Elsa sí
Una mirada a la exposición Perreta al argumento de Elsa María Meléndez en el Instituto de Cultura Puertorriqueña, viejo Arsenal de la Marina en San Juan
De haber nacido mujer y artista, yo hubiera querido ser no Artemisia Gentileschi, ni Elizabeth Viguée-Lebrun. Tampoco Rosa Bonheur, Mary Cassatt ni Sonia Delaunay. Ni siquiera Georgia O’keefe o Frida Kahlo. Ni Luisina Ordoñez ni Olga Albizu y tampoco Myrna Baez.Yo hubiera querido ser Elsa María Meléndez por una sencilla y complicada razón. Porque me enreda en sus cabellos que son puntadas dibujadas, líneas cosidas, vellos púbicos e impúdicos que saben de urdimbres deliciosas, de néctares divinos y humanos; porque sabe atraparme en el placer de sus retozos, en la seriedad de sus series que nos fuerzan a sonreír para disimular nuestras debilidades; porque Elsa sabe, Elsa sale y entra, entra y sale como su aguja mágica del papel y de la tela, del corazón y del coito, del vaginal sentir al pálpito digital, de la mirada transparente a la húmeda opacidad sin perder en el azaroso camino el atinado derrotero, la mirilla enfocada, el “fuck it” al que le guste o no le guste, que lo compre o no lo compre, en la libertad del arte.
Elsa sabe, sabe amaestrar las bestias que animan su universo desde temprano, las hace entrar por el aro no matrimonial, las conmina a brincar con gracia las barreras impuestas, las aduanas del buen gusto y del mal comportamiento. Sus bestias crecen y devienen palabras, citas que se citan a escondidas para luego revelarse en una fiesta de hilos coloridos y enmarañados, un carnaval de gritos y susurros acolchados, de peluches calcinados y descabezados que logran configurar una topografía alucinada, un mundo nuevo y valiente frente a la desgracia.
Elsa es dueña y señora de la sonrisa tan horizontal como vertical. Se ríe con dientes y sin ellos pero siempre carmesí fosforescente, nunca muerta de la risa, siempreviva de la risa. Se ríe de nosotros y de ella misma porque en su risa nos encontramos todos. Elsita, porque cita a la vida y a la muere y a todos los estados intermedios, menos quizás el cincuenta y uno ya que sus citas son para contarse con la lengua y no con los números. Elsa no se mide, ella se cuenta como una Scheherazadepara salvar la vida y aplazar la muerte en mil y una noches de desvelos de amor y amanecer en celo. Elsalomé de los siete velos, vellos todos para develar y revelar verdades difíciles y mentiras piadosas.
Mover bolillos en sus mini teatros, levantar la falda de las acolchadas ninfas, arriesgarse a entrar en la catarata de tiras, telas, puntillas de su recovecosa instalación es querer ser atrapado por las putillas cariñosas que cosquillean el cuerpo vacilante y lo invitan al vacilón. El cuerpo autorretratado de la artista se contorsiona alfabéticamente, marca el espacio cual perra en celo escribano; las transparencias proyectan sombras chinescas y el perreo bruñe chino y frota hebilla hasta hacerlo brillar. Elsa no se sacia en su afán creador. Lo animal deviene humano, la mano garra y agarra, el encaje se encaja y el peluche aguanta el golpe mientras la guata se tuesta enlutada en la fiesta del tirijala.
El feminismo es antes y después de Elsa. Su dinamismo es contagioso, su pasión viral. Los cuadernos que muestra son bitácora de una travesía atravesada por el humor y el desparpajo donde la letra y el borrón se dan la mano, las páginas también perrean y hasta muerden la mano incauta porque en Elsa todo es sorpresa y sorlibre, denuncia y complicidad, risa a mandíbula batiente y caderamen bate que bate. Perreta que perrea su argumento, polémica procaz, travesía traviesa, Elsa María marea con sus ritmos cachondos, ágil pensamiento y apasionado sentir.
Sí, lo confieso con todos los dientes. De haber nacido mujer y artista no hubiera querido ser ni Amelia Peláez ni Kara Walker, tampoco Marina Abramović ni Marisol Escobar, ni Gego, ni Remedios Varo, ni Noemí Ruiz. Elsa sí, Elsa, Elsita, Elsota. Elsa sí.