Hacia la superación de la pobreza
Presentación de la autora en la Primera Cumbre de Erradicación de la Pobreza, Oficina de Comunidades Especiales y Departamento de Estado, el 17 de octubre de 2013.
Me complace sobremanera poder participar en esta actividad hoy, donde a través del intercambio de visiones, datos y análisis podamos avanzar en el diseño de nuevas estrategias, políticas y programas para reencauzar el crecimiento económico y el desarrollo pleno de Puerto Rico. Como el tiempo es breve, solo intentaré dejar planteadas algunas cuestiones para reflexión y posterior discusión.
Desde 1898 hasta hoy Puerto Rico ha tenido transformaciones muy importantes, pero los problemas de pobreza y desigualdad nunca fueron superados. En la primera etapa de expansión capitalista de los EE.UU. en Puerto Rico (1900 a 1940) se trastocó la base del posible desarrollo equilibrado del país. El poder político norteamericano comenzó su intervención en la Isla con una devaluación significativa de la moneda que hasta entonces usábamos. Además, alentó la compra de grandes extensiones de tierra por parte de empresas norteamericanas productoras de azúcar, que generalizaron el sistema de plantaciones con trabajo zafral, resquebrajando la estructura productiva y familiar del país. Ello significó el inicio de grandes migraciones hacia San Juan y hacia otras periferias urbanas, el hacinamiento en asentamientos precarios, la gestación de ciudades socialmente segmentadas y la interrupción del proceso de formación de una burguesía nacional. Todo ello puede parecer historia lejana, pero mucho de lo que estamos viviendo hoy tiene una fuerte raíz en este proceso desestructurante de la sociedad puertorriqueña.
Podemos identificar una segunda etapa –los años dorados de la llamada Operación Manos a la Obra (décadas del 50 y 60)– que se caracterizó por un crecimiento económico exponencial (del orden de 7% en promedio), de la mano de un proceso de industrialización por invitación a empresas norteamericanas. Estas recibían cuantiosos incentivos para establecerse en el país, tanto del gobierno de Puerto Rico como de Estados Unidos, bajo la famosa sección 936 del Código de Rentas Federal que estimulaba a las empresas norteamericanas a venir a Puerto Rico. La febril expansión industrial, así como de carreteras, urbanizaciones e infraestructura de diverso tipo, llevó a lo que en su momento fue denominado “el milagro de Puerto Rico” y presentado como modelo al resto del mundo. Sin embargo, el hecho de que el foco estuviera puesto en la atracción de capitales y no en la construcción de un proyecto de país, con una clara y definida estrategia productiva y distributiva, hizo que la expansión industrial no tuviera eslabonamientos hacia adentro y que el crecimiento económico no sentara una base sólida para un proceso de desarrollo integral. Es importante señalar que a pesar del vigoroso crecimiento de esas décadas, y de la migración de miles de puertorriqueños antes, la tasa de desempleo nunca logró reducirse significativamente.
Además de todo esto, asociado a la industrialización, fue surgiendo una élite económica y profesional que prestaba servicios a las empresas extranjeras y que hacía las veces de una burguesía antinacional; es decir, que nunca fijó su horizonte en construir un país donde ella misma pudiera ser hegemónica, sino que más bien se veía como intermediaria del capital norteamericano. La ausencia de un vigoroso sector de burguesía puertorriqueña también ha incidido en perpetuar la visión de que los empresarios de verdad son los del norte.
Si bien en las dos décadas de altas tasas de crecimiento económico se constató una reducción en los niveles de pobreza, la brecha de desigualdad, permaneció sin modificaciones. La ampliación de la clase media que se verificó en ese período introdujo, además, patrones de consumo que estaban por encima de la realidad de las personas. La entrada masiva de grandes cadenas multinacionales y el calco de patrones urbanísticos norteamericanos dominados por centros comerciales y el automóvil, totalmente inadecuados a nuestra realidad territorial, marcaron para siempre la fisonomía de nuestras ciudades y moldearon un imaginario social donde la aspiración de consumo pasó a primer plano y se consideró un valor democrático el que cualquiera pudiera acceder a un centro comercial lleno de tiendas transnacionales.
En la década del 70 el crecimiento económico febril se enlenteció. Las inconsistencias y trampas del modelo comenzaron a develarse nítidamente en los trabajos de investigación que hacíamos desde grupos como CEREP o el Centro de Investigaciones Sociales de la UPR. Los primeros llamados de atención sugerían la necesidad de modificar sustancialmente el rumbo para generar un modelo productivo más endógeno y equilibrado, lo que nunca se hizo. La creación de puestos de trabajo se redujo significativamente, llegando a tener una tasa de desempleo de 22% en 1976. La vulnerabilidad de la economía puertorriqueña –por su estrecha vinculación con los Estados Unidos- se puso de manifiesto con la recesión que experimentó esa nación a principios del ochenta. Nuestras tasas promedio de crecimiento entre 1980 y 1985 fueron de apenas 0.5%. Se instalaron entonces en nuestra dinámica cotidiana algunos procesos que son clave para entender la crisis que atravesamos hoy. Destaco cinco:
1. Se buscó compensar la reducción en puestos de trabajo del sector privado expandiendo el empleo público. Ello se hizo con poca atención al mérito y a las calificaciones para los cargos y sí atendiendo a la vinculación político partidista de quien se reclutaba. Se desvirtuó así la noción y la ética del funcionariado público y cobró primacía la lealtad partidista y el clientelismo político.
2. Se hicieron gestiones agresivas en Washington para aumentar las transferencias federales al gobierno de Puerto Rico y a los individuos. Ello llevó a cambios muy significativos en las campañas políticas porque lo importante era demostrar que se tenían “buenos contactos en Washington” para conseguir más recursos federales. Se instaló plenamente, desde entonces, la cultura de la dependencia, tanto entre las personas, como en la relación política entre Puerto Rico y Estados Unidos. En consecuencia, se dio paso al crecimiento de las esferas de injerencia del gobierno norteamericano en el país y al deterioro de la ética de trabajo como base de la dignidad de las personas.
3. Se recurrió a emitir deuda pública como forma de financiar la actividad gubernamental, lo que se ha seguido usando desde entonces, habiendo llegado ahora a niveles críticos. Si el crédito del país se sigue deteriorando, terminaremos pagando mucho más por el dinero que tomamos prestado. Esto afectará significativamente la solvencia del gobierno y, por ende, su capacidad de realizar la obra pública necesaria.
4. Comenzaron a hacerse reformas tributarias que cambiaron la lógica de un sistema general progresivo a uno donde, desde entonces, ha tenido mil variantes y parches.
5. Se instaló la alternancia política como expresión de la persistente inconformidad de los electores, en un sistema que en la praxis es bipartidista. Ello ha significado la imposibilidad de elaborar políticas de desarrollo, coherentes, integrales y de largo plazo.
Desde los ochenta hacia acá, prácticamente todos los indicadores económicos y sociales del país se han deteriorado -empleo, participación en la fuerza de trabajo, inversiones, nivel de deuda pública y privada, proporción de población bajo nivel de pobreza, desigualdad social medida por el índice de Gini y migración. Un factor de suma importancia para este declive fue la derogación en 1996 por parte del Congreso de Estados Unidos del instrumento que aportaba la sección 936. Aunque se implementó un mecanismo de transición a diez años, las consecuencias no tardaron en verse y la desaceleración del crecimiento económico dio paso a una situación de depresión económica que lleva ya unos muchos años.
Además del deterioro económico, también hemos perdido posiciones en el ámbito educativo, cuyo impacto se siente mucho más en la población de menores recursos. Se ha reducido la cantidad de graduados de secundaria y han aumentado la repetición, el abandono escolar y el bajo desempeño. De esa manera se diluye el principio democrático de igualdad de oportunidades educativas; las condiciones en que van a la escuela los niños de familias pobres son muy distintas a las de los sectores más pudientes y sus procesos educativos son hoy más desiguales que hace unas décadas.
En otras dimensiones sociales, encontramos que los delitos, la corrupción y la criminalidad plantean hoy problemas serios y generalizados en todo el país. Por el temor, el territorio está cada vez más segmentado socialmente; las casas tienen más rejas y la gente más miedo, incertidumbre, desconfianza y desesperanza.
También tenemos un enorme déficit de soberanía alimentaria y carencias importantes en acceso a servicios de salud. Teniendo una tierra tropical y fértil, importamos prácticamente todo lo que consumimos; y lo hacemos fundamentalmente de las empresas gigantes norteamericanas, muchas de las cuales tienen ingredientes o procesos de producción seriamente cuestionados por investigaciones científicas del ámbito de la salud.
El futuro no luce fácil. Hay señales preocupantes de que una parte de la clase media puertorriqueña está en riesgo de sucumbir al empobrecimiento, como resultado del estancamiento económico y de los altos niveles de desempleo que persisten. Va en el mismo camino que la clase media norteamericana y europea, que históricamente fue el sostén de los procesos de desarrollo económico y social. En un informe reciente Oxfam estima que podría llevar 25 años recuperar el nivel de vida que tenía la clase media europea en 2008. Probablemente, tras el reciente colapso de las inversiones en bonos de Puerto Rico a nuestra clase media le pase lo mismo.
Preocupa también el envejecimiento y la progresiva reducción poblacional que se verifican en la última década, producto de la disminución en la fecundidad y del nivel relativamente elevado y creciente de emigración de población joven. Las consecuencias, desafíos e impactos de estos procesos requerirán de políticas poblacionales muy afinadas para evitar verdaderos desastres.
Para añadir al desasosiego, el inconmensurable nivel de endeudamiento de los Estados Unidos seguramente llevará a un recorte significativo de los programas de ayuda federal a partir de 2014. Ello podría significar que cerca del 63% de la población de Puerto Rico vería recortados los beneficios que recibe actualmente. También podría haber recortes en los programas de gobierno a gobierno, generando una presión aún mayor sobre las finanzas públicas.
No cabe duda de que estamos inmersos en una crisis profunda, compleja, multidimensional y multifactorial, resultado de no haber evaluado y modificado el rumbo cuando era preciso hacerlo. El colapso del llamado modelo económico de Puerto Rico es hoy una realidad. La revitalización de la economía puertorriqueña y la refundación de proyecto social que se precisa no pueden buscarse obstinadamente con la misma visión que ha fracasado. Se necesita una mudanza conceptual para enderezar el rumbo. La buena noticia es que puede hacerse, si hay voluntad de cambiar la lógica del pensamiento dominante.
Seguir insistiendo en que lo que se necesita es una estrategia de crecimiento económico añadiría nuevos y costosos fracasos a nuestra larga lista de acumulaciones. Hasta ahora hemos buscado crecer a la mayor rapidez posible, tener acceso a la mayor cantidad de recursos en la forma más fácil y gobernar con el predicamento del clientelismo y la sumisión política. Y así nos fue. La evidencia en el ámbito de la investigación es contundente: el crecimiento por sí mismo no modificará los niveles de la persistente pobreza ni de la creciente desigualdad social. Hay que pensar distinto; radicalmente distinto. Nunca lograremos consolidar un proyecto de desarrollo si no nos dirigimos hacia ese objetivo.
Primero, debemos reconocer la diferencia entre forjar un proyecto de país y un “plan estratégico” hecho por consultores de Boston, Nueva York, o Chicago con la lógica que nos llevó al desastre. El primero requiere que nos sentemos a dialogar sobre nuestras diversas visiones de sociedad y que lleguemos a acuerdos de largo plazo. Para ello tenemos que acordar un mecanismo para poner en marcha el proceso de descolonización de Puerto Rico. Y tenemos que poder convocar, con mística transformadora, a trabajar duro para instaurar una nueva era de principios éticos, de procesos, derechos y responsabilidades en los ámbitos económico, político, social y de gestión gubernamental.
En nuestro país marginal, en ese subterráneo que no tiene acceso al poder, donde las organizaciones de la sociedad civil predominan, se están generando procesos muy esperanzadores en muchísimos ámbitos. Allí hay muchas lecciones que extraer y experiencias probadas. Hay jóvenes lanzados a hacer proyectos agrícolas, pero necesitan de nuevos marcos legales para innovar en formas de tenencia y acceso a la tierra, a créditos para producción, a maneras de organizar los emprendimientos y a identificar mercados alternativos en y fuera de Puerto Rico. Hay grupos generando métodos, estructuras y pedagogías alternativas, que están resultando más exitosas que el diseño escolar tradicional para enfrentar el abandono y el bajo nivel de desempeño. Hay avances notables en programas comunitarios de autogestión, aunque todavía es mucho lo que se necesita invertir para potenciar el capital social de una comunidad. Hay miles que se arriesgaron a poner un negocio individual o familiar y que carecen de asistencia técnica para obtener permisos, poder formalizarlos, convertirlos en sujetos de crédito e incorporarlos a la producción de bienes y servicios que tanta falta le hace a nuestra economía. Desde hace años vengo insistiendo en la necesidad de legislar una amnistía para este sector y crear un fondo para asegurarles asistencia técnica, agruparlos en clusters o cooperativas y permitirles gozar de un trabajo digno producto de su propio esfuerzo.
En nuestras universidades tenemos un caudal de profesionales bien formados – la inmensa mayoría con maestrías o doctorados – que apenas son utilizados por el sistema gubernamental, que prefiere contratar costosos consultores o cabilderos de Estados Unidos para cuestiones que perfectamente podrían hacerse desde las universidades. Para revitalizar la economía es preciso promover la investigación y la innovación en todos los sectores y generar eslabonamientos entre los diversos sectores productivos, lo que puede perfectamente hacerse en asociación con el sector académico. Las universidades pueden ayudar, además, en el diseño de una imprescindible reforma del aparato gubernamental, en la creación de programas de recalificación laboral y de formación permanente, a fin de mejorar la eficiencia de los servicios públicos. Tenemos también que abrirnos al mundo para atraer los flujos de conocimiento, de talentos, de capital y de tecnología necesarios para el desarrollo de nuestra capacidad productiva y para aportar y vender lo que tenemos nosotros.
Erradicar la pobreza y cerrar las brechas de desigualdad (económica, social, étnica y racial, de género y de generaciones) son imperativos éticos, pero también constituyen condiciones sine-qua-non para que el desarrollo humano pueda ser una realidad. Requieren de un nuevo pacto social, tal como lo vienen haciendo la mayoría de los países de América Latina en la última década. Allí se constatan avances importantes en reducción de la pobreza y alguna disminución de las brechas sociales. No es casualidad que los países de mayor índice de desarrollo humano – los escandinavos – son los que menor grado de pobreza tienen y menores desigualdades presentan.
La pobreza se supera con inclusión en todos los órdenes de la vida, pero sobretodo, con trabajo digno, decente. En la creación de empleos hay que poner un acento fuerte. Los programas de incentivos que maneja el Departamento del Trabajo no pueden seguir orientados a las grandes empresas extranjeras; tienen que dirigirse prioritariamente a los que ya iniciaron una actividad productiva y no pueden crecer porque no tienen permisos o porque no tienen capital para adquirir equipos o insumos de producción. Con poco esfuerzo se podría hacer una gran diferencia en un esfuerzo serio dirigido a la formalización de emprendimientos. Es importante también impulsar formas asociativas de trabajo en la producción de bienes y servicios (nos alegra el reciente anuncio del Gobernador sobre el impulso que quiere darse al cooperativismo) para generar masa crítica y competitividad, dada la enorme apertura de nuestro mercado y la fuerte competencia que presentan las empresas norteamericanas.
Ojalá este diálogo nos permita comenzar a recuperar la confianza en nosotros mismos, así como la esperanza. Es posible generar otro Puerto Rico; uno donde quepamos todos; donde la igualdad de oportunidades y el ejercicio de los derechos estén realmente basados en la participación ciudadana y no en la sumisión partidista. Un Puerto Rico con fuertes controles en la gestión de recursos públicos y con rendición de cuentas a la ciudadanía. Pero tenemos que hacerlo desde el reconocimiento de la complejidad de nuestros problemas y no desde el delirio de que somos parte de un primer mundo que meramente atraviesa por un momento difícil.