Arquitectura de la Desidia: 20 Años de Museos Olvidados
En los años 70, cuando Ricardo Alegría dejó el ICP, este contaba con una red de catorce museos activos. Catorce. Y no eran almacenes de antigüedades, sino espacios vivos, donde cada rincón conservaba un fragmento de nuestra historia. Alegría llamaba a estos espacios “museos de bolsillo”: pequeños, pero llenos de significado. Hoy, de esos catorce, apenas tres sobreviven bajo la administración del ICP. El resto, en manos de otros o en un triste abandono, es un recordatorio de la dejadez institucional.
Caparra es solo un botón de muestra. No son piedras cualquiera: son vestigios de los primeros días de la colonia. En 1935, Adolfo de Hostos excavó allí y encontró artefactos que pertenecieron a los colonizadores: vasijas de Ponce de León, reliquias de una vida cotidiana que se desvanecía. En 1956, el ICP retomó las excavaciones bajo la dirección de Alegría, cuando aún tenía una misión clara. Y lo hallado allí hablaba de nuestro pasado: monedas, azulejos, jarras de barro, hasta la pila bautismal de Ponce de León. Pero todo esto hoy está ausente para el público, porque el museo, como tantos otros, permanece cerrado. Su historia callada.
Los números son claros. Cuando el ICP estaba en su apogeo, administraba no solo Caparra, sino también el Museo Casa Blanca, el Fortín de San Jerónimo, el Museo de la Familia Puertorriqueña, el Museo de Arquitectura Puertorriqueña, el Museo de Bellas Artes, el Museo de la Farmacia, el Museo de Imaginería Popular, el Museo del Grabado Latinoamericano y la Sala de Exposiciones en el Casino de Puerto Rico, todos en San Juan. Además, estaban la Casa Natal y Mausoleo de Luis Muñoz Rivera en Barranquitas, el Museo de Arte Religioso en Porta Coeli, el Parque Ceremonial Indígena de Caguana en Utuado, y el Museo José Celso Barbosa en Bayamón. Espacios que reflejaban nuestra riqueza cultural y que hoy han caído en el olvido. ¿Cuántos quedan de ellos hoy? Tres, nada más.
¿Dónde están las prioridades? Uno por uno, estos lugares han caído en un silencio tan frío como la indiferencia. Silencio que solo se rompe cuando se necesita una foto para alguna nota o un discurso vacío. El ICP guarda un silencio que, por desgracia, suena más fuerte cada día. Y no se trata solo de desidia institucional; se trata de una tragedia cultural que tiene consecuencias. Un museo cerrado no es solo un edificio vacío; es una historia que se pierde, un testigo que no puede hablar.
Un museo no es una colección de objetos; es la memoria viva de un pueblo. Si esos espacios caen en el olvido, nuestra identidad misma queda en riesgo. Y esto no es solo Caparra ni el ICP: es la esencia misma de quiénes somos y de dónde venimos. Con cada museo que cierra, una parte de nuestra historia se borra, y sin esa historia, no podemos entender ni defender lo que somos.
No estamos hablando de presupuestos imposibles ni de recursos inalcanzables. Hablamos de voluntad. En los años 70, con recursos limitados y sin grandes apoyos, el ICP logró consolidar una red de catorce museos. Hoy no hay excusa para el abandono. El ICP necesita dedicación, necesita líderes con visión y respeto por el pasado que hemos heredado.
Es tiempo de pedir una revisión profunda del ICP y su capacidad para proteger y preservar nuestra cultura. Abrir un museo es solo el primer paso; la verdadera tarea es mantenerlo vivo, relevante y activo. Porque cada museo cerrado es una historia que no se cuenta, una parte de nuestra identidad que se desvanece.
Mientras tanto, en Caparra, las ruinas se quedan en silencio, observando cómo las promesas de “restauración” y “conservación” siguen siendo palabras vacías. Y lo mismo ocurre con tantos otros museos, cada uno con su propio mensaje, su propio llamado. Nos estamos convirtiendo en un país que olvida su pasado, y no hay nada más peligroso que eso. La historia que no se cuenta es una historia perdida, y esa pérdida nos empobrece a todos.
Es el momento de exigir respuestas. De cuestionar al ICP y pedir un compromiso real, un esfuerzo auténtico por preservar la cultura puertorriqueña. Nuestra historia necesita defensores, personas que vean su valor y estén dispuestas a pelear por ella. No podemos dejar que desaparezcan nuestras demandas ni nuestra indignación. Y mucho menos, conociendo como conocemos a los adalides de la empresa privada del capitalismo de amigues o crony capitalism, que pueden ocupar una parte feundamental y rápida de los primeros 100 días de cualquier gobierno neoliberal, de esos que tanto han abundado en las últimas décadas, desde el 1989 para acá.