Dos rocas, dos tiempos
“La belleza, como la verdad, es concerniente al momento en que se vive y al individuo que pueda comprenderlas. La expresión de la belleza está en correspondencia directa con el poder de concepción que el artista ha alcanzado”.
–Gustave Courbet
“La descripción del pensamiento inspirado permite mostrar la poesía visible”.
–René Magritte
Gustave Courbet, de familia acomodada, pero volcado hacia los intereses del pueblo, pintó casi 200 paisajes “au plein air” con su insigne estilo realista, cargados con el acostumbrado y enérgico compromiso social y artístico que caracteriza su obra. En Le Rocher isolé el paisaje marino es sosegado, el mar parece estar sereno y las nubes exhiben una fragancia cromática acrisolada; colmando la pintura de una estética sigilosamente meditabunda. La atmósfera celeste dialoga con excelso lirismo con la roca solitaria. La roca de Courbet desgarra la composición, al tener estrías o formas peñascosas diagonales que le añaden una simétrica y dinámica ruptura a la composición; posiblemente castigada por la erosión del tiempo y creando un ambiente extrañamente natural. El mar aplacado junto a la roca parece estar humanizado en un estoicismo poético, tratado como algunos de sus retratos más ilustres de clara concepción realista y social. La roca es la indudable protagonista que, por instantes se siente con cierta liviandad, casi acariciable. No es tan inerte o fría la roca después de todo. Su imponente formación como punto promontorio podría ser vista como una fortificación castigada por el ostracismo del tiempo, tallada por la brisa marina y descifrada por una pincelada exegéticamente equilibrada.
¿Por qué el padre del realismo le dio tanto protagonismo a una inerme roca interrumpiendo un paisaje marino? ¿Acaso el pintor encarnó en el inamovible peñasco la desventura y el anonimato del proletariado de su época, otorgándoles un valor simbólico?
Courbet esgrimió en esta pintura una estética monumental de poderosa simplicidad, con gran soltura técnica, sutilidad y al mismo tiempo rudeza. Un cuadro que podría ser tan polémico y polisémico como la mayoría de sus obras de evidente corte social. Indudablemente esta roca no deja de exhibir un discurso también político. Podría decir que sustituyó al hombre que aparece en otro paisaje de su autoría a orillas de la playa en Le bord de mer à Palavas, 1854 (Al borde del mar de Palavas), la cual fue una comuna francesa creada posterior a la revolución. (Las comunas francesas eran consideradas como territorios de las clases más bajas de la época). La roca anclada al centro del cuadro parece compartir la gratitud del mismo hombre de la pintura que aparece frente al mar de Palavas, pero también comparte la imperturbabilidad de los obreros que aparecen en la pintura Les Casseurs de pierres,1849 (Los Picapedreros). Demostrando que la percepción de Courbet estaba mucho más unida al mundo terrenal, abandonando cualquier idealización de belleza anterior a su pintura.
Casi un siglo después, el “rebelde burgués” (llamado así por algunos), René Magritte, pinta Le château del Pyrénées (El castillo en los Pirineos), con un oleaje embravecido y un cielo azul sereno con nubes que parecen mimar en segundo plano la roca flotante. Como es costumbre del pintor belga, las leyes naturales están nuevamente dislocadas de los convencionalismos realistas, envuelto siempre con evidentes contradicciones. La casi inexplicable imagen tiene también como protagonista una colosal roca (tema algo recurrente en el trabajo de Magritte, como los son La clef de verre, 1959 (La llave de cristal), o La Flèche de Zenón, 1964 (La Flecha de Zenón). La roca de Le château del Pyrénées posee una fortificación acastillada en la parte superior de la misma, que parece haber sido tallada sobre la continuidad matérica de la roca. Indudablemente la roca desafía las leyes de la gravedad y, de cierta manera, asume la postura de la burguesía; amarfilada en su inalcanzable y airoso aposento para amurallarse y alejarse del vulgo. La roca ocupa en la composición el centro del lienzo, en innegable analogía a la pintura de Courbet.
Magritte se preguntaba: “¿Cómo se puede representar el placer y el dolor, el conocimiento y la ignorancia, la voz y el silencio?” Ambos cuadros tienen esa extraña sensación de desolación y al mismo tiempo cargan extraordinarias proezas reflexivas, sociales y políticas. También podemos pensar en la frase: No tener los pies sobre la tierra” o “Construir castillos en el aire”, que atiende la posibilidad de estar cautivo en un castillo hecho de piedra, cual hogar de un dios mitológico.
No obstante, antes que Magritte, el tema de la roca como protagonista lo trabajó uno de los precursores de la pintura moderna, el posimpresionista Paul Cézanne (1839-1906). Esto lo podemos constatar en casi una treintena de cuadros que el artista realizó durante su vida, cuyo tema principal era precisamente éste. En el libro, Cézanne: The Rock and Quarry Paintings, se puede constatar el legado paisajístico heredado de Courbet.
Regresando al tema que nos ocupa, podemos observar en ambas pinturas que la masa celeste posee más acaparamiento espacial que las rocas. Esto les otorga a ambas rocas una atmósfera que pacifica la tosquedad del material pétreo, creando una suerte de oxímoron visual. La búsqueda de coincidencias entre lo concreto y el pensamiento abstracto, entre el mundo real y el imaginario, hacen de ambos cuadros, cuyo protagonista es una siniestra, pero delicada roca, un tratado filosófico con inagotables interpretaciones. Ambas pinturas son inquietantes, y potencialmente mucho más descifrables si se tiene un buen armamento teórico, histórico y fenomenológico detrás. Por el momento prefiero provocar la reflexión abierta y no sentenciar a los lectores y lectoras con una opinión demasiado cerrada. Dejo a les lectores con la definición simbólica del vocablo “roca” de Juan Eduardo Cirlot, publicado en su Diccionario de símbolos:
Roca
Puede considerarse de validez el simbolismo atribuido por los chinos a la roca que, según ellos, significa permanencia, solidez y solidaridad consigo misma. Como la piedra, en muchas tradiciones se considera a la roca como morada de un dios. Una tradición del Cáucaso dice: “Al comienzo, el mundo estaba cubierto de agua. El gran dios creador permanecía entonces en el interior de una roca”. Parece, pues, que la intuición humana considera las piedras (mito de Deucalión) y rocas origen de la vida humana, mientras la tierra (inferior por su mayor disgregación) es madre de la vida vegetal y animal. Se atribuye al mineral un significado místico, en relación con el sonido que da al ser percutido y con la unidad que presenta en virtud de su solidez y cohesión.
Claro, quedan muchas incógnitas levitando en el mundo de las ideas sobre este, o estos temas. Pero quizá sea mejor así. Si utilizamos la imaginación con menos tecnicismos formales podremos apoderarnos de la inmensidad más diáfana, experiencial o existencial de estas dos obras. No obstante, resulta muy conveniente las teorías hermenéuticas en situaciones muy específicas como estas, no crean que no. Siempre son prácticas, aunque a veces parezcan inútiles […]
“El surrealismo es revolucionario, ya que es enemigo irreductible de todos los valores ideológicos burgueses que estancan al mundo en las espantosas condiciones actuales”.
–René Magritte
“Al renegar del ideal falso y convencional, en 1848 levanté la bandera del realismo, la única que pone el arte al servicio del hombre. Por eso he luchado, lógicamente, contra todas las formas de gobierno autoritario y heredado por derecho divino, deseando que el hombre se gobierne a sí mismo según sus necesidades, en su provecho directo y siguiendo su propia ruta”.
–Gustave Courbet