The Fifth Estate: sobrecarga de información
Durante la década anterior (2001-2010) WikiLeaks1 estuvo en las primeras planas de los periódicos mundiales y en los programas de noticias de radio y televisión alrededor del mundo destapando escándalos monetarios y divulgando secretos de las guerras de Iraq y Afganistán que los Estados Unidos tenía bajo las sábanas. Tal vez su más famoso descubrimiento fue el asesinato de periodistas Iraquíes en una redada de helicóptero en el 2007 que se vio en televisión y en la red bajo el título de “Asesinato colateral”. Más tarde revelaron secretos sobre los detenidos y su trato en la base Guantánamo, que fueron un preámbulo a la publicación de más de 250,000 cables enviados por funcionarios del departamento de estado de los EEUU, lo que resultó en situaciones embarazosas para esa secretaría y para la entonces secretaria Hillary Clinton, sin decir nada de los apuros en que metió al presidente Obama.
Esto es material importante desde el punto de vista histórico también, no solo por su efecto en el periodismo en general y en las redes en particular, sino por sus influencias en cómo se transmite y se protege la información que las naciones, los bancos, y otra instituciones intercambian, usualmente cifradas hasta la saciedad para evitar que las penetren. Después de todo Assange, quien es un cerebro y un estudioso, es básicamente un hacker que desde muy temprano en su carrera rompió las paredes de fuego y las medidas de seguridad de los servidores de la NASA y otras instituciones hasta entonces consideradas inexpugnables. Como es de imaginarse, a las protestas de los intervenidos por WikiLeaks, la defensa uniforme de los involucrados ha sido que querían el derecho a saber la verdad y a ejercer la libertad de expresión.
Lo hecho por Assange es, sin duda, por lo menos para mí, una contribución a que sepamos qué hacen los gobiernos a nuestras espaldas. Siempre hemos sabido que vivimos en un estado cuasi-orwelliano, pero nunca, hasta la explosión en la tecnología de las comunicaciones, habíamos estado expuestos a las verdades de la extensión de la intromisión del estado en nuestras vidas y de los engaños que perpetran las instituciones poderosas sobre la gente a quien le guarda secretos, muchas veces a cambio de paga. Hay un gran rastro desde J. Edgard Hoover hasta el Department of Homeland Security en los Estados Unidos; la Gestapo, en la Alemania Nazi; la KGB en la Unión Soviética, y un largo etcétera de fisgones amparados por el estado que han espiado a los ciudadanos (hay que recordar el gran filme “The Life of Others” de Florian Henckel von Donnersmarck, de 2006, que nos familiariza con la Stasi de la República Democrática Alemana) acentuado hoy día por el terrorismo internacional, particularmente después del ataque de las torres gemelas.
Desafortunadamente un tema y un personaje tan importantes para el momento en que vivimos, se ven disminuidos a la confusión y a la opacidad por un guión que quiere abarcarlo todo y un estilo cinemático que está enamorado de sí mismo en vez de querer iluminar la historia y su significado. Sé algo sobre este tema porque lo he seguido en los periódicos, revistas y la televisión, pero por un momento pensé que me iba a marear según ante mis ojos pasaban imágenes de pantallas de ordenadoras, letras y mensajes, voces y sonidos en off, aeropuertos en Australia, en Kenia, en Islandia, y sabe algún dios digital en qué otro lugar que se me pasó.
Además del enjambre de figuras y personajes, el director (Bill Condon) y el guionista (John Singer) quien usó como fuente de información los libros de Daniel Domscheit Berg, David Leigh y Luke Harding sobre Assange y WikiLeaks, introducen de vez en cuando una metáfora visual de lo que en la mente del personaje principal es su creación: una oficina en la que, ad infinitum, se repiten los escritorios con computadoras sobre ellos y luces de neón que cuelgan maggritemente del cielo y un suelo hecho de millones de páginas que representan los pliegos de información que WikiLeaks han expuesto al público. En todos las sillas ante todos los escritorios está Assange. (Es parte de uno de los secretos de la película.) Las personas que estaban sentadas detrás de mí en el cine hacían comentarios que me indicaban que estaban perplejas, sino perdidos.
Muchos de estos visuales tienen interés, pero se nos da tan poco tiempo para procesarlos que es imposible asegurarse que no se nos ha escapado algún detalle importante y contundente del carácter de Assange o de su acólito Daniel Berg (Daniel Brühl), el otro personaje importante de la película. Llegamos a conocer algo a Berg (en la vida real uno de los autores en cuyo libro se basó el guión) y entendemos porqué entra en conflictos con su mentor, pero esto se nos revela un poco de soslayo, como si se tuviera miedo de mancillar la figura de Assange muy temprano en el filme.
Mucho más efectivo es cómo está delineado Assange quien, después de todo es la figura central, como un ser escurridizo y excéntrico, siniestro y secreto, brillante y despiadado. No puedo pensar en ningún actor que pudiera reemplazar a Cumberbatch. El nuevo Sherlock Holmes en la televisión tiene un grupo de características faciales que enfatizan unos ojos relativamente pequeños y rasgados y acentúan la altivez de una personalidad que puede ser distante hasta que se sonríe y disipa la amenaza que reside en la mirada y le permite a su interlocutor acercarse. Todas estas peculiaridades faciales están enmarcadas en una melena albina que enfatizan la aura fantasmal que rodea a un personaje escurridizo e impredecible. Sabemos que nunca los que lo rodean han de penetrar su pared de fuego. La actuación de Cumberbatch es dinámica, sensible, sarcástica y siniestra, y nos da una magnífica idea de lo que debe de ser el personaje que encarna, según interpretado por los escritores que lo han recreado para la película. Cumberbatch es lo mejor del filme.
No es la primera vez que el intento de presentar demasiadas cosas en un filme reducen la cinética de la historia a celajes y fracciones visuales efímeras que se quedan grabadas en el cerebro por corto tiempo (“Natural Born Killers”; Oliver Stone, 1996, es un ejemplo). Esta película es como esos montajes a fin de año que nos pasean vertiginosamente por los sucesos en los doce meses que precedieron al 31 de diciembre. De hecho, el filme comienza con un montaje parecido a los que describo y que todos conocen, sobre el cual los títulos van pasando; de hecho, interfiriendo con las imágenes. Es como si el director fuera un geek de computadoras que cuando se sienta a tu ordenador lo arregla todo sin que te pueda (o no quiera) explicar qué hizo o cómo lo hizo. Una pena que lo tenga que sufrir un suceso tan especial como la creación de WikiLeaks.
- Wiki proviene del hawaiano wiki wiki que quiere decir rápido. En el caso del internet es “información rápida” (como Wikipedia) y también significa que puede ser editado por el lector. En el caso de WikiLeaks, eso no es cierto: el lector no puede editar el contenido. [↩]