Entre dos orillas (y el Yunque) después de María
1. La fuerza
En el edificio en que vivo, un año antes de Irma y María, se corrigieron las grietas que, con el tiempo, habían surgido en donde las ventanas se posan en las partes externas. Luego de Irma y de María, las grietas han vuelto, algunas mayores que lo que eran antes. Según explicaron los expertos, a pesar de tormenteras, o por casusa de ellas, el viento entra con gran presión a jamaquear las ventanas. Ese movimiento, causa que los rieles de las ventanas vibren fuertemente en una distancia pequeña que hace que la fuerza del movimiento sea más intensa. Además, está el movimiento ebrio del edificio bajo los efectos de vientos poderosos. La inducción de grietas está casi asegurada.
Ese efecto de zarandear algo para poder removerlo de su lugar, lo hemos practicado todos en algún momento para sacar algo de la tierra. Si queremos desenterrar una estaca en el patio, la movemos de lado a lado hasta que su extracción se facilita. Imagínense un árbol bajo vientos de 170 millas por hora, que, como son la mayoría de las veces, pueden circular con una fuerza que los arranca de cuajo, que saca raíces que los han sostenido por décadas y los lanza a una muerte segura.
Las tormentas también zarandearon a nuestros compatriotas, y muchos, cuyas raíces eran profundas en esta tierra, también sucumbieron a los elementos violentos de la tormenta y fueron lanzados a tierras lejanas, tal vez para no volver. Son los desarraigados de uno de los países de más desigualdad económica del mundo.
2. Las dos orillas
En el superlativo documental de Sonia Fritz “Después de María: las dos orillas”, las voces de los afectados —física y emocionalmente— se escuchan. Estas nos acercan más a lo que nos rodea: el humano y en conexión continua con sus semejantes y todo lo demás que vive, todo lo demás que existe. Todo lo que tiene la flexibilidad necesaria para sobrevivir. Sí, en el camino, se pierden vidas animales y vegetales, pero el humano, —los animales, la flora y todo lo vivo— continúa su lucha contra los vaivenes de la vida y del viento. La combatividad (en el mejor sentido) de los humanos se destaca en Orlando, Florida y en los pueblos de la Isla (como Camuy, Caguas y Naguabo) como un deseo de que no solo resurja la vida personal, sino que se ayude al prójimo. A ambos lados del océano, ese abismo que separa a los que se van de los que se quedan, las historias que nos presenta Fritz, nos traen cara a cara, a veces sonrientes, a veces tristes, con los que han batallado y triunfado, y con los que continúan haciéndolo. Muchas veces, estos últimos, no verán su redención por mucho tiempo, tal vez nunca.
No solo las tormentas afectaron las viviendas y la fuente de vivir de muchos, sino que lo hicieron en tierra y mar, en corazón y alma. La esperanza, sin embrago, está en el tesón que han demostrado los que perdieron la batalla pasajera y quieren salvar el terreno en el que se dio. Los que han pasado la página y se han dedicado a la hidroponía;[1] los que han creado negocios con temas puertorriqueños. Usando términos como melao, antojitos, etc., o figuras emblemáticas de nuestra cultura: el coquí, la música, etc., y la monoestrellada —que va con todos a todos sitios— como símbolo de identidad.
Si la vivienda lo sufrió y la gente también, estos últimos recibieron los daños colaterales que una conflagración como lo fueron estas tormentas induce. La pérdida de trabajo, uno de los elementos principales en inducir la fuga en un intento de sobrevivencia, no fue solo por la pérdida de edificaciones que albergaban sus trabajos, sino por las averías que sufrieron los seres que viven en el mar y le dan sostén a muchos.
Uno de los temas —que también lo fue en la maravillosa obra de Frtiz, “Mona: Tesoro del Caribe”— de “Después de María: Las dos orillas”, es el efecto de las tormentas en el ecosistema. Un grupo de pescadores nos muestra su contribución en el rescate de nasas de pesca.[2] Además de que les permite extraer del mar lo que les da de vivir, rescatar estas trampas ayuda a que no se atrapen y mueran animales que no sirven para comer.
3. El Yunque
El único bosque tropical entre los que están bajo el “National Forest System”, el Yunque le sirve de pulmón a la isla. Como todos los árboles, los del hermoso bosque nos ayudan a absorber del aire el bióxido de carbono que expelen los animales y otros gases potencialmente dañinos, como lo son el bióxido de azufre y el monóxido de carbón (producido por todo lo que consume productos del petróleo para funcionar). Además, nos suplen el oxígeno que expelen con rigurosa confiabilidad.
Aunque la tormenta entró (su ojo) cerca de Maunabo y Yabucoa, su dimensión monstruosa de, por lo menos, 350 millas de ancho, inevitablemente abracó la gran mayoría de la masa terrestre de Puerto Rico, y llegó a la montaña de Luquillo, con consecuencias devastadoras. Uno de los grandes problemas es que las ramas y los árboles caídos —no solo los del Yunque— lancen al aire, en vez de a la tierra, el carbono que contienen. Eso, como explica un excelente artículo sobre el efecto de María en el Yunque en la revista “Science”,[3] calentaría el ambiente (en particular si ocurre en otros bosques tropicales, o si continúa la deforestación descabellada del Amazonas) y traería más cambios ambientales y tormentas severas.
Según el artículo, el zarandeo inducido por vientos de la magnitud que se experimentaron, vulnera las raíces de árboles y arbustos que, normalmente, están protegidas. Esa debilidad inducida por las ráfagas se intensifica al perder los árboles las hojas. Como recordarán, las hojas son responsables de la fotosíntesis y, al hacerlo, producen alimentos para las raíces. En su ausencia, las raíces sufrirán aún más, y la recuperación del árbol se pondría en peligro.
La acumulación de escombros en el suelo del bosque es otro factor decisivo en su recuperación. Mientras más sol recibe el suelo, más se facilita que se alteren los hongos, que ayudan a devolver los nutrientes a los árboles, que el suelo sea invadido por microbios, y que estos devuelvan el carbono a la atmósfera, en vez de a la tierra.
Hay que recordar que sin hojas y sin árboles, los pájaros dejarían de volar y que el eco sistema sería aún más débil sin ellos. Lejos del Yunque podemos ver el efecto nocivo que tuvieron las dos tormentas sobre los árboles urbanos. El periódico local ha indicado que más de un millón de árboles perecieron en los disturbios meteorológicos. Contrario a lo que dijo Alejandro Casona, los árboles no mueren de pie. De hecho, lo que sí es cierto de aquella obra es que el engaño siempre es descubierto. El mundo ya conoce el engaño.
4. Gente, árboles y recuperación
El engaño proviene de la nación más poderosa del mundo y de la influencia de su dinero en la “globalización”, que más bien quiere decir explotación del mundo. Ni la gente promedio, ni los bien pobres (de acuerdo al Banco Mundial, el 80% de la gente del planeta), pueden contra una nación cuyos líderes no creen en el cambio ambiental, no les interesa la ciencia, y piensan que solo el capitalismo desmedido ha de salvar el Mundo. Por supuesto que no están interesados en los árboles y la recuperación. Solo les interesa la vegetación si se puede convertir en dinero o si pueden eliminarla para darle paso a actividades que aumenten sus ingresos.
En el caso de Puerto Rico, para esa gente, la recuperación de Puerto Rico solo les importa para que podamos pagar la deuda a los bonistas. Creo que si uno ha tomado prestado, debe pagar lo que debe. Pero, usualmente, se auditan las deudas y si hay una parte de ellas advenida o usada ilegalmente, esa porción no se paga. Piénsenlo, si pagamos lo que debemos legítimamente, nos deshacemos de la Junta y PROMESA.
En su ausencia, vamos a laborar para que el espíritu empresarial y constructor que ha mostrado el puertorriqueño de las dos orillas, y la maravilla que es nuestra naturaleza, se pueda usar para que tengamos un Puerto Rico exitoso en que la desigualdad de riqueza no sea tan abrumadoramente subyugante o esclavizante. Esa sería una verdadera meta para el bien común de nuestro pueblo.
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[1] La hidroponía o agricultura hidropónica es un método utilizado para cultivar plantas usando disoluciones minerales en vez de suelo agrícola.
[2] La nasa es una red de pesca pasiva, consistente en una forma de cilindro que se va estrechando (forma de embudo invertido) de forma que cuando la presa (principalmente crustáceos, marisco y cefalópodos) entra en la red, ve dirigido su recorrido, cayendo en un depósito del que le es imposible salir.
[3] Amandolare, S; Windfall, Science, 14 de septiembre de 2018, pp. 1064-65