Lorca como obsesión, Lorca como metáfora
Los testimonios que tenemos sobre Federico García Lorca casi unánimemente lo presentan como un ser de una personalidad fascinante que cautivaba con su gracia e inteligencia a quien lo conocía. En España, en Estados Unidos, en Cuba, en Argentina, en Uruguay dejó a hombres y mujeres enamorados de su persona, aunque ese enamoramiento no tuviera nada de implicaciones sexuales. Los testimonios de amigos que lo describen en términos angelicales – recordemos su teoría poética del “duende” porque mucho tiene que ver son su personalidad: Lorca tenía “duende” o lo era… – abundan y en muchos casos son el producto de heterosexuales de marca mayor: Pablo Neruda es un magnífico ejemplo. El impacto de la personalidad de Lorca se produce paradójicamente hasta nuestros días y en personas que jamás lo conocieron ni lo pudieron conocer. Lorca sigue enamorando o fascinando a través de las décadas.
El narrador peruano Santiago Roncagliolo basa un libro completo en uno de esos casos. En El amante uruguayo: una historia real (Lima, Santillana, 2012) relata la obsesión del escritor uruguayo Enrique Amorim (1900-1960) por Lorca. Aunque en verdad el libro es una curiosa biografía novelada de este narrador y ensayista uruguayo, Roncagliolo estructura todo el libro a partir de la breve relación entre los dos escritores, pero el libro relata la vida entera del uruguayo, hoy casi completamente ignorado o convertido en mera referencia en manuales de las letras de su país. Pero Amorim, en el libro de Roncagliolo, parece perder su propia personalidad y convertirse meramente en “el amante uruguayo” de Lorca. Y en ese conflicto se fundamenta uno de los problemas centrales de este libro, texto entretenidísimo y narrado con la soltura de un novelista que sabe captar la atención de sus lectores. Es que aunque Roncagliolo, en un acto de duda inconfesa, llama su texto “una historia real”, nos damos cuenta al leerlo que el autor manipula los hechos narrados de varias maneras para crear esta biografía novelada que adopta la forma de un libro académico que intenta explicar una figura literaria que en su momento desempeñó un papel de importancia en su país, en Argentina y en Hispanoamérica en general.
Confieso que aunque nunca he leído un libro de Amorim – sólo he leído algunos de sus cuentos recogidos en antologías – su nombre me era familiar y que conocía algo de su vida y obra, probablemente por su contacto con Borges, no con Lorca. Amorim y Borges estaban emparentados; pertenecían ambos a la vieja burguesía criolla rioplatense, sólo que la familia del argentino perdió su fortuna y la del uruguayo fue siempre muy acaudalada. Borges, quien sentía cierto afecto por su pariente, le dedica uno de sus cuentos emblemáticos, “El hombre de la esquina rosada”. Pero en el libro de Roncagliolo la figura central es Lorca, no Borges.
Amorim y Lorca se conocieron cuando el español visitó el área del Río de la Plata para la presentación de una de sus obras de teatro en Buenos Aires. La relación fue brevísima, pero marcó profundamente a Amorim, aunque no así a Lorca quien, para dolor del uruguayo, pronto, al regresar a España, se olvidó de él o lo ignoró. Nunca vemos las peripecias de esta relación desde el punto de vista de Lorca, así que no sabemos lo que éste pensaba del uruguayo. Hoy conocemos otros datos sobre el último momento de Lorca, datos que podrían explicar ese olvido tajante del amante uruguayo. Recientemente han aparecido cartas, poemas y otros documentos de Lorca que confirman que tras su regreso a España conoció y mantuvo una profunda relación con un joven que se convirtió en su último gran amor, Juan Ramírez de Lucas, un guapísimo actor de Albacete que parece haber marcado profundamente a Lorca en sus últimos días. Ramírez de Lucas, quien tuvo que sobrevivir el terror de la posguerra franquista marcado por su amistad con el proscrito poeta y por su reconocida homosexualidad, se convirtió en un importante crítico de arte, pero mantuvo en secreto su relación amorosa con el gran poeta. Sólo tras su muerte hemos podido entrever la importancia de la misma. Curiosamente Roncagliolo parece desconocer el hecho que conocemos sólo desde que la familia de Ramírez de Lucas reveló la existencia de estos documentos lorquianos y de los testimonios del propio Ramírez de Lucas que confirman esa relación y la trascendencia de la misma. Aparentemente al comenzar la Guerra Civil Española, Lorca pensaba salir del país e irse a México con Ramírez de Lucas, pero como éste era menor de edad e hijo de una familia conservadora, no consiguió el permiso de sus padres y el viaje del poeta se frustró; Lorca se quedó en España. En vez de irse a México regresó a Granada y fue pronto asesinado.
Creo que la clave principal para entender el desamor de Lorca por Amorim es sencilla y no involucra necesariamente a un tercer personaje: Amorim fue para Lorca una mera aventura pasajera, aunque el encuentro con Lorca fuera para Amorim un hecho central de su vida. Pero, en el fondo, me sospecho que existe otra explicación para que ésta tenga tanta importancia en el texto de Roncagliolo: el narrador se vale de la breve y efímera relación entre el español y el uruguayo para crear una especie de metáfora que le sirve para entender y explicar la rara vida de Amorim. Para Amorim Lorca fue una obsesión, mientras que para Roncagliolo Lorca es una metáfora o un recurso narrativo.
No cabe duda de que Lorca marcó profundamente a Amorim y mucho de lo que hizo después de conocerlo estuvo casi determinado por esa breve relación amorosa o sexual. Pero creo que ésta le sirve también a Roncagliolo para darle unidad y sentido a la vida del uruguayo, el tema de su libro. Es que Amorim fue una persona compleja y difícil de entender. Roncagliolo mismo resume el problema de manera breve y efectiva cuando nos ofrece una afortunada síntesis de la vida de Amorim:
…comunista y millonario, homosexual y casado, escritor de todos los estilos y amigo de todos los grupos, camaleónico uruguayo, por simpático que fuese, carecía de la calidad que más apreciaban sus camaradas: la coherencia. (320)
Camaleónico, simpático pero sin coherencia: vale la pena esbozar la vida de Amorim porque sirve para entender el mundo intelectual y político de su época. Nació en una familia adinerada de hacendados en un pequeño pueblo uruguayo, Salto, donde al final de su vida le construyó un monumento a Lorca, el primero que se levantó en el mundo en su honor, dice él y asegura Roncagliolo, aunque creo que hubo otro, muy pequeño pero anterior, en Ciudad de México develado por los republicanos exilados. Niño inteligente recibió la mejor educación de su momento y de su país. Desde temprano se definió como poeta; siguió, como tenía que ser en la época, las pautas del modernismo rubendariano. Conoció y sedujo a Jacinto Benavente cuando el ganador del Premio Nobel visitó Argentina y Uruguay. Esta efímera relación tenía como propósito, de parte de Amorim, abrirle puertas al mundo intelectual español. Este será un rasgo común en el escritor uruguayo: usar su dinero o su atractivo físico para trepar en el mundo intelectual, el político y el literario. Como tantos homosexuales de su clase, Amorim se casó. Afortunadamente para él, su esposa, Esther Haedo, también de acaudalada familia hacendada, mantuvo una ejemplar relación de entendimiento con su marido, a quien apoyó siempre. Amigo de importantes artistas argentinos, españoles y franceses trató Amorim de ascender en el mundo político e intelectual de la posguerra, sobre todo en Francia. Tras la Guerra Civil Española y el asesinato de Lorca, se hizo miembro del Partido Comunista Uruguayo y, tras la Segunda Guerra Mundial, participó en importantes congresos de artistas e intelectuales en Polonia y Francia. Su obra se tradujo en varios países del bloque soviético, pero, a pesar suyo, su fama literaria descansó en sus tempranas novelas de tema gauchesco. Intentó entrar a Hollywood como director, pero no tuvo suerte. Ni en el campo de las letras, ni en el de la política ni en el de su vida íntima Amorim tuvo una identidad coherente. Fue un camaleón que buscaba ser el centro de atención y, por ello mismo, es un personaje fascinante, aunque no haya sido igual como persona.
Ese es el problema de Roncagliolo: cómo explicar a los lectores de su libro a este problemático personaje. Y para presentarnos la vida de este individuo tan ambivalente –por sus contradicciones y su falta de centro ideológico y estético – el autor de la biografía novelada se vale de un hecho que, definitivamente lo marcó y determinó mucho de lo que hizo en términos políticos y personales, pero que aquí hay que verlo también (recalco el adverbio: también) como un recurso narrativo que el narrador emplea para darle unidad y sentido a su libro. Es que hay muchos pasajes del mismo que no se pueden entender si no fueran el reflejo de un ser obsesionado, pero esa obsesión apunta a una persona difícil de entender. Pero en ellos se nota la mano de Roncagliolo, el narrador que manipula la evidencia histórica o la de la vida de Amorim para explicar mejor a su personaje.
Las contradicciones personales, políticas y estéticas de Amorim retratan a un ser fascinante, aunque no profundamente talentoso. Borges y Neruda, también personajes del libro de Roncagliolo, no dejaban de ser contradictorios, egoístas y hasta traicioneros, pero se pueden entender desde su propio centro. Amorim, al contrario, más que un ser excéntrico es un ser sin centro o, quizás, su centro era la urgencia o la necesidad de estar siempre en el centro o de ser el centro. Por ello su intento de ganarse a figuras que reconocía de importancia política, intelectual o artística. Su vida está llena de esos intentos de tener amigos importantes: Benavente, Lorca, Borges, Neruda, Chaplin, Guillén, Alberti… El caso de Picasso es un buen ejemplo de este intento frustrado de adentrarse en las altas esferas artísticas. Pero, como en tantas otras ocasiones, Amorim no logró entrar en el ámbito cerrado de las pocas amistades verdaderas del gran pintor español. A pesar de ello, intentó hacerles creer a muchos que era parte de ese hermético núcleo. Amorim, en su intento de ser parte del centro o de ser central, se quedó siempre en la periferia y por ello buscó desesperadamente asociarse a las figuras centrales.
Es sorprendente ver el gran número de fuentes que Roncagliolo empleó para construir esta biografía de Enrique Amorim. A veces depende demasiado de algunas; Ian Gibson, el biógrafo de Lorca, es uno de esos casos. Pero sus fuentes principales son los textos del propio Amorim y las entrevistas hechas a amigos y a familiares que le sobrevivieron. Por ello mismo, uno termina la lectura de esta biografía con deseos de leer a Amorim mismo, especialmente sus memorias, aun inéditas. Estas deben estar plagadas de engaños, exageraciones y fantasías – así mismo lo cree y lo prueba Roncagliolo – pero ahí hallaremos la voz misma de este fascinante ser contradictorio que fue mucho más que meramente “el amante uruguayo” de Lorca.