Marshall: Pionero
En este filme interesante y absorbente, un caso de Marshall, que no tiene que ver con la enorme magnitud que tuvo el caso Brown, se usa para dar a conocer a Marshall entre los amantes del cine y nuevas generaciones que lo desconocen para familiarizarlos con ese gigante de las leyes, los derechos civiles, y enemigo del prejuicio y el abuso.
Marshall (Chadwick Boseman) es enviado por la NAACP a Greenwich, Connecticut, donde se ha acusado a un negro de ultrajar a una mujer blanca de la alta sociedad. Eleanor Strubing (Kate Hudson) alega que el hombre, Joseph Spell (Sterling Brown) no solo la ultrajó, sino que quiso matarla lanzándola a un lago desde un puente. Marshall necesita un abogado local que lo introduzca como parte del equipo de defensa y lo hace con la ayuda de Sam Friedman (Josh Gad) quien ha sido más o menos empujado por su hermano a que lo haga. Jacob y Michael Koskoff, quienes escribieron el guión, han configurado la historia para que pertenezca al género de “drama de corte” (“courtroom drama”), lo que ha sido un buen y sabio paso. Además, le han dado un giro cómico a algunas situaciones entre los dos abogados que van surgiendo como puntos de desasosiego en la ristra de situaciones en que el prejuicio se parodia al mismo tiempo que se trata con cuidado. Después de todo, es crítico demostrar que, como aún lo es, puede que sea el aspecto más negativo de los Estados Unidos.
Los contrincantes de Marshall y de Friedman no solo son externos —el fiscal Loren Willis (el estupendo Dan Stevens, a quien conocerán de Downton Abbey) y el juez Foster (el igualmente estupendo James Cromwell)— sino internos. Una voz en su cerebro le dice a Friedman que hacerse cargo de un caso en que defiende a un negro que ha atacado a una blanca lo convertirá en un paria en su comunidad y arruinará su carrera. Ese temor se va contrastando poco a poco según la trama avanza con los sucesos que comienzan a fraguarse en Europa, donde los nazis están haciendo sus fechorías, y en el propio Greenwich donde el antisemitismo está subyacente pero no se esconde demasiado. El fiscal y el juez, aunque de distintas generaciones, son viejos amigos porque el segundo fue socio del padre del primero en la práctica privada. Se evidencia rápidamente que hay unas fuerzas que operan sobre el caso que van más allá de las que pueden tildarse únicamente de legales.
El director Reginald Hudin maneja la historia con soltura y evita, con la ayuda del guión, ver a Marshall solamente como la figura icónica que es. Me refiero a que es tratado con mucho respeto, pero sin exageraciones santificantes. No solo hacen resaltar sus fallas (es un poco mandón), sino que, como ya he señalado, nos permiten reconocer que tenía sentido de humor y que era, en el fondo, primero y supremamente, un ser de grandes cualidades y de gran valor.
En una deliciosa escena Marshall va a un bar y se encuentra con su excompañero de estudios el poeta Langston Hughes (Jussie Smollet) acompañado de su amante (hombre) del momento, y poco después se les une la escritora Zora Meale Hurston (Rozonda ‘Chilli’ Thomas) en lo que resulta ser, no solo una reunión extemporánea de una parte (la literaria) del Harlem Renaissance, sino un reto “legal” al significado de la poesía y su valor.
No podemos catalogar el filme de tener grandeza. A veces no es difícil predecir lo que ha de suceder. En algunos momentos el director se pone demasiado “artístico” y sus cortes de una escena a otra (que no puedo divulgar) me parecieron simbolismos o símiles exagerados. Sin embargo, los momentos fallidos están compensados por la evolución de la trama y las actuaciones.
Tanto Chadwick Boseman como Marshall y Josh Gad como Friedman están muy bien en su respectivos papeles. Me sorprendió Kate Hudson como la mujer del caso con su actuación conmovedora y convincente. Más me satisfizo la de Sterling Brown como el acusado que se convierte ante nuestros ojos en el modelo del hombre negro que ha sido apaleado, suprimido, rechazado y acusado principalmente por el color de su piel.
Junto a otros filmes recientes como “Hidden Figures”, “Loving” y “Moonlight” (todas de 2016), este es uno que hay que ver para tratar de entender lo que la ignorancia y el desprecio pueden fraguar en un país que se ve a sí mismo como un puntal de la libertad y la democracia. Se necesitan más hombres como Thurgood Marshall para mejorar el mundo.