Una nota sobre una columna de Mayra Montero
La destacada novelista atribuye mi candidatura al deseo de «aprovechar» los fondos que provee la Comisión Estatal de Elecciones (o en su lenguaje despectivo, mi interés de «montarme en el trencito» de la CEE). Y se alegra de que tales fondos ya no existan. A la distinguida autora no se le ocurre que quizás yo quiera ayudar a mi país, aunque lo haga con ideas que ella considera equivocadas. Para diferir de alguien o intentar refutarlo no es necesario atribuirle intenciones malsanas o corruptas. Yo no lo hago con Montero. Pero hay personas que no pueden tratar de criticar sin intentar desautorizar y desprestigiar al oponente por el medio que sea, incluyendo acusaciones gratuitas. Esto es tan triste como cierto. Lo raro es que quien lo hace se considere superior a nuestros politiqueros tradicionales o piense que de ese modo ayuda a adecentar el debate público en Puerto Rico, que ya se encuentra en un nivel bastante bajo.
De paso, ya que no es el tema central que nos interesa tocar, indiquemos que la eliminación del fondo electoral y aportaciones similares, que Montero celebra, tan solo asegura que el proceso electoral estará más controlado que en la actualidad por los que tienen más fondos privados, es decir, por los sectores más privilegiados económicamente y por los partidos tradicionales. Pero ¿acaso no plantea la galardonada escritora que esos partidos son precisamente y en grado considerable responsables por la crisis en que nos encontramos? Así es. Pero, en su afán de criticar a Bernabe y de cerrarle el paso al PPT y a otros partidos, la columnista termina por alegrarse de una situación (la eliminación del fondo electoral) que tan solo favorece a los partidos que ella misma denuncia como parte del problema. Para entender esto bastaría conocer un poco lo que tantos movimientos alrededor del mundo plantean para democratizar los sistemas electorales: reducir la presencia de los fondos privados y aumentar el financiamiento público. Y sería necesario sacar el ataque al PPT del centro de nuestras preocupaciones, una obsesión de Montero sobre la cual diremos algo más adelante.
Montero afirma que ante la situación del país luego de María y las medidas que se debaten en el Congreso, los sectores de la oposición con los cuales me asocia, estamos «agazapados, encogidos, atolondrados». Hemos caído en «la inopía». Despiadada, la muy leída columnista, dice que ni siquiera merecemos pena. La realidad es que, aunque, a diferencia de Montero, no tengo el privilegio de poder presentar mis ideas en una columna semanal en el periódico más destacado del país, nadie puede decir que he estado escondido, agazapado o encogido durante las semanas posteriores al huracán María.
Desde el paso del huracán he publicado once artículos, tanto en inglés como en español, que han circulado tanto en Puerto Rico como el extranjero: «Algunas lecciones del huracán», «Bases para la reconstrucción», «Programa y tareas para la reconstrucción», «Carta abierta el pueblo de Estados Unidos» (junto a Manuel Rodríguez) y «Manifiesto de la esperanza sin pesimismo en Puerto Rico» que aparecerá en estos días, todos en la revista electrónica 80grados y en algunas fuera de Puerto Rico. También circulamos por las llamadas redes sociales «Bases para la reconstrucción«, «Disaster capitalism en Puerto Rico», «El país necesita una perspectiva», «Del dicho al hecho… hacen falta fondos», «Las leyes de cabotaje, McCain y Puerto Rico» y «La incompetencia, el colonialismo y la alternativa». Durante estos días también publicamos en 80grados «Carta a mis compatriotas estadistas», que hace referencia, pero no se limita, a la situación post-huracán. Además, redactamos un comunicado de prensa sobre el tema de las leyes de cabotaje. Desde el huracán, en promedio un artículo cada seis o siete días, más o menos, aunque la estimada narradora no se entere. Es una extraña manera de agazaparse, esconderse y encogerse.
Dicho sea de paso, hace un mes (el 19 de octubre) también enviamos una columna a El Nuevo Día (es decir, son doce artículos), que nunca publicaron. (Y que espero no publiquen, pues han pasado muchas cosas desde entonces.) Curioso que desde las páginas del diario que no publica mi columna me acusen de estar «escondido». Pero quizás la columnista acusadora no es culpable de esa situación.
Montero señala en su columna que a nosotros no nos preocupa, que nos deja «fríos», la posibilidad de que se reduzcan los empleos en Puerto Rico o de que se vayan las empresas que hoy operan en el país o de que sea más difícil atraer inversiones a Puerto Rico. Si antes de opinar la columnista cotejara los escritos de la persona o personas a las que pretende criticar, hubiese visto que ya en nuestro primer texto, redactado agazapadadamente diez días después del paso de María, indicábamos que, como resultado del huracán, un número de empresas que quizás ya lo estaban considerando podrían optar por abandonar la isla. Es decir, desde el primer momento anticipamos que el desempleo aumentaría y que nuestro colapso económico se aceleraría y que, por eso mismo, se acentuaba la necesidad de una «nueva economía» para Puerto Rico. Extraña manera de que la posibilidad de un empeoramiento de la situación económica nos deje «fríos», como dice Montero. Por lo demás, la preocupación por los efectos del desempleo crónico ha sido uno de los puntos centrales de todas nuestras intervenciones.
La elocuente comentarista dominical afirma que, según nosotros, «la economía de Puerto Rico iba a arreglarse cuando se le aumentaran los impuestos a las empresas foráneas. Y que no era verdad que se irían pues aun pagando el aumento estarían mejor que en los Estados Unidos.» Según Montero, la movida de Trump para atraer inversiones de regreso a Estados Unidos demuestra ahora «la fragilidad de ese concepto» que nos atribuye. Luego dice que los que tenemos tal posición ahora también nos atrevemos a convocar piquetes ante la instalaciones de la AEE. Aquí ya no se sabe que de quién habla ni a quién esta criticando la importante redactora. Lo del piquete a la AEE no puede referirse a nosotros pues no hemos ni convocado ni participado en ninguna actividad de ese tipo. Montero sabrá a qué se refiere, pero no tiene nada que ver con nosotros. Una pena que sus miles de lectores y lectoras puedan tener esa impresión, gracias a su inexactitud o irresponsabilidad.
En cuanto al argumento de que si se les ponen más contribuciones las empresas foráneas no se irían y que de todos modos estarían mejor en Puerto Rico que en Estados Unidos, en lo que a mí respecta, es otro invento de Montero. Quizás alguien ha usado ese argumento, pero no yo. Para criticar una posición adecuadamente primero hay que entenderla y presentarla verazmente. Mi planteamiento es y ha sido que las empresas foráneas que operan bajo el manto de las políticas de exención contributiva, adoptadas en 1947, no solo se van a ir, sino que ya se están yendo. Se van a ir gradual pero irremediablemente. Desde 1996 ya han desaparecido más de la mitad, repito, más de la mitad, de los empleos en la manufactura. No quedan ni 80 mil de los 160 que hubo. La economía de Puerto Rico está estancada desde 2006. La exención contributiva, que en el pasado funcionó a medias (nunca generó suficientes empleos), ya dejó de funcionar. Por tanto, tenemos que buscar una alternativa. Seguir amarrados a esa política es seguir atados a una estructura tremendamente frágil que está paralizada y que está colapsando. Ese era nuestro planteamiento, no la caricatura que ofrece Montero. Planteamos que antes de que estas empresas acabaran de irse, teníamos que tratar de recuperar lo que pudiéramos para empezar a rehacer la economía de Puerto Rico. De otro modo, cuando se acabaran de ir, nos quedaríamos con nada, absolutamente nada. Por tanto, planteamos que una de las acciones que debían tomarse era lograr una mayor reinversión en Puerto Rico de las ganancias que las empresas foráneas generan o declaran en Puerto Rico. Ni siquiera planteamos que las contribuciones tenían que ser la primera opción, aunque de ser necesarias, había que considerarlas. Tampoco planteamos que con esto bastaba para que se «arreglara» la economía. Si lo que se recuparaba, por ejemplo, no se usaba eficientemente, o si se usaba para pagar una deuda insostenible, todo sería en vano. Esto lo planteamos, con otros matices, en la campaña de 2012, en los debates posteriores sobre la reforma de pensiones, sobre la emisión de $3.4 mil millones de deuda, sobre la ley 66, sobre la reforma contributiva, sobre el propuesto impuesto al petróleo, sobre PROMESA y durante la campaña de 2016. Es lo que dice el programa del PPT.
Ahora, ante las disposiciones de la reforma contributiva propuesta por Trump, se abre la posibilidad de que la manufactura en Puerto Rico acabe de colapsar, y que cuando colapse, no hayamos recuperado nada durante los pasados años y no hayamos preparado nada que la remplace, como habíamos advertido. Es decir, lejos de refutar, la realidad, la dura realidad, confirma nuestro señalamiento sobre la fragilidad de la economía de Puerto Rico, sobre la necesidad de buscar otras opciones que no sean la exención contributiva para impulsar su desarrollo, pero Montero plantea que esto demuestra, no la fragilidad de la economía de Puerto Rico como habíamos explicado, sino ¡la fragilidad de nuestro análisis! ¿Será que no entiende la realidad, que no conoce nuestro análisis o que no entiende nada? ¿Qué puede pasar ahora, si se aprueban las propuestas de Trump, si no que estemos obligados a buscar otras avenidas de desarrollo que no sean las que se amparan en las exenciones contributivas? ¿Acaso no es lo que planteaba nuestro análisis? ¿Acaso no planteábamos que nos preparáramos para movidas como la de Trump? Lo que puede ocurrir ahora es terrible, pero no refuta nuestro análisis, para el que lo lea y estudie sin prejuicio, lo cual, en ciertos casos, es mucho pedir.
Ahora que Trump amenaza, Montero levanta las manos, angustiada ante nuestra indefensión, nos advierte que las cosas se pondrán peores y de paso lanza un ataque gratuito a Bernabe (sin decir su nombre). Pero, columna tras columna, Montero, con persistencia digna de mejor causa, ha fomentado la resignación, la aceptación y la pasividad ante todos los golpes que se planteaban contra Puerto Rico. Nada valen ante su austero tribunal los argumentos de que las políticas de austeridad tienen un efecto depresivo. Su lógica es la de lo que varios autores, como William Davies, han llamado el «neoliberalismo punitivo» que convierte la crisis fiscal en un drama moral y moralizante. Su razonamiento es el siguiente: aunque las políticas de austeridad no funcionen como estímulo económico, igual las merecemos, como castigo por nuestra pasada irresponsabilidad financiera y fiscal, individual o colectiva. La versión de la conocida columnista puede resumirse de este modo: los puertorriqueños somos los culpables de la crisis que nos agobia; los bonistas, los «mercados», la Junta de Control y el Congreso (a veces presentados con el grandioso nombre de «la realidad» o «los hechos») no nos van a perdonar y además, no merecemos que nos perdonen. Nos van a aplicar la lección que merecemos «sin anestesia», como advertía la célebre autora en otra de sus columnas. Y luego de fomentar la pasividad y la aceptación, Montero lamenta que Trump se prepare para pasarnos el rolo sin que le preocupe ni por un segundo nuestra reacción. Y para el colmo plantea que esto es una refutación de nuestra posición que precisamente advertía, desde 2014 al proponer la moratoria al pago de la deuda, que ese (la poca atención o mala atención por el gobierno federal) sería el resultado de nuestra pasividad ante los bonistas y el Congreso.
Esa lógica del neoliberalismo moralista-punitivo en la versión Montero me parece que también explica su particular desdén, su especial desprecio, su verdadera furia moral, su indignación desbordante hacia el que escribe o hacia el PPT o hacia la huelga en la UPR o hacia cualquiera que proteste en Puerto Rico contra la Junta, el Congreso, los bonistas o contra las medidas de austeridad. Desde su punto de vista, esa gente que protesta no solo nos rehusamos a reconocer que (con nuestras becas, pensiones de lujo, subsidios, matrículas accesibles, salarios fabulosos, etc.) somos responsables de la crisis fiscal y de la deuda que nos agobia, lo cual ya es bastante indignante, sino que, para mayor ofensa e insolencia, con propuestas como la cancelación de la deuda, pretendemos perpetuar el comportamiento irresponsable, la intención de vivir «por encima de nuestros medios» que nos trajo al actual descalabro. No solo no reconocemos nuestros pecados, sino que deseamos seguir pachangeando en lugar de entrar al purgatorio que nos han designado, o, según su lógica, que nos hemos ganado y que merecemos. De ahí el deleite que las columnas de Montero supuran cada vez que piensa que puede restregarnos la «realidad» (entiéndase el poder del capital o del Congreso o de la Junta) en la cara.
Pero la realidad no deja de ser más compleja de lo que Montero piensa y esa realidad traviesa nos sigue dando la razón. Desde el inicio de 2014 planteamos que la deuda de Puerto Rico era insostenible y que era necesario renegociarla. Luego del huracán María planteamos que ya no podía renegociarse, que era necesario cancelarla. En su artículo, Montero cita al economista Juan Lara para refutarnos, como si su explicación de la grave situación del país refutara nuestras posiciones. Se le olvida indicar, o quizás no conoce, que Lara recientemente ha planteado que la «deuda vieja» está muerta. Que ya no puede renegociarse. Que hay que «infligirles» una quita «radical» a los bonistas. («Nueva promesa para Puerto Rico», Nuevo Día, 4/11/17) ¡Una quita! ¡Y una quita radical! ¡Y a los bonistas para colmo! Y esto no lo dice el comunista Bernabe, desesperado por coger el fondo electoral, sino el muy respetable economista Juan Lara que Montero cita con tanta fruición contra nosotros (aclaro que no estoy polemizando con Juan Lara). Quizás, para decir como ella dice de nosotros, esto sea suficiente para que hasta «los más obcecados y desconectados, entiendan.» Si no lo entienden con Bernabe, al menos quizás lo entiendan con Lara.
Podríamos seguir explorando los enredos de la columnista estrella, pero no vamos a abusar de los lectores y lectoras. Los interesados en nuestras posiciones pueden consultar los escritos que mencionamos anteriormente.
La diferencia entre Montero y yo no reside en la apreciación de la situación actual. La diferencia está en la explicación de la situación y en las posibles salidas. Para mí es consecuencia de un desarrollo sometido al capital externo que tiene como resultado una economía dependiente, unilateral, vulnerable, privada de parte importante del ingreso que genera, en fin, una economía típicamente colonial. El sobreendeudamiento es parte de esa estructura, además de ser una palanca del capitalismo en su etapa más reciente. No tiene que ver con una patología puertorriqueña, aunque nuestra situación, como todas, tenga sus particularidades. Para ella se trata del malgasto por un gobierno irresponsable, de partidos corruptos y políticas populistas, del tan llevado y traído gigantismo gubernamental. Para ella la solución y la lección que nos toca es la austeridad que la realidad nos impone, por vía de su instrumento designado, la Junta de Control Fiscal. Para mi requiere dotar al país de una economía que genere ingreso y en la que se reinvierta el ingreso que genera y para lograrlo hay que adoptar, no una, sino una serie de medidas, entre las cuales están impuestos a las foráneas que tanto escandalizan a la columnista. Nosotros no aseguramos que lo que planteamos sea posible. Quizás es imposible. Quizás es imposible porque carezcamos de la fuerza para enfrentar el chantaje del gran capital (o le damos todo lo que quiera o se va) o las imposiciones de la Junta (lo que viene es austeridad aunque tenga un impacto depresivo), o la indiferencia mezclada con malignidad del Congreso y el Presidente. Pero si lo que planteamos no es posible, si lo único posible es someternos a la voluntad del gran capital y de la Junta, entonces también afirmamos que en ese caso la cosa no solo está mala, sino que se pondrá peor, aunque Montero tenga entonces la satisfacción de plantear que Bernabe estaba planteando imposibles. Por eso, aunque sin ser optimista (¿quién puede ser optimista en la situación actual de Puerto Rico?) nos aferramos a la esperanza de organizarnos para cambiar el rumbo por el que nos llevan, por mucho que esto moleste a los ideólogos de la resignación y el fatalismo, como planteamos en «Manifiesto por la esperanza sin optimismo», que ya mencionamos.
Para concluir, expresamos nuestro deseo de que si Montero contesta a este escrito al menos nos gestione igual espacio para responderle. Esto de criticarme desde una tribuna a la que no tengo acceso, como acaba de hacer, es demasiado fácil y cómodo.