De los sueldos altísimos
Ese argumento se basa en la lógica del mercado, la “fe verdadera” del neoliberalismo que nos gobierna: si se busca comprar un producto —en este caso los servicios de un ejecutivo de alto rendimiento capaz de transformar organizaciones como la AEE y llevarlas a mayor eficiencia— por un precio (el sueldo) demasiado bajo, no se va a conseguir eso que se busca, porque a ese precio, quien lo tenga no lo va a vender.
Esa lógica funciona, en muchos casos, pero cada “mercado” tiene sus particularidades, y ya que se nos está insertando, como consumidores, en el mercado global de “CEO’s” vale la pena mirar un poco las de este.
Fuera de las 100 x 35, el asunto de “CEO pay” no es nada nuevo; se ha debatido bastante en EE. UU. La revista Fortune se ha ocupado del tema, publicando gráficas que muestran cómo, desde los años 90, el promedio de compensación de los CEO fue de 90 veces el promedio del sueldo de sus empleadxs, hasta un pico de 400 veces el sueldo promedio en el año 2000, con fluctuaciones considerables desde entonces. Esa volatilidad, y el número relativamente reducido de ejecutivos y empresas que venden y compran esos servicios, genera sospechas acerca del funcionamiento de las “fuerzas del mercado” a las que se nos dice ahora que nos tenemos que someter. De hecho, es un escándalo internacional: los CEO’s norteamericanos ganan mucho más que sus contrapartes japoneses y europeos, aunque estos últimos se están acercando. Según Fortune, el alza en las compensaciones de CEO’s se debió a un cambio en la legislación federal, que permitió compensar a ejecutivos con acciones de sus propias compañías, para que su ejecutoria como líderes pudiera rendirles frutos concretos.
Hay también un aspecto cultural: una vez me contó un banquero puertorriqueño que había trabajado en la banca estadounidense, cómo él había competido para un puesto de mayor jerarquía en el banco donde trabajaba. No fue escogido, y luego supo que lo habían descartado porque había pedido un salario demasiado bajo: la organización buscaba ejecutivos más “agresivos”. Eso habría sido para los años 70 u 80, más o menos para cuando la autobiografía de Lee Iacocca inauguró el culto al “CEO estrella”, a quien se le atribuían poderes casi mágicos para transformar organizaciones y llevarlas a mayores niveles de productividad y —sobre todo— rentabilidad. Fue precisamente en los años 80, bajo Reagan en Estados Unidos y Thatcher en Inglaterra, cuando el neoliberalismo pasó de ser una perspectiva académica minoritaria, a guiar las políticas gubernamentales. Ese pensamiento es la apoteosis del individualismo y el “libre mercado”.
El “mercado” para ejecutivos de compañías de energía eléctrica parece estar bifurcado: en las compañías privadas, los sueldos se acercan al millón de dólares, pero en las públicas, como la de Nueva York, rondan los $200,000. Posiblemente esto signifique que los mejores ejecutivos (o, mínimamente, los más “agresivos”) desdeñen dirigir una “public utility” por la miseria de menos de un cuarto de millón al año, y por ende las empresas privadas de energía superen por mucho en eficiencia a las públicas, como nos sugiere el pensamiento neoliberal. Habría que investigar eso más.
Pero hay otros datos que provocan suspicacia respecto al CEO pay: según Dean Baker, del Center for Economic Policy Research, en el sector corporativo, muchos miembros de las juntas directivas de grandes corporaciones —quienes, en teoría, supervisan a los CEO’s— tienen incentivos para coludir con los ejecutivos aumentando la compensación de estos, aun en contra del deber fiduciario que, en principio, los accionistas confieren a los directores al elegirlos. En otras palabras, los CEO’s parecen tener poder para aumentar artificialmente el precio de su trabajo, y en muchos casos lo desvincula completamente de su ejecutoria real. Esto es claramente contrario a los supuestos que justifican “la lógica del mercado”: ningún actor económico debe tener tanto poder, por sí solo, sobre sus clientes (en este caso, las compañías). Por otro lado, se ha planteado que la práctica de compensar a los ejecutivos con acciones en la compañía produjo estrategias corporativas dirigidas a subir los precios de las acciones a corto plazo (que entonces los directivos podrían vender, haciéndose de una jugosa ganancia capital), aunque en muchos casos fueron perjudiciales a las compañías a la larga.
En fin, el plantear que los altos sueldos de ejecutivos es algo que se debe a “fuerzas del mercado” es problemático. Los sueldos de los ejecutivos son susceptibles a muchos factores, incluso políticos, que los hacen muy volátiles; también varían de país en país, lo cual nos indica que hay factores culturales (o ideológicos) que inciden en ellos. En particular, el hecho de que nos escandalice que una persona exija cientos de miles de dólares anuales en compensación por asumir un cargo público refleja unos entendidos implícitos que tenemos como pueblo acerca del servicio público… los cuales evidentemente no compartimos con la élite global que ahora rige nuestro destino. Dicho sea de paso, eso mismo pasa con el bono navideño: algo impensable en EE. UU, donde no se conoce, se tiene como derecho en este país.
Esa élite también alega que el trabajo de reestructurar entidades complejas como la AEE (o la UPR, donde yo trabajo), es muy difícil, y requiere unas destrezas muy especializadas y difíciles de encontrar. Necesitamos, nos dicen, verdaderas superestrellas, a lo Lee Iacocca, como Natalie Jaresko, Walter Higgins, Pesquera y los demás, y para obtener sus servicios hay que pagar.
Pero dado que el problema es precisamente la falta de fondos en estas entidades, estos sueldos se pagan con ahorros que los mismos ejecutivos tienen la tarea de generar, y esos ahorros se generan, en gran medida, eliminando puestos y beneficios de personas que ganan mucho menos, y que dependen de esos puestos y beneficios para vivir. Esto genera una dinámica verdaderamente perversa, de tener que contratar a personas por sueldos muy altos, para dejar sin trabajo, o sin beneficios, a gente trabajadora de a pie… o a personas, como los pacientes de la Reforma de Salud, sin servicios vitales.
Yo no soy administrador, y sé que son trabajos sumamente complejos; no quiero ser ni director de una escuela. Pero la razón principal por la que no quiero serlo es precisamente porque bajo PROMESA, “administrar” es recortar, reducir la calidad de los servicios, eliminar derechos, dejar en la calle a gente trabajadora. Y sospecho que gran parte de la razón por la que se les paga tanto a estos ejecutivos es precisamente porque su trabajo va a ser destruir una parte importante del tejido social de este país, y privatizar lo que de él quede. Por eso se les tiene que traer de afuera, y pagar muchísimo, para que no les tiemble la mano al destruir las vidas de empleados que han dedicado décadas al servicio público, y de ciudadanos que dependen de los servicios que ahora tendrán que pagar. Son, en efecto, sicarios administrativos, y cobran los tumbes bien caro.
Ya ha quedado demostrado que la Junta de Control Fiscal busca imponer su criterio, informado por los supuestos culturales de la élite financiera a la que pertenecen sus miembros, ese 1% que controla tanto de nuestra economía. Sospecho que terminaremos pagándole muchos cientos de miles al año a un próximo director de la AEE, y posiblemente de otras corporaciones públicas.
Hay un choque claro entre nuestros valores y la estructura económica (y política) que rápidamente se está erigiendo sobre el país. O cambiamos nuestros valores para acomodarnos a estos mega-sueldos ejecutivos que ahora nos indignan, o buscamos la forma de cambiar esa estructura. No hay de otra.