Elecciones coloniales
A los confinados votantes de Ponce.
¡Ay, los que llaman al mal bien, y al bien mal; que dan oscuridad por luz, y luz por oscuridad; que dan amargo por dulce, y dulce por amargo! –Isaías 5:20
Se suele afirmar que los artistas son los profetas de sus colectividades. Que ponen el dedo en aquello que no suele apalabrarse porque, como bien dice el dicho, las verdades duelen. Examinemos, pues, lo que varios de nuestros artistas han expresado sobre las elecciones en Puerto Rico, con la esperanza de que, intensa e intolerablemente, nos duela.
1959: Carlos Raquel Rivera. Elecciones coloniales, grabado en linóleo. Es éste el gran clásico de la plástica puertorriqueña sobre los asuntos electorales. Es también el modelo que no ha sido superado. (Su único precedente, que sepamos, es la pintura El manicomio de Julio Tomás Martínez, de 1936, y que ignoramos si Carlos Raquel Rivera alguna vez conoció.) La imagen de Rivera es clara y contundente, como amerita el tema. Bajo la agresión militar del águila imperialista, la colectividad puertorriqueña, enajenada en una fiesta sin motivo aparente, marcha hacia un barranco. Sobre una tarima, una “vedette” farandulera, escasa de vestimenta y con frutas como tocado, funge de punto de partida, de señuelo, para todo el desfile suicida. El alto templete de los políticos es identificado con la palabra “MAMEY”. Desde arriba, la prensa y los políticos incitan al suicidio en masa. Los puertorriqueños son agredidos por las fuerzas militares para que continúen su inexorable camino hacia el abismo. La violenta y atiborrada imagen de Rivera sugiere una barahúnda sonora, de música, gritos, motores, explosiones. En el medioevo, hubiese constituido una muy particular visión del infierno. El que haya sido realizada hace poco más de medio siglo, y que en 2012 la reconozcamos como una imagen fiel de nuestra realidad actual, no deja de ser escalofriante.
1968: Antonio Martorell. Vote, serigrafía; y Barajas Alacrán, offset. Fiel hija de la tradición cartelística, esta imagen se absorbe instantáneamente. El mordaz humor de Antonio Martorell se despliega en lo ingenioso del uso de las letras de la palabra “VOTE”, pero también en los detalles que la acompañan, como la flor en el tiesto sobre el tanque del inodoro, y las equis de los bordes que imitan un bordado en punta de cruz o las borlas de una alfombra, pero también el voto en la papeleta. Los colores rojo y azul nos adelantan las opciones en la papeleta. Esta imagen nos revela que ambas opciones son la misma, esto es, no son opciones: por tanto, “baja la cadena porque tu casa se te envenena.”Martorell retoma el tema en uno de sus primeros éxitos, las ya clásicas Barajas Alacrán, también de 1968. Explícitamente presenta las elecciones como un juego en el que el Joker —el Presidente de los Estados Unidos— siempre tiene la última palabra. Como resultado de esa condición (son elecciones coloniales), la participación de los políticos, protagonistas del juego, se reduce a un asunto de chismes faranduleros, que si la chilla de aquél, o la pillería del otro. La posibilidad de discusión de temas pertinentes o fundamentales queda cancelada ante la realidad de que estas elecciones no son más que un juego en el que sus participantes carecen totalmente de poder para resolver asuntos apremiantes. (Y si el Joker siempre toma la decisión final, ¿para qué jugar entonces?)
Escriben Marx y Engels (en su Manifiesto comunista, parte I) que “el Gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa”. Esta situación se hace aún más aguda en la relación colonial, en que la única función del gobierno es la de administrar los intereses de la metrópoli. Martorell no hace ninguna diferencia entre el voto y el excremento porque, en la realidad, no existe tal diferencia; lo único que se decide en las elecciones es quiénes van a ser la cara del fraude. Las Barajas Alacrán son la representación pictórica de estas aladas palabras pronunciadas en 1931: “Eso de movilizar cada cuatro años la opinión pública a todo el electorado, y gastar cuantiosas sumas de dinero en elecciones, sirve solamente para mantener otra farsa de que existe el sufragio en Puerto Rico” (Pedro Albizu Campos).
1972: Myrna Báez. El muro, acrílico sobre tela.Maestra de la reticencia, Báez sorprende con esta pintura, inusual en su corpus pictórico. Sobre el muro urbano se manifiestan las pugnas políticas del país a través del grafitti, mediante el cual la artista privilegia a la opción amordazada, el independentismo y la justicia social (“arriba los de abajo”). Un rostro se asoma desde la oscuridad para observarnos directamente, inmiscuirnos en esta discusión. El muro, cuya función original es la de proteger a su dueño, se convierte en el espacio mismo de un conflicto imposible de evadir. Báez, sin embargo, se mantiene felizmente fiel a su estética del silencio, por lo que quién nos observa y por qué, no se revela: nos toca a los espectadores resolverlo, del mismo modo que nos toca enfrentar nuestras necesidades políticas.
1996: Oscar Mestey Villamil y colaboradores. Cartelera #2, revista cartel.Pasquinado por el área metropolitana de San Juan, este segundo número del proyecto Cartelera ocasionó numerosos incidentes de censura. Pasquines arrancados en las calles y dueños de librerías exigiendo que se retirara el número de sus estantes, fueron algunas de las pruebas de que hay cuestiones que incordian cuando se expresan. Las imágenes más controversiales de este número fueron, curiosamente, aquellas realizadas por los colectivos, Colectivo Rojo, Los Chiquitos del Clan, y Los Maceteros (así, sin la “h”). En sus hojas se denuncia la colonia como un sistema de explotación/prostitución, un sistema fascista, obligadamente abocado a la muerte, como en el barranco de Carlos Raquel Rivera. Dieciséis años después, estas imágenes pueden colarse cómodamente entre las de la actual campaña electoral, sin necesidad de grandes cambios: escalofriante.
1998: Daniel Lind Ramos. El elector, óleo sobre tela y ensamblaje.Un hombre se apresta a dejar su marca sobre un papel. Frente al papel, tres opciones políticas representadas por los colores de tres partidos, rojo, azul y verde. Rojo y azul juntos, verde por separado. Esta obra de Lind Ramos es un altar, en el que seres míticos, humanos y ofertorios se reúnen en una compleja composición para discutir las elecciones coloniales desde el espacio tanto espiritual como material, tanto mítico como cotidiano, sin que estos espacios aparezcan como contradictorios. El “elector” coloca una máscara blanca sobre su rostro de piel oscura para votar, en una clara referencia al clásico del indispensable Fanon. O para consignarlo de otro modo, a la hora de dar su voto, a la hora de legitimar el fraude y la corrupción, el elector está obligado a negarse a sí mismo. Justo sobre su rostro enmascarado aparece, señalada con urgencia por la deidad, la palabra “memoria”. El hombre, su rostro oculto por la máscara, no la ve. Lind Ramos aspira a que nosotros, los espectadores, sin máscara, sí veamos.Después de El elector, Lind Ramos nos entrega La electora: encrucijada de la burundanga (2000, óleo sobre tela y ensamblaje). Ambas composiciones comparten varios elementos, tales como objetos (machetes, fotografías), colores, formas, y estructura pictórica. En un detalle muy revelador, una reproducción de El elector se incluye en la parte inferior de la pieza. Aquí la protagonista es una mujer, papeleta en mano, en estado de profundo pensamiento ante las implicaciones de su acto de elegir. Sobre su cabeza, una casa con tres puertas, verde, rojo y azul. “98, una herida en la memoria” lee el texto central de esta pintura compleja, que se duplica con objetos en la parte inferior de la composición. Arte refinado, el conjunto de cuerpos, seres míticos, textos, objetos, formas y colores exigen una reflexión profunda. Con su trabajo, Lind Ramos estimula a sus espectadores al uso de recursos de pensamiento rigurosos, justamente esos recursos que el orden colonial exige que nunca desarrollemos, para su propio beneficio. Esta es, pues, una imagen descolonizadora, producida con la fe de que sus destinatarios trascenderán la burundanga.Dice el profeta: “Vuestra tierra es desolación, vuestras ciudades, hogueras de fuego; vuestro suelo delante de vosotros extranjeros se lo comen, y es una desolación como devastación de extranjeros” (Isaías 1:7). Los profetas nunca se equivocan. NUESTROS ARTISTAS JAMÁS NOS HAN MENTIDO. De modo que para el próximo noviembre, tenemos dos opciones: ponernos la careta del amo y lanzarnos al abismo; o, cumplir con la enseñanza del profeta de que para lograr la justicia es imprescindible retirar todo, absolutamente todo, nuestro apoyo al mal (Gandhi).
A ver.