Hail, Caesar!
En la época de oro de Hollywood (más o menos desde 1928 a 1960) una de las funciones del sistema de los estudios era salvaguardar su propiedad. Como se imaginan la propiedad más caliente eran las estrellas quienes, aunque en la pantalla eran seres especiales, como todos los seres humanos, se pasaban metidos en problemas. Usualmente los cazadores de noticias para las columnas de chismes estaban pendientes de escándalos sexuales (en particular los gay), alcoholismo, embarazos fuera del matrimonio, abortos y otros pecadillos que los ávidos lectores de la época querían saber de sus ídolos. Para tratar de controlar y arreglar estas situaciones “anómalas” los estudios tenían un “corrector” o “fixer” que trataba de que no aparecieran los peores chismes en la prensa. Uno de los más famosos fue Eddie Mannix, quien en esta farsa paródica está genialmente representado por Josh Brolin. Con la excepción de Herbert Marcuse (John Bluthal), Mannix es el único personaje real en el filme, muchos otros tienen contrapartes que los aficionados al cine se deleitarán en identificar.
Mannix era católico y la película comienza con una confesión hilarante de los pecados del ahora jefe de producción de los estudios Capitol, cuya semejanza con MGM no parece ser nada accidental. Su gran pecado del momento es que le ha mentido a su mujer porque le prometió dejar de fumar y no lo ha hecho.
Entretanto su filme más ambicioso “Hail, Caesar!: una historia de Cristo” está siendo filmado con su estrella máxima Baird Whitlock (George Clooney). Aunque la película se desarrolla en 1952, hay que recordar que MGM había adaptado Ben Hur, que debutó en la pantalla en 1929, a un nivel de producción jamás visto y que esa versión debutó en 1959. De modo que Whitlock es una especie de compendio de varios actores incluyendo Ramón Novarro y Charlton Heston.
Como se ha visto en los avances alguien secuestra a Whitlock y exige un pago de cien mil dólares. Esto lanza la producción en un torbellino y a Mannix a ocultar la verdad de la prensa y hacer visitas más frecuentes al confesionario. Complica su vida que DeeAnna Moran (Scarlett Johansson), la máxima estrella de sus películas de ballet acuático ha salido en cinta y ni ella está segura quién es el padre de la criatura; que Hobie Doyle (Alden Ehrenreich), su estrella de las películas del vaquero cantor, ha sido asignado a un filme en el que tiene que actuar (algo que no sabe hacer); y que las gemelas cronistas de chismes, Thora Thacker y Thessaly Thacker (ambas representadas por Tilda Swinton) y referentes a las muy reales Hedda Hopper, la superchismosa, y a Ann Landers y Abigail Van Buren, quienes eran gemelas, andan detrás de la pista del desaparecido actor estrella.
Seguimos a Mannix según visita los distintos sets de filmación y las referencias fílmicas se van sumando en una catarsis de nostalgia: la bella nadadora y simpática actriz Esther Williams, las coreografías de Busby Berkeley , la incomparable Carmen Miranda (aquí llamada Carlota Valdez y representada con mucha gracia por Verónica Osorio), los bailes de Gene Kelley, los filmes de Roy Rogers y Gene Autry, que antecedían en la pantalla las series de los sábados, y, del lado político, la pasiones por la infiltración comunista de Hollywood y el sarcástico chiste sobre los “Hollywood Ten” implícito en gran parte de la cinta.
Los chistes son muchos pero hay que conocer la época y tener alguna idea de lo parodiado y satirizado para entenderlos. Lo que funciona muy bien es ver a Clooney retratado (por el gran Roger Deakins) en ángulos que distorsionan su cara y sus facciones para sugerir la banalidad y la tontería de la personalidad del actor que representa. Este acercamiento al personaje nos hace aceptar la reacción de Whitlock a las “enseñanzas” a las que lo someten sus secuestradores, y simultáneamente permite reírnos de los absurdos que los guionistas desean que captemos.
Clooney ha trabajado antes con los guionistas y directores Joel e Ethan Coen y se nota la fácil interacción del actor con el material. Además, Clooney y Brolin (quien también ha trabajado para los Coen) parecen haberse preparado por décadas para la mejor escena del filme, que se da entre ellos. En una mezcla de paternalismo, ideología y abuso, los dos actores nos doblan de la risa y nos recuerdan cómo de verdad era el sistema del estudio. La explotación del ser humano era parte del brillo del oro y los diamantes hollywoodenses: era una de las esclavitudes legales que nos han rodeado en los siglos XX y XXI.
Aunque esta cinta no es una de las mejores comedias de los Coen, es un filme que el tiempo habrá de aclararle al público que la descubra una época que tal vez no vivieron o no conocieron. Lo gay oculto de Hollywood en la época del filme sale a relucir en varias escenas, como la del baile de los marinos (en la que Channing Tatum demuestra su talento como bailarín), y en las conversaciones, particularmente cuando Tilda Swinton desdoblada en las gemelas usa sus sombreros estrambóticos para acentuar el tema. El director Lawrence Laurentz (Ralph Fiennes, demostrando nuevamente su talento para la creación de personajes inolvidables), quien acomoda al jefe de producción del estudio más allá de lo posible, parece basado en George Cukor, quien era gay.Esta película puede catalogarse como “farsa amplia”, término que puede incluir lo grotesco y la bufonería, que en el filme es notable por su sutileza y elegancia. Ese estilo, que los Coen han ido refinando quitándole todo viso de sentimentalismo chaplinesco, es un gusto adquirido porque elimina todo lo que es demasiado obvio: todo aquello que nos hace reír porque nos toca un botón cuyo receptor está en la quijada y no en el cerebro. En vez, en una escena de ambivalencia que pone a uno de los protagonistas a escoger entre valores burgueses (el dinero) y socialistas (el bien común), un perro llamado Engels hace la decisión por él. Eso es gracioso.