Papi: como un abrazo en suspenso
Mi papa murió hace poco más de diez años, cuando yo apenas cumplía 16. Recuerdo perfectamente el día: yo estaba en terer año de escuela superior y era mi día de matrícula – 9 de enero de 2001. Mi tía Anabel llamó a mi mamá al trabajo, pero me la pasaron a mi y me lo dijo así, dura, por teléfono. Luego yo le conté a mi mamá, lloramos, fui a hacer mi matrícula y ya todo el mundo sabía porque lo habían anunciado por la radio. Yo lo había visitado la noche anterior en intensivo y ya él estaba fuera de sí, hacía movimientos involuntarios y era difícil pensar que esa persona supiera ya quién yo era. Durante los meses de su enfermedad, aunque me quisieron ocultar cosas, supe lo grave que estaba, y que su muerte era inminente. Por eso mismo pude manejar su muerte bastante bien. Creo que yo, al igual que él, hicimos las pases necesarias para dejarlo ir. Poco tiempo después, me pidieron que hablara sobre él en una feria del libro que le dedicaron en San Juan y escribí sobre el momento en que me enteré del diagnóstico de cáncer que lo mató en tres meses y el poema que me escribió ese mismo día. Sobre todo, escribí pensando en que ya yo no le daría más poemas, esa manera que él tenía de darme amor, pero que ahora él me daba inspiración a mí.
Reproduzco su poema “Marina para siempre”:
Marina es la melodía sigilosa
que me llegó una noche frente al mar
desde la caracola de su nombre
Marina es el poder que hace
de una mañana amarga en verso útil
de mi cojera un recio juramento de pobre
y de esas madrugadas inmensas del insomnio
hace del arte un claro de diamantes
para aplastar el miedo
Marina es la alegría de saberme en su sangre:
alta limpia perpetua
Un tiempo más tarde entré en la Universidad, y luego de estudiar brevemente ciencias políticas, me decidí por historia del arte, buscando una manera de pensar nuestra historia, igualmente personal y nacional, a través de la creatividad de los artistas. Papi me dejó más que sus poemas y canciones; más que sus dibujos, tarjetas, apodos y todas las visitas que hicimos al cine. Comencé a conocer a mi papá investigando en la Colección Puertorriqueña de la Biblioteca Lázaro en la UPR, buscando artículos viejos de Claridad, por comentarios casuales de amigos a quienes luego trataba de interrogar. Otras cosas las fui conociendo por mi mamá, paulatinamente. Hay cosas que no prescriben, siempre me dicen.
Además de sentirlo como padre, lo tengo que pensar como objeto de investigación. Con apoyo de mi mamá, empezamos a organizar, en su cumpleaños, una lectura de poesía en el Viejo San Juan. Después, al irme a hacer un posgrado en Chile y luego Argentina, continué transcribiendo poemas y buscando recursos, hasta hacerle una página web – www.edwinreyes.info – que contiene información biográfica, bibliografía, poemas, audio, información de sus proyectos cinematográficos y su carpeta política.
También, hace ya unos años que su colección se encuentra en catalogación en la Colección Puertorriqueña y poco a poco se hará completamente disponible para que se pueda estudiar mejor su obra. A pesar de esto, aún me quedan muchas incógnitas de qué ha pasado con el material que dejó mi papá; trabajos de los que habló en entrevistas antes de morir, como una novela y un poemario, ni siquiera figuran entre lo entregado a la UPR. ¿Qué ha pasado con eso? Espero que el hacer esos materiales disponibles invite a nuevas lecturas sobre su trabajo poético y político.
Es una lástima que mi papá nunca me llegó a conocer como una persona adulta. Después de muerto me enteré de muchas cosas que nunca quiso o, mejor dicho, no supo compartir conmigo por temor a afectar a quien aún veía como una niña. Soy hija del divorcio, así que siempre viví más con mi mamá, le tenía más confianza y también conflictos. A él nunca me atreví a decirle que dejara de beber, o las cosas que me daban miedo. Nunca le exigí que fuera más padre y menos poeta. Nunca le dije que cuidarse el cuerpo también es hacer patria, para vivir y luchar más. Definitivamente, le hubiera dicho que nos reuniera a todos los hermanos, o que no tuviera miedo de presentarme a su nueva novia, Yvette.
Creo que lo peor de la muerte es la gente que queda viva, los rencores que no sanan, las cosas que hace brotar en la gente y los asuntos que se quedan sin resolver. Eso, más que la muerte de mi papá, es lo que ha dolido todos estos años. Mis relaciones familiares, nunca las más estables ni normales, jamás volvieron a ser las mismas. Mi familia es mi madre, Gache y mi mejor amigo, Miguel. Siempre hay gente que voy conociendo y pienso que me hubiera encantado que conocieran a papi; siempre hay momentos en que alguien me hace caminar por el lado de adentro de la acera y me recuerda cómo él me protegía cuando caminábamos por el Viejo San Juan. Recuerdo inventarme canciones para él, o cuando se puso a discutir con un taxista y nos bajamos del carro, las batidas de guineo en el Patio de Sam, los restaurantes de los domingos, la obsesión con la oveja Dolly y Stephen Hawking. También recuerdo las tardes de sábado que nos pasábamos en La Bombonera, las notas que dejaba en mi cuarto mientras dormía, pero ahora no sólo pienso en eso. Ahora también lo conozco por el «Gobierno Araña», por «Aviso a Idalia», «Clave para un epitafio», «Cosas del oficio», «Los barcos», o «El tigre en su balcón». Hay poemas que me gustan tanto precisamente porque tienen un código muy personal que entiendo y me siento privilegiada de conocerlo. Lo admiro por haber sido también un luchador que pensaba en cómo “convertir un verso en bala sin dejar de ser verso”.
Hay mucho que me hubiera gustado preguntarle y conocer sobre él, sobre su participación en eventos que son relevantes a nuestro país e incluso a mis propias investigaciones de historia del arte. La generación de mis padres, especialmente los lectores de este periódico, le debe mucho a sus hijos y a la historia de este país. Sé que con cada cosa que hago, lo pienso a él y a mi mamá, y tengo siempre muy claro, no la carga, sino el gusto de continuar trabajando en el campo del arte al que ellos también supieron pertenecer. Así, todo con mi papá se quedó “como un abrazo en suspenso / como un poema que se nos quedó por leer.”
En ese último cumpleaños que pasé con él en el hospital, papi me regaló unos libros y me los dio con una tarjeta en la que escribió el mejor consejo que me pudo haber dado: “Crece y ama con pasión y lucidez, ese insólito equilibrio”. Yo le añado algo más: amar y hacer, todo junto.
*La autora es hija de Edwin Reyes y Gache Franco, vive y trabaja en Buenos Aires, Argentina. Es curadora, escritora de arte, y dirige La Ene (Nuevo Museo Energía de Arte Contemporáneo). Una versión fue publicada antes en Claridad.