Una manera hermosa de ser latoso
Manolín Silva ha creído y convivido con la gente de su entorno con mente y manos muy ocupadas en sus muchas militancias educativas constancias y escrituras de fieles dulzuras seguras de luchas duras y en su anchísimo activismo de músico político y cronista crítico. Es un poeta eficaz y un estudiante voraz y por todas estas cosas maestro en gestas honrosas batallas riesgosas gracias religiosas y también competitivas aventuras deportivas. Conoce bien los rumbos dispares de las bregas familiares y si apunto tanto cuento es porque al llegar el momento de intercalar los metales ha conocido los males y los bienes de la gente que busca forma en su mente y consigue en su taller su confección pertinente. La gente metálica de Manolín Silva es gente simpática honesta genuina como semilla de lata y alambre y tuerca que como quiera germina y crece hasta ser respuesta del amor que él imagina.
Esta vez mi urgencia es con la ocurrencia de cortadorxs de caña que me aleccionen con su presencia y en estas líneas voy recogiendo lo que ya voy aprendiendo. Si los pioneros pleneros establecieron la plena con panderos ensamblados de materiales reciclados Manolín deja que de su mente se desgaje pieza por pieza de reciclaje meticuloso homenaje a esos desposeídos maestros que fueron nuestros muy merecidos ancestros. La congruencia estética que tiene su enlace histórico es que aquellos obreros cañeros vivieron las destrucciones de los árboles en la llanura y las implantaciones de las máquinas en la nueva agricultura industrial del imperio colonial que venía aparejada de intervención comercial en la comida de gente hambrienta y la medida de la herramienta que organizaban en pareja la miseria y la malaria. La cotidianidad era una invasión metálica desde las latas de víveres rotuladas en inglés a los edificios de las centrales con sus montajes de instalaciones a los traslados de trenes de ruidosos resoplidos y asfixiantes humentales.
Hoy Manolín recrea la gente-basura que transitaba la carretera de la barriada al cañaveral en un taller de invenciones caseras con basuras callejeras y con piezas ferreteras en su estilo personal de montaje escultural. Lo que me impacta de estas figuras que son hermosas sin ser dulzuras es su inapelable humanidad conseguida sin que la distorsión exigida por las armaduras y las soldaduras y las formas predispuestas de las piezas que van puestas en los cuerpos y lugares de cada estampa lograda pueda ocultar disfrazar alterar distorsionar negar o desvincular la exactitud de los gestos movimientos ocupaciones envolvimientos de cada persona que deviene en momentos de transrealismo hacia desfiguraciones de expresionismo pero retiene una construcción sin equivocación: siempre sabemos de qué se trata la unidad de empates y remates y siempre se trata de las actividades de las veracidades de personas con las que Manolín ha convivido: algunas veces tienen nombre y apellido y otras veces son tipos generalizados y reconocidos en un empeño exigente e intransigente de imponer en la rigidez metálica movimientos sentimientos envolvimientos de imaginaria soltura. Estos habitantes están detenidos en asuntos muy activos y esta contradicción es la fuerza de su pertinencia y el misterio de su inquietud. No se trata de imaginaciones surrealistas que se definen por la expresión de las inexplicables o inescrutables imágenes del inconsciente que desbaratan la coherencia de la experiencia vivencial histórica e imponen las coherencias o incoherencias que escapan a los sentidos: sueños alucinaciones trances apariciones que solo habitan mundos interiores y que el artista puede exteriorizar en testimonio de las individuales obsesiones o fantasías significantes pero jamás se dejan encuadrar en las órdenes de la racionalidad.
El humanismo imaginado de Manolín Silva se ubica en la comprensión colectiva. En el caso de las estampas del cañaveral los ensamblajes de los reciclajes son afirmaciones de conocimiento. Su elevación artística incluye una transformación de la inmóvil metalurgia en accionadas musculaturas plegables vestimentas acaloradas temperaturas tambaleantes vegetaciones: en imágenes esculturales que permanecen quietas pero transmiten las volteretas de gentes agitadas por trabajos agobiantes y cansancios asfixiantes.
La construcción de las plantas de caña es logro plástico cargado de sensaciones. Esas hojas de tiras de metal tan cercanas a las herramientas de metal y a las muy delgadas personas de metal no son arrulladoras ni relajantes: son crispadas multiplicaciones del cañaveral donde todo es cortante y el trabajo siempre colinda con la herida. Aquí hay filos por dondequiera y afiladas son las crueldades laborales de plantaciones y de centrales. Esa pareja tan aproximada no sugiere reconfortante compañía sino peligrosa cercanía de intimidante accidente sangriento inminente.
Ahora me fijo en lo que las esculturas no muestran pero incluyen. Se trata del castigo solar el sudor derramado la sed implacable el hambre que carcome al obrero porque el obrero no come. Pero según me duelen estas figuras sé que alguien se agrada con la nostalgia de dulzuras de azúcar y con la abnegación de antepasados tan apegados a la tierra. Yo sé que con metales reciclajes ensamblajes se hicieron panderos de plena. Con latas se hicieron maracas. La marímbola vital tuvo flejes de metal. La gente que vivió con esos metales tiene vida que perdura en reciclada escultura de un viequense que hoy me convida a que piense sobre latas de hermosura.