Para que llegue la palabra
Preámbulo: En mi columna anterior discutí «La herramienta transfronteriza para inmigrantes» la cual utiliza teléfonos celulares, programación y redes móviles para orientar a inmigrantes cruzando la frontera entre México y los Estados Unidos. Sabiendo que estas tecnologías pueden fallar, también utiliza la poesía como tecnología para que los usuarios recuerden información valiosa para navegar y sobrevivir en el desierto. Antes de continuar mi exploración de cómo la literatura electrónica potencia la desobediencia civil, hago un breve interludio acerca de cómo las tecnologías fallan ante un desastre natural y el rol de la palabra– verbal, escrita, impresa y digital– en estos contextos.
El paso del huracán María por Puerto Rico y el colapso de nuestras redes de energía y comunicaciones nos lleva a reflexionar acerca de las distintas tecnologías que utilizamos para diseminar la voz y la palabra, notando las virtudes y limitaciones de las mismas. Cuando fallan las redes de comunicaciones, los servicios eléctricos, el agua y hasta las vías de transporte nos damos cuenta de la cantidad de soportes necesarios para que la palabra humana llegue a nosotros o a otras personas.
La comunicación oral fue la primera red de comunicaciones en reestablecerse tras el huracán, cuando salimos a la calle a ver los daños, abrir caminos e intercambiar información con quienes nos encontramos de paso. Estas redes de información fueron creándose localmente, llevando noticias y rumores hacia los centros comunitarios y urbanos. Tan básica como parece ser, el depender brevemente de la comunicación oral es un recordatorio de los tiempos de la oralidad –o sea, cuando la habilidad de leer y escribir no era común y todo el conocimiento tenía que ser almacenado en la memoria de un pueblo– y las tecnologías que requiere.
Según descrito por Walter J. Ong en su libro Orality and Literacy, la palabra tornada poesía facilita su transmisión oral y su almacenamiento en mentes humanas –la primera tecnología de la palabra. Los refranes, los coros de las canciones y géneros poético-musicales como la trova, el soneo y el rap, son elementos de cultura oral que se mantienen vivos en nuestra cultura y comunican sabiduría, vivencias y valores sociales. Estas tecnologías de memoria son utilizadas poderosamente en las campañas políticas y publicitarias, grabándose en las mentes de las personas (aunque no lo deseen recordar) y surgiendo casi subliminalmente al momento de tomar una decisión.
A partir del siglo XX se desarrollaron tecnologías electrónicas que permitieron grabar y transmitir la voz e imagen humana a grandes distancias –el teléfono, la radio, la televisión, la internet y hasta vehículos con bocinas o autoparlantes– llevándonos a una era de oralidad secundaria. Uno de los primeros medios de comunicación en recuperarse al pasar el Huracán María, la radio, combinada con la telefonía análoga y digital, amplía las redes de comunicación local para tener alcance regional conectando y diseminando además con información que llega de lejos. La televisión comunica poderosas imágenes y video a nivel nacional, diseminando además noticias que llegan de los Estados Unidos y el resto del mundo.
La escritura nos permite comunicarnos a distancia y fue desarrollada alrededor de las tecnologías del papel –lápices, plumas, bolígrafos, imprenta, maquinilla, fotocopiadoras, procesadores de palabra y computadoras– ha tomado varios formatos para circular: carta, revista, periódico, hoja suelta, póster y otros. En las primeras décadas del Siglo XXI hemos visto cómo las estructuras de circulación de la escritura han migrado hacia tecnologías y redes digitales disminuyendo y transformando los mercados e instituciones creadas alrededor de la circulación del papel: librerías, puestos de revistas, bibliotecas, periódicos, etc. Las redes de diseminación en papel han sido lentas en reestablecerse en Puerto Rico: los periódicos y las revistas se han recuperado según los recursos de impresión y distribución permiten y el correo aún tiene semanas de atraso en las entregas.
Las tecnologías digitales (computadoras, tabletas, teléfonos inteligentes, Internet, videojuegos, redes sociales y más) permiten la creación de redes de comunicación a nivel global. Aún más que la infraestructura de radio y televisión, el cableado y transmisión de señales digitales, requieren una infraestructura de energía y datos estable para que funcionen. Al colapsar los accesos de data e Internet se paralizan no solo las actividades de comunicación cotidiana, sino los sistemas de farmacias para medicamentos, los sistemas bancarios para hacer compras y acceso a dinero en efectivo, los sistemas que permiten que el gobierno recaude sus impuestos y mucho mucho más.
Y ante la devastación de un pueblo, ante el silencio digital ensordecedor de los e-mails no enviados, los memes sin crear ni compartir, el status update no posteado, el vacío de imágenes en Instagram, la literatura electrónica (generalmente desapercibida en tiempos de riqueza digital) queda olvidada. ¿Qué es la literatura electrónica sin electricidad?
Los días y semanas después del Huracán llevan a muchos a redescubrir los libros, olvidados en una tablilla, librero, caja o Kindle. Aburridos de sus videojuegos y falta de YouTube, los niños sueltan sus iPads y consolas de juegos para ponerse a leer, bañarse en aguaceros, jugar con los vecinos y redescubrir los juegos de mesa y el arte de la conversación como entretenimiento. Me imagino que mucha gente ha celebrado este regreso a este mundo análogo, sencillo, sin necesitar tanta electricidad, donde el libro y la literatura reinan como medio de entretenimiento y edificación. Pero más allá de la nostalgia por tiempos mas sencillos hay que recordar que, aparte de un evento verdaderamente apocalíptico que cause un colapso global y persistente, no hay marcha atrás. Ni el libro ni la poesía volverán a dominar como tecnologías de almacenamiento y difusión del conocimiento, aunque siempre serán relevantes en la ecología mediática y cultural contemporánea. Según recuperemos, se reestablecerán las comunicaciones y expresiones artísticas y literarias a las cuales nos hemos habituados, aunque para esto necesitemos inventar una cuchufleta, como hicieron en un barrio serrano en Cuba, según visto en el documental de Luis Guevara, «La cuchufleta» (2006).
La primera cosa que buscaron los miembros de esa comunidad en Cuba, la cual es tan remota que no tenía acceso a electricidad, fue utilizar este generador rudimentario para prender una radio o televisor para oir música, conectarse con el mundo, o ver la telenovela. Esto inspiró al poeta Loss Pequeño Glazier –autor del primer libro acerca de la poesía electrónica, Digital Poetics (2001)– a escribir un poema titulado «Cuchutexto (2010)»
Cada página de este poema electrificado (escrito en 11 partes) se genera y regenera cada 30 segundos con elementos constantes y variables. Para apreciar el poema conviene mantener la atención a los cambios, las variantes, a las ideas inquietas que se despliegan en esta superficie energizada del navegador de Internet. A quien le interesa examinar las variantes siempre puede mirar el código de programación en HTML, CSS y Javascript, tan organizado y elegante como el poema que genera en pantalla. La juxtaposición de idiomas, textos, imágenes de arte gráfico diseñado por el autor, versos en inglés y títulos en español, todo armado al momento por instrucciones leídas por la computadora y ejecutadas para una lectora humana pone en conversación distintas culturas y medios para la palabra, tanto digitales como basadas en el papel impreso.
No olvidemos que los libros, revistas, periódicos y otros materiales impresos también requieren electricidad. Más allá de la maquinaria que se utiliza para crearlos y la iluminación que necesitan para ser leídos, el almacenamiento y circulación de los mismos requiere condiciones controladas de humedad y temperatura para evitar que se conviertan en criaderos de hongos y comida para polilla y comején. Esto tiene un gran costo energético y presupuestario, particularmente en el trópico. Por ejemplo, las bibliotecas de la Universidad de Puerto Rico tienen algunos de los edificios más grandes y caros en sus recintos, con numerosos empleados que dedican tiempo completo y parcial para mantenerlos: bibliotecarios, conserjes, electricistas, técnicos de refrigeración, selladores de techo, estudiantes de estudio y trabajo y jornal y programadores de computadora que diseñan y mantienen sus catálogos y accesos a bases de datos. La bibliotecología y archivística contemporánea tienen más que ver con digitalizar, crear recursos y optimizar accesos a información en contextos digitales que con organizar y anaquelar documentos, libros y revistas.
Desde lo esencial hasta lo trivial necesitamos electricidad y las redes de comunicación que potencian. Y la literatura electrónica cada vez más tendrá su lugar en un mundo energizado y conectado, aún cuando se vaya la luz.