Historia y memoria: vidas y voces rescatadas
Esta es una colaboración entre 80 grados y la Academia Puertorriqueña de la Historia en un afán compartido de estimular el debate plural y crítico sobre los procesos que constituyen nuestra historia.
Introducción:
En contrapunto a los registros documentales, la Historia Oral teje un tapiz de relatos en los que eventos y procesos no se agotan en un conjunto de hechos, sino que incluyen la experiencias vividas y recordadas por aquellos que apenas aparecen en la bibliografía histórica. Recorremos las sendas de esas historias invisibles, donde lo real y lo imaginado se entrelazan, y la memoria, en su subjetividad, revela verdades más diversificadas. Y es que al darle un espacio a quienes han sido marginados de los relatos oficiales y consagrados, se expande la comprensión de lo que recordamos y contamos. En última instancia, proponemos que las historias orales son una reivindicación de la existencia de una amplia gama de agentes de la historia que iluminan la historia de Puerto Rico con una luz más inclusiva y, muchas veces, mágica.
Antecedentes
Tucídides, uno de los iniciadores de la escritura de la Historia, fue un registrador de voces. En su Historia de la Guerra del Peloponeso, acopió las versiones -muchas de ellas contradictorias entre sí- de quienes vivieron los hechos, en busca de una verdad esquiva, consciente de que la memoria es siempre un río revuelto. Valoraba los testimonios, aunque estaba consciente de que el recuerdo se dobla, se retuerce, como los sueños. Tucídides intentaba cazar la realidad casi en pleno vuelo, creando así una de las primeras y más etéreas manifestaciones de lo que llamaríamos eventuamente historia oral. Por siglos, esa captura de testimonios se asordinó.
Renació en un mundo también herido por la guerra. Fue en 1948, cuando Alan Nevins, desde la Universidad de Columbia, lanzó su primera pregunta al viento, en una entrevista hecha a un político neoyorquino. Aquella conversación marcaría el génesis de una práctica que, aunque vestida de novedad, navegaba en las aguas remotas de la memoria humana. La historia oral como metodología válida para la práctica historiográfica es hoy parte integral del oficio de historiadores, sociólogos y antropólogos.
Los primeros centros de historia oral, como el creado por Nevins, establecieron rigurosos parámetros: cada entrevista debía ser transcrita, corregida y devuelta a su narrador, quien, en un acto de alquimia, podía reescribir su historia. Pero más allá de las reglas, la historia oral sigue siendo un campo indómito, plural, donde las voces olvidadas encuentran refugio, incluso cuando la edad, la enfermedad o la memoria difuminan lo vivido. Desde entonces, hay siempre alguien que afirme que la historia oral carece de representatividad, que las voces y los recuerdos son frágiles, como el eco de un cuchicheo que se desvanece con el tiempo. Algunos críticos señalan que las fuentes orales son moldeadas por las mentes de quienes las crean o las recobran, afectadas por los caprichos de la memoria o las sombras de la ideología. Sin embargo, lo que algunos ven como un defecto, es en realidad una fuente inagotable de saber y recuperación de experiencias. Cada omisión, cada distorsión, no es un fallo, sino una puerta abierta a las complejidades humanas como las ha vivido y recordado la subjetividad.
La historia oral, lejos de ser un autoengaño romántico, es un acto de osadía, donde la inestabilidad del recuerdo no es una carencia, sino el espacio fértil para imaginar lo perdido. Cada testimonio, con sus vacíos y silencios, guarda un tesoro oculto: la historia no dicha, la mirada y la escucha soslayada pero al fin recuperada. Y aunque algunos la cuestionan por ser una especie de «instant history,» una versión abreviada, pienso que más bien es la oportunidad de escuchar lo que las palabras autorizadas no logran atrapar del todo. Así, los recuerdos del abuelo, grabados en su último cassette, no son solo memoria, sino un portal a tiempos olvidados, un mapa para explorar al abuelo en su recorrido de vida personal y comunitario.
Voces rescatadas de la tierra
En los albores de la historia oral en Puerto Rico, el eco de las voces olvidadas comenzó a componerse en la rudeza del campo. Fue en la figura de Anastasio Zayas Alvarado, conocido como «Taso,» donde el antropólogo en ciernes, Sidney Mintz, supo escuchar los susurros del cañaveral. Ronald J. Grele, en su ensayo La historia y sus lenguajes, nos recuerda que en la relación entre Taso y Mintz había algo más que preguntas y respuestas: había una danza de memorias, una complicidad que rompía con los moldes de la antropología tradicional. Mintz no era un mero recolector de historias; se hizo parte del relato, cruzando la invisible línea entre observador y protagonista. Y es que Taso: Trabajador de la Caña no solo relata la vida de un trabajador en los campos de la caña, sino que convierte su testimonio en un puente entre lo personal y lo colectivo, entre lo íntimo y lo histórico.
Las críticas que recibió la publicación, allá por 1960, acusaban a Mintz de haber cruzado los límites de la disciplina, de haberse dejado acorralar por la amistad con su informante, comprometiendo así la «neutralidad» del investigador. Sin embargo, la magia de este texto reside justamente en ese vínculo: en la fusión de dos mundos que, al entrelazarse, revelan una polifonía que le añade espesura a lo que se quiere comprender.
En los años ochenta del pasado siglo, ese mismo libro fue visto como un ejemplo de cómo las voces de los marginados podían incorporarse en el escenario de la historia sin perder perfil propio. Mintz, al incluir sus propias inquietudes en el texto, permitió que el lector escuchara los latidos de ambas conciencias, la del investigador y la del narrador. Así, la vida de Taso no es solo suya; es la de todo un pueblo, un reflejo de Puerto Rico y de la vastedad del Caribe, donde el azúcar no solo endulza, sino que también recuerda, las buenas y las malas.
En su ensayo Las huellas esquivas de la memoria: antropología e historia en Taso, trabajador de la caña, el historiador Francisco Scarano plantea que sobre la antropología social, de corte ecológico-histórico, cayó la responsabilidad de proyectar las vivencias de aquellos que habían sentido en carne propia los trastornos de aquel momento. Entre los pioneros, el historiador destaca a Julian H. Steward, quien reunió un equipo en su obra The People of Puerto Rico, compuesto por jóvenes discípulos que, a su vez, eran estudiantes de la Universidad de Columbia. Allí estaban Robert Manners, Sidney W. Mintz, Raymond Scheele y Eric Wolf, captando no sólo lo visible, sino también lo que se escondía entre las sombras y las ausencias. Ellos, armados con papel y pluma, no solo escribían historias, sino que desenterraban almas. Mintz, con su lazo invisible con Taso, y los otros, se adentraron en las entrañas de Puerto Rico, donde la caña, el café, y el tabaco indiscretamente revelaba secretos añejos, latidos desde el corazón de la tierra. En cada entrevista, en cada observación, no solo capturaron datos, sino también memoria viva, esa que paarece que se escurre entre los dedos como arena, pero que permea la piel y se convierte en historia.
A partir de los años sesenta y setenta del siglo 20, mucha de la desconfianza hacia la historia oral comenzó a desvanecerse. Un movimiento de historiadores y científicos sociales emergió para acercarse a sectores marginados del poder y de los registros historiográficos, dando lugar a la Nueva Historia. Esta corriente reaccionó contra la historia tradicional quien solo otorgaba validez a los documentos escritos y buscaba una narración “objetiva” de los hechos, basada en la precisión y validez documental. En contraste, la Nueva Historia amplió las fronteras de la evidencia histórica, integrando testimonios orales, expresiones de la cultura popular y las experiencias cotidianas, que dan contorno a “la otra cara de la historia”.
Historias de vida, Memorias
Las historias de vida iluminan también la cotidianidad, ampliando la comprensión histórica al entrelazar las experiencias individuales con el tejido más amplio de la sociedad a través de la riqueza testimonial. Es una oportunidad única para explorar los aspectos profundos y muchas veces ocultos de la organización social. Exploran cómo la vida personal interactúa con el contexto familiar y social, destacando la conexión entre biografía e historia en un constante entrelazado de tiempos y experiencias. Durante el último tercio del siglo 20, cuando el mundo aún se organizaba desde el paradigma ominoso de la Guerra Fría, el testimonio se convirtió en un dispositivo de conocimiento y de memoria, particularmente en América Latina, en momentos en que las dictaduras militares silenciaban a jóvenes, comunidades indígenenas, mujeres, trabajadores que se rebelaban contra la invisibilización de sus identidades y luchas.
Memorias
Si la memoria es depósito y motor de significaciones, las memorias son un texto crítico y reflexivo que despliega la identidad del autor con sus filaciones y afiliaciones. En ella, el protagonista narra y da sentido a sus vivencias, no como una simple anotación en la historia, sino como un testimonio íntimo que nos abraza con su calor humano y en el que muchos encontramos resonancias de nuestras vidas. Destaco en este artículo dos memorias que recorren los caminos diáspóricos de dos puertorriqueños que en diferentes momentos se desplazaron a Estados Unidos. Ambas obras ya son fuentes indispensables para abordar los tránsitos complejos de cientos de miles de emigrantes de la colonia a la metropolis.
La historia de la emigración puertorriqueña a Nueva York se despliega con maestría en Memorias de Bernardo Vega. Contribución a la historia de la comunidad puertorriqueña en Nueva York, editada por César Andréu Iglesias. Esta obra tiene como propósito recrear «una memoria honrada» sobre cómo han vivido y qué han hecho los puertorriqueños en la gran urbe que emigraron poco tiempo después de la invasión de 1898, brindando un relato profundo de las vivencias y luchas diarias de hombres y mujeres que se esforzaron por sobrevivir en un entorno desafiante.
La llegada de Bernardo a la «Babel de Hierro» en la segunda década del siglo 20 comienza con un acto simbólico: el despojo de su reloj de pulsera al mar, un gesto cargado de significado. Así, llega a la ciudad sin reloj, sin tiempo, marcando un «tiempo de ruptura» con su pasado.
A partir de esta ruptura inicial, Bernardo se adentra en los intersticios de la ciudad para recuperar sus vivencias y las de sus compatriotas, entrelazando sus historias con hitos cruciales de la historia mundial que le dan significación amplia a su realidad. Recordará la Primera Guerra Mundial, el surgimiento del movimiento obrero a en las últimas décadas del siglo 19 y las primeras del siglo 20, los antecedentes de la emigración puertorriqueña y su conexión con los focos revolucionarios antillanos del siglo 19, así como la Gran Depresión de los años ’30 y la Segunda Guerra Mundial, estos últimos en el contexto de la masiva emigración puertorriqueña a Nueva York en los años de la segunda posguerra.
Por su parte, con un tono íntimo y conmovedor, las memorias de Esmeralda Santiago, Cuando era puertorriqueña, retratan la vigorosa emigración puertorriqueña a Nueva York tras el fin de la segunda guerra desde los ojos de una mujer en su proceso de construir su identidad. Santiago se convierte en la narradora de su propia historia, armada con una estela de recuerdos, olores, sabores y amores de su niñez en la isla. A través de su escritura, la autora recorre su intimidad y revela un drama confidencial de reajustes y negociaciones con su nuevo espacio vital, donde la diversidad y el choque cultural se entrelazan, rescatando así el eterno debate de la identidad puertorriqueña. El título del libro, que evoca ambiguamente un tiempo pasado, no lo interpreto como una renuncia a su identidad; más bien, representa una memoria viva vinculada a la rica cultura del campo puertorriqueño que la forjó sin compartirla con otra.
Al llegar a Estados Unidos, Santiago se convierte en un híbrido, un ser que camina entre dos mundos, cargando consigo la memoria de su hogar. El telón de fondo del drama que narra se debate de manera ontológica entre el anhelo de un pasado idealizado —marcado por la distancia que causa dolor y angustia por haber dejado atrás la isla, su gente y su idioma— y la lucha por encontrar su lugar en el nuevo escenario cultural estadounidense. Santiago no solo capta los aspectos económicos y sociales de la emigración a Estados Unidos, sino que también comunica la rica dimensión humana que acompaña esta experiencia. Cada página es un testimonio que entrelaza nostalgia y esperanza, mostrando cómo la búsqueda de identidad y pertenencia se vuelve en un viaje tanto físico como espiritual, donde cada recuerdo y cada vivencia se transforma en un acto de resistencia y reivindicación.
Otros trabajos oscilan entre géneros historiográficos. Los Recuerdos del Comité para la Defensa de Humberto Pagán de Ramón Nenadich Degláns y Mis hortensias para ti de Carmen de Ana Pagán Maurás combinan biografías, autobiografías y crónicas de época. Comparten la centralidad de un joven aguadillano, Humberto Pagán, objetor por conciencia en los tiempos de la guerra de Vietnam y de las protestas en la Universidad de Puerto Rico por el militarismo y la represión política imperante en el país.
El libro de Nenadich recupera una serie de eventos de militancia y resistencia de jóvenes aguadillanos comprometidos con las luchas sociales y la independencia de la isla. Por su parte, el libro de Pagán Maurás recorre la vida de la familia Pagán a partir de los recuerdos de Carmen de la finca de café de los abuelos, del aroma del fruto y el amor prodigado en el seno familiar. Desde vías diferentes convergen los relatos en la persecusión con ribetes internacionales de Humberto y la muerte del padre de Humberto a quien se le niega asistencia médica por su relación con un presunto “terrorista”.
Acervos y proyectos contemporáneos de Historia Oral
En La historia oral en Puerto Rico: reflexiones metodológicas, Antonio T. Díaz Royo identifica los retos que presentan las historias de vida como método para el conocimiento y la transformación social. Nos invita a considerar que «la vida testimonial representa el prestar atención a las transformaciones y sobrevivencias de nuestra vida cultural, así como un rescate de las voces de la resistencia y de la construcción de la conciencia nacional». Este enfoque se convierte en una brújula que nos guía a través de las enmarañados pentraciones ideológicas, desafiando enfoques codificantes y positivismos insalubres. El «Archivo de la Palabra» se erige como un custodio que guarda testimonios vibrantes que reflejan las transformaciones y la supervivencia de nuestra vida cultural. Así lo plantea Díaz Royo: «En el Archivo de la Palabra», se custodiarán, para uso de los investigadores bona fide, las citas magnetofónicas, transcripciones, documentos e iconografía de nuestro acervo sociohistórico. Todas las transcripciones de los testimonios abiertos a consulta estarán a disposición de investigadores bona fide en la Biblioteca del Centro de Investigaciones Sociales». Sin embargo, la función del archivo trasciende el mero resguardo; se convierte en un espacio donde el pasado se encuentra con el presente a través de la confección de historias de vida.
En otra sede universitaria, el recinto de Utuado de la Universidad de Puerto Rico. Sandra Enríquez Seiders inició un proyecto de historia oral con sus estudiantes de Historia de Puerto Rico, y la acogida fue tan cálida que decidió integrar la metodología en todos sus cursos. La historia, antes distante y fría, se ha convertido para ella y sus estudiantes en un abrazo cercano, donde cada recuerdo compartido por los entrevistados convertía a sus alumnos en protagonistas. En el blog titulado Historia Oral, la profesora invita a explorar la historia de Puerto Rico. A través de 20 publicaciones se relatan memorias y entrevistas, enlaces a proyectos de historia oral en Puerto Rico y una colección de referencias del Sistema de Bibliotecas de la Universidad de Puerto Rico. Este espacio se convierte en un santuario de voces olvidadas. Además, el blog tiene una galería de fotos de los diversos proyectos.
Además de la valiosa contribución de Enríquez Seiders, en Puerto Rico han surgido otras iniciativas significativas de historia oral. El Instituto de Cultura Puertorriqueña lanzó «Voces de la Cultura», una iniciativa que preserva la historia oral de destacados artistas y escritores que han dejado una impronta en el alma cultural de la isla. Tras el paso devastador del huracán María en 2017, surgieron proyectos para documentar las experiencias del desastre. Entre ellos, el Archivo del Huracán María, dirigido por la doctora Rosa E. Ficek, colabora con la comunidad de Jájome Bajo, Cayey. Este esfuerzo permite recolectar historias orales en video y audio, archivar fotografías del desastre y desarrollar métodos participativos que reflejen las necesidades y saberes locales, construyendo así una memoria colectiva que florece en medio de la adversidad.
Por otro lado, el Proyecto de Historia Oral sobre la Diáspora Puertorriqueña, que reúne a diversas universidades y organizaciones como el Centro de Estudios Puertorriqueños en Hunter College (CUNY), documenta las vivencias de migrantes puertorriqueños en ciudades como Nueva York, Chicago y Filadelfia, capturando sus luchas, logros y contribuciones a sus nuevas comunidades. En la Fundación Luis Muñoz Marín, el Archivo de la Palabra preserva las voces de figuras clave en la historia política y cultural de Puerto Rico, incluidas las reflexiones del propio Muñoz Marín sobre el desarrollo de la isla en el siglo XX. El Archivo Histórico de Vieques, impulsado por activistas y académicos, recopila testimonios de los residentes de Vieques sobre su lucha contra la ocupación de la Marina de EE. UU. y por la desmilitarización de la isla.
En 2018, publiqué Historia y memoria: Representaciones de la Segunda Guerra Mundial en la ciudad señorial de Ponce, una obra que entrelaza documentación escrita y voces orales para explorar el impacto de este conflicto en la vida de los ponceños. El libro no sólo reconstruye el valor simbólico e histórico de la Segunda Guerra Mundial, sino que también rescata cómo lo percibieron quienes vivieron el acontecimiento desde la cotidianidad. En la actualidad, he estado inmerso en una investigación titulada Historia y memoria: Las brigadas Roberto Clemente en solidaridad con la Revolución Sandinista de Nicaragua, 1980-1990. Este trabajo explora las experiencias de puertorriqueños involucrados en la Revolución Sandinista, analizando sus acciones durante el conflicto y su reintegración a la vida civil.
Conclusión
La historia oral y otras formas de historia testimonial se erigen como una herramienta invaluable para comprender el pasado puertorriqueño, recuperando y validando las voces de aquellos que han sido históricamente soslayados de las narrativas circulantes. Esta metodología transforma experiencias individuales en relatos colectivos, desafiando las nociones tradicionales de lo que constituye el conocimiento histórico. Al entrelazar historias y memorias de vida, la historia oral permite una reconstrucción más inclusiva y matizada del pasado, donde cada voz ilumina los procesos sociales y culturales que han forjado nuestra identidad como pueblo.
A pesar de los desafíos inherentes a la subjetividad y la veracidad de los testimonios, su capacidad para amplificar voces antes ignoradas y su pertinencia en el análisis de transformaciones sociales son innegables. Es nuestra responsabilidad, como investigadores y narradores de la historia, preservar y valorar dichas historias discretas, no solo como documentos del pasado sino como legados que nos permiten comprender mejor el presente y construir un futuro más justo y equitativo. De ahí que la historia oral constituya un canto que celebra la diversidad de nuestra humanidad.