The Imitation Game
El nombre de Alan Turing me era familiar desde los años sesenta. Sabía que fue un genio matemático que ayudó al desarrollo de las computadoras. No fue hasta 1986 cuando vi en Londres Breaking the Code, una obra de teatro con Derek Jacobi, cuya fama como Claudio en la espectacular serie televisiva I,Claudius le precedía, que descubrí más de la historia de uno de los genios indiscutibles del siglo XX y figura indispensable en ayudar a ganarle la guerra a Hitler y los Nazis. Varios años después, Jacobi repitió el papel de Turing en una adaptación excelente de la obra para televisión (BBC) que proveyó más detalles de la persecución y la tortura de que fue víctima este hombre cuyo pecado fue ser homosexual en una Inglaterra que ya se había encargado de destruir la figura de otro de sus genios por la misma acusación: Oscar Wilde. De todos modos, Jacobi y el programa del 86 es el punto de referencia actoral para el personaje, y, por lo menos, parte de su historia.
Como se muestra en la cinta, Turing era un alumno excepcional y perseguido por ello desde que era un chico, pero la parte de su vida que es más intrigante e interesante es su participación como un miembro del equipo que se formó en Bletchley Park para descifrar los códigos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. En la película, el matemático es representado por el exótico Benedict Cumberbatch (el más reciente Sherlock Holmes de la televisión), cuyo rostro parece haber sido construido en vez de desarrollado. Aún con Jacobi, quien físicamente es más cercano al Turing real, en mente, Cumberbatch se apodera del personaje y le imparte a su interpretación los matices necesarios para que se proyecte la inseguridad de Turing en un trabajo en el que su integridad “moral” era absolutamente necesaria. Por supuesto, no lo estoy juzgando, es que de haberse sabido que era homosexual, las autoridades lo hubiesen echado (y juzgado) por “indecencia”, y no se habría descubierto cómo descifrar la máquina Enigma. La guerra posiblemente hubiera durado dos o tres años más con el costo que eso hubiera tenido en término de vidas.
La Enigma era una aparato (máquina) que podía programarse para enviar mensajes cifrados desde Alemania a los submarinos, aviones y buques de guerra para planificar sus ataques sorpresa. Los códigos tenían tantas posibilidades (millones de millones) que habían desafiado el ingenio inglés: no podían hacerlo con certeza y era muy lenta la respuesta (a veces ya había ocurrido el ataque que anunciaba el mensaje descifrado). Enigma se creía insoluble hasta que Turing decidió que la única forma de vencer una máquina era inventándose otra: una especie de computadora que cada día, simultáneamente con el envío de los códigos por los alemanes, pudiera descifrarlos en Bletchley.
El filme está construido como una especie de thriller en el que se presenta que había oposición a las ideas de Turing (les cae mal a sus compañeros porque es, no solo excéntrico y brillante, sino brutalmente sincero, como era de niño y adolescente) dentro del equipo y, además, de los directores militares de alta jerarquía. Dudo que estas muletillas dramáticas sean ciertas, después de todo, sabemos que resolvió el problema. Además, en un desliz, Turing le revela a alguien que es homosexual, información que usa la persona para chantajearlo y para que oculte que el chantajista es un espía ruso. Eso me dejó con la cabeza dándome vueltas, primero porque Turing no le confesaría a nadie, mucho menos en un baile (donde otros lo podían oír), que era homosexual y segundo porque implicaría que Turing estaba dispuesto a ser un traidor para ocultar su realidad. No lo creo. En los libros que he leído sobre este tema y, en particular, sobre los famosos espías Maclean, Burgess, Philby y Blunt (“The Cambridge Four”), no hay evidencia que el espía en la cinta (no digo su nombre para no arruinarles la sorpresa a los que desconocen el asunto) conociera a Turing. Mucho menos que supiera (en la vida real) el secreto personal de Turing.
Por largo rato, la película retarda la declaración de la homosexualidad de Turing, trayendo el personaje de Joan Clarke (Keira Knightly), una colega real del matemático en Bletchley, como una posible amante. Aunque en retrospección se nos muestra la relación amorosa de Turing con Christopher Morcom (Jack Bannon), un compañero de escuela intermedia, se podría interpretar como un “crush” de adolescente. Tratar de enmascarar la realidad de Turing, aunque fuera temporal, me pareció una debilidad del guión. Esto, sin mencionar que la Knightly es demasiado fotogénica para representar a la joven Clarke, que no era muy agraciada. Pero, como saben, las películas dependen de atraer audiencias y una cara bonita siempre ayuda.
Como podrán imaginarse hay muchas otras cosas que ocurren en el filme que no son ciertas, aunque la vida de Turing lo sea. La investigación de su vida personal que se va contando paralelamente con sus funciones como rompedor de códigos y criptógrafo es bastante distinta a cómo y porqué ocurrió. La divergencia tiene que ver con motivos dramáticos y no altera el efecto que la vida privada de Turing tuvo sobre su desenlace. Una aberración del sistema judicial inglés, que está presente en el filme y que hoy día posiblemente es de conocimiento general, es que la corte inglesa imponía un tratamiento de castración hormonal (con hormonas femeninas) a los enjuiciados por homosexualidad. La humillación que eso debe de haber sido para las personas sometidas a algo ineficiente, se explora brevemente en el filme. Erróneamente se dice que estaba afectando la forma y la eficiencia del pensamiento de Turing (hablo de su trabajo, no de su estado emocional). No hay evidencia de que eso sea cierto, ni en él ni en nadie que recibe ese tipo de tratamiento.
La cinta, si uno la ve totalmente como ficción, es divertida. Además, un grupo notable de actores participa en el filme de forma destacada, en particular Matthew Goode como Hugh Alexander; Mark Strong como el General Mayor Stewart Menzies; y el estupendo Charles Dance como el comandante Alastair Denniston. Entre ellos Cumberbatch brilla con intensidad y, como ya he dicho, hace de su personaje uno que nos atrae por su excentricidad, brillantez y encanto. Sin embargo, no creo que Turing fuera un idiota que no sabía que tenía que trabajar con un grupo (de paso, en la película hay cuatro o cinco; en Bletchley había miles) y que peleaba con sus superiores por pelear. Claro, no se puede culpar al actor por eso. Es el guión de Graham Moore el culpable. Por suerte está la música de Alexandre Desplat que le da al filme su tono elegíaco, que tan apropiadamente se entreteje con la historia y acentúa momentos de suspenso o sorpresa cuando en realidad lo requieren.
Morten Tyldum, un director noruego, ha alcanzado reconocimiento con esta, su cuarta película, pero ha sido cómplice del guionista en representar a Turing como si fuera un personaje de una farsa franco-inglesa. La nominación de la cinta me sorprende, pero si es por Turing, el real, estoy de acuerdo que merece todo el reconocimiento que se le pueda otorgar y se le negó en vida. Su historia es una que la humanidad no debe de olvidar. Perseguir a la gente es estúpido. Hacerlo por su orientación sexual, mucho más.
(Después que la vean, busquen el programa con Jacobi de la BBC. Hay también en Netflix un buen documental sobre Turing que les recomiendo.)