Friego, luego existo.
Fregar me reconforta. Me ancla a una noción de normalidad que, para estas circunstancias anómalas, me hace bien.
Fregar es sanación. Cada pompa de espuma es un mantra. El chorro de agua es canto a la vida alegre.
Friego porque debo, porque quiero, porque me hace altamente feliz. ¿Quién lo diría? Y es que la vida sigue estando en las simples cosas.
Friego porque si bien puede escasear el papel de baño, las mascarillas, el hand sanitizer, los ventiladores y la cordura no así el jabón de fregar. Digo que si del cielo te cae Vel entonces aprende a fregar con arte, con pasión, como si te fuera la vida en ello.
Fregar es salud.
Fregar es vida.
Fregar es verbo y no sustantivo.
Hay estudios científicos que revelan que una sola fregada, de tamaño mediano, equivale al efecto producido por cuatro Klonopin.
Fregar es testimonio de la ambición de un mundo que ya es mejor desde mi fregadero. Declarémoslo, pues.
Friego porque, sin importar qué, jamás voy a cederle mi espacio a las cucarachas, ellas siempre invictas en todo presagio apocalíptico. En mi nombre no se apoderarán de nuestro mundo.
Friego para gerenciar bien la histeria, la mía y la ajena. Porque fregar es analgésico. Faro de luz. Solo piensa que si Palmolive es con nosotros quién contra nosotros.
Porque también la patria se hace fregando.
Canta y friega. Alivia tu dolor. Descarga tus penas. Asume esa gran y grasosa trastera como una bendición, como una tarea preciosa, como un lujo en tiempos de pandemia.
Porque donde esté tu trastera allí también estará tu corazón. Que no lo dude nadie.
Haz de tu fregadero un altar. Íntimo. Inmaculado altar.
Yo siento jabón en mi alma y en mi ser. Son como ríos de espuma viva.
Friego, luego existo. Y doy gracias a la vida por darme trastes, muchos trastes.