Ismaelito, nunca te olvidaré
Me lo dijeron hace un rato y aunque temía que eso podía pasar, todavía no lo creo. Por eso lo evoco. Recuerdo nuestras aventuras como si fueran hoy, porque un ser como Ismael Fernández es difícil de olvidar.
Estaba en la entrada del departamento de fotografía, y corrí allí para decirle un secreto. Había recibido una invitación desde Cuba. Era la primera invitación oficial que recibía El Nuevo Día porque la entrada de personal del periódico a la mayor de las Antillas había sido vedada por el gobierno de Fidel Castro, molesto por la línea editorial de directores como Carlos Castañeda y Chú García. Pero yo había logrado lo imposible. Iría a Cuba y el único que lo sabía era quien sería mi compañero, mi compinche, mi amigo… Ismaelito.
“Lo conseguí Ismaelito”, le dije, casi susurrando, y él me regaló esa sonrisa de oreja a oreja tan suya, y le brillaron los ojos. “Lo sabía. Tenías la cara de que lo ibas a conseguir. ¿Cuándo nos vamos?”, me preguntó. Ahí estaba el primer reto. Tenía que decírselo a los jefes, justificar la noticia, y convencerlos de que me dejaran ir, aún sin tener la permanencia como empleada en ese periódico. Yo llevaba sólo par de meses en El Nuevo Día como reportera de negocios. Entonces Ismael, listo como era, hizo una de las suyas. Fue y le contó mi invento a su jefe, el gran fotógrafo Luis Ramos, y con su respaldo, fuimos ante los jefes grandes a convencernos de que nos dejaran ir a Cuba.
Habíamos recibido una invitación formal de la Universidad de La Habana y de varios medios cubanos gracias a un profesor de comunicación boricua, quien estaba estudiando por allá. Ese profesor y publicista es hoy conocido como el Doctor Shopper, Gilberto Arvelo. Así fue como Ismaelito entró por primera vez de manera oficial, con permiso e invitación de los cubanos. Años antes había ido con Pepo García y otros reporteros a un evento deportivo, y en el clandestinaje hicieron algunos reportajes, pero esta vez sería legal y tendría libertad de hacer lo que quisiera a nivel periodístico. Era su sueño y el mío porque viajaba con un veterano que tenía igual pasión que yo por buscar cosas nuevas, ese deseo de contar mil historias y revelar lo que otros no veían.
En ese primer viaje juntos, fuimos a más de 50 iglesias y como 10 procesiones. Lo llevé a templos evangélicos, fuimos al barrio Chino, a la iglesia episcopal, al centro Martin Luther King, y una noche oscura, en esas sinuosas calles de La Habana Vieja, lo hice parar el carro frente a una casa donde celebraban un culto a los orishas y a Santa Bárbara. Si él era osado, tenía que aguantarme a mí que le seguía los pasos, con la diferencia de que él buscaba el ángulo, tomaba las fotos, y salía rápido. Yo me tenía que quedar hablando y entrevistando gente. A Ismaelito no le gustaban esos temas de santería y en realidad estaba harto de tanta religión, pero sabía que teníamos que hacerlo porque era la embocadura noticiosa para la cobertura que se daría año y medio más tarde, con la visita del Papa Juan Pablo II. Y por ese afán de relatarlo todo, de acompañarme en la locura de ir a sitios distintos, y buscar todos los ángulos, logramos que la cobertura noticiosa de la visita del Papa no sólo fuera original, sino distinta. Por más que intentaron emularla años después otros reporteros cuando fueron otros pontífices a Cuba, jamás fue tan especial como aquella que hicimos Ismaelito y yo, y a la que luego se unieron como apoyo Tito Guzmán y Carmen Edith Torres. (Ver aquí)
Recuerdo que en ese viaje logramos poner a Ismaelito en el área exclusiva para sólo 3 medios: Televisión Cubana, RAI y CNN, pero allí también colamos a Ismaelito gracias a las conexiones que conseguimos en nuestros viajes previos. Por eso sus fotos de ese evento fueron mejores que las de la inmensa mayoría de la prensa internacional. En realidad todas sus fotos eran excepcionales. Siempre.
Sus fotos fueron increíbles, porque tenía un ojo único. Y así de único era él. Fuera en el lugar más difícil o en la conferencia de prensa más insulsa, con el atleta más arrogante o el político corrupto, Ismaelito siempre traía la mejor foto. Por eso se labró una de las carreras más impresionantes en la historia del periodismo en Puerto Rico, y especialmente, en el periodismo moderno.
Captó dignatarios, personalidades y gente común. Cubrió elecciones, crímenes, desalojos, eventos deportivos y toda una gama de imágenes en las que siempre se destacaba el género humano en su máxima expresión. De hecho, gran parte de la historia de Puerto Rico de los últimos 40 años está grabada en sus fotos.
A lo largo de su trayectoria recibió innumerables premios, incluyendo el que le concedió el Rey de España, por una foto de una mujer lactando a su bebé en Culebra, tras el paso de un huracán. Y sus colegas fotoperiodistas y algunos reporteros siempre le recordamos porque solía poner a la gente a posar para las fotos, algo que no le gustaba a la inmensa mayoría que buscaba imágenes en movimiento. Pero en las poses, Ismaelito creaba acciones para contar lo que acontecía, y esa narrativa visual también es un estilo de periodismo gráfico que pocos logran conseguir.
Pero para ser un buen fotoperiodista, se tiene que ser buen periodista primero, y eso también lo fue. Ismaelito leía, se preparaba, preguntaba. No se conformaba con las cosas superficiales. Hurgaba, y esa curiosidad lo ayudaba a narrar mejor en las imágenes que luego captaba en fotos.
Recuerdo también fue uno de los que primero acuñó el término de “fotoperiodista” tan común aquí. En Cuba, con un amigo que él tenía y yo detestaba porque después resultó agente de la seguridad del estado, fue que por primera vez Ismaelito escuchó el término. Allá en la agencia Prensa Latina les llamaban “fotorreporteros” e Ismaelito comenzó entonces a llamarse a sí mismo y a sus colegas acá “fotoperiodistas”. Porque eso eran y son, periodistas en fotos, gráficas e imágenes.
Ese mismo término lo usó en lo que fue su proyecto más querido y ambicioso, el Taller de Fotoperiodismo.
En sus comienzos era una escuelita en la que los fotógrafos del país y algunos reporteros, nos dábamos a la tarea de enseñarles el oficio a niños y jóvenes para sacarlos de la calle o ayudarlos a ver más allá de la pobreza. Esa obra social y comunitaria creció hasta convertirse en lo que es hoy, pero comenzó como un sueño de Ismaelito y varios compañeros que siempre entendieron que el verdadero periodista tiene que tener un compromiso mucho más allá del medio o incluso la noticia. Es un compromiso con la sociedad. Ismaelito lo hizo, ayudando a rescatar jóvenes o dándoles las herramientas para que vieran a través del fotoperiodismo, la redacción o el periodismo, una oportunidad y un modo de vida. Por eso de ese Taller de Fotoperiodismo han salido muchos de los actuales periodistas.
Recuerdo otra ocasión en la que nos tocó viajar a la República Dominicana tras el paso del huracán Georges. Nos habían dicho que el una represa colapsó y las aguas arrastraron dos comunidades en la zona de San Juan de la Maguana, cerca de la frontera con Haití.
A Ismaelito todavía se le dificultaba montarse en helicópteros luego de que tuvo un accidente que le fastidió una pierna cuando el que viajaba cayó al mar. Así que me tocó convencerlo para que se montara conmigo y me la ingenié. Viajamos hasta el lugar de los hechos porque cubrir la noticia era su misión. Cuando llegamos, fue horripilante la escena y recuerdo que permanecimos horas callados los dos hasta que de pronto él me dijo “Ok, pal’carajo. Vamos a hacer otra cosa porque no vamos a resolver nada con esta tristeza”. Lo que él no sabía era que las fotos suyas y mi nota salió en el periódico El Listín en Santo Domingo y generaron una controversia enorme, que hizo que el entonces presidente Lionel Fernández, ayudara a esas comunidades.
Al día siguiente, nos fuimos a San Pedro de Macorís, y en el barrio Pedro Justo Carrión, multitudes caminaban en calles inundadas bajo tres pies de agua. El único lugar seco era un parque de pelota y allí bajamos de nuevo en helicóptero. Entonces Ismaelito llegó a una casa y tomó una foto en la que las cuatro personas extendieron las manos por entre unas rejas, pidiendo comida. Como él sabía que yo me iba a poner a llorar se las ingeniaba para hacerme reír y aliviarme el estrés. Entonces me dijo: “Esa foto es que saqué un billete de cinco pesos y querían los chavos”.
Así era Ismaelito. Era un chiste. Era un tremendo tipo. Realmente no puedo recordar un momento en que tuve algún coraje o molestia con él porque cualquier diferencia la sanaba con un sentido del humor único. Por eso era querido por políticos de diversas ideologías, por la competencia y por sus compañeros.
Cuando había una fiesta, él siempre era el centro. Si no la organizaba, estaba entre los primeros en el lugar. Tenía el don de unir gente porque era como un imán. Se disfrutaba la vida y el periodismo. Era un chiste, y un hermoso ser humano. Maestro, compañero, amigo.
Hoy me siento de profundo luto. Pienso en su gran compañera Nilka, en su nena Mara y en sus demás familiares, y no sé qué decirles. Me duele el alma. Tampoco sé por qué me han llamado tantos compañeros periodistas a preguntarme sobre Ismael. Quizás saben que lo quise mucho.
Cuando dejé de ser reportera en el 2004, el único que me reprochó fue Ismaelito. Me dijo que me equivocaba y me regañó. Varias palabras soeces me dijo, y yo callé. Yo sabía que esto iba cambiando y él sabía que era verdad. Cuando coincidíamos en eventos ahora en mi rol de relacionista, se sonreía. Y siempre me decía, “vuelve”. Difícil en este momento.
La última vez que hablamos ya él se había retirado del periódico y lo noté triste. Me dijo que nunca dejaría de reportar ni se alejaría del oficio. Yo sonreí. Lo entendí perfectamente porque esto se lleva en la sangre. “Algún día vas a volver, como yo”, me dijo. “Quien sabe”, respondí y me dijo algo que jamás olvidaré: “Siempre habrá alguien que cuente las historias y capte las noticias. Eso siempre lo habrá”. Tienes razón Ismael, siempre lo habrá. Pero no habrá nadie que las cuente como tú.
Nunca te olvidaré Ismael. Vuela alto.
* Publicado originalmente en el blog de la autora y reproducido aquí con su autorización.