«Todo tuvo su origen en el aburrimiento»
“En un primer enfoque, un acontecimiento es por consiguiente el efecto que parece exceder sus causas – y el espacio de un acontecimiento es el que se abre por el hueco que separa el efecto de sus causas-.” – Slavoj Žižek, Acontecimiento
“Tal vez, como había descubierto Robert Walser hay que regresar a ese punto de receptividad omnívora – o de estática perplejidad- en que cualquier asunto, el acontecimiento al parecer más insulso e insignificante, puede ser usado como material poético.” – Luigi Amara, La escuela del aburrimiento
“El verdadero héroe se divierte solo” -Baudelaire (citado en La escuela del aburrimiento)
Horas muertas, spleen, hastío, sopor, tedio, tiempo vacío y –finalmente– aburrimiento, son nociones acuñadas a lo largo de la historia, y la literatura se ha servido de ellas en varios tiempos, recordando tal vez una cimera, de gran peso y envergadura: Emma Bovary en Madame Bovary de Gustave Flaubert. “[…] El tedio atraviesa el momento más álgido de su desprestigio, significa Amara, y lo llama “Monstruo de mil cabezas que debemos enfrentar una y otra vez, esa hidra bostezante que crece dentro de nosotros mismos,” (Amara, La escuela del aburrimiento, 21).Así se anota en las primeras páginas del libro del poeta y ensayista Luigi Amara ( Sexto Piso, 2012), en cuya contraportada se inscribe el siguiente segmento de la casa editorial , el cual señala lo que sabemos y parece que no sabemos:
“La presurosa actualidad enfrenta de muy diversas formas a ese gran enemigo que es el aburrimiento: ya sea mediante la hipnosis a manos de una pantalla, el trabajo inagotable, los estados de conciencia alterados, o las infinitas formas de entretenimiento a nuestra disposición, se trata ante todo de no negarlo, de no aburrirnos nunca, de estar siempre ocupados en algo. No en balde George Steiner consideró la modernidad como «la supresión sistemática del silencio».”
Este enunciado acuciosamente nos retrotrae al pasado (y al presente) de los versos de Lope de Vega “A mis soledades voy/ de mis soledades vengo, porque para andar conmigo, me bastan mis pensamientos…”, versos/creación, que de una manera u otra empalman con el cierre del libro de Amara, con sus “burlas y veras”, donde las burlas se vuelven veras y las veras las entiende el lector que discierne las puyas e ironía textuales, como veremos en su totalidad si leemos el libro.
La escuela del aburrimiento es un texto en el cual Amara cruza su voz , –hablando del encierro en una habitación a solas con su aburrimiento– con las voces de dos grandes “intérpretes del aburrimiento”: Pascal y Baudelaire, y como si siguiera el paso a paso Barthiano, Amara va poco a poco desnudando la “ideología del aburrimiento”, como añade la contraportada, desnudo que ya desde las primeras páginas comienza a signar: “Lo que alguna vez se consideró el «mal del siglo»está finalmente muy cerca de desaparecer, arrasado por el ingenio y la diligencia del hombre” (19) y, quizás, es aquí cuando el lector, –con sus aburrimientos– se siente atrapado en la lectura de manera grata y curiosa y se lanza a conocer más de esa “escuela del aburrimiento”, sin ser una bildungsroman tradicional.
Amara “pinta” (ut pictura poiesis) el retrato de su aburrimiento con cuya imagen abre el tejido del lenguaje, y en sus primeras líneas asevera: “Un día encontré el aburrimiento echado en mi sillón, las manos detrás de la cabeza, desparramado a sus anchas. Estaba allí, se diría que esperándome, aunque en realidad no parecía esperar ya nada de nada.” (13) Eludió esa imagen que se presenta ante él “[…] con la pinta desenfadada de inquilino incómodo, con ese aire de desafío que adoptan los que ya no piensan nunca irse de la casa.” (13) Y el aburrimiento se establece en su cerebro “con la misma desfachatez que antes se desplegó en mi sofá.”(14).
Y allí entonces comienza a correr el discurso que inicia con este enunciado: “Todo tuvo su origen en el aburrimiento”, primeras palabras que nos remontan a una génesis existencial, y también palabras que brotan de la literatura rusa, pues Dostoievski pone las mismas “ en boca del narrador de Memorias del subsuelo”, (1864) y que, añade Amara (en cuyo cerebro ya se ha instalado el aburrimiento), “[…] constituyen uno de los mejores comienzos que quepa imaginar para cualquier historia o aventura”, y por eso comienza así su “escrito», le confiesa al lector.(19)
En ese retrato del aburrimiento, añade Amara personaje/voz autorial, “descubrí que fue apareciendo mi rostro” (14), y pensamos nosotros lectores, ¿descubrimos también nosotros los nuestros? Para poder seguir ese paso a paso Barthiano de su acercamiento a ese “gran enemigo” y transmutar su sentido, Amara nos pide que “[…] liberados del cúmulo de cosas que creemos nos definen, alcancemos a entrever nuestro propio vacío.”(19), vacío que guarda cercanía con el “[…] Acontecimiento como imposición -como un cambio en nuestra relación con la realidad– al Acontecimiento como un cambio radical de la realidad en sí misma.”(Žižek 40)
Amara comienza a mencionar las maneras equivocadas de “derrotar” a ese “monstruo de mil cabezas”. Expresa así: “La desigual batalla contra el aburrimiento se parece al gesto de cubrir todos los espejos de la casa para no percatarnos de que nos volvemos viejos”, y añade: “Una manta extendida, por así decirlo, sobre el semblante de la muerte, que nos impida mirar a los ojos nuestra podredumbre íntima, el aburrimiento inaguantable de yacer en la tumba, para siempre en un solo lugar.” (21) y percatarnos de esa “manta”, ese “telón” esa “mordaza de terciopelo” sobre los “espejos” es la percepción que nos esclarece lo que es el aburrimiento: “[…] Porque el aburrimiento es precisamente eso, un espejo, un espejo implacable que nos devuelve tanto en las ideas como en las cosas, nuestra propia incapacidad.” (22) Y esa “mancha”, ese “telón”, esa “mordaza de terciopelo” lo constituyen , entre otros:
“La avalancha de entretenimientos, espectáculos y paquetes vacacionales, la temporada de estrenos, gritos de la moda y sustancias euforizantes que consumismos para derrotarlo –y que por momentos nos convencen de que efectivamente el aburrimiento ha sido abolido-…” (22). Y esta “avalancha” es lo que se tapa con esa “manta”, es el espejo que la manta no permite que veamos, somos nosotros mismos.
Ya desde la página 22, la figura autorial y personaje capturan nuestra atención, la que se acicala, aún más, con los trozos textuales de Pascal y Baudelaire, y otros, entre ellos Heidegger.
Amara se hace cargo de que el lector entienda que en cuanto al aburrimiento, “sensación insana” el hecho de que: “[…] cuanto más nos empeñamos en negarlo, cuánto más adoramos los ídolos de la diversión y lo interesante, más prolifera y se multiplica.” (22) y nos advierte de que, como ocurre casi siempre, “frente a lo desagradable no nos damos por aludidos, agregando que: “Y así cada cual se las arregla para encontrar la paja del aburrimiento en el ojo ajeno.” (23)
En esta sociedad se ve “con malos ojos la holganza, que identificamos con la falta de actividad, con la falta de recursos, que buscamos la excepción y la variedad aun a riesgo de convertirlas en rutina, que inventó los deportes extremos y el salto al vacío con una cuerda elástica (24) y añade a renglón seguido: “el aburrimiento es el verdadero mal, lo repugnante, aquello que debe evitarse a cualquier precio. El aburrimiento con toda su carga de negatividad y parálisis, es el motor inmóvil” (24) Y así nos molesta, de tal manera que “nos movilizamos en su contra.”(24) y “[…] Buscamos la novedad en la aceleración y la fluidez, en lo que muta y no opone resistencia en todas esas actividades que, como las páginas del internet, nos abren dócilmente las puertas de entrada y salida.” (25-26) y asevera con una fuerza que palpa el lector: “Más que parte del tejido de la experiencia, el aburrimiento se ha vuelto su reverso, su negación, su enemigo declarado.” (26) y a renglón seguido se pregunta “Y sin embargo, ¿quién no lo conoce?” (27) y parece ser esta una de las preguntas que nos vuelcan hacia nosotr@smism@s y comienza a visualizarse la imagen de la “habitación” titular, ese espacio, studiolo, torre, pico, creados por el atrevido guerrero que aparece en estas páginas en que se mira a sí mismo y se enfrenta al aburrimiento, en un espacio que metafóricamente es, podríamos decir, “la soledad del bosque”.
“Estar ocupados”, agrega es lo que nos interesa, y más adelante asevera “[…] cuán alejados estamos de nosotros mismos,… ” adentrándose en lo que incorpora de aquí en adelante que le sigue a la tintura de este enunciado:
“[…] A fin de cuentas el aburrimiento es las ocasión de tomar distancia frente a uno mismo a través de la reflexión sobre uno mismo; una oportunidad, con todo lo incómoda y desasosegante que pueda ser, de replantearse la propia situación en el mundo, de girar sobre el propio eje y quizás dar un salto.” (43)
Y muy cerca de este enunciado cita a Cioran: “El patrimonio que más nos pertenece: las horas en las que no hemos hecho nada… Son ellas las que nos forman, las que nos individualizan, las que nos vuelven desemejantes”.(44) Y se producen nuestros levantamientos de cabeza para bien reflexionar este pensamiento.
De François de La Rochefoucauld , al que también incorpora, apunta que:
“[…] se aparta de las intrigas palaciegas y la vida militar y «se hunde en su sillón para no salir más»…y se dedica al estudio de sí mismo y del corazón humano. Descubre no tanto el vacío metafísico de Pascal, sino el de la banalidad humana, esa nada en torno a la cual giran palabras y afanes en una suerte de chispeante torbellino…”. (45)
Escribe sus Máximas que se publican en 1665 en las cuales habla de que «en el corazón humano» hay una producción perpetua de pasiones, de manera que el final de una coincide casi siempre con el inicio de la otra», enunciado con el cual dialoga Amara: “La pereza, la debilidad, el aburrimiento, esas pasiones próximas a la nada que, como sugiere Roland Barthes, más que el negativo son el escándalo de la pasión, constituyen la columna vertebral –la razón profunda– de pasiones activas como el amor o la ambición, y es a ellas a las que hay que remitirse cuando preguntamos por los motivos de nuestros actos.” (47)
Al incorporar a Michel de Montaigne, quien comienza a escribir sus Ensayos en los inicios de 1572, apunta que su vía de encontrarse a sí mismo por la introspección “no da lugar al pesar”, y conjetura que así es:
“Quizá porque concibe la introspección como un método para alejarse del dolor –esto es, como un aprendizaje de la vida-, sabe cambiar la apariencia de las horas muertas hasta hacer de ellas una sustancia neutra, libre de turbación, lo cual para todo buen estoico constituye un signo incontrovertible de bienestar.” (55)
Se crean, para la introspección “zonas de libertad al margen de las obligaciones mundanas, un refugio modesto para escapar del barullo, para alejarse de las ocupaciones prácticas y también del hacinamiento, a fin de volver a ese estado mirífico en que el trabajo y el ocio se funden y no compiten” (83) y:
“Ese ideal de soledad y quietud materializado en una habitación para el ocio y el autodescubrimiento, alcanzaría su temprana pero ya acabada expresión en la torre de Montaigne y su biblioteca circular, una torre donde el filósofo gusta de retirarse a leer o a escribir su libro, y en la que fundamentalmente se ocupa de conocerse y de concluir su retrato.” (83)
Y Montaigne asevera: “¡Mísero aquel que no tenga en su casa un lugar donde pertenecerse, donde hacerse a sí mismo la corte, donde ocultarse!” (83)
El legado de Montaigne, añade Amara, -además de la invención de un género literario- “[…] también incluye la concepción de un espacio espiritual íntimo, de un sitio para buscarse: una torre, una torre angular en la colina de Dordoña, en la que un hombre se mira vivir.” (énfasis suplido) (87). Y, por su parte, agrega Amara, en Italia se construye una pequeña habitación, semi monástica, denominada studiolo, “cuya función es guardar libros y toda clase de objetos valiosos… pero que gracias a que se puede cerrar con llave, era también el lugar de retiro reservado al dueño de la casa….” (81) Es “dueño”, masculino singular.
Y ¿cómo termina La escuela del aburrimiento? Quizás algún lector lo intuyó, con un “Manifiesto único de la Internacional Bostezante”, fundada por “un grupo de amigos”, proyecto que “por supuesto fracasó”; ese “grupo de amigos”, vía Amara (personaje y figura autorial), nos presenta el “decálogo, cuyo primer inciso es: “Un bostezo genuino, en el momento oportuno, no deja de tener su dinamita Y termina definiendo el bostezo como “[…el más elusivo, pasajero y secreto de los movimientos que pretendieron asolar el planeta después de la irrupción de Dadá.”(287), y en cuanto a la recepción de su libro, arguye que “En honor de los miembros de la Internacional Bostezante asumo el riesgo de que este libro sea recibido con una seguidilla incontenible de bostezos.” “(287) para luego signar las palabras de cierre de esa escuela del aburrimiento:
“Soy de la opinión de que en estos tiempos de ligereza y espectáculo, en esta sociedad siempre ávida de pasarla bien, atiborrada de falsas sonrisas y baratijas, en medio de esta prisa impuesta en la que nos hemos embarcado para huir de nosotros mismos y no voltear atrás, una andanada de bostezos resultaría menos comprometedora, menos maquinal e hipócrita, que una catarata de aplausos. “(287)
Que sucedan los bostezos (acontecimiento- “una noción anfibia con más de cincuenta tonos de gris”) (Žižek 16); que no nos engullan, sí, ¡que el bostezo no nos engulla!, y que nos hermanemos por algo más que “por la fuerza contagiosa del bostezo”. (Amara 287) que obliga, entre otras cosas, a taparse la boca en señal de “buena educación”(287)
Amara nos obliga a leer: “[…] si a través de la forma en que está estructurada la vida cotidiana no hemos logrado decir nuestra verdad, y más bien sus ritmos ajenos y sus horarios enajenantes nos han orillado al exilio de nosotros mismos, ¿por qué no hacerla a un lado? ¿Por qué no abrevar en sus márgenes? ¿Por qué no recoger los escombros de la falta de sentido y levantar con ellos una nueva escuela de aburrimiento?”(278)