Demagogia a la carta
El periodista Henry Louis Mencken, considerado uno de los escritores estadounidenses más influyentes en la primera mitad del siglo pasado, definió al demagogo como “una persona que predica doctrinas que él sabe que son falsas, a personas que él sabe que son tontas”.
Tal acepción aplica perfectamente al gobernador Luis Fortuño, quien el pasado martes presentó el último Mensaje de Presupuesto de este cuatrienio, en un acto carente de seriedad, amparado en la manipulación estadística, colmado de promesas incumplidas y sueños trasnochados.
En su discurso, el Gobernador habló de “resultados positivos”. Se jactó al informar una supuesta recuperación en la economía escudándose en un crecimiento en la industria de la manufactura, un movimiento más acelerado en la venta de propiedades, una reducción del déficit gubernamental y una baja en el desempleo.
Orondo y flanqueado por la bandera estadounidense que siempre coloca al fondo del podio para matizar su intervención con tonos ideológicos, hizo alardes de haber “cumplido al centavo el presupuesto (anterior) sin excedernos en gastos”.
Al mismo tiempo, prometió cumplir con las estipulaciones de los convenios colectivos ya acordados; anunció aumento de salario para los policías; cacareó ampliar los beneficiarios del plan de salud; habló de unos acuerdos para finalizar el histórico caso de hacinamiento carcelario; y se atribuyó poner “la casa en orden en Educación” y “sacar esa agencia de la sindicatura”.
Comentó, además, del estatus de los primeros proyectos de energía renovable que dice establecerá en el País; las mejoras logradas en las autopistas tras haberlas hipotecados con las APP; y celebró la alegada reducción en el pago de las contribuciones para individuos.
La perorata del Gobernador, que de inmediato encontró eco en las voces de los presidentes del Senado y la Cámara de Representantes, fue insustancial y no trascendió su matiz de agitación político partidista. Su libreto estuvo disfrazado de quimeras y abarrotado de muletillas hechas a la medida para agenciarse los aplausos de sus correligionarios y provocar los estribillos de su próxima campaña electoral: “Hacer buen gobierno es trabajar y no criticar. Ser buen puertorriqueño es nunca rendirse. Porque Puerto Rico quiere esperanza, no otra quiebra”.
Fortuño ejerció sus dotes de actuación en un performance diseñado a tenor con las prácticas más impúdicas del populismo tradicional, como recurrir a argumentos engañosos para hacer creer cierto algo que no lo es; buscar el reconocimiento y endoso de los sectores marginales, vistos como fácil presa del engaño y la seducción; fingiendo que su acción política está destinada al beneficio del pueblo; y haciendo creer que la historia se demarca en un antes y después de su arribo al gobierno: “antes fue el caos, las quiebras y el desorden, ahora es la esperanza”.
Desde su condición demagógica, Fortuño fue audaz al dirigir su discurso a la agitación de las huestes de su colectividad justo cuando restan seis meses para la celebración de las elecciones generales, evento en el que se juega su lujosa estancia en el Palacio de Santa Catalina.
Y es que el Gobernador sabe, al igual que su equipo de asesores, que para dominar la contienda electoral debe, ante todo, garantizar el voto de sus incondicionales, divididos, mayoritariamente, entre los pocos ricos y los muchos pobres del País.
Por eso, su ofensiva discursiva se construye a la medida del espíritu de sus fieles acólitos, para avivarlos, zarandearlos e inducirlos a creer que, a pesar de los contratiempos, su administración ha triunfado. En ese intento se ampara del uso abusivo de gradaciones de necedad y escalas de cinismos. Bien lo señaló Mencken cuando habló de la demagogia, no lo olvidemos.
Pero basta una simple revisión a su mensaje para develar sus falsedades. En primer término, se vanaglorió de haber cerrado el año fiscal “al centavo” y de trabajar en la reducción del déficit presupuestario. No comentó, sin embargo, que su estrategia para cuadrar las finanzas del Estado ha sido a expensas del endeudamiento, tema ausente en su alocución.
Alguien debió recordarle que bajo su administración la deuda pública se ha disparado como nunca antes, llegando a acumular $70,000 millones. Sobre ese particular calló, de la misma manera que enmudeció frente a la incógnita de dónde saldrán los fondos para pagar esa exorbitante deuda. ¿De qué fuente de ingreso aflorará el dinero que el gobierno necesita recaudar para cumplir sus obligaciones? Ese es otro de los misterios del Gobernador.
Hay otra dimensión incongruente en el mensaje presupuestario. Fanfarronear que asistimos a una mejora en la economía es una penosa ilusión que contrasta con la realidad social que se vive todos los días en el País. Mientras más nos indican que la economía salió de la recesión, más insostenible resulta que una familia promedio, trabajadora y profesional, se mantenga a flote.
Fortuño insiste, por ejemplo, en que la economía ha mejorado mientras, según cifras del Banco Gubernamental de Fomento y la Junta de Planificación, la tasa de participación laboral del País se ha mantenido inalterada en el último año. Los informes estadísticos señalan que sólo 40.5% de la población trabaja, lo que significa que menos de la mitad de nuestra gente con edad de trabajar, está insertada en la esfera productiva formal. Entonces, ¿cómo se fuga una economía de su estancamiento sin generar empleos?
Pero eso no es todo. En el mensaje del Gobernador se señalan con grandilocuencia sus obras de infraestructura “de clase mundial” como un repaso de lo que será el contenido de su campaña para la reelección. Empero, los anuncios de proyectos hoteleros, la extensión del expreso de Hatillo a Aguadilla, la nueva fase de la Ruta 66, los autoexpresos en las autopistas, la repavimentación de carreteras, la extensión de la PR-5 y la PR-10 y el infausto Metro Urbano que llegará en el norte hasta Dorado y en el este hasta Caguas son todos asuntos reciclados. Son las mismas promesas que han aparecido en todos sus mensajes de logros y presupuesto desde su arribo al poder. No hay nada nuevo bajo el sol.
Para complacer a los más incautos, el Gobernador anunció un ajuste salarial a los policías y una ampliación del grupo de beneficiarios de la reforma de salud. La ecuación es simple: se trata de una medida populista para ganar votos que girará sobre la deuda pública.
Es lo mismo que hace con el anuncio de la asignación de fondos a la Universidad de Puerto Rico. Hace casi dos años le arrebató $400 millones al presupuesto de la institución y hoy celebra asignarle $52.2 millones. La matemática indica que hay una privación de $348 millones que no se menciona, aunque desde las gradas –y es la parte más descarada– un militante del Partido Nuevo Progresista que dirige el Gobernador, y que asume la presidencia de la UPR, se levanta, aplaude, sonríe, festeja y vuelve a aplaudir.
En la carrera desmedida por la cacería de votos, era de esperar que más de la mitad del presupuesto anunciado por Fortuño se destinara a educación, seguridad y salud, tres de las áreas de mayor preocupación ciudadana, según señalan todas las encuestas de opinión pública.
Sin embargo, ni el Gobernador, ni ninguno de sus compinches políticos, se atreven hablar del crimen que nos azota sin pudor, del crecimiento desmedido del mercado ilegal de la droga, la corrupción gubernamental y las reducciones en penalidades por delitos ambientales que contempla el nuevo Código Penal. Todos son asuntos de seguridad pública, evidentemente, sin importancia para el partido gobernante.
La lista de promesas a la Policía es otro fiasco. En su contenido no supera los viejos enfoques con que se ha trabajado el tema de la seguridad del País en las últimas décadas. Las estrategias son las mismas que han fracasado en el pasado, lo que no debería avivar esperanza alguna.
El señalamiento sobre “la puesta en orden” del Departamento de Educación es otra de sus impudicias políticas. Nada más lejos de la verdad. El orden en esa agencia llegó mucho antes del arribo de las tropas penepeístas al gobierno. Se trata de un asunto que se resolvió antes de concluir el 2004. Mas alguien debería recordarle al Gobernador que, bajo su administración, que carece de un plan educativo y ha tenido una dirección inestable, han vuelto a surgir señalamientos de malas prácticas administrativas con el uso de fondos federales y que los servicios, en particular los de educación especial, han empeorado.
El epílogo de este recuento, que traza una mirada al Mensaje de Presupuesto de Fortuño inscrito en el contexto de una campaña electoral que se augura feroz, nos evoca, nuevamente, la elocuencia de las expresiones del periodista estadounidense Henry Louis Mencken, cuando dijo que un demagogo era “una persona que predica doctrinas que él sabe que son falsas, a personas que él sabe que son tontas”.
La única discordancia de esta cita es el extravío del Gobernador al pretender pensarnos “tontos” como para creerle la arenga de falsedades y distorsiones que esgrimió en su mensaje. La necedad no es del pueblo, es de él.