Sobre la crisis, la colonia y las perspectivas futuras
El ensayo “La economía de Puerto Rico: del enclave colonial al imperativo de la independencia”, de Francisco Catalá, que se incluye en el libro Puerto Rico. Nación independiente: imperativo del siglo XXI, es una magnífica introducción a la historia y los problemas económicos de Puerto Rico. Es una elocuente exposición de las consecuencias del colonialismo. Lo que sigue son apuntes que intentan aportar a un debate necesario en estos momentos de crisis.
Contexto, aspectos y evolución de una economía colonial
El texto de Catalá se refiere acertadamente a la evolución del capitalismo mundial. Esa evolución exhibe fluctuaciones a largo plazo, que alternan periodos de expansión y de crecimiento lento o de estancamiento. Catalá menciona las fases de esa evolución: una primera “gran depresión”, a partir de la década de 1870; un periodo de expansión, que se inicia a mediados de la década de 1890; la Gran Depresión de la década de 1930; la rápida expansión a partir de la Segunda Guerra Mundial; y, por último, el periodo de lento crecimiento a partir de la década de 1970.
De igual forma, menciona los rasgos de la economía isleña vinculados a esos periodos: la crisis del azúcar y el auge del café antes de 1898; el auge de la producción azucarera entre 1900 y 1930; la crisis del azúcar durante la Gran Depresión; la expansión de la industria liviana y el proyecto petroquímico en la posguerra; la crisis de ambos y el auge de la industria farmacéutica en el contexto de una economía cada vez más débil, a partir de la década de 1970.
El artículo también destaca las constantes de la economía de Puerto Rico que atraviesan estas fases, al menos a partir de 1898: en primer lugar, el dominio del capital norteamericano, con la consecuente salida hacia el extranjero de buena parte de la riqueza que se produce en el país; en segundo lugar, la estructura unilateral de la economía insular, ajustada a los intereses del capital externo (la especialización en pocos productos, como el azúcar a principios de siglo; la falta de continuidad entre una fase y otra, como el abandono de la agricultura después de 1947; la falta de eslabonamiento entre actividades industriales después de 1947); en tercer lugar, la incapacidad de esa estructura unilateral para proveer empleo a una buena parte de la población. De ahí las altas tasas de desempleo que Puerto Rico ha sufrido crónicamente.
Por último, Catalá enfatiza tres aspectos que merecen subrayarse: la ruina de la agricultura, que un proyecto de reconstrucción económica tendrá que revertir; el fracaso de la exención contributiva que priva al gobierno de recursos, a la vez que nunca ha logrado resolver el problema del desempleo, para no hablar de promover un desarrollo integral; la imposibilidad de enfrentar los problemas del país si no se está dispuesto a tocar los 35 mil millones que las multinacionales extraen de la Isla anualmente.
Todo esto es inobjetable. En otros trabajos he hecho un análisis parecido. Junto a César Ayala, he vinculado la evolución de la economía de Puerto Rico a lo que Ernest Mandel llama las “ondas largas” en la evolución del capitalismo. Al igual que Catalá y otros autores (Dietz, Félix Córdova y otros), hemos señalado las consecuencias del dominio del capital norteamericano (especialización, extracción de excedente, discontinuidad, fragmentación, desempleo masivo, uso unilateral de la naturaleza).
Pero hay ciertas preguntas que debemos considerar. Por ejemplo: ¿por qué atraviesa el capitalismo por las crisis mencionadas? ¿Cómo se explican las respuestas que los gobiernos dan a esas crisis, por ejemplo, las políticas neoliberales (privatización, desreglamentación) a partir de 1980? ¿Por qué se ha insistido en aplicar políticas cuyos efectos son tan contraproducentes? No es posible contestar estas preguntas si nos limitamos a los elementos que Catalá menciona. En ese sentido, me parece que el artículo no toma en cuenta las contradicciones que caracterizan al capitalismo, así como los intereses de clase que se enfrentan al momento de lidiar con esas contradicciones y sus efectos. Esto puede parecer muy abstracto. No lo es. Afecta tanto a la explicación que damos del pasado como a las soluciones que proponemos y a las demandas de transición que formulamos con el objetivo de movernos hacia aquellas soluciones.
Causas y consecuencias de las crisis capitalistas
Catalá menciona que hay diferentes explicaciones de las causas de la Gran Depresión. Luego habla sobre cómo la expansión de posguerra se agotó a partir de la década de 1970. Se pasa sobre el tema un tanto a la ligera. Habría que constatar que las crisis no son hechos externos al capitalismo. Dos siglos de experiencia demuestran que toda expansión capitalista desemboca en una crisis, con sus consecuencias de despidos, precariedad y miseria. Para resumir un problema complejo del modo más general y sencillo: las crisis capitalistas responden a una contradicción inherente a dicho sistema. El capitalismo, como se sabe, tiende a una creciente mecanización, es decir, a una reducción de la función del trabajo vivo en la producción. Si las máquinas, como afirman los críticos del marxismo, produjeran nuevo valor y ganancia, esto no plantearía un problema para el capitalismo: si la ganancia proviene indistintamente de cualquier parte del capital, no tiene por qué alterarse según cambien las proporciones entre esas partes. La maquinización y el desarrollo tecnológico serían compatibles con un desarrollo ininterrumpido del capitalismo, fuera de ajustes pasajeros. Pero, si consideramos, como plantea Marx, que el trabajo vivo es la única fuente de nuevo valor y de la ganancia, concluiremos que la relación entre capitalismo y maquinización, lejos de ser armónica, será tensa y contradictoria: si la dinámica de la competencia obliga a cada capital a reducir costos a través de la mecanización, el resultado acumulativo de ese proceder será una caída de la tasa de ganancia global. En ese caso, podemos esperar que todo periodo de expansión capitalista y de innovación tecnológica conduzca a una crisis más o menos prolongada (a través de un proceso cuya forma más concreta obviamos aquí por razones de espacio). Y esto es, como hemos visto, lo que observamos al examinar la evolución del capitalismo.
Pero la crisis es tanto manifestación como solución parcial de las contradicciones del sistema: a través de la devaluación y la eliminación de capital, y de la presión del desempleo sobre los salarios se crean las condiciones para una recuperación de la ganancia y una nueva expansión… hasta la próxima crisis. Esa es la respuesta capitalista a la crisis: atacar los niveles de vida de los trabajadores. El neoliberalismo ha sido la forma más reciente de este tipo de ataque global contra los trabajadores y los desposeídos, como también lo fue el fascismo en la década de 1930, para dar otro ejemplo (sin que esto suponga, por supuesto, que el fascismo y el neoliberalismo son idénticos en todos los terrenos).
La relación colonial acentúa los efectos del capitalismo y de sus crisis. Pero esos efectos van más allá de la relación colonial. Conclusión: no es posible evadir las crisis del capitalismo ni escapar a la destrucción social que imponen si nos mantenemos dentro de las reglas de dicho sistema. Catalá plantea que con la reciente crisis global se ha reconocido la necesidad de regular los mercados. Afirma que es necesario combinar los sectores privado, cooperativo y público. Pero ante las políticas neoliberales no basta con una propuesta de regulación estatal o de economía mixta. Un proyecto de reconstrucción económica debe inclinarse decisivamente hacia un aumento de la soberanía pública sobre los procesos económicos, es decir, hacia un aumento de la propiedad pública sobre las fuentes fundamentales de riqueza. Tal proyecto tan sólo puede construirse a partir de la creciente independencia política de la gran mayoría trabajadora y desposeída. El examen del problema colonial conduce a igual conclusión.
La dimensión criolla de la relación colonial
Como indiqué, Catalá ofrece un interesante recuento de la evolución económica de Puerto Rico. Hay un aspecto que habría que comentar. El artículo da la impresión de que la industria azucarera fue controlada totalmente por el capital norteamericano. En realidad, esas empresas elaboraban mitad del azúcar. De igual forma, en la actualidad, además del capital norteamericano, también opera en la economía insular una clase empresarial boricua. Es una burguesía que se conforma con los espacios que el capital norteamericano no ha ocupado: sectores del comercio, las finanzas, algunas actividades que son más difíciles de suplir con importaciones (lácteos, preparación de comidas, etc.) o que dependen de recursos del país (turismo, por ejemplo). Es una burguesía que compra y vende, cobra renta e interés, maneja fondos, da servicios (reparaciones, mantenimiento, etc.) a las empresas multinacionales, pero que tiene una raquítica base productiva.
Esa burguesía nunca ha tenido un proyecto de desarrollo integral de la economía del país. Desarrollar una economía con impulso propio supondría enfrentar la oposición de sectores del capital norteamericano, así como buscar los poderes políticos necesarios para enfrentar esa oposición. La burguesía criolla nunca ha estado dispuesta a tal enfrentamiento. De ahí que hayan saboteado incluso un proyecto de desarrollo autónomo tan tímido como el del Partido Popular Democrático durante la Segunda Guerra Mundial. Es decir, Puerto Rico arrastra el peso no sólo del capital norteamericano, sino de una burguesía con vocación constantemente colonial. Aun dentro de los límites de la relación colonial, ha sido incapaz de usar los recursos a su alcance para dar pasos hacia la articulación de un sector productivo nacional coherente, como fue el caso de los fondos millonarios que durante la era de las 936 pasaron por los bancos de Puerto Rico.
Segunda conclusión: para desmantelar el carácter subordinado, fragmentado y dependiente, es decir, colonial, de la economía del país no podemos contar con una clase capitalista colonial que hace tiempo le dio la espalda a tal proyecto. Al igual que en el caso de los efectos de la crisis del capitalismo, en Puerto Rico tan sólo puede construirse un movimiento anticolonial a partir de los intereses y las luchas del pueblo trabajador, con lo cual me refiero a los asalariados y asalariadas, a los desempleados y desempleadas, y a los demás sectores desposeídos.
Un puente amplio, un puente hacia el futuro
Se dirá que el pueblo trabajador ha demostrado poca inclinación a tomar una posición francamente anticolonial. Es cierto. Pero un importante sector del país alberga una creciente indignación (y rechazo) a las políticas que lo golpean directamente. Así lo demuestra su respuesta a los llamados de movilización, a pesar del efecto desmoralizador de la división del movimiento sindical y del liderato de otros movimientos sociales. Nuestra tarea inmediata y urgente es organizar y dar expresión política a ese deseo de cambio, incluida –aunque no limitada a— la expresión electoral. No se trata de un sentimiento independentista. Sería sectario y fútil intentar organizarlo como tal. Ese esfuerzo en el momento actual debe tener dos ejes: propuestas a corto plazo para que el pueblo trabajador no pague por la crisis en curso y propuestas a mediano plazo para empezar a reconstruir la economía de Puerto Rico de acuerdo con nuevos criterios.
Tal movimiento o partido debe insistir que el estatus, cualquier estatus, debe ser no un fin, sino un medio para el bienestar del país. Debe defender el derecho de Puerto Rico a determinar su estatus mediante un proceso democrático, participativo, sin presiones indebidas. Pero ese partido debe estar abierto a todos los sectores y eso incluye a estadistas, autonomistas e independentistas, que estén dispuestos a trabajar juntos por exigencias a corto y mediano plazo. No se trata de plantear que el status no está en “issue”. En Puerto Rico el status ha estado, está y seguirá estando en “issue”. Se trata de trasladar ese debate ineludible y constante, y por lo general estéril, al terreno abonado por la lucha compartida por las exigencias sociales y económicas a corto y mediano plazo.
Gracias a la política de exención contributiva, de Puerto Rico salen cada año $35 mil millones en ganancias del gran capital. Por otro lado, entra una cantidad mucho menor, pero significativa, de fondos federales. Esa máquina colonial no beneficia ni al pueblo de Puerto Rico ni a la gran mayoría del pueblo de Estados Unidos. En Puerto Rico, ha significado y significa una economía desarticulada y un desempleo masivo. Para el pueblo de Estados Unidos, ha conllevado el flujo de millones en fondos a la Isla, única manera, dada la falta de empleo, en que parte de la población puede mantener niveles mínimos de consumo. Aún así, más del 60 por ciento de la población vive bajo el nivel de pobreza. Por lo demás, ese subsidio abandona el país al usarse para pagar productos importados, sin que contribuyan a reorganizar la actividad económica en Puerto Rico. Esa estructura tan sólo conviene al puñado de empresas que cada año extraen sus ganancias y a los partidos que viven compitiendo a ver quién trae más ayudas federales para Puerto Rico.
Un nuevo partido o movimiento amplio debe proclamar que, por el bien del pueblo puertorriqueño y estadounidense, esta estructura no debe perpetuarse. Las ganancias del gran capital deben contribuir al futuro del país. Los fondos federales que llegan no deben malgastarse. Con fondos federales e impuestos a las ganancias del gran capital, debe crearse un proyecto de reconstrucción económica del país, que empiece a dotarlo de una economía más integrada, con dinámica propia, acorde con su población, geografía, localización y necesidades, y que lo haga cada vez menos dependiente de aportaciones externas, precisamente porque dejará de sufrir las consecuencias de su subordinación a los privilegios de un puñado de empresas.
Tal reconstrucción económica debe incluir una ampliación del sector público, la gestión cada vez más democrática de dicho sector; el fomento de empresas cooperativas y de ciertas formas de pequeña producción; un incremento de la injerencia pública en la dirección del desarrollo económico, la cual debe estar sujeta al debate democrático; y un esfuerzo dirigido al desarrollo agrícola. Tal propuesta puede y debe encontrar aliados en los movimientos sociales de Estados Unidos interesados en forjar una nueva relación democrática y solidaria con todos los pueblos del mundo. Junto a esos sectores, promoveremos tanto propuestas de reconstrucción económica como de relaciones de igualdad y colaboración con el pueblo estadounidense. Los independentistas pueden trabajar lealmente junto a estadistas, autonomistas o quienes no tienen posición sobre el status por construir ese movimiento. Creo que pueden confiar –yo confío— en que tal proceso acabará por convencer a la mayoría de la justicia de nuestras posiciones, pero no debemos poner esa conclusión como condición inicial de un proyecto conjunto.