La Crisis: Una Deuda Histórica
Entre 1550 y 1551, la capilla del convento dominico de San Gregorio (Valladolid, España) fue el escenario de uno los más celebres debates en torno a la invasión de América. La disputa entre Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas, también conocida como la polémica de los naturales, pretendía resolver la otredad del indígena. El debate enfrentaba posiciones antagónicas respecto a la humanidad de aquellos seres semidesnudos que “aparecieran” ante la mirada impasible de los colonos. Ese Otro, representado sobre el imaginario europeo a través variopintas metáforas deshumanizantes. Caníbales, bárbaros, no-humanos, irracionales carentes de virtud. ¿Cómo justificar la invasión de estos pueblos? En nombre de la razón “pura” europea, los argumentos de Sepúlveda tejían el conducto de la expansión en forma de una guerra justa evangelizadora. El paralelismo es esclarecedor si sustituimos “evangelizar” por “democratizar” recordaremos la cruzada democratizadora de la administración Bush sobre la ciudad de las mil una noche.
La retórica era implacable. La superioridad del europeo, del hombre blanco (el género es intencionado) sobre la negada alteridad del indio. La representación por negación, vaciaba de contenido al territorio americano, justificando la invasión por mecanismos de violencia y apropiación.
Por su parte, Bartolomé de las Casas más sensato en su posición, objetaba la violencia en la expansión colonial europea. Defendía el derecho natural que tenían los indígenas a la libertad y a presentar resistencia al colonialismo. Las Casa, reconoce el filósofo Enrique Dussel, es el primer anti-discurso filosófico de la Modernidad, mostrando una posición crítica sin precedentes. Sin embargo, el pensamiento sepulvediano, victorioso al final del debate, se mantuvo sobre las ruinas de América justificando la cruzada evangelizadora. Y como resultado de la encomienda se escribió uno de los capítulos genocidas más vergonzoso en las páginas de la historia.
El discurso sepulvediano ha madurado hasta nuestro días. Presente desde el siglo XVI ha modulado las herramientas de su discurso que, sin embargo, continúan operando, con el mismo objetivo y sobre el mismo tejido social de una parte de la humanidad. Este pensamiento profundamente racista ha servido como principio organizador de la Colonialidad del Poder en el sistema mundo-capitalista.
Partiendo de un principio espiral de la historia, en los albores del siglo XX, en Estados Unidos se produjo un debate muy parecido. La cesión de “Porto Rico” (nombre oficial hasta 1923), Guam, Cuba y Filipinas a los Estado Unidos por medio del Tratado de París suscitó un “segundo debate de Valladolid”. En este caso el panel lo formaban juristas, administradores coloniales, generales del ejército, fotógrafos y viajeros. Por medio de artículos académicos en revistas jurídicas, informes militares-administrativos, sentencias del Tribunal Supremo (los Casos Insulares), y publicaciones de libros fotográficos buscaban dar respuesta a la pregunta: ¿Cómo justificar la expansión norteamericana sobre estos pueblos? Y, ¿Cómo han de ser gobernados?
Si en el siglo XVI el debate de Valladolid se llevaría a cabo desde un plano filosófico escolástico, ahora sería sobre la razón moderna profundamente colonial. Era la secularización del discurso sepulvediano, que ahora representa al Otro puertorriqueño, como en su momento se hizo con los indígenas. De esta manera justificar la ocupación de territorios y gentes “inferiores” desde sus ojos Anglo-Sajones, americanos-europeos.
Se repetían las metáforas deshumanizadoras sobre las que se construía la otredad del puertorriqueño. La niñez descalza, la feminidad y la raza formaban parte del paquete de dispositivos discursivos sobre los que se montaba la idea del puertorriqueño como un pueblo atrasado. Algunas descripciones así lo reflejan: “Son una población que es de una raza y cultura distinta a la nuestra…En sentido técnico, carecen de moral…No sienten vergüenza y andan desnudos…Comen del fruto prohibido” escribía José Olivares en 1899 en Our Islands and Their People. Por su parte, el senador Albert Beveridge en 1900 expresaba en una ponencia ante el Congreso, “Esta isla hermosa y repleta de riquezas naturales llegó hasta nuestra manos de la misma forma que una novia se lanza a los brazos de su amado…Está hambrienta y la alimentaremos…Liberaremos su industria…y la ayudaremos a vencer sus debilidades”. En el mismo año ante el Congreso de los Estados Unidos, el representante Sereno Payne, alternando las metáforas pero en la misma línea expresaba: “Hay que llevarlos a todos por las riendas hasta que alcancen la altura de la hombría americana, y entonces los coronaremos con la gloria de la ciudadanía americana”.
En suma, era la caricaturización interesada en representar al Otro anclado en un estadio civilizatorio primitivo, salvaje y edénico. Inferior respecto al hombre blanco -americano-europeo- pináculo del desarrollo de la especie humana. Esta supuesta inferioridad del puertorriqueño servía para argumentar la ausencia de una virtud pública en las artes del autogobierno. Sería necesario “educarles”. Una especie de “ilustración” tutelar en los principios del gobierno representativo. Se reproduce la cruzada evangelizadora ahora en nombre del estándar civilizatorio de la cultura norteamericana. El paralelismo es evidentes. Donde antes evangelizaron ahora civilizamos. Pero es que, como señala el poeta Luis Díaz: ¡Esto se ha forjado a cruz y espada!
El proyecto de la modernidad-colonial se ha montado sobre ideas de superioridad racial que excluyen al SUR-global. Es la zona del ser y del no-ser en el pensamiento de Frantz Fanon. Es la línea abismal que recuerda Boaventura de Sousa Santos, divide al mundo entre seres a quienes se les reconoce su dignidad y el Otro excluido de humanidad en su corporalidad viva. Aquellos a quienes se les niega la palabra y el acceso a los mecanismos de regulación en un estado de derecho.
Ese estado de derecho frágil en el Estado Libre Asociado, ha agotado sus bondades. Exige un nuevo contrato social. El arreglo de 1952 llegó a su fin y para cambiarlo hace falta democracia. Cuando las cosas en un país no funcionan la democracia sirve para cambiarlas. Para distribuir los esfuerzos que construyen el camino compartido. El proyecto de la “academia americanizadora” que llevaría a los puertorriqueños “de las riendas hasta alcanzar la hombría americana” fracasó. Estaba condenado de muerte desde sus inicios. El proyecto de ley 5278, que se debate actualmente en el Congreso de los Estados Unidos, se presenta hoy como un “cursillo” de reposición para pupilos desaventajados. Y en ese esfuerzo quieren acabar con la oportunidad histórica de reconstituirnos en democracia.
La Junta de Control Fiscal conserva las metáforas de la argumentación cínica del colonialismo. “No han aprendido los puertorriqueños a gobernarse”. A ese pobre país descalzo, “hay que tratarlo como a párvulos a educar en las artes del orden fiscal”. Después de más de un siglo de apropiación y violencia “merecen un castigo y este ha de ser el totalitarismo”. Es esta la sentencia indolente del “bully” del barrio que busca minar las potencialidades del país.
Ahora toca deshumanizarlos disolviendo las pocas garantías del estado de derecho, el orden constitucional y la división de poderes. A lo único que invita la Junta de Control Fiscal es al abismo que hará retroceder al país más de un siglo hasta el proyecto ohionés de Joseph B. Foraker. Se mantiene sobre Puerto Rico el ethos de la modernidad-colonial-capitalista-racista-patriarcal. No se puede ser demócrata y aceptar menudo arreglo suicida.
¡Han estado viviendo por encima de sus posibilidades! ¿Quiénes? La respuesta ha de ser como trueno al silencio de la noche. ¡La élite política y económica norteamericana que es tan responsable de la crisis como la casta política puertorriqueña! Una élite depredadora enquistada en las instituciones que manejan como si fueran un coto privado. Empeñados en hacer creer que es un asunto de aritmética y no un problema político. Convencidos profundamente de que es en ellos donde reside la soberanía. Debate que debería estar zanjado hace siglos. ¡Esa decisión ha sido tomada! La soberanía pertenece a los pueblos, recordaba el Presidente Lincoln en Gettysburg.
Es el pueblo quien ha de exigir responsabilidad fiscal. Son las gentes de Puerto Rico la mejor junta de control democrático, señalando lo obvio en el sentido común, es su responsabilidad. La clase política, corrupta – locales y foráneos- son los responsables de llevar al país al borde del sumidero. Es momento de jubilarles.
Es la hora que llega con retraso invitando mirarse al espejo y dibujar con trazo fino el futuro del país. A rescatar las instituciones democráticas, que sólo en circunstancias excepcionales, se convierten en un nicho de ladrones. Es el momento para armarse con el cuidado de la sensibilidad humana sobre la razón que potencia las herramientas del esfuerzo colectivo. Es preciso habitar el lenguaje del camino compartido y en nombren del poder obedencial; la liberté, égalité y fraternité; the government of the people shall not perish from Puerto Rico.