Sin techo
Tener una vivienda con servicios básicos es una aspiración de todos. Pero cada día se hace más difícil lograr eso que universalmente se reconoce como derecho, mas no en nuestra Constitución. Los costos de la vivienda privada han alcanzado niveles insospechados y cada vez hay menos oportunidades para conseguir las llamadas “viviendas de interés social”, que parecen no ser buen negocio para los contratistas.
En años recientes, muchos han perdido su casa por no poder pagar la hipoteca. Según la Oficina del Comisionado de Instituciones Financieras, este año la cifra de hipotecas en proceso de ser ejecutadas ronda las 19 mil, cerca de un 4.3 por ciento de todas las hipotecas vigentes en la Isla. De estas, probablemente una quinta parte resultará en la pérdida definitiva del hogar para la familia por no tener capacidad de pago ni cualificar para los programas remediales que ofrece la banca.1
Si buscamos en los clasificados el costo de alquiler de una residencia familiar, la mayoría ronda los 500 dólares y muchas sobrepasan los mil. Para pagar renta de mil hay que tener un buen ingreso y las buenas oportunidades de empleo cada vez son más escasas.
A partir de la década del 50, en Puerto Rico se disparó la construcción de unidades de vivienda urbana de cemento, en urbanizaciones que fueron expandiendo los cascos urbanos hacia suburbios, tragándose tierras productivas. Para los 70 ya era evidente que ni esas uniformes casas suburbanas ni los caseríos que impulsó Muñoz Marín resolvían el problema de vivienda. Fue la época de los rescates de terreno, génesis de comunidades que hoy en día tienen más población que algunos municipios, como es el caso del Sector El Tuque en Ponce.
Las construcciones verticales se concentraron principalmente en la Zona Metropolitana y al día de hoy han alcanzado precios que pocos pueden complacer. Mientras, el boricua trabajador sigue aspirando a la casita con patio y marquesina, aquella que pueda customizar según sus preferencias de decoración y color. Es un asunto cultural; también económico, pues la industria de la construcción sigue siendo un importante indicador del progreso o estancamiento del país.
Pero mientras cae cada noche y los afortunados regresamos al hogar, grande o pequeño, propio o alquilado, cientos de personas en la isla buscan dónde acomodarse para pasar la noche sin techo. Algunos los hemos visto deambular o pedir dinero en una intersección. Otros se acomodan en entradas de establecimientos de comida, en espera de que caiga algo que les sustente. Pero la realidad es que la mayoría es invisible. En mi pueblo nada más hay más de 200 y dicen los que saben que por cada uno que se cuenta, hay entre tres y cinco que no aparecen en las estadísticas.
Según el conteo de personas sin hogar realizado en 54 municipios bajo la coordinación de la Coalición de Coaliciones Pro Personas Sin Hogar en PR en febrero de este año, el número de personas que vive sin techo en estos pueblos se duplicó en relación al conteo de dos años atrás, superando ahora los 1,600. Si se considera que no todos pudieron ser contados, que hubo pueblos donde la administración municipal no facilitó o no quiso participar del proceso, y que la zona Norte y Metropolitana no se incluyó, por razón de distribución organizacional sobre los servicios, podríamos estar hablando de que en realidad hay sobre 10,000 personas sin hogar en la Isla, expuestos a condiciones climáticas, problemas de salud y violencia, entre otros factores que les hacen vulnerables.
Una de cada cuatro, es mujer. Según el estudio, hay cientos de ellos que llevan más de veinte años viviendo en la calle. Igualmente, hay cientos que tienen estudios universitarios. Algunos ni se dan cuenta de que no tienen un techo pues se mueven de casa en casa de amigos y familiares que les resuelven la situación de manera temporera.
El perfil de la persona sin hogar también ha ido cambiando, y como lo han reseñado algunos medios, hay familias completas que han perdido su hogar por falta de ingresos y no han encontrado otra salida que vivir en un vehículo o apertrechados bajo alguna estructura pública, o en edificios abandonados, a merced de los típicos riesgos que eso conlleva.
Sin embargo, la imagen del deambulante sucio, enfermo física y mentalmente, maloliente, drogado o alcoholizado que nos acecha en las esquinas pidiendo dinero y que tratamos de ignorar, es probablemente la que nos viene a la mente al pensar en una persona sin hogar. Ese no tiene un cuarto con aire acondicionado, ni ducha, ni desayuno caliente. No podemos esperar que huela a Paco Rabanne. Y como nos resulta desagradable, le atribuimos ser irresponsable o vago, justificando su desgraciado destino. Si optamos por ayudar, lo queremos cambiar, para ajustarlo a nuestras expectativas de lo que debe ser un ser humano aceptable.
En días recientes veía en un noticiero de televisión un reportaje de mal gusto donde la reportera se vanagloriaba del logro de haber rescatado a un ciudadano con problemas mentales de una vida “infrahumana”. Ese no estaba en las estadísticas, pues, aunque muy rudimentario, tenía techo. La atención mediática le facilitó de inmediato ayuda clínica y una vivienda temporera más adecuada. Ahora el reto era lograr que se dejara recortar. ¿Recortar? ¿Y por qué hay que recortarlo si el individuo no quiere? Es la visión de que la persona debe estar pulcra y perfecta para merecer apoyo. Vemos la ayuda y la vivienda como un premio para el que se lo merece por cumplir con esas típicas expectativas sociales.
Las personas sin techo adecuado no son solo víctimas de circunstancias personales y familiares como lo son la pérdida de empleo o la enfermedad. Sin duda, no podemos descartar decisiones personales que pudieran llevarlos a dicha situación como el abuso de sustancias que incluyen drogas, medicamentos y alcohol, entre otros vicios. No obstante, según ha expresado Francisco Rodríguez, director ejecutivo de la Coalición, “el estudio de vulnerabilidad pudo identificar que alrededor del 10 por ciento de las personas sin hogar entrevistadas comenzó a tener problemas de adicción y uso de drogas luego de haber llegado a la calle, lo cual es un dato importante a considerar a la hora de hablar del tema de vivienda”.
Pero estos seres también resultan marginados por las estructuras de apoyo, tanto del gobierno como del sector privado que podría proveerles empleo. Sin techo, y por consecuencia, sin servicios básicos de energía eléctrica o acueductos y alcantarillados, estas personas pierden parte de su identidad y se les dificulta aún más cumplir con los estrictos requisitos de agencias y patronos que requieren una dirección permanente y evidencia de ella a través de recibos de agua o luz para ofrecerles servicios y ayuda. En muchos casos, tienen que someterse a pruebas de uso de sustancias controladas como requisito para recibir ayuda. Es un ciclo vicioso que muchas veces lleva a condiciones emocionales que los limitan aún más en su lento proceso de superación.
Si tan solo tuvieran un techo, una cama segura y limpia, un servicio sanitario privado, una dirección residencial, vecinos que provean una red de apoyo y servicios básicos de salud física y mental, podría comenzar a ver opciones diversas y salir de ese ciclo. Solo imagina qué sería de ti si te quedaras en la calle. ¿Cuánto más perderías además del techo y las paredes?
Mientras en las redes sociales compartimos a diario la miseria de animalitos realengos maltratados, pocas veces analizamos y dialogamos sobre el grave problema personal y social que constituye para un ser humano vivir sin techo. Si no se crea un sentimiento masivo sobre la necesidad de buscar soluciones, más allá de la incomodidad personal que nos provoque un encuentro cercano incidental con un deambulante, difícil será que evolucione el tema hasta convertirse en una sólida discusión en la opinión pública con el potencial de un cambio social. La voluntad política de tomar acción necesita la presión de un pueblo que reclame justicia.
Parte de esa provocación necesaria deberá surgir de la próxima Cumbre Pro Personas Sin Hogar que estará presentando la Coalición de Coaliciones el 31 de octubre y el primero de noviembre de este año en Coamo. El foro, que cubrirá temas diversos enfocados en la necesidad de servicios de salud y proveer vivienda adecuada, contará con una de las figuras más importantes a nivel global sobre el tema, el psicólogo Dr. Sam Tsamberis, proponente del modelo Vivienda Primero (Housing First), el cual plantea que para poder iniciar un proceso adecuado de ajuste social y rehabilitación, independientemente de que la persona sin techo tenga vicios o esté enfermo, hay que proveerle vivienda adecuada.
Este proyecto, iniciado en los Estados Unidos en el 1992, rompe con el esquema tradicional de que primero se debe rehabilitar para ser merecedor de una vivienda, cuando lo que debe prevalecer es el respeto a la libertad y dignidad del beneficiario sobre el juicio social.
Ya es hora de que los sin techo dejen de ser invisibles y dejemos de etiquetarlos a nuestro antojo. Existen proyectos con éxito probado y recursos en agencias federales capaces de subvencionarlos. Solo falta la voluntad de los políticos para adoptarlos y eso no sucederá sin un pueblo informado que reclame su acción. Aquellos interesados, están convocados a participar de la Cumbre.
Nota: Para información sobre temas, registro y créditos de educación continuada en la Sexta Cumbre Pro Personas Sin Hogar en Puerto Rico, puede acceder aquí.
- García Pelatti, Luisa. (2013, junio 13) Unas 19,000 familias bajo la amenaza de la ejecución hipotecaria. Sin Comillas.com. [↩]