¿Enséñame tu lengua para maldecirte?
You taught me language; and my profit on’t
Is, I know how to curse. The red plague rid you
For learning me your language!
–Calibán en The Tempest de William Sheakspeare, Acto 1 Escena 2
Fue Juan Manuel García Passalacqua quien me presentó al Calibán de Shakespeare hace varias décadas. Estábamos en una barra en Boston tras uno de esos eventos académicos sobre el status de Puerto Rico que él sabía diligenciar. Éramos todos puertorriqueños menos uno. Charlábamos en inglés en deferencia a ese uno, nuestro anfitrión, un profesor de Harvard cuyo nombre no recuerdo. El mismo que en su momento comentó admirado y con su consabido “wow!” lo bien que hablábamos su idioma.
“Lo que él no sabe”, masculló Juanma, “es que somos Calibanes”.
“¿Qué es eso?”, le pregunté también entre dientes porque obviamente era un chiste privado que yo me estaba perdiendo.
“Enséñame tu lengua para maldecirte. Adaptación del discurso de Calibán en The Tempest de William Shakespeare”. Quedé bruta, pero no por mucho tiempo.
Al otro día la periodista joven y curiosa que era yo salió corriendo a buscar The Tempest. Y encontré lo que buscaba. Lo comparto como preámbulo a este artículo. Bien entrada la segunda escena del Primer Acto, Calibán le advierte a Próspero, el invasor de su isla, que su peor castigo para siempre será haberle enseñado su lengua porque en ella aprendió a maldecir. Le quedó bonito, ¿verdad?
La tempestad es un tratado en colonialismo que deberíamos leer todos en inglés en la escuela junto al Ariel del uruguayo José Enrique Rodó… en español. Si le añadimos los escritos del educador boricua Antonio S. Pedreira, empezamos a reconocernos como colonizados y nos graduamos a la psicopatología de la colonización de Frantz Fanon.
Dicho esto, digo esto: Puerto Rico necesita un pueblo bilingüe.
En primer lugar, para hablarnos entre nosotros mismos. Cada día aumenta el número de puertorriqueños cuyo primer idioma es el inglés y siguen siendo pueblo puertorriqueño vivan donde vivan. Tenemos que romper de una vez por todas con el mito de que para ser puertorriqueños hay que ser hispanófilo. Yo no lo soy. Me encanta el español, pero no le guardo pleitesía ni al idioma ni a la Madre Patria. Lo admiro profundamente y me siento orgullosa de que sea mi lengua materna. Es hermosa, profunda, completa. Pero no pierdo de vista que es el idioma del primer invasor. Ahora hablamos del segundo idioma invasor que también es hermoso, profundo, completo. Y ese también lo domino. Lo único que hago exclusivamente en español es el amor. Hablo, escribo y hasta sueño en inglés sin ningún sentido de culpa. Soy dos veces Calibán y quiero que lo sea el resto de mis compatriotas.
En segundo lugar, porque tenemos que dominar el idioma del nuevo imperio global: el capitalismo totalitario o capitalismo salvaje. Ese imperio global que ya no tiene su sede en Estados Unidos únicamente. La tiene en Dubai, en Ginebra, en Frankfurt, en el aire en jets privados. La clase trabajadora norteamericana es tan colonia de ese nuevo imperio global como lo somos nosotros. Ser Calibán ante ese nuevo imperio es necesario.
En tercer lugar, porque tenemos que dejar a un lado la idea de que la educación depende del idioma. Depende de la enseñanza. La educación deficiente no es privativa del territorio colonial. Es deficiente aquí en español y es deficiente para nuestra gente en el sur del Bronx en inglés. Tanto allá como acá, nuestros jóvenes salen de la escuela secundaria con unas limitaciones idiomáticas patéticas. Tanto allá como acá el problema es la calidad de la enseñanza y la falta de oportunidades para unos jóvenes mal educados. Es parte de la estrategia intencional de la clase dominante para mantener una masa ignorante y dúctil.
Para hablar de idioma y bilingüismo en nuestro país ya no debemos limitarnos a los argumentos de resistencia nacional. No estoy descartando la resistencia que nos ha mantenido como pueblo latinoamericano. Lo que digo es que hay que trascenderla deliberadamente para exigir una buena educación. Porque el problema no es la educación bilingüe. El problema es un sistema de enseñanza inferior con premeditación y alevosía.
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El idioma es un asunto político porque es un instrumento de poder. Lo ha sido a lo largo y lo ancho de la historia de la Humanidad. Los conquistadores imponen su lengua sobre los conquistados. Los ricos hablan diferente a los pobres. La clase dominante dicta cómo se habla correctamente. Acentos o dialectos de grupos étnicos o súbditos son considerados inferiores. Los vencedores desprecian el hablar de los vencidos – i.e., puristas norteños de Nueva Inglaterra odian con ganas el southern drawl con influencia africana de los nativos de los estados del sur. Gringos elitistas de norte y sur desprecian el inglés que hablamos los spiks.
Lo primero que hizo George Orwell al escribir su clásico 1984 fue desarrollar una nueva lengua – newspeak – para la sociedad totalitaria de su novela. La nueva lengua tenía el propósito de controlar no sólo la conducta sino los pensamientos de los ciudadanos. 1984 es la teoría del ejercicio del poder mediante el control extremo de los recursos, la conducta y los valores de la gente. El mejor recurso literario que encontró Orwell para exponer su teoría en una novela fue dejar consignada la importancia de la lengua como instrumento de poder.
En Puerto Rico el tema del idioma es pues neurálgicamente político. No podemos discutirlo sin carga política pesada. No importa su definición, no importan los méritos de los argumentos porque no hay posibilidad alguna de discusión fría y científica. Se nos sale la garata política del status y con sobrada razón. No puede ser de otro modo porque se trata precisamente de una pistola a la cabeza de nuestra identidad nacional. Eso es innegable. Tenemos, sin embargo, que comenzar a añadirle argumentos de discusión internacional.
Hasta al neoliberalismo le conviene mantener la pugna a nivel de nativos contra invasores. Ir más allá en la discusión del idioma implica entrar en nuevos ámbitos de debate político que todavía están a nivel de conocedores de la política internacional contemporánea, complicada y perversa como es. Implica que Puerto Rico se integre a una lucha más amplia a nivel global. Y eso no le es conveniente al neoliberalismo puertorriqueño como no le es conveniente cuando empezamos a definirnos en términos internacionales como derecha, izquierda, o democracia participativa.
Por otro lado, distinguir entre el problema del status y el problema del idioma no es asunto sencillo porque son dos facetas paralelas de un mismo problema político: el colonialismo. El primero se refiere al colonialismo puro y duro del imperio norteamericano sobre Puerto Rico. El segundo también al neo colonialismo puro y duro del capitalismo totalitario.
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El tema en su raíz científica no es fácil. Habría que empezar hablando del órgano ese lleno de neuronas del sistema nervioso –el cerebro–, y de cómo se procesan las lenguas en él. Hasta hace poco se pensaba que en una persona bilingüe las dos lenguas se procesaban en partes diferentes del cerebro. Ahora se dice que se procesan en las mismas partes del cerebro y que el espacio que ocupa cada una depende del grado de dominio de cada lengua: a menor conocimiento de una lengua, mayor el espacio que va a requerir en el cerebro. O sea, mientras menos bilingüe, más trabajo pasa el pobre cerebro tratando de serlo.
A nosotros se nos complicó el cerebro el 25 de julio de 1898. Porque nuestros imperios son polos lingüísticos opuestos. De un lado, el español o castellano, segunda lengua más hablada del mundo después del chino mandarin, es una lengua romance del grupo ibérico. El inglés, tercera lengua más hablada en el mundo, es una lengua germánica occidental. Uf. Pobre cerebro.
Eso es suficiente para entender por qué el tema del bilingüismo es siempre motivo de una gran pelotera científico social. Es uno de los temas más difíciles y uno de los ámbitos de investigación más porfiados de la educación, la sociología y la psicología. Por eso esta humilde y silvestre periodista lo va a dejar ahí en terminos biológicos y anatómicos.
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Vamos pues al nuevo imperialismo global. Ya no se trata solamente de la transferencia del idioma de la metrópolis a la colonia como manifestación de poder militar. Se trata de un movimiento económico mundial: el inglés es el idioma del capitalismo, la dominación del planeta y el imperialismo cultural. Creyéndonos siempre el ombligo del mundo, nos hemos quedado en discutir el bilingüismo en Puerto Rico como un asunto entre independentistas y estadoistas. Es hora de que nos enteremos de que eso es chisme doméstico. La realidad es mucho más grave.
El movimiento English Only no es privativo de los Estados Unidos. Uno de los temas de más amplia discusión en Europa es el movimiento de English Only… en Europa. Porque el empeño no es de Estados Unidos exclusivamente, el empeño es del capitalismo totalitario: dominar el mundo más allá de toda duda y para ello, tal y como lo dejó establecido Orwells, se necesita un idioma totalitario. Ese idioma es el inglés. Puerto Rico es una víctima más de este nuevo imperialismo global. Nuestra desgracia es que somos dos veces víctimas de un mismo amo.
La discusión que está ahora sobre el tapete a nivel internacional y que nosotros vemos como una aberración dirigida a nosotros solitos, es la de cómo imponer el idioma totalitario. Aquí es donde entra David Marsh, un finlandés que en 1994 propuso la teoría del Content and Language Integrated Learning, mejor conocido por sus siglas en inglés CLIL y que libremente se traduce como AICLE – Aprendizaje Integrado de Contenidos y Lenguas Extranjeras.
De esto es lo que estamos hablando en este momento en Puerto Rico. Marsh está de moda entre los capitalistas salvajes. Obviamente, el gobierno de Fortuño es parte de esa gente.
Según Marsh y su concepto de linguística aplicada, el aprendizaje de una segunda lengua es más exitoso si se da en la escuela a través de materias comunes, como la historia o las ciencias, no mediante la enseñanza del segundo idioma como materia independiente.
Los estudiosos y apologistas de la linguística aplicada se enfrentan a Robert Phillipson y su teoría del imperialismo linguístico. Y aquí es donde vamos porque a este británico disidente, galardonado como defensor de los derechos linguísticos ante la homogeneización, lo declaré Boricua ad honorem aunque no hable ni papa de español.
El concepto de imperialismo lingüístico se refiere a la transferencia de un idioma dominante como demostración de poder. Originalmente, de poder militar (1496 y 1898 para nosotros). En nuestra era, poder económico. En nuestro caso, ambos. Esa transferencia del idioma viene acompañada, por supuesto de la transferencia de aspectos de la cultura dominante junto al idioma.
Es importante reconocer que Estados Unidos no es el imperio que impone el inglés en el mundo. Eso lo hizo el imperio británico que durante la primera parte del Siglo 20 abarcó una cuarta parte de la población mundial – casi 500 millones de personas – y una quinta parte del territorio global, siendo el imperio más extenso de toda la historia.
Eso le otorga doble credibilidad y mérito a Phillipson, autor en 1992 de Linguistic Imperialism y más recientemente de English Only Europe?
Phillipson postula que los propulsores de la hegemonía lingüistica del inglés son, por supuesto, el Consejo Británico, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Venden su idioma con tres argumentos: (a) se trata de una lengua noble, rica, providencial e interesante, insinuando que las demás no lo son; (b) es un idioma bien establecido con métodos claros y eficientes de enseñanza; y (c) es la llave del mundo, útil para la tecnología, moderno y un símbolo de status.
Para Phillipson, esa retórica está montada sobre cinco falacias:
- Que el inglés debe enseñarse en inmersión – the monolingual fallacy que es la teoría de Marsh.
- Que el maestro ideal es un nativo del idioma – the native-speaker fallacy que ha probado ser embuste porque ni aún en nuestro idioma la mayoría de nuestros estudiantes se educa bien.
- Que mientras más temprano se enseña mejores los resultados – the early start fallacy que desmentiría la realidad de tantos inmigrantes que han descollado en los países que los acogen.
- Que mientras más se enseñe mejor – the maximum exposure fallacy que no ha logrado que ni el Americano promedio hable un inglés aceptable para los británicos.
- Que mientras más se hable otro idioma los estándares del inglés bajan – the substractive fallacy a la que aducen los defensores del English Only.
El lingüista británico no está libre de controversias y ataques, particularmente de los que solamente hablan inglés. Lo que nos trae al tema del English Only. Aunque lo conocemos como un movimiento en Estados Unidos por parte de aquellos que le temen a la penetración del español, el English Only se ha convertido en un problema global, el newspeak orwelliano del capitalismo totalitario salvaje. Quiero añadir, para que se apuñalen los estadoistas, que el inglés no es ni ha sido nunca declarado idioma oficial en Estados Unidos. Esa es la desesperación de los defensores del English Only.
Frente a toda esta realidad, ¿conviene o no conviene ser bilingüe? ¿debe Puerto Rico aspirar a ser bilingüe? y ¿cómo se lograría?
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A riesgo de que me caigan chinches, digo que un mejor sistema educativo monolingüe o bilingüe va a depender en buena medida de mejores maestros. Maestros que se sometan a reválidas iniciales y temporales y a cursos progresivos de educación obligatorios. Todo eso debe ir de la mano de mejorar sus condiciones de trabajo y su salario, claro está. Pero el argumento de su pobreza también tenemos que apecharlo con realidades. Los que estudian para educadores de nuestro sistema público lo hacen a sabiendas de que van a un oficio de sacrificio, como los que estudian para otras profesiones saben que si no se las buscan para montar un kiosko y hacerlo exitoso se mueren de hambre.
Los maestros deben ser mejor remunerados y tratados en nuestro sistema, por supuesto. Pero para ello hay que sacar el sistema del andamiaje político partidista, colocarlo bajo una junta educativa de academia, comunidad y trabajadores, revisar todo el currículo de enseñanza de arriba abajo con inteligencia y propósito pedagógico definido, y administrar mejor el presupuesto multimillonario de república bananera del Departamento de Educación. Eso hay que hacerlo independientemente de que el sistema educativo sea monolingüe o bilingüe. Debemos insistir en una reforma educativa profunda y trabajarla desde la calle, extra electoralmente. Los gobiernos de turno no nos van a proveer esa reforma. Hay que obligarla. No podemos esperar a cambiar el sistema gubernamental para obligar cambios en el sistema educativo. Parte de nuestro problema de país es confundir la conclusión con el proceso.
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Propongo que estos deben ser los nuevos elementos de la discusión sobre la enseñanza del inglés en Puerto Rico más allá de la resistencia cultural a la asimilación: cómo promover una reforma profunda y extra electoral del sistema educativo tomando escuelas una a una y cómo enfrentar el totalitarismo capitalista que se expande a nivel global.
No abandono este espacio -que aprovecho para agradecer a 80 grados su invitación a ser colaboradora permanente de este proyecto necesario- sin apuntar que no debemos echar a un lado el regocijo que reportó la prensa hace unas semanas cuando se abrió la primera escuela bilingüe de semi-inmersión de Guaynabo. Yo no descartaría ese experimento si además de limitar la enseñanza del inglés a las materias de matemática y ciencias, logra como informa la Prensa atraer a los padres a la escuela con la ilusión de una mejor educación para sus hijos. Si eso es así, es mejor de lo que tenemos… en cualquier idioma. Y el resultado sería una isla de Calibanes.
Ciertamente, pensar en la enseñanza del inglés en un sistema donde se enseña mal el español nativo nos saca naturalmente por el techo. Pero el problema no es el idioma en que se enseña, es la calidad de la enseñanza.
Por otro lado, a juzgar por la resistencia de los puertorriqueños que mantienen una cultura viva donde quiera que residen, no es fácil acabar con nosotros. El niuyorican que yo conozco es más recio y agresivo frente a un norteamericano despreciativo que el puertorriqueño promedio de la Isla. El peor castigo de ese norteamericano es que podemos mandarlo pa’l carajo en su idioma. Nuestra mejor opción es ser Calibán. Y no crean que Calibán acaba liberándose en The Tempest. Después de todo se trata de una obra escrita por un inglés en el Sigo 17.
JOMO
John Morgan (Jomo) Rodríguez is a 21 year old from the South Bronx. He swore to be fully and happily bilingual until a vacation spree in Puerto Rico last year. When he opened his mouth to speak Spanish lo hicimos sentir como culo. The rest of the trip to La Patria he spoke his native English with an attitude – a ‘don’t fuck with me’ attitude.
Who cares? After all, Jomo is back home to his job in Grand Concourse and for this year vacation he plans to stay in Orchard Beach.
In Jomo’s half page curriculum vitae he still claims to be bilingual. That sounds great for his employers. He works for McDonald’s (*) and uses his language skills often: “ ¿Lo quiere con papitas o sin papitas?”.
(*) According to a guide released earlier this year by a group dedicated to workplace justice, some of the most popular fast-food, fine-dining, and family-friendly restaurants in the United States — including McDonald’s and The Olive Garden — are also the worst ones at which to work. Jomo is doomed.