Por una asamblea de claustro el lunes
[La nota fue redactada poco antes de comenzar la huelga, pero a petición de varios docentes la reproducimos dada su pertinencia al debate actual]
Primero: considero que pedirle a los estudiantes que entren en el Recinto mañana y en los próximos días, si el panorama es el mismo, me parece un acto irresponsable. Hay una ocupación policíaca y un virtual estado de excepción que pretende definir un territorio entre delincuentes y obedientes. Me parece que lo más sensato ahora es proteger la vida de estos chicos en lo que podría ser, espero que metafóricamente, fuego cruzado. Confieso que, aunque a estas alturas me debato entre distinguir los intereses de unos cuantos de lo que,para otros estudiantes ,sigue siendo defensa de la universidad a la que aspiran y a la que ingresaron (como también lo es para la mayoría de nosotros) la huelga me parece una estrategia débil en términos de objetivos inmediatos y contraproductiva respecto a lo que ya empezó y se recrudecerá. Pero me lo parece a mí, en este tiempo y en este lugar, a mis 57 años. Si tuviera la edad de ellos y sus circunstancias, no sé en cuál posición estaría que no fuera en la de una indignación sin límites. Así que no hablo por ellos ni para ellos sino como docente en la esperanza de que la prudencia contenga el exceso.
Segundo, y ojalá me equivoque, pero no veo a corto ni largo plazo la retirada de la policía, ni cómo detener una nueva Ley universitaria que busca aplanarnos vigilándonos y castigándonos. Pero de lo que estoy segura es que nunca harán, de su pedestre distorsión de lo que es una universidad pública, nuestro deseo. No lo han hecho antes, ni ahora ni lo harán después. Si no, nuestra pasión y oficio no tendría sentido. Y me conozco lo suficiente y a la mayoría de mis colegas y estudiantes para reafirmarme en ese sostén por más delgado, confuso y deshebrado que se nos puede hacer el hilillo en este laberinto, aún sin aspirar a que tenga una salida. Pero, por ahora, hay que identificar unas estrategias mínimas y concertadas como docentes. Quizás es hora de desenterrar, ajustándolo a nuestro contexto, el desvalorizado concepto del intelectual comprometido del que hablaba Sartre: aquel cuyo horizonte lo perfila las urgencias de su tiempo. Y lo cierto es que hay que regresar al salón y no porque lo mandate la gerencia con certificaciones vanas y punitivas que nos convierte en ovejas en un redil, si no regresando ese gesto infame como operativo de resistencia. Haciéndolo nuestro y desafiante. Muchos lo han hecho ya, con razones válidas o por indiferencia. Pero entrar de uno a uno es muy invisible, nos resta.
Tercero: ¿Cómo hacer de lo imperativo un golpe simbólico? Es imprescindible convocar una reunión de claustro en el Teatro como nos corresponde, en su interior o en sus escalinatas. No debe ser después de este viernes o el lunes. Nadie nos puede prohibir, ni la alta gerencia ni los encapuchados, reclamar un espacio que para nosotros es más que un lugar o un sitio de paso: no transitamos por él a corto plazo como los estudiantes o los administradores de turno. Entonces no lo cedamos ni lo empeñamos ni lo dejemos secuestrar. Debemos ir como claustro, todas las facultades unidas en lo que nos une en las diferencias: que somos universitarios. Eso es ya más que suficiente. No hay tiempo ahora para asamblea ni marchas ni caravanas de pocos ni de fomentar el antagonismo entre los que insistimos en no rendirnos ante el paso de esa máquina avasalladora que es la complicidad entre el capital y el estado y sus infames e incompetentes intérpretes. Hasta la más precisa tiene un «glitch» o un «minority report». No rindamos la universidad. No asumamos el luto; yo prefiero el rojo que me recuerda la escena de vida que es siempre el encuentro entre dos o más mentes, a cada uno su fantasía.
Partamos de la premisa de que la universidad a la que entramos hace tiempo que se ha ido convirtiendo en otra. Peor, inclemente, lamentablemente. Que lo dejamos hacer. Entre avalúos, evaluaciones, talleres y asesores nos entretuvieron y nos entretuvimos, a favor y en contra de, sin distinguir entre una agenda menor, probablemente necesaria, y la más importante: la instauración del modelo pedestre y simplón, contable y uniformador, de lo que algunos creen que es una universidad norteamericana sin entender ni la una ni la otra; descontextualizando ambas sin apenas la curiosidad de sospechar que el hacer y nuestra propia historia como institución es mucho más complejo que lo que los asesores y talleres proyectaban en los miméticos e interminables power points. Ya cerramos esa década de ganancias y concesiones, pero quizás a costa de una reflexión compleja, necesariamente adversarial, sobre lo universitario.
Cuarto: ahora, en lo inmediato, hay qué hacer: a corto plazo y planificar a largo plazo. No malgastar en tiempo en reclamar derechos ya cancelados ni repetir censuras y pedir renuncias y retiradas que no van a pasar, si no de ensayar estrategias nuevas para tiempos y contextos nuevos y que puedan ser apoyadas por un grupo amplio de claustrales. Tenemos el espacio, la inteligencia, la creatividad y la voluntad. Entremos a esa asamblea juntos, en el tiempo propicio, al Teatro como un solo cuerpo vestidos del color que mejor nos convenga. No desalojemos ya el campus. No lo entreguemos. Ocupémoslo. Dejemos saber que tanto afuera como adentro del recinto, en el aula presencial o virtual, estamos con los estudiantes que le dan sentido a nuestra tarea y a los cuales hay que proteger hasta de nuestras propias obsesiones. Y que, como ellos que han dado sus batallas, e inventado sobre las mismas, nos gusten o no, también sabemos dar las nuestras. Hagamos como la mujer del ciego en Ensayo sobre la ceguera de José de Saramago : improvisemos calculadamente, anticipemos el movimiento del adversario antes de que nos engulla; y, si tenemos que hacerlo finjamos obediencia, mientras afilamos las dagas del entendimiento con todo lo que sabemos hacer: leyes, coartadas, palabras, arte. Pero sobre todo no hagamos de los estudiantes, suicidas. La promesa del harem solo es eso, promesa.
Entremos de todos los colores que nos distinguen, pero entremos juntos. El lunes, a las 8:00am. Frente a la explanada que siempre ha estado y estará ahí.