¿Quién dijo que todo está perdido?
No obstante lo anterior, no es mi objetivo abundar en la grave situación de nuestra Isla sino, a partir de un ejemplo positivo bien criollo, aportar una pequeña cuota de esperanza.
Desde hace casi veinte años, en una céntrica avenida de Caguas, se encuentra ubicada la farmacia Jayni propiedad de la familia Torres, quienes son boricuas de pura cepa y que han apostado por consolidar, fortalecer e incrementar su negocio, en lugar de reducir, cerrar y/o emigrar, como lamentablemente se han visto obligados a hacer muchos otros.
La fórmula de los propietarios y empleados de Jayni es muy sencilla: excelente trato, amabilidad por doquier, variedad de productos y servicios (no solamente farmacéuticos) y sobre todo hacer sentir bien a quien se acerca allí.
Sin uno haber llegado aún a la puerta ya le están abriendo y recibiendo con una sonrisa y la mejor disposición de que usted resuelva lo que fue a buscar, con calidad y rapidez. Uno de los artífices de esa gestión es el señor Figueroa, quien allí trabaja desde hace aproximadamente quince años. Figueroa es muy amable, eficiente y multifacético, pues cuida del local, orienta a los clientes y realiza, siempre con muy buena disposición, variadas tareas que lo distinguen de la mayoría de los empleados de otros establecimientos, que sólo se limitan a hacer “lo que les corresponde”.
Allí también se desempeñan otras veinte personas entre doctoras, licenciadas, auxiliares y estudiantes practicantes de los centros postsecundarios de Caguas. La Licenciada Antonia Rivera, quien trabaja en Jayni desde la fundación de la farmacia, dice sentirse feliz porque todos se tratan muy bien. Para ella Jayni es su segunda casa y sus compañeros son parte de su familia.
El cerebro y motor impulsor de esa institución es el administrador y fundador José Torres, quien para los clientes y empleados es sencillamente Don Pepito. Un hombre sencillo, afable, inteligente, que con frecuencia deja su escritorio y las labores administrativas para saludar a los clientes, conversar con ellos, preocuparse por su salud y la de sus familiares y, lo más importante, ofrecerles ayuda en lo que necesiten.
Es enorme la diferencia entre el trato y la amabilidad que uno recibe en Jayni con respecto a las cadenas de farmacias que desde “allá afuera” nos ponen casi en cada esquina.
Tanto Don Pepito, como su equipo de trabajo, se consideran privilegiados con la prosperidad del establecimiento, pero aplican todo el tiempo el refrán ¨a Dios rogando y con el mazo dando¨ y no descuidan jamás el motivo por el que han logrado esa prosperidad: hacer sentir a los clientes en familia.
Aclaro “por si acaso” que no soy: familiar, beneficiario económico, ni de ninguna otra índole de ese negocio. Sí recibo con frecuencia, porque mi salud y la de algunos familiares me obliga a asistir allí, la excelencia del trato que ellos dispensan a cuanto ser humano cruza el umbral de su puerta, lo que me permite decir y sobre todo decir-ME: ¡quién dijo que todo está perdido!…