De La Carne y Otras Fatalidades

Tapa del libro De la carne y otras fatalidades, de Ángela María Valentín.
“Todos tenemos la capacidad de convertirnos en asesinos.
Solo tienen que darse las condiciones perfectas,
solo tiene que aparecer la persona
o el momento que nos lleve al extremo”-
–Ángela María Valentín,
del cuento «El cuerpo oculto»
en De la carne y otras fatalidades
Ed. Portadas P.R., 2024
El encierro pandémico, iniciado en marzo de 2020, acrecentó la tensión intrafamiliar, las relaciones de pareja, los problemas mentales, económicos, sociales, con sus consecuencias agresivas tanto físicas como sicológicas y gubernamentales. La llegada del COVID-19 hizo aún más visible el terror cotidiano, la violencia nuestra cada día. Esto lo podemos constatar en la prensa, a través de estudios psicosociales y en la producción literaria, dado que muchos escritores, además de la consabida vocación de crear arte a través de la palabra, sentimos la urgencia de retratar, transmitir y denunciar la actualidad (sea nacional o internacional).
En esta tarea y atmósfera nos sumergen los ocho impactantes relatos que componen De la carne y otras fatalidades, Edición Portadas PR –impreso por la plataforma de Amazon–, 2024, un libro que no podrás soltar desde su primer relato, Cuarentena, dedicado directamente a “las víctimas de violencia de género durante el lockdown por COVID-19”. De este modo, la narrativa de Ángela María Valentín nos seduce desde una sublime necesidad de empatía, donde nos arroja con ternura a los abismos de la realidad, del miedo. Además, rompe las llamadas zonas de confort. Inicia este cuento, a modo del pórtico de su propuesta, con una mujer en su carro, agobiada y extenuada luego de recibir el correo electrónico empresarial donde se comunica el inminente encierro pandémico. La protagonista acaba de tomar conciencia de que lo peor está por venir: “…¿Quedarse en casa? ¿Quedarme en casa? Ella había leído el mensaje y un escalofrío recorrió su espalda. ¿Ir allá? ¿Por 14 días? ¿Con él? // Tuvo miedo. No, miedo no. Tuvo pavor. Porque no era lo mismo el ir y venir. Eso daba respiro, amortiguaba la situación, la hacía menos intolerable…”. (Cuarentena) Relato que cuyo ritmo es impecable y cautivador, con un final inesperado. Otros de los grandes aciertos de esta escritora (también violinista, vocalista y compositora) son sus excelentes desenlaces donde la crudeza acaricia lo poético.
Incursionando en la cuentística, con esta nueva publicación, la catedrática mayagüezana Ángela M. Valentín, autora de poemarios como Ideas inconclusas (2010), Tacas (2015), El libro de los silencios (2018), Ars Mortis (2021) y Las palabras del olvido (2021), nos presenta una narrativa depurada, actual, junto a un dominio impecable y rítmico de la estructura, donde el análisis urbano y sicológico de lo que somos, y de la violencia machista, nos sacudirá la
sensibilidad. Aquí sus lectores terminaremos convertidos en sus cómplices, teniendo en cuenta que está construido desde el género del terror en distintas manifestaciones.
Antes de entrar en los siguientes siete cuentos, nos sorprende que algunos ensayistas literarios se anuncien un “boom” actual de mujeres escribiendo desde el género del horror y terror, como las argentinas Samantha Schweblin, Mariana Enríquez, la cubana Daina Chaviano, la mexicana Carmen Boullosa, la chilena Claudia Salazar Jiménez, o en Puerto Rico Alexandra Pagán, Pabsi Livmar, Mayra Ortiz Padua, Angela María Valentín, la autora de este ensayo –Ana María Fuster Lavín– entre muchas otras. Sin olvidar que en Puerto Rico, durante el siglo XX, varias escritoras que trabajaron exitosamente el terror como Rosario Ferré (con cuentos inolvidables como La muñeca menor) y a finales del siglo pasado y el actual la escritora Marta Aponte Alsina (con libros como Vampiresas). Sin embargo, pareciera que estos reseñistas y periodistas culturales han obviado que desde el mismo auge de la literatura de terror en el Romanticismo europeo de los siglos XVIII y XIX (como respuesta al racionalismo, ilustración, neoclasicismo) muchas escritoras han incursionado en esta (incluidas Ann Radcliffe, Mary Shelley, entre otras). Comenta el dramaturgo y profesor mexicano especialista en literatura de terror, Oscar Martínez Agíss:
“Parecería por momentos que el canon es exclusivo para los hombres, sin embargo, las escritoras siempre han estado presentes, algunos cuantos casos, reconocidas pero la mayor parte de ellas por mucho tiempo han quedado relegadas a un segundo plano o, incluso, olvidadas. Desde las ideas que darán génesis al género del horror tenemos la presencia de las mujeres, como Anna Letitia Aikin, que junto con su hermano, publica en 1773 “On the Pleasure Derived from Objects of Terror”, así como a lo largo de los cambios que se dan desde el gótico hasta la dark fantasy que predomina actualmente, con autoras como Clara Reeve, Ann Radcliffe, Mary Shelley, Mary E. Braddon, Greye La Spina, Vernon Lee, Shirley Jackson, Tanith Lee, Joyce Carol Oates, Octavia Buttler, entre tantas otras.”
Las razones para el desconocimiento de las artistas femeninas (en la literatura como en otras manifestaciones del arte) no es la falta de mujeres o su calidad creativa, sino que han sido ignoradas, ninguneadas, evitadas desde los llamados cánones literarios desde las editoriales y la academia. Esto se agrava cuando tratamos de géneros como el terror, lo gótico la fantasía y la ciencia-ficción que han sido –aún en la actualidad– relegados a la marginalidad por intelectuales y críticos literarios. Comentan las críticas literarias y catedráticas Sandra Casanova Vizcaíno e Inés Ordiz, en el prólogo de la publicación compilada por ella, Aquelarre de Cuentos, Antología de terror insólito escrito por mujeres (Ed. Huso, 2021):
“Entendemos que estas son propuestas necesarias para combatir una desigualdad todavía prevalente en el mundo cultural y editorial en el ámbito internacional y, más específicamente en este caso, en los países hispanohablantes. Esta discriminación es quizá más palpable en literaturas que se sitúan a los márgenes del realismo literario y académico «culto», como es el caso del fantástico y el terror”.
Escribir desde este género sin claudicar, siendo mujer, después tanto los años de lucha feministas y de no claudicar al estilo literario, pareciera que finalmente rinde frutos o al menos entreabre nuevas puertas. Tanto el empoderamiento como la visibilidad que provee la Internet han facilitado el “dejarse ver” y publicar en medios tradicionales o alternativos. Sin embargo, nos falta mucho y demasiado para lograr una verdadera equidad social, política y literaria. Sigamos luchando y escribiendo. Ante lo cual, la manifestación del gótico, del terror slasher, el
cotidiano, el bodyhorror y otros estilos de este género, sirve como medio de denuncia, resistencia y compromiso. Estas ramificaciones del terror escritas por mujeres plasman habitualmente la violencia física, social y psicológica de género a la que hemos sido sometidas, sea como víctimas o como victimarias. Como brillantemente trabaja y presenta la puertorriqueña Ángela M. Valentin, en libros anteriores, en su poesía y narrativa, en su trabajo como investigadora literaria y ensayista. Muchas de sus mujeres protagonistas en este nuevo libro, en efecto sufren, pero estas tienen conciencia y luchan, aunque unas veces ganen y otras pierdan.
El segundo cuento, en De la carne y otras fatalidades, se titula Viaje de aniversario, publicado originalmente en Tragedias ejemplares. Antología de horror cotidiano, Ed. Sangrefría, 2020 (compilada y editada por los escritores puertorriqueños Luis Rodríguez Martínez y Patrick Oneill). Este relato es narrado en segunda persona, lo que permite que haya una conexión narrador-lector tal que podemos sentir ya sea empatía o en el propio cuerpo, la respiración dificultosa de esa tú-protagonista, una mujer asmática. El dueto narrativo entre su ataque asmático y la asfixiante relación con su marido está genial y “aterradoramente” logrado, mientras ella convive con las microagresiones machistas de su marido al principio las cotidianas hasta ir descubriendo que es un sádico sicópata. Otro final alucinante de la mano de Ángela Valentín.
Vamos recorriendo en estas narraciones de la también docente en la Universidad de Puerto Rico, en esta colección indaga y describe con la elegancia de un(a) sastre, directora de orquesta o la precisión de un cirujano o cirujana las distintas formas de morir, de enfrentarse a la muerte, como víctima y como asesino o asesina. Incluyendo desde una perspectiva feminista, el llamado body-horror o “el horror corporal se dirige con más fuerza a las mujeres y a las niñas. Ser mujer es habitar un cuerpo que por naturaleza es vulnerable a la invasión forzosa, susceptible a la penetración y al embarazo, y condenado a sufrir el parto y sus secuelas, que en épocas pasadas conllevaba, además, un importante riesgo de muerte”, citando a la escritora norteamericana Joyce Carol Oates, profesora emérita de la Universidad de Princeton y gran “maestra” del terror, quien como nuestra autora mayagüezana nacida en 1977, también refleja minuciosamente en sus narraciones una denuncia a la violencia sexual, en especial contra la mujer.
Llegamos a dos cuentos “culinarios” titulados La cena (con sus versiones 1 y 2), en los que trabaja el horror corporal, casi como una sonata, donde el gran banquete nos convida al mismo canibalismo –y cuya protagonista, Hortensia, encontraremos más adelante en un tercer relato, El cuerpo oculto–. Nada burdo, pero sí sangriento; no morboso sino con el gusto del chef más prestigioso(a), nos presenta estos banquetes apalabrados tan sexys como devorarse unas costillas (que no falta la fina ironía y el humor garbosamente mordaz, otra de las características del libro):
“El corazón le latía con agitación, acelerado por el esfuerzo, pero se sentía llena, plena; toda una conexión espiritual que no había logrado alcanzar antes. Costillas, sí, costillas… No hay nada más sexy y orgásmico que comer costillas y chuparse los dedos… //Junto al cuerpo tumbado, carcasa abierta, en la estrechez del pasillo de la cocina, ella canturreaba mientras se limpiaba la comisura de la boca con el dorso de un brazo ensangrentado con los restos de un festín digno del doctor Lecter.” (La cena)
Si aún los lectores se encuentran hambrientos de redención y buena literatura fuerte, llegamos a la época favorita de gran parte de los lectores, en especial puertorriqueños, las
navidades, con el relato Fragancia de Navidad. Sin embargo, esta época festiva se sitúa en el tempo de la pandemia. Aquí nuevamente, la autora trabaja con magistralidad el ritmo de la trama, con los arpegios de la ironía, las armonías de los aromas –más bien, pestes– que hieden in crescendo junto a la obsesión por la limpieza (TOC) de la protagonista arribando a otro final impactante, mortal, culinario e inesperado. Un final que provocará algunas carcajadas, aún más a quienes recordamos aquellos comerciales de un producto para la limpieza (al que igual alude el título del cuento, en uno de sus aromas): “Mistolín hace feliz a su nariz” o “…que al sucio le pone fin”, así será esta última cena familiar.
Y de la risa nos arroja al llanto en Fast Cash. Donde se ríe por no llorar. Aquí nos describe sin melodramas, con puro realismo, el horror cotidiano del rol social esperado para una mujer profesional de la clase trabajadora, mal llamada “media”: estudiar, trabajar (incluidos los infortunios ser docente en las universidades del país) y ser “ama de casa”, calladita, sin protestar y si te separas o divorcias, por supuesto los hijos son la responsabilidad cotidiana maternal, pagar las cuentas, pagar por sencillamente ser mujer en una sociedad patriarcal. Esta cita del cuento, lo dice todo y se resume lo que demasiadas mujeres hemos vivido o, más bien, sobrevivido:
“…Sintió ganas de vomitar. Sintió vértigo y un escalofrío que le cruzaba la espalda. No había salida, simplemente no la había. Había hecho todo lo que le habían enseñado desde pequeña, se había convertido en una “mujer de bien para la sociedad”, era responsable y simplemente todas las puertas se le cerraban en la cara.” (Fast Cash)
Como en los textos que le preceden, está perfectamente trabajado, incluidos el ritmo y tiempo interior, hasta llegar a su desenlace.
“Estoy cansada de vivir en un mundo repleto de gente hipócrita, malvada e inmisericorde”, confiesa la protagonista del siguiente cuento El cuerpo oculto. La protagonista, aquella Hortensia, va a morir en poco menos de veinticuatro horas, y lo sabe. Tampoco se arrepiente. Son las 7:45 am y será ejecutada al día siguiente a las 5:30 am. Curiosamente, a la misma hora en que Santiago Nassar salió de su casa, el día que lo iban a matar, todos lo sabían menos él (en el excelente libro del García Márquez, Crónicas de una muerte anunciada) Esta también es una muerte anunciada, más bien dos. Sencillo, se reveló ante los abusos de su marido, ante las micro y macro agresiones, ante los roles que tiene que asumir (como los que se describen en Fast Cash) en la sociedad, en la familia. Escrito acertadamente en primera persona narrativa, la protagonista hizo, fría y contundente, lo que tuvo que hacer, hasta el último bocado. Una narración rítmica en ascenso, una caníbal empoderada. ¿Dónde estará el cadáver? En lo que descubren el paradero, ¡buen provecho! Una clave, este cuento comparte protagonista con La cena 1 y 2.
El libro finaliza con el apocalíptico texto Y mi agüela, ¿dónde está?, que se desarrolla en Indiera Alta, un barrio rural del municipio de Maricao, Puerto Rico. Acariciando el concepto distopía que nos hizo vivir la pandemia, la autora nos quebranta con magistralidad esos estereotipos de la imagen usual de una típica abuela puertorriqueña, el pilar de la familia. Una mujer que no permitió que su familia pasara hambre, bueno alguna parte de esta que fuera merecedora. Una mujer que supo mantener protegidos a los suyos ante cualquier adversidad. Pero… Y si esa abuela que recordamos con nostalgia y ternura es verdaderamente una asesina serial. ¿Fue la pandemia la que exterminó a los niños, a muchos vecinos? O fue… Ahí lo dejo, para que al cerrar el libro ordenen el postre. Otro acierto, este cuento está narrado a través de los ojos, espíritu, amor, desasosiego y terror de la nieta.
En resumen, los ocho relatos que componen esta colección transitan, con escalofriante precisión y belleza literaria, nuestro canibalismo social, el patriarcado, la pandemia, la distopía que ya estamos viviendo. Igualmente comenta el escritor puertorriqueño Manuel Carrión en la contraportada de esta edición:
…nos enfrentan a una oscura realidad que invita a la reflexión. En ocasiones, sentirás rabia; en otras, puro horror, y quizá, ¿por qué no?, un dejo de empatía o complicidad. Este es un libro que no se borrará de tu memoria porque, aunque incomode, ofrece un atisbo de la realidad, como un aguijonazo que arde en el corazón mismo, no solo de quien lee, sino de toda nuestra sociedad.
Así, Angela Valentín nos sirve su mesa literaria. Un horror cotidiano donde la violencia de género, el amor de pareja y la equidad transitan sobre una fina (y sangrienta) cuerda malabarista entre la redención, el empoderamiento, la justicia y los peligrosos e impuestos roles sociales que destila el patriarcado. Un delicioso banquete narrativo. Esperamos pronto una segunda parte de este libro, con un menú ampliado sobre el lado más oscuro, real de nuestra sociedad que nos abra el alma y la empatía.