Del parque público a la privatización
La privatización del parque ―presuntamente por fondos insuficientes para mantenerlo vivo― me hizo recordar los seis meses que viví en la ciudad de Granada en España. Allí disfrutaba de las plazas y los espacios públicos repletos de gente, nunca tuve la necesidad de visitar un centro comercial y tampoco necesité un carro para transitar las ciudades. Podía comprar casi todo en tiendas al aire libre ubicadas en el casco urbano. En poco tiempo, conocía al vendedor de frutas y vegetales así como otros vendedores que visitaba frecuentemente a sólo pasos de mi apartamento.
Cuando regresé a Puerto Rico, descubrí la falta que me hacían aquellos espacios públicos que propiciaban la vida social. Comprendí que su ausencia contribuía al aislamiento de los puertorriqueños en nuestros hogares, donde las redes sociales juegan una parte esencial de nuestra vida cotidiana. Y más importante aún, ha estimulado las prácticas de consumismo excesivo impregnadas en nuestra cultura desde que el modelo de industrialización urbana fue instituido en 1940 por el gobernador Luis Muñoz Marín con la Operación Manos a la Obra.
Nuestro país se transformó rápidamente de una sociedad agrícola a una consumista. La Junta de Planificación diseñó áreas unifuncionales, donde los sectores se dividían en tiendas, oficinas, lugares de entretenimiento y de trabajo ––todos distantes entre sí. Desde ese momento pasamos gran parte de nuestro tiempo transportándonos en automóvil de un lugar a otro. No existen negocios locales aledaños al hogar que propicien relaciones cercanas con sus empleados o miembros de la comunidad. De igual forma son muy pocos quienes utilizan los medios de transporte colectivo, espacios que promoverían la convivencia, así como las relaciones sociales.
Mientras los urbanistas en las ciudades de Europa y Estados Unidos visualizaron y crearon espacios abiertos públicos y áreas verdes, Puerto Rico sólo destinó 1.08 porciento (540 acres) de espacios públicos para establecer parques. En el año 1956, Eduardo Barañano, urbanista y arquitecto puertorriqueño, propuso que los 540 acres designados debían ser aumentados a 5,200 acres. Esto representaría una proyección de 10 acres por cada 1,000 personas con 12 parques en cada ciudad de la isla válido hasta el 1975. Como todos sabemos, esto nunca sucedió.
El modelo urbano en Puerto Rico (análogo al modelo suburbano estadounidense luego de la Segunda Guerra Mundial) fue víctima de la mala planificación, aunque en ese momento se le vendió a los puertorriqueños como “progreso”. Las formas de vida que han surgido nos han impactado de tal forma que se promueve la indiferencia y separación de los ciudadanos, y por consiguiente, el deterioro social.
Al visitar Plaza Las Américas ―el centro comercial más grande del Caribe― me sorprende ver cómo las personas se sientan a leer un libro dentro del establecimiento. El legado del urbanismo sólo permite la existencia de espacios recreativos ligados al consumo. De igual forma impulsa el uso del auto en todo momento, aunque sea para recorrer distancias cortas. Sólo para tener una idea, según el censo del año 2010, apenas 4.1 por ciento de los que trabajan en Hato Rey (de 16 años o más) utilizaban transporte público para llegar a su trabajo. Esto a pesar de que La Milla de Oro en Hato Rey, el principal centro financiero del país, está cerca del Tren Urbano y emplea un amplio sector de puertorriqueños.
Pertenecemos a la cultura Drive-thru Wal-Mart-Walgreens, una cultura consumista atrapada en una crisis socioeconómica y política.Y tal parece que estamos resignados o inconscientes ante esta realidad que no permite crear sentido de comunidad y dificulta el intercambio de experiencias y conversaciones con otras personas. Puerto Rico necesita lugares en donde podamos compartir espacios para promover la coexistencia así como el bienestar social.
Los espacios públicos recreativos como El Retiro en Madrid, Central Park en Nueva York y el Golden Gate Park en San Francisco son actualmente atracciones principales de un valor incalculable en estas ciudades. Los visionarios que crearon estos parques sabían que su fundación no era cuestión de lujos innecesarios. Sino un espacio de recreación y ocio para cualquiera, desde el más pobre hasta el más rico. Ciertamente estos parques continúan aportando a la calidad de vida de las generaciones posteriores. Frederick Law Olmsted, el diseñador de Central Park, defendió la creación de un sistema de espacios verdes y públicos como un elemento básico del esquema urbano de la ciudad. Cuando diseñó Central Park, sabía que los edificios adyacentes aumentarían su valor y no se equivocó. Los impuestos que se recolectaron de los edificios colindantes al parque estaban dirigidos al mantenimiento de Central Park y en tan sólo cinco años luego de su apertura, Olmsted documentó más impuestos de los que la ciudad pagaba por el terreno y las mejoras al parque.
De igual forma la planificadora urbana Mayra Figueroa Medina planteó en 80grados, citando a la antropóloga Jane Jacobs, que el poder detrás del desarrollo económico se encuentra en las ciudades, no en las naciones. Y añade que aunque la mayoría vea el espacio público como un lujo para Puerto Rico, su ausencia resulta en un retraso social, cultural y económico.
La planificadora asegura que nuestra arquitectura urbana no fomenta la inversión internacional, la actividad turística y comercial. La falta de espacios públicos para la interacción colectiva también contribuye al deterioro de la calidad de vida individual. Aumentando así los ambientes hostiles y poco atractivos que carecen de relaciones sociales que podrían crear consensos, sentido de pertenencia y desarrollo comunitario.
El resultado de la privatización de algunas áreas del Parque Luis Muñoz Marín será la creación de un bar (sí, más barras!) y el surgimiento de tres campos de football y dos canchas de volibol playero. El uso de las facilidades tendrá un costo de $80 por hora, excepto el primer fin de semana de cada mes, sábado y domingo de 8:00 a.m. a 4:00 p.m. y sólo un día de cada semana desde las 6:00 de la tarde hasta las 8:00 de la noche, que será gratuito. Definitivamente esto desanimará a muchas familias con niños que lo visitaban. Este parque, localizado en el centro del área metropolitana, está rodeado de las pocas áreas verdes existentes y de un lago artificial que ofrece un ambiente placentero.
Para ser justa con la alcaldesa de San Juan, fue ella la encargada de la re-apertura del parque luego de que el ex-alcalde Jorge Santini lo clausurara por presunta falta de fondos para mantenerlo abierto. Sin embargo, actualmente intenta avalar el negocio del cual, según El Nuevo Día,el municipio recibirá sólo $2,500 mensuales por 25 años de una compañía privada. Esta porción de más de 100 acres de espacio público parece ser un obsequio a la compañía que inicia el contrato.
Debemos considerar otras maneras de salvar el parque. Resulta imprescindible defender los pocos espacios públicos que nos quedan antes de que se conviertan lucrativos para el comercio privado y no para el bienestar público. Una forma de manejar el parque sería buscar iniciativas comunitarias como la Cooperativa Verde que estuvo a cargo durante la administración de Santini hasta que el alcalde exigió su retiro, según reportado en Primera Hora.
¿Será posible que el espacio público ya no tenga importancia? Yo estoy segura que sí tiene. Arquitectos y urbanistas han propuesto la necesidad humana del espacio público para la calidad de vida individual y el desarrollo económico de Puerto Rico desde hace seis décadas. ¿Por qué todavía ignoramos esta realidad? Este conglomerado de “anti-ciudades”, como algunos lo llamarían, limita nuestro potencial y nuestras posibilidades como sociedad. La fragmentación social es evidente, y la semi privatización de este parque cataliza este proceso. Más allá de la privatización de un espacio público, esto representa la pérdida del sentido de sociedad que debe caracterizar las ciudades.
* Publicado en inglés en el blog que coordina la profesora Maritza Stanchich, PR Students Speak Out.