The Fault in Our Stars
Las películas que basan su trama en la muerte inevitable por enfermedad de uno de los protagonistas pueden ser letales para el espectador que no desea ver películas lloronas. Sabemos que la muerte en medios representativos como novelas, el cine, el teatro, y el arte, puede ser conmovedora. ¿A quién no se le ha formado un taco en la garganta o no ha derramado una lágrima leyendo o viendo la muerte Hamlet, o ante el Guernica de Picasso?
Aunque hay de todo (en la genial “Sunset Boulevard” el cuerpo del narrador está flotando en una piscina al principio del filme), usualmente la muerte de los personajes se nos va revelando poco a poco para que nos familiaricemos con ellos. Es, por supuesto, un truco dramático jugar con nuestros sentimientos para que nos compenetremos con las personalidades que nos causarán las emociones.
Es desgarrador ver la muerte de un niño o de un joven bajo cualquier circunstancia, más aún cuando la muerte parece ser arbitraria e innecesaria. Posiblemente la muerte que más me impresionó cuando comenzaba ir al cine fue la de Tiny Tim en “A Christmas Carol” (1938) que vi como niño muchos años después de su estreno. Viene al caso que en las muchas versiones que se han dado desde entonces de la obra de Dickens, esta escena siempre me afecta aunque estoy preparado para ella. En otras palabras, el efecto de una escena de muerte juvenil siempre tiene un efecto.
El cineasta que se aventura a filmar un guión de una historia que comienza con un grupo de jóvenes que sufren de cáncer y que sabemos que algunos han de morir, no solo es valiente sino que tiene que pensarlo bien antes de lanzarse a tal proyecto. Ese es el caso del joven (35 años) director Josh Boone que ha filmado un guión excelente de Scott Neustadter y Michael H. Weber de la novela (que no he leído) de John Green del mismo nombre que la película.
El panorama es tétrico pero los guionistas concentran en cómo los jóvenes, que están en un grupo de apoyo de esos que son tan comunes en los Estados Unidos, toman en serio y en broma su enfermedad. Su rabia esta sublimada por su sentido del humor y por las actitudes que han asumido de frente a algo que no es fácil para alguien joven considerar: la muerte. Sabemos que hay muchos adultos que nunca hablan o no quieren hablar de esa inevitabilidad. Imaginen un grupo de adolescentes haciéndolo.
La trama de esta película sensible y, al fin y al cabo, hermosa, es prácticamente ninguna. Pero sí hay un móvil en la vida de los personajes principales Hazel Grace (Shailene Woodley) y Augustus “Gus”Waters (Ansel Elgort): ir a visitar a un escritor llamado Peter Van Houten (Willem Dafoe) quien ha escrito una novela famosa sobre la muerte de un niña afligida por leucemia que es la favorita de Hazel porque se ve en ella. Gus y Hazel no aceptan que la novela termine a media oración sin dar ciertas explicaciones. Eventualmente, gracias a una serie de vueltas que descubrirán cuando vean el filme, la pareja, acompañada de la mamá de Hazel (la magnífica Laura Dern) va a Amsterdam a conocer el autor.
Les puedo decir que en ese viaje un ogro realista emerge para hacer de esta película algo distinto a lo que hemos visto durante su primera mitad y a lo que sucede en otras películas que rondan el tema de las enfermedades incurables. De pronto todo lo que ha sucedido y lo que sucede luego va adquiriendo la madurez de espíritu y mente que se requiere para vivir y que debe de tener todo ser viviente. Esa transformación de la película la catapulta a un nivel que hasta ese punto no pensé que podría alcanzar. Es una especie de deux-ex-machina en reverso que sabiamente han introducido los guionistas y manejado muy bien el director.
Los dos principales son encantadores. Woodley es bonita e inteligente, y muy buena actriz por lo que hace fácil que aceptemos sus posiciones ante lo que le espera porque ella nos convence de lo que siente (que nadie lo puede saber). Elgort es a los 20 años (en la película tiene 18) uno de los actores jóvenes más guapos del cine del momento, y tiene el poder de convertir la más tonta observación o exclamación en un chiste por la forma en que lee sus líneas. Una fila de pre adolescentes en el cine se reía aún cuando decía artículos y conjunciones. Es el tipo de carisma que atraviesa la pantalla. Si no lo desvían a hacer filmes de acción, podría convertirse en el comediante romántico del cine norteamericano, digamos un Hugh Grant o un James Stewart, en su época temprana. Muy efectivo también es Nat Wolff como Isaac, otro paciente de cáncer que es el mejor amigo de Gus. Una escena en la que con permiso de Gus Issac libera su ira rompiendo los trofeos de su amigo, vale el precio de la entrada.
Lleven la familia a verla. Los principios que presenta la película son de gran valor y no están dichos desde un púlpito, sino más bien mezclados con la dureza que debe ser la realidad que a uno le queda muy poco tiempo cuando creía tener todo el tiempo del mundo.