Una mirada a las Hij@s de la Bernarda
Inspirada vagamente en la famosa obra de teatro La casa de Bernarda Alba del gran poeta y dramaturgo español Federico García Lorca (1898-1936), toma uno de los temas medulares de la obra: el autoritarismo exacerbado de una madre doliente y su subsecuente determinación de enterrarse en su pena y arrastrar con ella a sus hijas a la misma asfixia que la devora.
La puesta en escena se centra sobre las hijas que representan magistralmente la impresionante bailarina Jeanne d’Arc Casas junto a un grupo de otras extraordinarias cinco bailarinas (Beatriz Irizarry, Maripili Pizarro, María A. Castillo, Cristina Lugo y Kianí del Valle) y el sujeto varón de la pasión, un tal Pepe el Romano, que interpreta Jesús Miranda. Los nombres de las hijas de la tal Bernarda son a su vez vivo retrato de lo que se vive: Angustias, Martirio, Amelia, Magdalena… Adela, es la más joven y ardiente.
Como si retara el poder de restricción que Bernarda impone sobre su casa, en todo este evento, es la libertad de movimiento la que rige de comienzo a fin el montaje. Desde la entrada del público a la sala experimental del Centro de Bellas Artes el recién pasado sábado 27 de febrero, se establece la presencia de esa libertad con el fluir de la gente buscando donde sentarse entrelazándose con el grupo de bailadoras, quienes elaboran movimientos y secuencias espontáneas entre ellas, o a solas, con una música que podía ser del país, música “culta” o tradicional española. Música viajando por el espacio y ellas moviéndose, girando, abrazándose al aire como se hace cuando improvisamos, no solo con la música externa, sino también con la interna. Momento en que el movimiento es metáfora, imagen, detonante…
Desde ese momento avanza todo el montaje donde la bailarina principal, Jeanne D’Arc, y el grupo de las bailarinas junto al estupendo bailador varón, se de-construyen y re-construyen con sus cuerpos definiendo de múltiples formas el dolor, la angustia, la pasión y el ansia de libertad de todo ser humano.
Lo incontrolable en estas magníficas intérpretes fue tocado física e inteligentemente por la mano suave pero firme, sabia pero juguetona, de Rosa Luisa Marqués en la dirección escénica. Hubo, gracias a esa inteligencia cultivada en el teatro por años, momentos de gran interés donde conversaron el sonido y el silencio, las luces y las tinieblas, la música excelentemente interpretada por Rafael Martínez y los que bajo su tutela constituyeron el conjunto musical.
Fueron tantos los elementos que llenaron nuestros sentidos como espectadores, que nos obliga a interrogarnos: ¿cómo moldeó la directora el aire de esos cuerpos rompiendo sus propios límites? ¿Cómo las inspiró? De hecho, a veces parecía que había demasiado juego. Que jugar hacía feliz esos cuerpos buscando acomodo, descubriéndose en ellos mismos, resueltos a no ceñirse a nada, que la libertad mandaba… que ni la directora… –Parece juego, pero no lo es-, les indicó ella. Ellas contestaron: –Sabemos, pero dinos cómo… sin poder detenerse. Esta las soltó para que jugaran su juego y pasó que rebasaron las fronteras de la obra.
El espectador no sabe si aplaudir o no al estallido de tanta energía. A veces en su socorro llegaba la coreógrafa y las recogía, les daba formas conocidas y establecía espacios de dominio que aliviaban al espectador abrumado. Regresaba el hilo de la historia. El orden. Hubiese sido en extremo interesante, como para dar una concreción necesaria, si en una pausa hubiese entrado al escenario desnudo, la figura de Bernarda gritando a voces lo que su alma guardaba. Esa ese instante, creo faltó.
El gran final del montaje es el inolvidable dúo que hacen Adela (Jeanne d’Arc Casas) y Pepe el Romano (Jesús Miranda). Ambos nos regalan unas secuencias de gran belleza y de una sensualidad sin límites. En esta obra el amor y la libertad para realizarlo triunfan, a pesar de Bernarda.
No hay duda que este montaje tiene el alto nivel de calidad para presentarse en cualquier escenario de los más exigentes teatros del mundo y salir airosos. Haciendo un análisis preliminar del conjunto total de artistas y técnicos participantes podemos apuntar que son de excelencia. Muchos de ellos se hicieron profesionalmente aquí, en el país, pero salieron fuera y han acumulado experiencias y peritaje que les ha permitido desarrollar ampliamente su talento, sensibilidad y disciplina. Esa exposición a otras experiencias parecen, por un lado, ser determinantes, mas por otro, la determinación de hacer su arte en su propio país, resulta igualmente decisiva. Interesantemente, la inversión de dinero en esta producción, de escenario casi desnudo, no ha sido lo que produjo su éxito. En un país donde se responsabiliza tanto a la falta de dinero para justificar la mediocridad he aquí una contra-propuesta, donde lo que vale es el talento.
Finalmente, cabe preguntase: ¿cómo un país cuya gravísima crisis económica rebasa la fatal situación económica, y deja al descubierto los problemas fundamentales políticos relacionados a la supervivencia de la nación, puede sin embargo, tener expresiones tan fuertes y decididas que revelan que somos gente, pueblo, fuerte, inteligente, con capacidad para hacer lo que nos propongamos, con mente abierta al mundo, pero deseosos de enriquecer y amar lo nuestro?
El país parece caerse en pedazos, pero su gente sigue produciendo y creando. Entiendo que todo esto está íntimamente relacionado a esta puesta en escena y forma parte de su valoración ante nuestros ojos de puertorriqueños en crisis, deseosos de tener experiencias que nos den fuerza.
Gracias por un tiempo de teatro necesario… para no zozobrar en el vacío.