La tristeza no tiene fin
La mayoría de los comentaristas políticos en los medios internacionales destacaron el carisma de Chávez como explicación a la respuesta venezolana y mundial ante su muerte. Adujeron que su verbo vibraba y hacía vibrar, que su arrojo dejaba pálidos a los políticos tradicionales, y que su energía parecía inagotable; de ahí su don de atraer o fascinar a multitudes. Otros, más reduccionistas en su análisis, hablaron del caudillo populista que con medidas de tipo clientelar enganchó a millones de personas y generó de sí mismo una figura de culto.
Pero las cámaras no pudieron ocultar el desborde de congoja, de tristeza y consternación que había en los testimonios de la gente que acudió al velorio; de sus expresiones emanaba otra visión, radicalmente distinta, de Hugo Chávez. Una visión definida, sobre todo, por lo que considero una relación de empatía recíproca que se había generado entre gobernante y gobernados. Relación poco frecuente entre los políticos de nuestro tiempo y que hace del proceso venezolano uno tan fascinante. Ciertamente, hay muchísimos elementos que tendríamos que analizar para ponderar adecuadamente el proceso que ha vivido Venezuela bajo el liderazgo de Hugo Chávez, pero hoy solo quiero detenerme a reflexionar brevemente sobre el lugar de la empatía en este.
La empatía supone una identificación mental y afectiva de una persona con el estado de ánimo de otra. A lo largo de su gestión presidencial Hugo Chávez dio muestras claras de haber tenido una capacidad muy especial para entender las necesidades, sentimientos y problemas de la población pobre del país, que fue el objeto de todas sus políticas. Pudo colocarse en su lugar y responder a sus necesidades materiales y emocionales; pudo, a través de programas y proyectos, devolver dignidad, autoestima y capacidades a una población que por décadas había sido ninguneada y estigmatizada. Durante su gobierno la pobreza se redujo en la mitad y la extrema pobreza en un 70 por ciento. Millones de personas accedieron a servicios de salud por primera vez y el acceso a la educación se incrementó espectacularmente, erradicando el analfabetismo y duplicando la tasa de matrícula universitaria. Gestar una sociedad donde todas las personas tengan plenos derechos, deberes y responsabilidades, fue siempre la quimera de Chávez y ello constituyó la base de esa relación de empatía recíproca que afloró y asombró al mundo entero en su muerte.
Según afirman algunos estudiosos del tema de la empatía (como Edith Stein y José Antonio Marina)1, las personas con esta capacidad pueden anticipar necesidades incluso antes de que los propios sujetos de la empatía sean conscientes de ellas y suelen concitar alto reconocimiento social y popularidad. La relación de empatía, además, puede crecer y afirmarse con el estudio y el aprendizaje, cuestión a la que Chávez dedicó mucho esfuerzo y cosechó importantes logros. Lector voraz, con gran capacidad de análisis y pensamiento crítico, sus análisis y apropiación de conocimiento sobre economía, historia, demografía, energía, relaciones exteriores, biotecnología, estrategia militar o medioambiente, fueron compartidos siempre con toda la población de Venezuela a través de los medios de comunicación. Cual maestro en salón de clases, periódicamente abordaba estos temas en presentaciones muy bien documentadas y explicadas de manera sencilla, con lenguaje popular y recursos visuales, para que todos pudieran entender. Ello contribuyó significativamente a fortalecer esa madeja de reciprocidad empática entre el líder y su pueblo.
Contrario al carisma –que tiene elementos de imagen que pueden fabricarse– la empatía es un sentimiento que nace de lo más profundo de las personas y que emana en forma de confianza. Como el capital social, se incrementa cuanto más se empeña, cuanto más se practica. Mientras más lo demonizaban la oposición y sus aliados internacionales, más crecía la empatía recíproca del Presidente Chávez con sus seguidores.
Por ello, la población que se sentía realmente representada, defendida y amada por el Presidente se volcó a reciprocarle cuando este enfermó. Hicieron todo lo que consideraban podía devolverle la salud a su líder, desde oraciones, misas, ritos, vigilias, hasta finalmente desbordar las calles de Caracas en su velorio. Para ese pueblo que comenzó a forjar una identidad, una personería, una condición ciudadana, la tristeza por la muerte de Chávez no tiene fin.
Nota: A continuación publicamos una nota escrita por Marcia Rivera en Caracas, el día de la primera toma de posesión de Hugo Chávez como Presidente de Venezuela, el 2 de febrero de 1999 y publicada en el Semanario Palique, editado entonces por Luis Fernando Coss.
Venezuela en emergencia social
La expectativa no podía ser mayor. El suntuoso y abarrotado hemiciclo del Congreso destilaba la ansiedad, inquietud y curiosidad que sentían muchos, la rabia que emanaba de otros y también un cierto desparpajo frente a los temas protocolares. No era para menos; un hijo del pueblo, de un pueblo pauperizado y ávido de cambio, habría de ser juramentado como nuevo presidente de Venezuela. El protocolo… ¿qué protocolo? -¿Será que la pobreza puede esperar a que nos pongamos todos uniformaditos y desfilemos como modelos?- Dolor de cabeza para custodios, organizadores del acto y desconcierto seguro para los dignatarios del exterior que habían sido recibidos con los honores y la rígida formalidad del gobierno saliente. Y ahora, Hugo Chávez, afirmando su estilo directo, personal, espontáneo, se detenía a conversar con amigos, a saludar desconocidos que se le acercaban y, desde la mesa presidencial, hacía guiños y señalaba con el dedo a los que reconocía en la audiencia. Los horarios marcados para los diversos actos del día inaugural poco importaron; la vehemencia del nuevo presidente y la alegría de sus seguidores era lo realmente trascendente.De tierras lejanas y cercanas vinieron a verle y a respaldarle; Fidel Castro lucía emocionado y anotaba en una libretita frases que consideraba importantes del discurso. Otros, como el presidente de Colombia, Andrés Pastrana, dejaron situaciones difíciles en sus países para decir presente. Pocos líderes políticos de Latinoamérica y del Caribe faltaron a la cita. Fue casi una cumbre presidencial de las Américas. Una más que Puerto Rico se pierde, ya que el liderato boricua brilló por su ausencia. Como editorializó El Nacional, uno de los diarios de mayor circulación en Venezuela, fue una “celebración de la democracia y de la libertad, una ocasión propicia para respaldar las experiencias democráticas de nuestros países y el traspaso civilizado de poderes”.
El martes 2 de febrero de este 1999, el nuevo líder de la revolución democrática latinoamericana apareció ante el mundo con su franja presidencial, su collar con la llave del sarcófago que guarda los restos de Simón Bolívar y su verbo estremecedor. No se guardó nada; aprovechó la ocasión para decir lo que muchos piensan y pocos se atreven a articular en público. Y sacudió a todos. A unos porque les confirmó la esperanza que habían depositado en él, a otros porque hizo evidente que venían cambios muy profundos en la estructura del poder político del país. Al lado de un impávido Rafael Caldera, comenzó posando su mano sobre la que llamó “Constitución moribunda” y juró su cargo sobre ella, comprometiéndose a cambiarla como primera gestión del gobierno que se iniciaba.
Chávez descartó el texto escrito que llevaba para la ocasión y durante dos horas ininterrumpidas le habló a la gente: a los que estaban en el recinto, a la multitud que se congregaba afuera y a los millones de venezolanos que veían el acto por televisión en una transmisión encadenada de los canales nacionales. Hizo un análisis pormenorizado de los problemas y desafíos que consideraba prioritarios y utilizó el efecto de golpe sorpresa en más de una ocasión. Primeramente, anunciando que al terminar el Acto de Juramentación sostendría su primera reunión de Ministros para firmar el decreto que ordena la consulta para convocar una Asamblea Constituyente. De esa manera, evitó que el Congreso entrara en un interminable debate y que se abrieran nuevos flancos que pudieran maniatar el ejercicio que considera indispensable para guiar la transformación del país.
Otra sorpresa fue su anuncio de que en adelante las Fuerzas Armadas de Venezuela privilegiarán su acción a favor del desarrollo económico del país. Bajo el lema de “brigadas para la seguridad nacional y el desarrollo”, se vislumbra que ingenieros, agrónomos, médicos y otros técnicos que están en los órganos militares inicien trabajos en áreas de servicios e infraestructura, por ejemplo, construcción de caminos, puentes, edificaciones y servicios de salud, particularmente en las áreas rurales. Fue muy comentado el hecho de que en la parada militar que se realizó en honor al nuevo Presidente desfilaran no solo vehículos y maquinaria militar sino tractores y equipos de construcción adquiridos para esta innovadora tarea.
En materia económica también hubo novedades que deben tener un efecto casi inmediato en el fisco. Los anuncios más importantes fueron la decisión de convertir el actual impuesto al consumo (16.5%) en un impuesto al valor agregado de monto menor y establecer un impuesto a las transacciones financieras. La volatilidad reciente de los mercados financieros ha hecho que muchos países comiencen a instrumentar medidas como esta última para desalentar los procesos especulativos y la salida de capitales. Esas dos medidas ayudarán a generar recursos para paliar parcialmente el déficit fiscal. El nuevo Presidente anunció también la preparación de un tratado de garantía para los inversionistas, incluyendo los extranjeros y el avance en los procesos de renegociación de la deuda externa, para lo cual ha planteado a la banca internacional dos tipos de medidas: canje por inversión y diferimiento de plazos vía negociación.
El énfasis mayor de Chávez a lo largo de su discurso inaugural fue, sin duda, el tema de la pobreza. Declaró a Venezuela en estado de “emergencia social” y llamó a todas las fuerzas del país, a los organismos financieros internacionales, a las agencias de cooperación y al empresariado a hacer un frente unido para superar la pobreza. Usando su característico lenguaje militar expresó que declaraba al país en guerra contra el analfabetismo, la desnutrición, la falta de viviendas y todos los males que genera la pobreza. Esa, dijo, va a ser la prioridad de su gabinete y de su gobierno. Para ello, indicó, ha designado en su equipo de trabajo a personas con capacidad profesional, mucha firmeza y sensibilidad humana. La multitud que lo sigue confía en que sea cierto.
- Edith Stein (2004). Sobre el problema de la empatía. Trotta. José Antonio Marina (2008) La pasión del poder; teoría y práctica de la dominación; y (2006) Aprender a convivir. [↩]