Los avatares de la blancura: Betances y la historiografía del siglo XX
Hoy día la idea de la raza como un fenómeno histórico es una que pocos se atreverían a cuestionar. No obstante, la tarea de pensar la raza históricamente ha probado ser una espinosa, sobre todo, por la dificultad que entraña el disociar lo racial de las concepciones contemporáneas del cuerpo. En la modernidad éste último es concebido como una entidad con unas características definitorias. Es precisamente en esos elementos, los cuales se comprenden como designios de la naturaleza, que usualmente se ubica la raza. La relación intrínseca que teje el concepto moderno de raza entre la diferencia racial y la biología es una muy difícil de desarticular, justamente porque se asienta en ideas ampliamente naturalizadas en nuestra sociedad. De ahí que resulte muy difícil teorizar la raza sin descansar en mayor o menor medida en presuposiciones biológicas.
De otra parte, lo racial -al igual que otros procesos de naturalización de la diferencia- no tiene una sola historia como sugiere la concepción moderna de la raza. Tampoco tienen estas historias porqué vincularse inexorablemente con la biología. En efecto, la raza demanda historiarse -o, quizás más bien, contra historiarse- de suerte que se disloque el razonamiento que establece una relación lineal entre la naturalización de la diferencia y la biología. Justamente porque esta singular lógica fue elevada a la categoría de ciencia y producida como conocimiento verdadero, es que disciplinas como la Historia, entre otras, han jugado un papel preponderante en su reproducción. De ahí, la urgencia de escribir historias de la raza de forma plural y polémica; contra historias que confronten la naturalización de estas ideas.
Es precisamente desde esta perspectiva disociadora que me gustaría analizar las concepciones que ha elaborado la historiografía del siglo XX sobre la identidad racial de Ramón Emeterio Betances. Las mismas brotan de una carta que el reconocido abolicionista le envía a su hermana Demetria en 1879.1En dicha misiva, éste relata un incidente familiar ocurrido alrededor de cuarenta años antes en el cual se cuestiona la condición de blancos de la familia y admite que los Betances eran gente “prietuzca”. Esta sola huella documental ha llevado a muchos historiadores e historiadoras a concluir que Ramón Emeterio era inequívocamente mulato y que fue uno de los primeros puertorriqueños en abrazar esta identidad. El examen crítico de los fundamentos teóricos y metodológicos que han encauzado dichas conclusiones ilustra la necesidad de escribir historias que no solo reflexionen sobre su objeto de estudio sino que, además, cuestionen las premisas desde donde se investiga y se escribe. Opino que es menester movernos del tipo de escritura de la historia que universaliza -y, por ende, naturaliza-, fenómenos que son variados, plurales y contradictorios, por ser precisamente históricos. Pero volvamos al caso en cuestión.
El desafío a la posición social sólida que disfrutaba la familia Betances se suscitó a raíz de los planes matrimoniales de la hija mayor, doña Ana, con un joven de origen catalán llamado José Tió en el año 1840. Los detalles del incidente los relata el propio Ramón Emeterio Betances en la antes mencionada carta. Allí le cuenta que años antes, al solicitar copia de las partidas de bautismo de la familia con motivo del matrimonio de la hermana mayor, se habían enterado que no sólo Ana, sino todos los demás vástagos de la familia Betances-Alacán, aparecían asentados como “negros y bastardos”. Es por esta razón que su padre –don Felipe- se ve obligado a llevar un proceso legal ante los tribunales para justificar su calidad de blanco y limpieza de sangre de modo que el enlace de su hija pudiese realizarse. Aunque el padre logra su propósito, Ramón Emeterio le reitera a su hermana que “[q]ueda, pues, bien entendido, que somos prietuzcos, y no lo negamos; pero como dice Luis Betances: ¡más honrados!…”
Este rico episodio ha sido reseñado por muchos de los estudiosos del insigne Ramón Emeterio Betances, como un ejemplo inequívoco de la identidad racial que éste ostentaba.
Para la profesora Ada Suárez, una de las principales estudiosas de Betances, el hecho de que éste reconociera que llevaba alguna proporción de “sangre africana” en “sus venas” lo define indubitablemente como mulato, como si esto fuera un hecho natural incontestable.2El énfasis que el propio Betances le otorga a las nociones raciales modernas basadas en el color de la piel, hace que muchos de sus estudiosos del presente pasen por alto otros elementos involucrados en este episodio que apuntan hacia unas dinámicas raciales mucho más complejas y variadas que las que se anclan en el mero color de la piel.
Interesantemente, todas las referencias a la identidad racial de Ramón Emeterio Betances emanan de una misma fuente: la obra que su amigo y biógrafo Luis Bonafoux publica en 1901 en Barcelona.3 La misma constituye una compilación de los escritos de Betances, acompañada de un jugoso prólogo escrito por el propio Bonafoux, en el cual intercala la célebre carta a su hermana Demetria y elabora una serie de comentarios sobre la condición racial de su amigo. Desde esta perspectiva, es menester preguntarse hasta qué punto la representación racial que elabora Bonafoux guardaba alguna relación con la forma en que Ramón Emeterio se entendía a sí mismo o con las ideas raciales que se tenían en la Isla sobre la familia Betances. Si bien es cierto que Betances, quien vivió la mayor parte de su vida en Europa y recibió el grueso de su educación en ese continente, exhibe en sus escritos ideas raciales de tenor moderno, este aspecto así como el proceso mediante el cual éste desarrolla su identidad racial, aguardan aún una investigación profunda y sistemática. Baste con decir que la única alusión de Betances a su negritud que queda registrada aparece en la antes mencionada carta a su hermana Demetria, en donde, además, le indica que queme la misiva que él le envía y que no pida ninguna información sobre las partidas de bautismo al cura de Cabo Rojo por escrito.
La racialización que efectúa Bonafoux de su amigo Betances responde a una lógica distinta. Su libro es un homenaje póstumo a un amigo que empeñó toda su vida en la defensa de unos ideales, que aunque no compartía, respetaba. La pasión Betanciana por la independencia de Puerto Rico y de las demás Antillas del yugo colonial español, se simboliza mediante su repudio a la institución de la esclavitud y la lucha por los derechos de los miembros de la raza negra. En el texto de Bonafoux, ambas causas se encarnan en el cuerpo mulato de Betances. La condición de mulato de Betances es remarcada como una forma de simbolizar su alteridad con relación a España y su “natural” desafección por ésta. El mensaje que Bonafoux quiere propalar es que Betances, a pesar de ser educado, provenir de una familia honorable y ser ducho en la cultura europea, no era español. Esto es precisamente lo que explica su praxis revolucionaria.
Pero, ¿qué clase de mulato era Betances? Según Bonafoux, se trataba de un “prieto” con fisonomía europea. Su perfil –expresaba- era “más árabe que romano”, sugiriendo que su apariencia general era romana. De ahí que exalte su cabeza patriarcal, inteligencia y frente ancha y cuadrada, a la vez que remarca la “apariencia de basalto” de su piel, cincelando así una imagen muy cercana a la de un busto de algún patriarca romano como los exhibidos en los museos europeos.
Pero su racialización de Betances no se detiene ahí. En otra parte afirma que, en su opinión, su amigo tenía mucho más de indio que de africano, mientras que en otra ocasión lo vincula directamente con la negrura y la esclavitud cuando afirma que pertenecía a una raza que había sido zamarreada y envilecida por los españoles. En otro punto, compara su verbo con el del patriota Francisco Pi y Margall, y recalca que la única diferencia entre ambos era que el liberal español hablaba a título de catalán y Betances lo hacía como indígena. Así, en el texto de Bonafoux, Betances se desplaza por la tres raíces de la “raza americana” como un presagio viviente de la “raza cósmica”, como un “otro” tornadizo que encarna la diferencia criolla en oposición a la “uniformidad” europea.
Los que posteriormente estudian la figura de Betances interpretan el texto de Bonafoux y las cartas del propio Betances de forma literal -es decir, a partir de la letra del texto y su significación vigente- a la vez que ignoran partes importantes de éstos, posiblemente por no poder hacer sentido de ellos en la literalidad de su análisis. Un ejemplo de esto es el comentario del propio Betances cuando exclama que en los libros parroquiales aparecen él y sus hermanas como “negros y bastardos”. Los autores y autoras que discuten esta porción del texto, usualmente aluden a la condición de “negros” de los Betances y al racismo de que era objeto la familia. No obstante, pasan por alto el comentario del alegado estatus de bastardos de los hermanos, el cual queda invalidado por un somero examen de la partida de Bautismo de Betances.4En la misma, Betances aparece como hijo legítimo de Felipe Betances y María del Carmen Alacán. ¿Por qué, entonces, manifiesta Betances que aparecían como bastardos? Evidentemente, esta expresión no constituye una afirmación fáctica; su inteligibilidad emerge cuando se inserta en el universo simbólico de las nociones raciales que se manejaban en el Puerto Rico decimonónico. Como he demostrado en un trabajo anterior, en la sociedad colonial existía una estrecha correspondencia entre la ilegitimidad y la procedencia africana.5En un talante definitivamente efectista, Betances equipara el aparecer anotados en el libro de pardos con ser considerados como negros y bastardos en su entorno social. No obstante, ¿existe evidencia que sostenga tal aseveración? ¿Eran considerados los Betances-Alacán como tales? ¿Era el universo racial puertorriqueño del siglo XIX uno dividido estrictamente entre blancos y negros, legítimos y bastardos? ¿Se trataba ésta de una familia que no gozaba los privilegios de la blancura?
Evidentemente no. La familia Betances Alacán no era considerada negra y mucho menos de ínfima calidad. Prueba de ello lo constituyen los matrimonios que contrajeron sus hermanas y el respeto y estimación que gozaba el propio Ramón Emeterio en la sociedad de la época. En una carta que le escribe a un amigo cercano en 1860, confiesa: “Yo trabajo mucho aquí, gano dinero, todos me tratan con consideración”.6Asimismo, la propia profesora Suárez Díaz admite que el entierro de don Felipe Betances, padre de Ramón Emeterio, “fue digno de todo un hacendado”.7
¿Se trataba el caso de los Betances de una familia indisputablemente negra que se hacía pasar mediante engaño por lo que no era? ¿O se trataba más bien de una familia que había alcanzado una posición racial privilegiada mediante las rutas socialmente autorizadas? ¿Fue la justificación de limpieza de sangre que realiza don Felipe Betances en 1840 un evento que lo obligó “a humillarse ante todo un pueblo, reclutando testigos que jura[ran] lo que ellos y las autoridades del pueblo sab[ían] que era falso”, como postula Ada Suárez Díaz?8¿O más bien una movida dirigida a defender la dignidad y respetabilidad de la familia, puesta en duda por aquellos que pretendían mancillarlos?
En la sociedad puertorriqueña decimonónica, la limpieza de sangre o la blancura era una condición que era asequible no sólo de una generación a otra, sino también durante el transcurso de la vida de un individuo. Es muy probable, aunque no existe evidencia más allá de las expresiones que le hace Ramón Emeterio a su hermana Demetria, que la familia Betances tuviera un antepasado racialmente ambiguo. Cualquiera que fuera el caso, ello no suponía automáticamente que esa persona o sus descendiente estuvieran condenados perpetuamente a permanecer en esa “devaluada” esfera. Existían vías socialmente aceptadas para transformar esa condición y, una vez logrado esto, reclamar que se les reconociera legítimamente la condición de blanco y limpio de sangre para ellos y sus descendientes. En este sentido, lejos de constituir una conspiración pública para ocultar la “negritud” de la familia Betances, la justificación de limpieza de sangre librada por don Felipe constituye un acto de descubrimiento de prueba. Los Betances habían adquirido los marcadores de la blancura, tal y como se desglosan en la justificación, por lo que se habían ganado el privilegio de ser considerados blancos y limpios de sangre.
La representación racial de los Betances elaborada por la historiografía contemporánea -y basada exclusivamente en una fuente, el texto de Bonafoux- es el resultado de la aplicación de nociones ajenas a las complejas dinámicas racializantes que predominaron durante buena parte del siglo XIX en Puerto Rico y de la lectura selectiva de la antes mencionada obra. La idea de que la condición racial de las personas estaba predeterminada por una herencia biológica claramente definida, era una foránea a la formación racial decimonónica puertorriqueña, sobre todo en la primera mitad del siglo XIX, cuando ocurre el incidente alrededor del matrimonio de la hermana mayor de Betances. Son precisamente las expresiones de Betances que se resisten a la lógica racial moderna las que historiografía contemporánea ha ignorado y excluido del análisis. Esta lectura selectiva ha llevado a algunos a concluir que Betances poseía una identidad racial estable y evidente. Este argumento es difícil sostener en vista de las patentes exageraciones que contiene la carta, el desconocimiento de la hermana menor del incidente suscitado por la boda de la hermana mayor casi cuarenta años antes, las advertencias que el propio Betances la hace a Demetria para que destruya la carta y para que no pida ningún informe escrito a los curas de Cabo Rojo y el hecho de que los varones Betances gozaran de derechos ciudadanos. Si a esto se le añade la ausencia de expresiones públicas de Betances sobre su identidad racial, resulta evidente que éste es un tema que demanda una mayor reflexión teórica y una investigación más amplia.
- “Carta núm. 67, A su hermana Demetria Betances Alacán”, en Félix Ojeda Reyes y Paul Estrade, Ramón Emeterio Betances. Obras completas, vol. II San Juan, Ediciones Puerto, 2008, pp. 164-167. [↩]
- Ada Suárez Díaz, El doctor Ramón Emeterio Betances y la abolición de la esclavitud. San Juan, Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1980. El fenómeno del mestizaje es uno histórico que se concibe de distintas formas en distintos contextos. La idea de la mezcla racial como producto de la reproducción biológica está íntimamente vinculada a las nociones raciales modernas y no puede generalizarse sin correr el riesgo de naturalizar el concepto de raza. La postura de Suárez Díaz es un claro ejemplo de esto último. [↩]
- Luis Bonafoux, Betances, Barcelona, Imprenta Modelo , 1901. [↩]
- Una transcripción del acta de bautismo de Betances aparece en José A. Romeu, “Nuestros próceres, Ramón Emeterio Betances”, Isla Literaria 8-9, 1970, p. 9. [↩]
- María del Carmen Baerga, “Cuerpos calificados/ cuerpos negociados: sexo, ilegitimidad y racialización en el Puerto Rico decimonónico”, Historia y Sociedad, 16-17, 2005-2006, pp. 3-26. [↩]
- “Carta núm. 58, en Ojeda Reyes y Estrade, Ramón Emeterio Betances…, vol. II, p. 149. [↩]
- Ada Suárez Díaz, El antillano. Biografía del Dr. Ramón Emeterio Betances, 1827-1898. San Juan, Centro de Estudios de Puerto Rico y el Caribe, 1988, p. 21. [↩]
- Suárez Díaz, El doctor Ramón Emeterio Betances…, p. 8. [↩]