personal mientras viva.
El Sunday Times informó, según publica El País, que el actor Bruce Willis pensaba demandar al monstruo de la manzana porque se había gastado una fortuna en música adquirida en iTunes y deseaba que sus tres hijas pudieran heredarla cuando él muriera. Lo siento papi, tu discoteca se quedará en una nube cuando vayas al cielo, al infierno o te reencarnes en una actriz porno.
Pero más estremecedor que curioso es el hecho que recuerda Daniel Verdú, en su artículo de El País, de que en junio de 2009, Amazon vendió por error, de una editorial que no tenía los derechos para la venta en EEUU, de una edición de “1984”, precisamente, y de otra de “Rebelión en la Granja”, también de Orwell.
Entonces, “Amazon entró en los dispositivos de sus clientes, borró los libros que no debía haber vendido y les devolvió el dinero. Rápido y aséptico como un asalto nocturno”, escribe Verdú.
“Como si la editorial entrase en casa mientras dormimos, revolviese en nuestra biblioteca y dejase un cheque sobre la mesa”, había informado The New York Times.
Aunque a mí no me preocupa tanto el derecho a que se pueda legar o no las canciones y libros de una vida como la posibilidad de que se borre todo, todo, no solo lo que compró Bruce Willis, sino lo que produjeron todos los artistas y pensadores de nuestra época, con un clic.
Y ahora supongo que no me queda otra que cavilar para la próxima sobre el Leviatán de Job, pero sobretodo el de Hobbes haciendo un pulso con el buen salvaje de Russeau, y ya veremos si mencionamos a Paul Auster.