WPFWD (What paulo freire would do)
Enseñar no es transferir conocimiento, sino crear las posibilidades para su propia producción o construcción. –P Freire
a carmen campos esteve,
con quien sorteo estos ignotos caminos
a sofía cardona, como contrapunto
Aviso:
Anticipo que la confesión que sigue aumentará la ya larga lista de quienes me retiraron su afecto. Los lectores, preferirán tomar la escalera antes que compartir el ascensor conmigo y cruzarán la calle para evitar el encuentro. Adelanto que esta confesión permitirá a algunos confirmar su ya maltrecha opinión de quien suscribe, y un par confirmará lo que se rumora. Pese a ello, lo diré: disfruto mucho de elementos que me ofrece la enseñanza en línea.
Arquelogía necesaria: por años ya colegas en los pasillos comparamos medidas disciplinarias contra la corporalidad virtual de aquellos estudiantes que están aquí (cuerpo constatable) y allá (celular). Ante la molesta algarabía de muchas voces convocadas por todo tipo de aparatos, admito, decidí incorporarlos a mi clase no para ausentar mi cuerpo antes bien para hacer vigente mi presencia. Hace ya tiempo largo decidí apropiarme de ese espacio contingente, y oráculo de Delfos en mano, ser yo una de esas voces a distancia. Sirena que le cantara a mis escurridizas Ulises. Admito que hago grupos de conversación con estudiantes por moddle, whatsapp y twitter, sin abandonar el aula presencial. Admito uso textos en línea, libros en pdf, conferencias con autores en modo virtual, incluso dimos un curso con estudiantes de Ghana y de la UPR de modo virtual hace ya más de cinco años.
La esperanza que se anida, admito.
Ahora virtual conservo las mismas obsesiones: siempre quise saber qué pensaba ese estudiante tercer asiento cuarta fila que nunca participaba. Ahora en el espacio virtual se rompen esas jerarquías geográficas. Desaparece la última fila, desaparece la primera. En lugar de mis casi treinta, algunos atricherados detrás de la cabeza de otro, de su mochila, me muestran sus rostro, el de su casa. Yo, muy arte de la guerra, les divido en subgrupos en google meet y conversan animados. ¿Será esta la manera, me pregunto, de apropiarse de la mirada elusiva?
Alfabetizaciones encontradas.
Conservo mamíferas reticencias. No entiendo del todo esta manera alternativa de manada. Le levanté mis dudas al grupo, y muchos asentaban conmigo que los cuerpos son insustituibles. Entonces una menos ceremoniosa estudiante me dijo, Ay profe si me enamoré online, ¿por qué cree que no puedo aprender por Moddle? Yo, claro, le enseñé estudios que disuaden esta posibilidad, le mostré mis ojeras, usé ese tono categórico de profesora para establecer mis dudas irrefutables y apelé al sentimiento cuando confesé mi necesidad de la energía de grupo. Otro ya encandilado por la irreverencia primera, me espetó que las epístolas que yo misma les había asignado (Poniatowska) y la literatura que tan ufanamente enseñaba, era ya distanciada «y por siglos” remató. Mi cuerpo era medio de educación a distancia parecía insinuar.
Para dentro me digo.
Somos, ya se sabe sujetos de manada, mamíferos que amamos la semiología del gesto y el olor. Y tuvimos que enfrentar la encrucijada de cómo resolver la distancia entre su mano y mi voz. La migración y sus distancias parece ser uno de nuestros ejes de sobrevivencia. ¿Cómo resolver que nuestros sentidos son límites para el abrazo mientras alejarnos por cualquier camino nos es sustancial? La escritura, en piedra, papel o en línea es esa tecnología que nos permite seguir siendo manada aún cuando no podamos olernos.
La inmediatez fluida e inaccesible de este ahora virtual, casi parece en enconada oposición con el sentido mismo de lo educativo en general, pues enseñar es ser partícipe de un proyecto. Y no podemos apalabrar de inmediato porque nos parece que el tal proyecto parecería reducirse a terminar a toda costa el semestre. Los proyectos, como sabemos, quedan en ese indeterminado que se llama futuro. Este ahora es contingente e impensable. Tratamos a distancia a Boccaccio o Camus. Pero este presente que nos borra de la carne no admite explicaciones, es más negación de la pensada por ello, miramos la virtualidad para disciplinarla, para imposibilitarla, cuando desde que nos levantamos sobre las patas traseras, hemos mirado a lo lejos. Lo teñimos de nostalgias con aquel espacio en que la educación funcionaba. A este punto la duda me asalta: ¿Funcionaba? Olvidamos la crisis de sabernos no escuchados, el apego tecnológico de estudiantes, en aquel momento en que degustábamos las carnosidades; (ñam, ñam) más de una vez lo supimos la cátedra, antes que silla, era espejo de la imposibilidad.
Minotáurica, laberinteo.
El proyecto virtual es líquido y se nos escapa; no es que esté lleno de retos y necesidades que modifican y construyen todo proyecto educativo: es que se nos escapa. El aula virtual que nos llega a partir de la pandemia, que no habíamos anticipado, nos sirve un plato amargo: la presencia televisiva de nuestros estudiantes. Me detengo y me sorprendo, no nos engañemos ya como académicos conocíamos el alejamiento porque la academia es alejamiento. Encerrados en la belleza y excepcionalidad de nuestras laberínticas escuelas catedralicias, el aula virtual nos parece nuestro Jason. (Advierto de nada nos servirá cortar el hilo rojo, este Jason sabe su camino.)
Conviene pues, explicitar este ahora si sabiéndolo fugitivo, inapresable, disyuntivo y coyuntural. El aula virtual nos parece una forma de la trabajosa futilidad de estar localizados en una geografía y en una temporalidad que nos son desconocidas. Esta coyuntura histórica del ahora –pandémico y en aulas virtuales– en que vivimos tiene las características que Borges le definía al semítico Aleph: todo esta sucediendo aquí ahora. Ahora: los datos se multiplican en las redes cibernéticas, y se ponen en duda unos contra otros. Aquí: los textos son asequibles en formatos múltiples, subsistiendo formas tradicionales del manuscrito, la imprenta, el cibertexto, el texto animado, la interpretación fílmica, incluso, en serie televisada y en texto gráfico. Ahora: leemos en nuestros aparatos telefónicos, tabletas, computadoras, relojes, televisores y ¿por qué no? en libros o en manuscritos. Este ahora ubicuo/democratizado de la letra cumple con otras connotaciones, la promesa de los enciclopedistas. Pero debería poner en jaque, nos parece, nuestra posición académica de estar corporalmente en un salón de clases. (Not so fast!)
Cómo reinar o Shakespeare, el king of two bodies.
Antes de este acto propio de Merlín de desaparecer nuestros cuerpos de la academia, ya el apego al mundo digital del estudiante (el nuestro permaneció secreto inconfesable) nos alarmaba. Algunos hechos parecen, sin embargo, obligarnos a acercarnos de manera abierta a las nuevas alfabetizaciones: hemos perdido el cuerpo. Agotadas en las teleclases descubrimos cuánto nos alimentamos del lenguaje corporal. Rectores del discurso, nos guiamos por la manera en que los estudiantes se contienen en las formas del pupitre. Incluso nuestras propias carnosidades nos son fugitivas: descubrimos cómo podemos nosotros mismos recurrir a la ironía o la broma con un gesto ahora menoscabado por la teleclase.
El cuerpo cada vez un espacio de mayor contingencia, se vuelve ahora un discurso bidimensional, pero hay otras incomodidades del cibersaber. Nos obliga cambiar nuestra práctica que sabíamos proba y que considerábamos espacio seguro. Pues, una incomodidad cibernética es que atenta con formatos del saber-poder. La letra es de todos. El saber, el dato, no asegura ya ninguna forma de poder. El profesor no es ya, ni nunca más será un informante, no es el poseedor del dato, y solo en algunos casos ejemplares es quien lo produce. Como chamanes, ya no portamos saberes antiquísimos que no haya por lo menos mil portales que puedan relatarlos. Ni como Indiana Jones, colega de Harvard según la mítica trilogía, podemos en las vacaciones entre semestre buscar ruinas perdidas nombradas en olvidados manuscritos.
Ahora el estudiante puede ejercer como actor de la búsqueda del conocimiento y nosotros, los profesores, corremos el peligro de convertirnos en un documental que parece inclinarse a un mono/tono. Los espacios de comodidad, la conferencia y el monólogo, se han puesto en duda. De un lado, el monólogo ha sido usurpado con efectividad por los cómicos, y la conferencia por gurús de dietas keto, y de filosofías de autoayuda. Esto no debe tomarse como insolencia antes bien como reto para encontrar la forma esencial de nuestro sujeto social en la vida el estudiante.
Lo que nos constituye sin embargo es inalterable. Nos pertenece la pregunta que produce sed. No ya la respuesta. Aprender es un continuo. Y no cabe en el sujeto. Somos Tiresias del relato que se produce a partir de esa pregunta cuya respuesta no reside en el dato en wikipedia, sino que se formula partir de éste. Si alguna vez fuimos reproductores de saberes, compendios de citas y datos, ahora los profesores somos quienes producimos formas de pensar capaces de crear nuevos campos epistemológicos. Nos corresponde seguir formulando la pregunta seminal de la Iliada, ¿quiénes somos, de dónde vinimos y hacia dónde vamos, nosotros los que vivimos en las penas agrestes de este Delfos que se llama Moodle.