De entre tantos asedios, uno
A todas las vidas cuya transitoriedad se ha vuelto amenaza.
Malvivimos en tiempos de asedio. También de intemperie. Y de saqueo. Seamos francas: es muy duro pensar, inventar, imaginar, crear, escribir y soñar en esas condiciones. Pero precisamente por ello constituye para mí una rara esperanza la desesperanza de Artaud: “nadie nunca ha escrito, pintado, esculpido, modelado, construido o inventado excepto para salir del infierno.” En esta ocasión, escribo para salir del infierno en que se halla nuestra imaginación. Subyacente a todos los demás asedios (ideológicos, políticos, económicos, sociales, identitarios, ecológicos…), el asedio conceptual se refiere al modo en que el poder torna todo concepto que toca en adepto suyo, en mercancía susceptible a la explotación y a la plusvalía. Se me antoja imposible una definición más exacta del infierno.Demasiados ejemplos evidencian lo dicho. Extraigo aleatoriamente algunos casos de la cotidianidad en Puerto Rico:
- un anuncio que, para la marca “Tropicana,” exige “toma la naturaleza,” con elefante y par de árboles incluidos;
- la reciente campaña publicitaria de la marca “T-Mobile,” cuyo eslogan es “¡Libérate!,” acompañado de las siguientes imágenes: manos con cadenas rotas colgando de sus muñecas (asquerosa perversión de la abolición de la esclavitud) y personas gritando con altoparlante en mano (asquerosa perversión de toda protesta social);
- el reclamo por la descolonización del país a manos del PNP;
- el pensamiento de izquierda cooptado por el PPD y devuelto en empaque de status quo;
- el océano tomado por barcos imperiales y esclavistas de antaño y por barcos de carga, lanchas de lujo y cruceros de hoy;
- la red, la comunidad, la relación, la amistad, el gusto y el disgusto secuestrados por las “redes sociales.”
La imaginación liberadora que todas las instancias referidas suponen sufren a diario el más insidioso saqueo: una alquimia que las trastoca en productos de compra-venta o en mecanismos de control y explotación.
Se dirime hoy otro caso, muy urgente por su amplio alcance, de asedio conceptual. Se trata de la transitoriedad (me parece más precisa la palabra “temporareidad,” que hace falta en el diccionario), concepto filosófico que apunta a la condición fundamental de todo lo pensable, de la vida toda. Es, por ello, un concepto bello, liberador y potencialmente revolucionario. “Lo nuestro es pasar.” “Todo cambia.” “Nada dura para siempre.” Estar en el tiempo y tener esa certeza nos aboca a la transformación constante. Estar en el tiempo y tener esa certeza hace cada experiencia exponencialmente más rica y transformadora. Estar en el tiempo y tener esa certeza debe constituir un cese y desista de la prepotencia y el ímpetu explotador. Estar en el tiempo y tener esa certeza debe impedirnos creernos dueñas de nada, de absolutamente nada.
Sin embargo, hoy la transitoriedad ha sido cooptada por los devoradores intereses del capital, y es la palabra favorita para describir condiciones laborales de abyección y precariedad (se hacen llamar “contratos temporeros”) similares a las inmediatamente posteriores a la llamada “revolución industrial.” Desde luego, no puede hablarse de “progreso” ni “evolución” en un escenario que nos recuerda día con día los leviatanescos monopolios económicos de hace siglos. A manos del poder, la condición “temporera” se ha vuelto sinónimo de:
- amenaza al bienestar físico, emocional e intelectual más mínimo;
- híperexplotación de la fuerza de trabajo mientras se teme a cada minuto no solo perder la “fuerza,” sino también el “trabajo;”
- mayores y más concentradas ganancias para los dueños, quienquiera que estos sean;
- control, intimidación y manipulación del pensamiento crítico, inquisitivo, cuestionador;
- reproducción de la estructura que vuelve eterna (¡esta sí puede y debe serlo!) la deuda material e inmaterial y que, por tanto, mantiene al endeudado en una trotadora sin fin que ciertamente no escogió para bajar el colesterol.
En una palabra, para lo que hoy significa la temporareidad, una preferiría la suprema infinitud y el estatismo de un dios. Pero este giro es en extremo irónico: la filosofía y la teoría socio-cultural llevan largo tiempo insistiendo en la defensa de la transitoriedad como valor alternativo a la omnipotencia antropocéntrica, actitud que, con tan solo una leve mirada a la historia de Occidente, ha demostrado ser aniquiladora.
El saqueo de nuestra imaginación es, sin duda, un crimen sistemático del poder (colonial, capitalista, neoliberal). Por tanto, la lucha contra la explotación será siempre y simultáneamente en la dimensión material y conceptual o no será. De esto contamos con ejemplos notorios de éxito: mujer, negro, queer, nuyorican… Quisiera poder añadir “temporera” a esa lista. Quizá se me dirá que todo esto no es más que una reyerta sobre palabras, y que de palabras nada más no vive nadie, y que estamos hartas de palabras sin acciones. Sería fácil argumentar que no es cierto, que las palabras son tan cruciales como las acciones y que, incluso, la toma y defensa de la palabra precisa y certera es una acción apremiante en sí misma. Pero hoy, para salir del infierno, prefiero sencillamente preguntar: ¿qué acción será posible si no es pensable?