The Best of Enemies: integración de propósitos
Con un guión, que hace de una historia verídica una especie de thriller psicológico, escrito y dirigido por Robin Bissell, el filme se concentra en las diferencias de visión de Ann Atwater (Taraji P. Henson), una negra líder de la comunidad y activista por los derechos civiles, y C. P. Ellis (Sam Rockwell) el líder del Klu Klux Klan en la ciudad. Convocado a ayudar a la comunidad por el juez que recibe una demanda de la NAACP (“National Association for the Advancement of Colored People”) el mediador, Bill Riddcik (Babouu Ceesay), se ha inventado una especie de “reunión conciliatoria” que llama “charrettes” que junta a grupos con ideas diametralmente opuestas para que discutiendo sus diferentes puntos de vista, lleguen a entenderse y a aceptar algunas de las diferencias. Como se imaginan, al principio la misión parece imposible: ¿cómo acercar al jefe del Klan y sus seguidores con una negra y su comunidad?
Vamos conociendo los dos campos y el odio que, como el proverbial abismo, se interpone entre ellos, pero también nos damos cuenta de que la violencia está a flor de piel. El bando de blancos supremacistas es intransigente: consideran que la guerra civil continúa y que los negros son sus inferiores, un grupo que está para servirles y hacerles pleitesías. Por su afinidad con la causa de la Confederación (Guerra Civil norteamericana) su estandarte es la bandera rebelde y sus ideas no han progresado de las que existieron cuando el Sur se vanagloriaba de sus esclavos y plantaciones de algodón. Tanto así que, en el último tercio del siglo XX, con el acta de los derechos civiles ya firmada, y la Marcha a Washington, capitaneada por Martin Luther King, Jr. y otros, los negros que vivían en Durham tenían que enviar a sus hijos a escuelas segregadas y sufrir las deficiencias educativas impuestas por el prejuicio.
El incendio de la escuela elemental en la que las hijas de Ann Atwater estudian, causa un problema agudo que precipita la demanda del NAACP: la escuela no está reparada, sino llena de escombros y gases (aunque en el filme los llaman “peste” sabemos hoy día que, después de un fuego, se acumulan elementos tóxicos en el lugar, incluyendo cianuro, que pueden causar problemas de salud permanentes). La solución que exigen los ciudadanos de color es la integración completa de las escuelas.
Bien actuada, bien escrita, compacta en su narrativa, cuidándose de no exagerar la violencia, la película se disfruta con facilidad, no solo por su exposición clara, sino por su ocasional liviandad, que resulta graciosa. Las actuaciones de Taraji P. Henson y Sam Rockwell son de primer orden. Ambos tienen escenas magníficas que le añaden al filme dimensiones inesperadas. Sabemos intuitivamente que Henson debe haber sufrido en carne propia lo que tan bien repudia y representa en la pantalla: la huella de la crueldad del prejuicio. Rockwell, a quien aprecio cada vez más como un actor de grandes quilates y de gran sensibilidad, rinde una interpretación compleja y sensata de un hombre que no se ha encontrado con su verdadero ser. Truculento, prepotente, tierno, padre amante y preso del terrible monstruo del prejuicio, su personaje va evolucionando poco a poco sin que nos sintamos manipulados por lo que podría ser un cliché.
No me extrañaría que, como sucedió con “Green Book”, los extremistas critiquen el filme por hacer ver que los problemas raciales se resuelven con facilidad y con armonía. El filme no intenta hacer eso. Lo que satisface de la cinta es que su mensaje dice que, en algunos momentos, se pueden resolver aun los problemas irracionales, tales como el prejuicio, y hacer el bien. Como sabemos, lo que sucedió en Charlottesville (ver mi columna del 18 de agosto de 2017 en estas páginas, El cine y el racismo: de Detroit a Charlottesville) niega que la armonía racial se apoderó de los EE.UU. después de la presidencia de Barack Obama. Todo lo contrario. La presidencia de Trump le ha dado rienda suelta. Por suerte películas sensatas como esta invitan al espectador, en particular el que todavía cree que el prejuicio se exagera, y que el “political correctness” es paranoia, a reevaluar su posición, tal y como ocurre con algunos personajes de este filme divertido y conmovedor.