Poesía, humor, erotismo y angustia en Antonio Skármeta
Los mayas comparaban a sus poetas con los molineros celestiales y agregaban que ellos extraían pacientemente del maíz del idioma una harina finísima: la poesía.
Antonio Skármeta es un molinero del lenguaje y extrae poesía de historias muy diversas que desgrana con paciencia. Así es el mundo poético de su novela, Ardiente paciencia, más tarde conocida como El Cartero de Neruda, que ha cautivado el mundo por la vulnerabilidad del ser humano en la que eterniza poéticamente la historia y el encuentro entre Pablo Neruda y el cartero Mario Jiménez.
Mario Jiménez, hijo de pescadores, no lanzó nunca una red al mar, pero lanzó redes para atrapar palabras poetas que se le escapaban como peces entre las manos. Sin embargo, con el anzuelo de su bondad, de su autenticidad, atrapó el pez mayor, atrapó la amistad del poeta Pablo Neruda, que convirtió a Mario en un pescador de metáforas.
Pero Mario Jiménez no es el único protagonista en esta obra, le acompaña la poesía como personaje trascendental. El autor se adentra en el corazón de la poesía, la metáfora, y lo hace como quien no quiere la cosa, para deslizarse feliz por la superficie de la poesía, sin más equipaje que el amor por las palabras poetas y nos aproxima a ella con gran peripecia y naturalidad. El lector será testigo del efecto de la poesía en el alma de nuestros protagonistas y su fuerza transformadora en el alma de los pueblos Y lo logra Skármeta a pesar de vivir en una época en que la poesía es marginada de los medios de comunicación social.
Ubica nuestro autor la historia en un momento dramático de la historia de Chile, la dictadura de Pinochet, y encaja la trama entre la acción política de Neruda, cuando por un breve momento acepta ser candidato a presidente por el Partido Comunista, y la relación con Mario Jiménez, hijo de pescadores, a quien solo le interesa pescar cartas. Ser cartero en un pueblo donde solo hay un destinatario de ellas, el poeta Pablo Neruda, que espera noticias de un posible y anunciado Nobel de Literatura, como de los sucesos de su patria.
Un poeta volcado en su mundo creador y en su país, y un cartero ávido de amor y de palabras poeta. El ser individual que es el cartero y el ser nacional que es el poeta. El cartero de Neruda, no es solo de Neruda, es de todos, nos anuncia lo que sentimos cuando nos enamoramos, y es portador de muchas otras cartas que llegan para familiarizar al lejano lector con la poesía, poesía que es el milagro del lenguaje.
Gracias a la poesía el cartero pierde su timidez, pues ella le transmite fuerza de vida y así Mario se envalentona lanzando en cada verso una red amorosamente apalabrada. Sin esos poemas nuestro cartero no hubiera sabido cómo comunicarse con su amada ni consigo.
Le es cómodo a nuestro autor oscilar entre la ingenuidad de Mario y la sensualidad de Beatriz apoyado en las ardientes descripciones eróticas entre ambos. La descripción de la órbita del huevo sobre la cobertura de los senos de Beatriz, de cada parte de su cuerpo hasta que las delicias lo desbordan, marca el tiempo de la cosecha de ese encuentro donde las palabras poetas aparecen llenas de la música secreta del amor: el jadeo, el pulso, la fiebre, los latidos.
La pasión de los enamorados cuando saborean la alegría del amor se junta con la intriga política de una asfixiante dictadura, pero sus vidas se oxigenan con los versos que le escribe Mario y los transportan a otra realidad. Desde esa aventura sensual como apalabrada, las palabras vuelven a sus raíces enamorando perdidamente a Beatriz, desde el erotismo, la emoción y la belleza.
Pero los poemas que le escribe el cartero a Beatriz, son un plagio de los poemas de Neruda. Cuando Neruda le cuestiona y le dice: “una cosa es que yo te haya regalado libros y otra bien distinta es que te haya autorizado a plagiarlos, además, le regalaste el poema que yo le escribí a Matilde. Y Mario resuelve el problema cuando le contesta con una frase muy democrática: “la poesía no es de quien la escribe, sino de quien la usa”.
En este breve pero intenso libro, la poesía es la gran seductora, nos llega como las olas del mar, con el ritmo luminoso de las imágenes, en la emoción de una memorable conversación entre Neruda y Mario sobre la metáfora. Skármeta crea una marejada en la que navegamos todos.
Dice Neruda: Ahora te vas a la caleta por la playa y mientras observas el movimiento del mar, puedes ir inventando metáforas.
Dame un ejemplo, dice el cartero.
-Mira este poema. Aquí en la isla, el mar, y cuánto mar. Se sale de sí mismo a cada rato. Dice que sí, que no, que no. Dice que sí, en azul, en espuma, en galope. Dice que no, que no. No puede estarse quieto. Me llamo mar, repite pegando en una piedra sin lograr convencerla. Entonces con siete lenguas verdes, de siete tigres verdes, de siete perros verdes, de siete mares verdes y se golpea al pecho repitiendo su nombre. ¿ Que te parece?
-Raro.
-Raro, ¡que crítico más severo que eres!
-No don Pablo. Raro no lo es el poema. Raro es cómo yo me sentía cuando recitabas el poema.
-Querido Mario, a ver si te desenredas un poco.
-¿Cómo se lo explicara? Cuando usted decía el poema, las palabras iban de acá para allá.
-Como el poema pues.
-Sí, pues se movían igual que el mar.
-Eso es el ritmo, dice Neruda.
-Y me sentía raro, porque con tantos movimientos me mareé.
-Te mareaste.
-¡Claro! Yo iba como un barco temblando en sus palabras.
-Los párpados del poeta se despegaron lentamente. Como un barco temblando en sus palabras.
-Claro.
-¿Sabes lo que has hecho Mario?
-¿Qué?
-Una metáfora.
-Pero no vale, porque me salió de pura casualidad no más.
-No hay imagen que no sea casual, hijo, concluye Neruda.
Y más adelante Skármeta, por boca de Mario hace una pregunta que es clave para entender la visión literaria del autor: Usted cree que todo el mundo, quiero decir todo el mundo, ¿es la metáfora de algo?
Eso es lo que logra Antonio Skármeta como escritor en sus novelas, encontrar y extraer a las situaciones más diversas su metáfora, el ángulo poético. Como buen minero busca en las palabras la veta de oro de la poesía que siempre encuentra. Así entiende y narra desde su sensibilidad, la condición humana de sus personajes y de su país sacando a relucir lo mejor de su patria en momentos duros y sombríos.
La historia de El cartero de Neruda, como la de Los días del arcoíris, conocida en el cine como NO, son novelas que suceden en momentos dramáticos de la vida de Chile bajo la dictadura de Pinochet, o pasada ya la dictadura, cuando sus personajes heridos por las cicatrices que les dejó una política asesina y despiadada toman vida, como es el caso de El baile de la victoria.
Antonio Skármeta entiende con razón, que no se puede hablar de la historia de la dictadura chilena sin saber lo que significaron Neruda, Gabriela Mistral y la poesía para el pueblo chileno. No solo porque la poesía es la más alta expresión del espíritu humano, sino porque también la poesía fue indispensable para sobrellevar las duras realidades del país, como la de sus personajes.
Conocemos a Mario a través de su amor apasionado por Beatriz y por su solidaridad ante la muerte del poeta Neruda. Hay un momento en que Neruda le pide a Mario que le diga una última metáfora para morir tranquilo. Neruda le había pedido en medio de su enfermedad a Mario que le grabara los sonidos de su jardín de su casa de Isla Negra. Si oyes las estrellas grábalas, ya no me salen las palabras. Y en este, como en otros momentos de sus novelas, agrega la poesía al lenguaje por el lenguaje mismo, pero de forma muy significativa por las situaciones que narra, que son otro poema.
Cuando a pesar del exilio de las gaviotas por el tránsito de aviones y helicópteros que rodeaban la casa de Isla Negra, Mario -conciente del peligro- busca el consuelo de las sombras para moverse y evitar que la policía le confiscara los 20 telegramas que venían de todas partes del mundo y se los aprende de memoria, rompe el cerco y se los recita: “dolor e indignación asesinato Presidente Allende. Gobierno y pueblo ofrecen asilo al poeta Pablo Neruda”.
En su novela Los días del arcoíris, la dimensión política y social, la lucha del hombre por la libertad, está custodiada por los quince minutos de poesía que derrocaron quince años de dictadura en el plebiscito del ‘84. Una situación política que parecía para el país una encerrona insalvable, encontró salida con la poesía ennobleciendo y redimiendo al país. Comprobamos que la poesía no solo sirve para enamorar, también ayuda a derrotar dictadores. Y en ese enfrentamiento a muerte que se repite en sus obras, quien sale airosa a defender al pueblo es la poesía que lucha contra los abismos resguardando la dignidad de la historia chilena. Que orfandad hubiera sentido el pueblo chileno sin la poesía, eso lo siente en carne propia Skármeta. Y en P.R. también la poesía nos defendió frente a los imperios que nos despreciaban, lo vimos en la polémica Para un palacio un Caribe, en el sigo XIX, en Lloréns que escribía para afirmarnos la patria, y en tantos otros. La poesía como protectora del alma de los pueblos. Recuerdo cuando Neruda siendo candidato a presidente de Chile, asiste a un mitin para hablarle a los mineros, en un pueblo muy apartado, y luego que este dice su plan de gobierno lo que le grita el pueblo con pasión a Neurda es poesía, poesía , poesía, querían que le dijera sus poemas.
Antonio Skármeta maneja con fluidez el idioma poético como el humorístico para decirnos cosas importantes, para sensibilizarnos sin rencor. Nuestro autor sonríe aún cuando habla sobre los temas más serios. Como decía mi padre, el humorista y escritor Salvador Tió, el humor es un asunto serio, y el humor y la poesía tienen una misma raíz.
Skármeta emplea el humor para buscar la verdad, y la poesía para buscar el asombro. Entrelaza así su fuerza creadora, la tierna y poética relación amorosa entre Mario y Beatriz, frente a la dura y desolada realidad política de Neruda ante la dictadura de Pinochet. Ambos son recursos indispensables que usa el autor para enfrentar el corrupto poder político chileno. Lo mismo sucede en El Baile de la Victoria, o en Los días del arcoíris. La dictadura no puede contra la poesía. Como buen médium Skármeta sabe lo que hay en el alma del pueblo chileno y recoge ese sentir, y conecta con su pueblo y con un mundo ávido de poesía y belleza.
El humor y la poesía legitiman a sus personajes, los hace creíbles, nada aburridos, les quita la pomposa solemnidad, los hace entrañables, los humaniza. Son dos mundos que sabe interconectar nuestro autor, son el pasaporte de su imaginación y lo logra echando mano de diálogos divertidos e ingeniosos, como poéticos, que son efectivos y que captan la emoción del lector.
Para mayor efectividad en el humor, usa de contrapeso a la suegra, la madre de Beatriz, la ruda y sensata mujer de pueblo, que con su batería de refranes ve en la poesía un peligro para la virginidad de su hija: “Mijita, los ríos arrastran piedras y las palabras embarazos”. Consternada le expresa a su hija, “Prefiero mil veces que un borracho te toque el culo en un bar a que te digan que una sonrisa tuya vuela más alto que una mariposa”.
El humor, como el trato poético, le dan a sus obras vitalidad y fuerza creadora. Le salían palabras como pájaros de la boca, Skármeta deshilacha sentimientos. Tiene el don de poetizar la realidad, de repetir imágenes en los espejos de América Latina en los que nos vemos retratados, algunas veces con dolor y otros con una sonrisa, pero siempre auténtico.
Antonio Skármeta sabe que la tierra más fértil del lenguaje es la poesía. Posee la capacidad de la escritura y de la oralidad, y le importa la sonoridad en las palabras. Le importa tanto la poesía que cuando escribió su primer libro de cuentos no se lo llevó a un narrador, se lo llevó al poeta Pablo Neruda.
Desde niño le llamó la atención la superioridad estética de la poesía frente al lenguaje cotidiano. Y si el estilo es el hombre, hay mucho de Skármeta en la humanidad, bondad, vulnerabilidad y fuerza de sus personajes.
A los 10 años recitaba en las fiestas y comprendió el poder comunicativo y emocional de la poesía. La poesía en sí misma, como las circunstancias de sus personajes, son parte de su oxígeno literario. Sabe que el idioma se desgasta en la medida que nos distanciamos de la poesía y que el alma se embota sin poesía, se fragiliza. Y si el sentido del hombre está en volver al niño que fuimos en su capacidad de asombro, el niño es el padre del hombre, como decía Octavio Paz. Skármeta cumple esa máxima, tiene la capacidad del asombro y asombrarnos, de encontrar trozos de infinitos y lo hace desde el arte de la palabra.
El sentido musical de Skármeta, su oído poético, su gusto por la música popular -sepan que es bolerista- lo ayuda a dar también en una narrativa musical. Es parte de su propia clave creadora usar la cadencia en sus diálogos y relatos. Skármeta se siente como pez en el agua en la poesía, por eso se burla de la poesía mal entendida y mal estudiada. En El baile de la Victoria cuando su protagonista, Victoria, dice: “la que puede bailar una pena, pero no llorarla”, la misma que se empeña en bailar los poemas de los sonetos de la muerte de Gabriela Mistral, se enfrenta al mundo sórdido de la represión y la orfandad tras el asesinato de su padre.
Y se niega por su sentido poético, a pesar de ser repudiada, a hacer un análisis de las coplas a Jorge Manrique desde “el hablante lírico”, tan alejado a la emoción poética.
-“Lo siento Sra. Petzold, pero yo llevo llorando la muerte de mi padre desde hace años y no me calma la angustia ninguna metáfora, ni ningún ritmo yámbico, ni ninguna metonimia. Cuando Jorge Manrique se entera de la muerte de su padre, abandona la corte y se encierra en un castillo donde escribe el poema desde un profundo dolor”.
-“Mijita, todo eso esta muy bien, pero es pura capucha, yo pido un análisis literario”.
-“Perdone profesora, pero yo no voy hacer ningún análisis del hablante lírico. El poema es demasiado hermoso, para esa canallada”.
Skármeta nos deja saber en la muerte de Neruda, en el exámen oral de Beatriz, que la poesía es un enemigo y una amenaza para las dictaduras que desprecian la belleza, la bondad, la solidaridad entre unos y otros.
La poesía es la ruta que va a seguir nuestro autor para contarnos historias, es puente entre ambas. Skármeta es incapaz de excluir la poesía de sus escritos porque habita en todos los lugares que observa. La poesía de su escritura como el viento, sabe entrar libremente entre sus personajes, colarse por las rendijas de sus almas y hasta por la sombra adolorida de los pueblos acorralados por la dictadura. Skármeta también grabó el ruido de las estrellas en este libro en el que embelleció la lengua por su gracia y precisión en el uso del lenguaje. No hay rigidez, pone a bailar a las palabras, les da alas porque dice las cosas de otro modo. Disfruta de ejercicios creadores dándole forma a la lengua, como el dibujo y la línea dan forma a la pintura. Pero no es meramente un escritor que escriba bonito, es un autor con una misión inseparable de la historia de su país, atento a los problemas más acuciantes de la sociedad chilena con una necesidad de comunicarse, de llegar al lejano lector, por ello es universal.
El elemento poético que ayuda a percibir la realidad de otro modo y que nace de la sensibilidad de nuestros pueblos ha sido recurso de nuestros mejores escritores e indispensable para interpretar las infinitas y variadas situaciones de la vida diaria, porque es la fraternidad sobre el vacío. La solidaridad contra el abismo en que se encuentran sus personajes. Ha sido para los escritores más consagrados un recurso literario vital para adentrarse en el alma de los pueblos, desde los relatos de Galeano a García Márquez y su realismo mágico, cuando describe cómo Remedios la Bella se fue volando por los aires mientras doblaba unas sábanas, son forma de poetizar la vida y de podar soportar o entender mejor nuestras circunstancias.
En el discurso que ofreció en Estocolmo cuando recibió el Premio Nobel García Márquez describió, «La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos».
En esos espejos se mira y nos observa Antonio Skármeta. No cree en los espejos enterrados, donde uno se olvida de lo que es, él refleja lo mejor del alma colectiva. Skármeta no se cansa de aportar a su país y fuera de él, porque cree en la inteligencia del hombre, en la palabra y en la poesía. En la necesidad de la bondad, en el valor supremo que es el valor frente a la adversidad, defiende la cultura y opta por defender la justicia ante dictaduras, ante la sociedad incierta en que vivimos, y ahonda ante el amargura de las clases medias.
Pero Skármeta nos revela su propia visión de la poesía: «La poesía consiste en tener nostalgia de lo que se tiene. No de lo que no se tiene, sino justamente de lo que se tiene. Pues el poeta que ama y expresa la belleza del mundo admite con sabia melancolía y estoicismo la fragilidad de la vida. Ve -por decirlo de un modo impreciso- las cosas y su propio ser mutuamente heridos por la fugacidad».
Nostalgia de lo que sabemos podemos perder porque la vida es frágil e incierta. Humor, poesía, erotismo, angustia, tristeza son un junte poderoso en sus escritos, siente esa fugacidad y fragilidad ante la belleza, ante la vida misma causado en gran medida por las dictaduras que afecta el destino de sus personajes y de su país, nuestro autor capta esa fragilidad que los poetas eternizan, que sabe que la vida puede dar un vuelco en el momento más inesperado, y pone a caminar a sus personajes sobre arena movediza, buscando siempre la libertad de los espacios creativos,
Celebramos tanto al novelista como la poesía que habita en sus escritos, que no frena las emociones, que enfrenta el vació y el gozo, para recobrar la noche de los sueños infatigables, celebramos su capacidad de asombro, su intensidad al revelarnos e interpretarnos el tiempo en nuestro tiempo, desde la poesía que nos trasciende y eterniza, que derrocha vitalidad, profundidad, solidaridad, angustia y compromiso.
Skármeta es un escritor tan nuestro como quienes nacieron en nuestra tierra. Y tiene sentido este reconocimiento de la UPR de Puerto Rico a Antonio Skármeta. Nos une a ambos países ese amor por la lengua y la poesía, somos un pueblo que escribe décimas e improvisa sueños, somos ambos países cuna de grandes poetas, que nos hermanan y nos sensibilizan. El norte de sus palabras es la poesía.