Todos los genocidio el genocidio
Un año y un mes ha pasado desde que Gaza comenzó a arder otra vez. Todo empezó con el sonido de los cohetes de Hamas cruzando las fronteras, impactando en puestos de vigilancia, en las mismas torres que sostienen el ojo constante de Israel sobre Gaza. Para algunos, un acto de terror; para otros, un intento desesperado de llamar la atención de un mundo sordo. Desde entonces, Gaza se ha convertido en el infierno en la Tierra, con los barrios devastados y la sangre marcando cada calle, cada rincón de arena. Israel, con el peso de un Estado que no va a tolerar amenazas, respondió con una maquinaria bélica que apunta a borrar a su enemigo del mapa, y en su camino caen civiles y combatientes por igual.
Pero, en medio de la destrucción y las cifras de muertos —42,000 oficialmente, aunque algunos calculan que alcanzan los 186,000— hay algo más, algo que late en la sombra del poder israelí. Porque el gobierno de Netanyahu, liderado por una derecha nacionalista, no solo se enfrenta a Hamas; también enfrenta su propia guerra en casa. Lo sabe cualquiera que esté mínimamente informado: Netanyahu, con sus años de liderazgo indiscutido, no es ajeno a las acusaciones de corrupción. No faltan quienes aseguran que esta escalada, esta furia desmedida, tiene también el propósito de desviar las miradas de los tribunales y poner a Israel entero bajo un estado de alerta. En un país marcado por la militarización y la seguridad como valor supremo, una guerra es una excelente cortina de humo para quienes quieren hacer olvidar sus propios escándalos.
La respuesta ha sido tan brutal como precisa, y cada día que pasa más palestinos quedan atrapados en las ruinas de sus hogares. Gaza, cercada por tierra, mar y aire, se ha vuelto el escenario de un despliegue de fuerza tan despiadado como estratégico. Netanyahu no es un improvisado; sabe que mientras las miradas se posen en la defensa de Israel y en su guerra contra Hamas, las acusaciones de soborno, fraude y abuso de poder pueden quedar relegadas a un segundo plano, al menos hasta que el polvo de la guerra se asiente.
La situación en Gaza es insoportable. Las cifras oficiales apenas rascan la superficie del desastre: aquellos que mueren bajo los escombros o en hospitales sin insumos, los que fallecen de enfermedades sin tratamiento, suman una cifra aterradora. Pero aquí, la muerte y la guerra son una herramienta de distracción tan efectiva como letal, y Netanyahu parece dispuesto a usarla sin reparos, mientras Trump y su Plan 2025 de la Heritage Foundation le proporcionan un respaldo que promete ser ciego y leal.
Con la implementación del Plan 2025, la política de EE. UU. hacia Israel apunta a volverse aún más cerrada, más brutal, sin espacio para la diplomacia ni el respeto por los derechos humanos. Este plan es una garantía de que, bajo la presidencia de Trump, el apoyo militar y logístico fluirá sin trabas, y eso significa que Netanyahu y su gobierno tienen margen para prolongar esta guerra lo que sea necesario, para mantener a su pueblo y a la comunidad internacional enfocados en un enemigo externo, mientras los procesos legales contra él se disipan entre el eco de las bombas.
Para los palestinos, el futuro se vuelve una pesadilla sin fin. Aislados, bajo una vigilancia constante y con una política de Washington cada vez más inclinada a fortalecer a su enemigo, los civiles en Gaza no ven salida. La posibilidad de una negociación justa, de un acuerdo duradero, parece disolverse en este mar de intereses y de poder. Y así, atrapado en sus propios miedos y en sus propias trampas, el Estado de Israel sigue adelante, fortalecido y legitimado por un respaldo estadounidense que, bajo el Plan 2025, no será menos que absoluto.
Con Trump de regreso, el panorama para Gaza y para la posibilidad de una paz justa y equitativa parece más oscuro que nunca. Cada paso en este conflicto es una señal de que el sufrimiento se alargará, y que en ambos bandos la paz es una excusa olvidada, enterrada bajo intereses personales y estrategias de poder. Lo que queda para quienes miran desde afuera es alzar la voz, porque el futuro inmediato para estos dos pueblos, atrapados en la rueda de odio, violencia y traición, se ha vuelto un espejo oscuro de todo aquello que Israel y sus líderes aseguran querer dejar atrás.»