El ocaso cultural de la homofobia
Enlutado inquisidor que no nos deja tranquilos
quiere tejer hilo a hilo mentiras donde hay amor
se sueña perseguidor de dos hombres perseguidos
su navaja es odio fino, nuestra piel todo lo aguanta.
-Manuel Ramos Otero, Invitación al polvo (1991)
Se gesta un profundo cambio en la valoración cultural de la homosexualidad, como lo demuestra el renombre de películas como Philadelphia (1993), con Antonio Banderas, paradigma de la masculinidad latina, en un papel de amante gay, y Fresa y chocolate (1994), con sus nada veladas críticas al prejuicio homofóbico que en un tiempo maculó la revolución cubana. La cultura iberoamericana deja atrás gradual pero inexorablemente la homofobia de sus antecesores.Un ejemplo destacado es la popularidad que por toda España y América Latina adquirió la canción de José María Cano, en la voz de Ana Torroja, “Mujer contra mujer”:
“Nada tienen de especial
dos mujeres que se dan la mano
el matiz viene después
cuando lo hacen por debajo
del mantel.
Luego a solas
sin nada que perder
tras las manos va el
resto de la piel…”
En Cuba, donde se intentó imponer un estilo de virilidad que exacerbó la homofobia tradicional, la juventud canta con entusiasmo la provocadora letra de “El pecado original” de Pablo Milanés, uno de los principales compositores y cantantes de la nueva trova nacionalista y revolucionaria:
“Dos almas
dos cuerpos
dos hombres que se aman
van a ser expulsados del paraíso
que les tocó vivir…
Ninguno de los dos es un censor de
sus propios anhelos mutilados…
y sienten que pueden en cada mañana
ver su árbol, su parque, su sol…
Que pueden desgarrarse sus entrañas
en la más dulce intimidad con el amor…
No somos Dios
no nos equivoquemos otra vez.”
Por su parte, la juventud brasileña no tiene muchos reparos con una de las canciones del gran compositor Chico Buarque, “Dos enamoradas”, que en su versión castellana reza:
“Se amaron con amor urgente,
con besos salados color marejada.
Dos olas que chocan sin decirse nada,
dos enamoradas
frente al mismo mar.
Se amaron contra la corriente
desnudando espaldas,
levantando faldas…
Y fueron amantes más que camaradas:
dos enamoradas,
dos locas de atar.
Probaron un amor prohibido…
y fueron dejando marcadas
sus suaves pisadas entre escalofríos,
en mares y ríos y en las caracolas,
sus caricias solas,
sus ansias de amar.”
A nivel literario continental se detecta con claridad el cambio en la actitud hacia la homosexualidad si comparamos, por ejemplo, La tregua, de Mario Benedetti, publicada en 1960, donde Jaime, un joven homosexual, es tratado por su padre, su familia y aparentemente por el mismo autor, como un degenerado, un pervertido que “se ha echado a perder”, con el relato de Senel Paz, El lobo, el bosque y el hombre nuevo, impreso en 1991, que pinta con mucha simpatía a Diego, el melancólico homosexual cubano. Solidaridad similar destila la escritora jamaiquina Michelle Cliff, pareja de la poeta estadounidense Adrienne Rich, hacia Harry/Harriet, un personaje clave, transexual y travesti, en su novela, No Telephone to Heaven (1996). Igualmente, el escritor chileno Pedro Lemebel, en su novela Tengo miedo torero (2001), enfoca una posible convergencia entre la subversión de la tiranía de Augusto Pinochet y la apertura hacia el amor no heterosexual que nos hace recordar el clásico de Manuel Puig, El beso de la mujer araña (1976) y las fascinantes relaciones entre Valentín Arregui y Molina.
El escritor español Álvaro Pombo ganó, en 2001, el primer premio de novela de la Fundación José Manuel Lara por su texto El cielo raso, obra marcada por la convergencia entre el homosexualismo y el cristianismo de su autor. Su personaje principal, Gabriel Arintero, logra, tras un largo y tortuoso peregrinaje espiritual por Madrid, Londres, San Salvador y, de nuevo, Madrid, integrar su homoerotismo, piedad cristiana, solidaridad con los pobres y marginados, y la teología de liberación (marcada por los escritos de Ignacio Ellacuría y Jon Sobrino). El relato describe de manera muy delicada, por un lado, los agudos conflictos entre el deseo y la conciencia de culpa y, por el otro, el vínculo entre la transgresión de la moralidad tradicional y la pasión evangélica por los menesterosos y oprimidos. Refleja un cambio decisivo y dramático en la influyente cultura literaria ibérica: de la exclusión a la inclusión.
Si el poeta maldito por excelencia de las letras puertorriqueñas, Manuel Ramos Otero, tuvo que sufrir el ostracismo y el desdén por sus retos literarios a la homofobia cultural, rebeldemente expresados en su Invitación al polvo (1991), hoy Luis Negrón es continuamente aclamado por sus escritos gais. Su libro Mundo cruel (2013) ha sido elogiado por los principales medios culturales del país, los mismos que antes marginaron a Ramos Otero. Igual reconocimiento reciben los poemas homoeróticos de Lilliana Ramos Collado, incluidos en reróticas (1998), o los múltiples y provocadores textos lesboeróticos de Yolanda Arroyo Pizarro. Y en el mundo hispano/latino estadounidense, incluidos diversos sectores religiosos y teológicos, se admiran y respetan los escritos de Gloria Anzaldúa, uno de cuyos versos más citados dice,
“Compañera,
¿Volverán esas tardes sordas cuando nos amábamos?…
¿Cuando ilesa carne buscaba carne y dientes labios
en los laberintos de tus bocas?
Esas tardes, islas no descubiertas…
Mis dedos lentos andaban las lomas de tus pechos,
Recorriendo la llanura de tu espalda
Tus moras hinchándose en mi boca
La cueva mojada y racima.
Tu corazón en mi lengua hasta en mis sueños
Tus pestañas barriendo mi cara
Dormitando, oliendo tu piel de amapola
Dos extranjeras al borde del abismo…
¿Volverán,
Compañera, esas tardes cuando nos amábamos?”
Este es el tipo de cambio en el ambiente cultural, sutil pero decisivo, que con frecuencia provoca ansiedad y hostilidad en personas y grupos aferrados a rígidas concepciones dogmáticas sobre la naturaleza humana y lo que es legítimo permitir, moral y legalmente, a una sociedad. La hostilidad tiende a ser más beligerante y estridente si esas concepciones se ligan a ideas dogmáticas sobre lo sagrado. Con excesiva frecuencia ideas excelsas de lo sagrado se contaminan por una dimensión sombría y siniestra: la condena de relaciones de amor consideradas sacrílegas, pecaminosas y anatemas. Afortunadamente, estamos en un contexto de mayor aceptación y reconocimiento de la pluralidad en estilos de pensamiento y vida. Ya la salida de los asfixiantes límites del armario de, para mencionar un caso prominente, Ricky Martin, no conduce, a pesar del resabio de algunos religiosos fundamentalistas, al ostracismo social ni, mucho menos, conlleva las graves penalidades de otras épocas.
Los integristas religiosos, a pesar de sus piadosas jeremiadas, han mostrado poca solidaridad y compasión con los seres humanos que sufren persistente oprobio y humillación por su orientación sexual. Es digna de leerse la novela del puertorriqueño Ángel Lozada La patografía (1998), una emotiva reflexión literaria sobre los estigmas y sufrimientos que padecen los homosexuales a causa de la homofobia eclesiástica. Manifiesta dramáticamente la ofensiva manera en que algunas comunidades religiosas tratan a homosexuales, gais y lesbianas, como “pervertidos” que, alegan esos grupos fundamentalistas, repudian la voluntad divina. Expresa, sobre todo, algo significativo y crucial: el sufrimiento agudo y profundo que las actitudes de intolerancia y discrimen de algunas iglesias y agrupaciones religiosas infligen a las personas de orientaciones sexuales diversas. Escudados en su idolatría de la letra sagrada, transforman el evangelio de la gracia divina en régimen de represión y exclusión, sin tomar en cuenta su grave responsabilidad en el hondo dolor que causan.
Son evidentes, sin embargo, las señales de un cambio radical: de la exclusión y el desdén a la inclusión y el reconocimiento. Así como poco a poco los integristas religiosos y su arcaica idolatría de la letra sagrada van perdiendo su batalla contra el reclamo vigoroso de las mujeres al disfrute pleno de su autonomía, al reconocimiento absoluto de su dignidad humana y al respeto jurídico de sus derechos reproductivos, también se inicia, incluso al interior de muchas iglesias, el ocaso definitivo de la homofobia.
El debate/diálogo en el interior de las comunidades religiosas y la sociedad puertorriqueña general debe conducirse en un contexto de respeto recíproco por parte de las distintas perspectivas éticas, teológicas y filosóficas. Ese ambiente no puede lograrse plenamente mientras se anatemice una de esas perspectivas sobre lo que es recto y justo permitir en la sociedad y en las iglesias. De ello se han dado cuenta algunas iglesias en Norte América, América Latina y Europa, las cuales, sin necesariamente aprobar la orientación o la conducta homoerótica, insisten en que las leyes de un país no deben usarse para criminalizar y discriminar sectores minoritarios. Otras ya han adoptado posturas de mayor inclusión, aprobando la ordenación a su ministerio o sacerdocio de personas de diversas orientaciones sexuales y diseñando celebraciones litúrgicas para sus matrimonios. Poco a poco, en el ámbito cultural, jurídico, social y eclesiástico se imponen la equidad y la solidaridad, dejando atrás siglos de exclusión, intolerancia y persecución.
En la teología y los estudios religiosos surgen voces elocuentes y libres del lastre discriminatorio de la homofobia, las cuales analizan con rigor intelectual y de manera novedosa las diversas posibles configuraciones legítimas del amor, la sexualidad y la familia. Son ya múltiples los estudios críticos de las escrituras sagradas y las tradiciones hermenéuticas que cuestionan, con escrupulosa rigurosidad académica, las traducciones e interpretaciones de textos bíblicos que se han utilizado para mancillar la devoción religiosa con intolerantes prejuicios homofóbicos. Marcella Althaus-Reid, teóloga argentina protestante, promovió intensamente este diálogo con su libro Queer God (2003), un heterodoxo intento de liberar a Dios de su enclaustramiento y aprisionamiento en el calabozo de una excluyente sexualidad heteronormativa.
Aunque todavía queda mucho sendero que recorrer para superar definitivamente la homofobia, ya se percibe el misterio de la escritura en la pared: de la exclusión a la inclusión, de la intolerancia a la celebración de la diversidad. Lo esencial a recordar es la perspectiva solidaria, profética y evangélica crucial en las escrituras sagradas judeocristianas, la cual con tanta elegancia y emoción expresara en una de sus geniales intuiciones el gran poeta y patriota cubano José Martí…
“¡Son como siempre los humildes, los descalzos, los desamparados, los pescadores, los que se juntan frente a la iniquidad hombro a hombro, y echan a volar, con sus alas de plata encendidas, el Evangelio! ¡La verdad se revela mejor a los pobres y a los que padecen!” (El cisma de los católicos en Nueva York, 1887)