La víspera del Golpe: un puertorriqueño en Santiago de Chile, julio-agosto de 1973
septiembre de 2013
A mis hijas, Paola y Mariana.
Anybody who saw Hitler’s rise happen firsthand could not have helped but be shaped by it, politically. That boy is still somewhere inside, always will be.
– Eric Hobsbawm
Cuando Pirulo vio el mar por primera vez fue tan grande su asombro que casi se quedó sin respiración. Y eso que lo vio de lejos… El viaje a campo traviesa le había ido dando la zona de la costa poco a poquito. Pero ahora, de pronto, tuvo la conciencia plena del mundo ajeno que se abría a sus ojos. — René Marqués, La víspera del hombre
«¡Aquí se siente la historia!»
— Salvador Allende, 21 de junio de 1973, ante un millón de personas
Viví en Santiago de Chile del 3 de julio al 29 de agosto de 1973, la víspera del golpe de aquel 11 de septiembre. Yo tenía veinte años cuando llegué y veintiuno cuando salí; Chile fue de muchas formas mi mayoría de edad. Para Chile, lejos de un avance, el golpe fue un salto atrás a la época de las dictaduras militares. Julio-agosto fue preludio clave del asalto a un régimen que, con sus aciertos y errores, era la esperanza de tantos en el mundo. Ahora, cuarenta años después, publico mi crónica sobre esas semanas a partir de un texto que hace tiempo tenía engavetado.
En 1970, Salvador Allende fue electo Presidente de la República de Chile. Allende encabezaba la Unidad Popular (UP), una coalición de partidos (principalmente Socialista, Comunista, el Movimiento de Acción Popular Unitaria o MAPU) de orientación socialista y anti imperialista. La UP nacionalizó las minas de cobre, entre las más importantes del mundo, hizo grandes avances sociales y representó un nuevo sentido histórico del pueblo chileno. El nuevo régimen apoyaba una reforma agraria profunda en un país fuertemente latifundista y planteaba la estatización de algunas industrias esenciales; mas no proponía estatizar las empresas pequeñas y medianas o un control estatal general de la economía.
La economía de la «vía chilena» tenía tres áreas: social, privada y mixta. En 1973, el Área Social controlaba el 28% de la distribución, mientras que el 72% la controlaban empresas privadas. Era la verdadera «revolución pacífica» tan anunciada por la izquierda democrática latinoamericana, con el Puerto Rico de mi infancia como uno de sus puntales… pero en una escala y profundidad que aquella izquierda centrista no había soñado. Esa fue a la vez la gran fuerza de la Unidad Popular, y lo que tanto asustaba a sus adversarios.
La UP retuvo un amplio y genuino apoyo en la mayoría del pueblo chileno hasta los primeros meses de 1973. Desde 1972, sin embargo, la economía chilena entró en una crisis producto de los conflictos entre la política de control de precios de la UP y los sectores dominantes chilenos, generando problemas de abastecimientos, escasez de piezas de repuesto para la industria y transporte, acaparamiento por comerciantes y una creciente inflación. Asimismo fue decisiva la desestabilización promovida por los Estados Unidos, incluyendo restricciones a las exportaciones a Chile, mientras se multiplicaban los agentes de la CIA en Chile y los fondos destinados a las FFAA chilenas y a lo adversarios de la UP. Por su parte, la ITT, la emblemática compañía multinacional incubada en Puerto Rico hacía de las suyas de mano con la CIA, como constataron investigaciones del Congreso de los EE.UU.
A partir de abril de 1973 el conflicto se agudizó con el bloqueo de una mayoría parlamentaria opuesta a la Unidad Popular e integrada por la Democracia Cristiana, con sectores de centro y centro-derecha, y el Partido Nacional, de franca derecha. Una serie de acusaciones constitucionales (residenciamientos) contra ministros del gobierno UP prácticamente paralizó el gobierno. La situación se agravó en mayo-junio con una fuerte controversia sobre reforma educativa (creación de una Escuela Nacional Unificada, combatida por la Iglesia Católica y las instituciones privadas) y la huelga de los trabajadores de El Teniente, la principal mina de Chile, impulsada por sectores anti Unidad Popular. Las fronteras entre la legalidad y la extralegalidad se borraban, y el contenido de la democracia occidental se ponía en tela de juicio: un proceso que de por sí le imparte al proceso chileno una importancia que quizá no ha sido suficientemente reconocida fuera de ese país.
El 29 de junio, derrotada la huelga de El Teniente y triunfante la Unidad Popular, la oposición pasó abiertamente a las armas. Seis tanques rodearon el Palacio de la Moneda, sede de la Presidencia y símbolo de la república. Hubo un saldo de 22 muertos, tristemente la mayoría civiles transeúntes, un periodista argentino fríamente ejecutado. Tropas leales al gobierno, comandadas directamente por el Jefe del Ejército, general Carlos Prats, sofocaron el levantamiento. Sin embargo, los trabajadores no respondieron al llamado (por cierto, ambiguo) de Allende y mas bien se quedaron en las zonas industriales, en expectativa. Para los militares que ya tramaban un golpe de estado, el «Tancazo» o «Tanquetazo» resultó ser un ensayo muy revelador pues pudieron ver no solo la ausencia de una movilización inmediata, sino los pasos que dieron los sectores de izquierda en las FFAA — ante la amenaza de golpe. El «Tancazo» fue la ráfaga inicial fallida del golpe de estado diez semanas después.
Cruzando los Andes
Yo llegué a Santiago de Chile cuatro días tras el «Tancazo», luego de siete meses viajando por tierra desde Caracas: un poco la ruta latinoamericana del Ché a la Guatemala de Árbenz… pero al revés, solo y sin motora, tomando autobuses o, donde pudiera, cogiendo pon. Además sin cámara — lamentablemente, me resistía a un tal adefesio turístico — y con sólo unas páginas de apuntes en vez de un diario. Pasé cerca de un mes en cada país suramericano. Amigos de la Universidad de Puerto Rico — incluyendo los recordados Manuel Alvarado y Juan Antonio Franco — me brindaron direcciones de académicos y activistas vinculados con grupos católicos de base, sacerdotes latinoamericanos y estadounidenses. Cuando partí no estaba seguro del destino final del viaje, más bien pensaba en Centroamérica, más cercano al Caribe, que en el Cono Sur. Pero el continente me fue jalando y en Quito la decisión se convirtió en irreversible: iría a Chile.
Continué viajando por Perú y Bolivia. Es la medida de la época y su gente que durante todo el viaje me quedé sólo una noche en hotel. Si así puede llamarse la fondita donde pagué un dólar en Puno, Perú, junto al Titicaca, donde no tenía un contacto para pedir posada. Vueltas de la vida: años después, mi hija Mariana tendría en Puno un segundo hogar. Por doquier en mi ruta se veía la Unidad Popular como un faro, y con creciente preocupación. Buenos Aires tentaba pero enfilé directamente a Chile, al mítico Santiago de 1973 que parecía entrar en su etapa definitoria, tras los resultados favorables de las elecciones legislativas en marzo.
De Bolivia llegué a Mendoza (Argentina) en varios días de pones, parte de ellos con dos muchachos de Buenos Aires y pelo largo, que merendaban huevos crudos y compartieron sus experiencias en la carretera gaucha. Habían salido de Buenos Aires tras la violencia desatada el 20 de junio por la derecha peronista contra la izquierda del movimiento, al regresar Juan Domingo Perón tras 18 años de exilio. A los pocos días, el 26 de junio, un golpe de estado «cívico militar» en Uruguay inauguró una dictadura. Portentos. Cuando llegué a Mendoza, y como si la derecha del Cono Sur y sus cóndores militares se levantaran en sincronía para el manoplazo, la noticia fatal: Chile había cerrado sus fronteras. Algo había pasado, un intento de golpe. Para mí ya no había marcha atrás; al otro día reabrió la frontera y de Mendoza crucé en autobús los Andes hasta Santiago, pensando en Hostos. Al cruzar los Andes entré en un espacio histórico de una densidad insospechada.
Al llegar a Santiago, fui directo a la embajada boricua: la casa de José María Bulnes y su esposa Verónica. Ellos habían vivido en Puerto Rico varios años en los sesenta. Acá Bulnes enseñó literatura en la Universidad de Puerto Rico, editó la valiosa Bibliografía Puertorriqueña de Ciencias Sociales y dejó grandes recuerdos. Parientes de José María figuraban prominentemente entre la Unidad Popular, y entre sus opositores: un hermano suyo, Gonzalo, abogado, era veterano del Partido Socialista. En cambio, un primo presidía la asociación de fabricantes de enseres eléctricos, y era un fuerte crítico de la Unidad Popular. Otro pertenecía a la alta jerarquía jesuita de Chile, quizá su Provincial. (José María salió de Chile tras el golpe y luego de un exilio activo y fecundo regresó a Chile, donde siguió aportando con su intelecto y sensibilidad. A fines de 2012 cayó víctima de una muerte brutal, de uno de esos crímenes mal llamados «comunes», que sin embargo parecía retratar en su persona la propia violencia de la dictadura).
La «pega» en Cootralaco
José María me preguntó mis planes en Chile, y yo, entre ingenuo y atrevido, dije que quería trabajar en una fábrica, haciendo lo que fuera. Quería ver el país desde lo que entendía ser su fuerza mayor, los obreros. Para sorpresa mía, me dijo que eso se podía hablar con su hermano abogado, Gonzalo. A los dos días estaba tocando a las puertas de una fábrica, Cootralaco, que Gonzalo había ayudado a organizar como cooperativa de trabajadores. Cootralaco fabricaba postes de luz y su utilería para la empresa eléctrica estatal Chilectra. Cootralaco instalaba sus postes en muchas poblaciones de Santiago, como parte de los cambios que trajo la propia UP, y a lo largo y ancho de Chile.
Cootralaco estaba ubicada en el sector San Miguel del sur de Santiago, en la calle Berlioz a 6 kms y unos 20 minutos en micro desde el centro (parada Cortijo-Berlioz, qué bien). En realidad yo que apenas conocía trabajadores en mi propio país no estaba muy preparado para compartir con obreros de fábrica chilenos. Mis 20 años eran más ingenuos que el promedio de hecho. Pero la ignorancia del chiquillo no sólo es atrevida, además tiene a veces una suerte descomunal. Y me tocó trabajar en una fábrica especial que era un embrión del poder popular del que tanto se hablaba en Chile en aquel momento. Cootralaco (ex fábrica Andrés Hidalgo Ltda.) fue la primera fábrica en Chile tomada y administrada por sus trabajadores, en 1968 antes de que la Unidad Popular llegara al poder. El ex propietario de la fábrica, Andrés Hidalgo, la había quebrado en 1967, luego de iniciar otros negocios con las ganancias generadas allí. Todavía cuando yo estuve, en el baño de la maestranza se usaba correspondencia en papel timbrado de esa época. Hidalgo rehusaba pagar una deuda de 300 mil escudos en salarios y otros cientos de miles en asignaciones que por ley debía hacer; el gobierno decía no poder hacer nada. Una huelga de 39 días, piquetes y vigilias frente a los portones de la fábrica tuvo una fuerte participación de mujeres y de comunidades obreras vecinas. «Organizaron cursos, foros y charlas, explicaron los motivos del conflicto, incorporaron a su lucha a amplios sectores, concientizaron a los propios protagonistas de la pelea..». Los apoyó el grupo Ranquil, integrado por universitarios y varios antiguos militantes del Partido Comunista, incluyendo Marta Harnecker; otros militantes de izquierda y estudiantes universitarios; y, notablemente, campesinos de zonas que los obreros de Cootralaco electrificaron. Uno de los rasgos más originales y reveladores del proceso de Cootralaco fue el apoyo que recibió de parte de los campesinos: «Nuestra plataforma de apoyo está principalmente en el campo. Los campesinos nos conocen como ‘el primer asentamiento industrial de Chile'», declaró a Punto Final el administrador de la fábrica en 1969. (ibid., pág. 32)
Se colmó la copa cuando Hidalgo intentó ocupar la fábrica con policías (Carabineros) y desmantelar su maquinaria la fábrica para venderla. Los obreros y empleados administrativos de Cootralaco, que se habían unido en un solo sindicato de trabajadores, tomaron la fábrica y decidieron correrla ellos mismos, apoyados por una multitud que los Carabineros no osaron enfrentar. Con Gonzalo Bulnes como abogado, los empleados y trabajadores reorganizaron la fábrica como una cooperativa, adoptando la estructura legal de un intento previo, malogrado, de ocupación de fábrica y autogestión en 1967 en la fábrica SABA de Maipú (Cooperativa de Trabajadores de la Construcción, de ahí las siglas; aunque yo recordaba también «Cooperativa de Trabajadores de Alambrado de Cobre», que posiblemente era el nombre original en SABA). La toma de Cootralaco enredó al gobierno democristiano en su propio discurso, ya que la DC favorecía el cooperativismo como parte de su “Revolución en Libertad” … quizá la expresión más completa (y pronto más contradictoria) de la Alianza para el Progreso made in Puerto Rico. Por su parte, algunos en la izquierda no sabían qué pensar de este nuevo engendro, donde los trabajadores eran a la vez patronos. La revista Punto Final celebró el surgimiento de esta «isla socialista» y consignó el diferendo:
El suceso, conocido por pocos, ha generado violentas controversias, ha sido distorsionado y ocultado, precisamente porque cuestiona las tradicionales formas de combate gremial, rompe muchos mitos y abre un camino diferente a la lucha de clases, planteada hasta ahora sobre esquemas rígidos […] en los círculos políticos y sindicales tradicionales no se comprende el proceso y sus objetivos y desde esas trincheras hermanas se han lanzado acusaciones y manifestado reservas». Punto Final, 28 de octubre de 1969, págs. 30-31.
Para otros, que para crédito suyo supieron dar la bienvenida a una nueva forma de política en Chile, Cootralaco representaba el genuino poder obrero.
En los meses previos a las elecciones de 1970, Cootralaco fue en efecto una Unidad Popular en embrión, una realidad histórica que ya se cuajaba, un símbolo de la entusiasta víspera de su llegada al poder. Los trabajadores eligieron una administración de entre ellos mismos y establecieron su propio sistema de gerencia y escala salarial. No fue fácil el trayecto. Los empresarios negaban contratos a Cootralaco mientras que los funcionarios del Partido Comunista en el gobierno UP veían este experimento de autogestión como una especie de célula burguesa o de elite obrera contraria a sus objetivos de estatización general. Cootralaco tuvo que levantar protestas en los ministerios de la Unidad Popular para que le hicieran caso. Yo no estuve consciente en absoluto de estas grietas en 1973, ni me hablaron de ellas mientras estuve allí. Para mí sólo había una gran continuidad entre la UP y la experiencia de Cootralaco, y Cootralaco era la expresión más condensada del proceso chileno. Las cosas eran más complejas, como vi con el tiempo.
El aspecto físico de Cootralaco chocaba un poco con sus glorias. Era una fábrica pequeña, de unos 50 trabajadores; su número había bajado de 1968, cuando contaba con 126. En Santiago había fábricas de 1,000 y 2,000 trabajadores, como la famosa hiladora Yarur. Pero la mayoría de las fábricas de Santiago eran más parecidas a Cootralaco. La fábrica consistía de un edificio principal, donde estaba el taller principal o «maestranza» y la oficina administrativa. Mi trabajo –mi «pega»–seria allí, esmerilando. Había también un almacén detrás y un pequeño edificio donde estaba la cocina y el comedor comunal, que hacía veces de salón de reuniones. En la parte de atrás de los terrenos, de unas tres cuerdas, había un área donde se hacían los postes al aire libre utilizando moldes; allí se ponían a secar. El edificio principal tenía un espacio grande, donde había varias máquinas, y un espacio cerrado hacia un lado donde se llevaban a cabo procesos con ácidos. Los administradores eran en su mayoría Socialistas, en particular Villanueva que era el de más presencia en la fábrica, al menos según mi recuerdo.
Hasta donde pude ver, en Cootralaco había pocos trabajadores militantes, pero en general veían a Allende, «El Chicho», con simpatía (a diferencia de Puerto Rico, en Chile y en otros países hispanos «chicho» significa «rizo»). Las edades estaban generalmente por encima de los 30/35 años, para mí entonces casi ancianos. Los «niveles de conciencia» en la fábrica eran bastante variables. Según un militante del Grupo Ranquil y entonces estudiante de ingeniería de la Universidad de Chile: «Pero los 40 o 50 viejos que trabajaba ahí, creo que tenían muy poco claro una película política» (Aguilera Caballero 2010: 63). Ranquil era un grupo de militantes universitarios encabezado por el ex comunista Daniel Palma (desaparecido durante la dictadura) y Harnecker. No recuerdo haber escuchado de Ranquil mientras estuve en Cootralaco; su intervención aparenta haber sido principalmente en 1969-70. Algo de esta historia se documenta en el cortometraje La renoleta celeste (ver nota al final). Un misionero de Québec, Yves La Neuville (le decían Ivo) trabajó como chofer en Cootralaco en las entregas de postes a lugares a veces distantes del país. Frecuentaba la fábrica pero por la naturaleza de su trabajo no lo veía a menudo.
Otro extranjero en Cootralaco era Lucio, un joven brasilero cercano al MIR. Lucio era mi amigo y el más próximo en edad entre los obreros. Era uno entre los miles de extranjeros que como yo habían llegado a Santiago para conocer y vivir la «vía chilena». (Por Cootralaco pasó un día fugazmente una brigada de jóvenes dominicanos en trance parecido, pero con aire muy clandestino; me evitaron). Lucio fue generoso conmigo y se aseguraba que yo participara en las marchas y otras actividades del MIR; pero algunas cosas me desconcertaban. De los apuntes que conservé:
Contaba Lucio como él con algunos compañeros agarraron a un facho [un fascista] que había golpeado a su compañera, en el baño de un liceo, lo tumbaron al país entre seis y le hicieron lamber la orina de los orinales.
También me desconcertaba, y bastante, un trabajador llamado Mora. Dicen mis apuntes:
Mora es un viejo de 60 años a quien otros trabajadores le frotaban el trasero con sus ingles (lo culeaban, vaya) por minutos, por bacilar, incluyendo el ayudante democristiano de la oficina.
Mora a veces se juntaba con uno de los tres muchachos que viven en la fábrica, con el menor que tiene 12 años y empiezan «Luchando, creando poder popular!» o «Pueblo, conciencia, fusil, MIR, MIR»
Tallarines y porotos
Al llegar, se encomendó mi aprendizaje fabril a don Bernardo, de unos 60 años de edad. Como no soy corpulento, me asignaron al trabajo liviano de esmerilar, el mismo que tenía don Bernardo. Don Bernardo era socialista de siempre. Siempre llamaba a Allende “el Chicho”. Cuando le dije que soy puertorriqueño, dijo «Ah sí, de las islas del Caribe con dictadores». Traté de explicarle las diferencias entre Puerto Rico y las dictaduras bananeras, pero me dijo: «¿No fue en Puerto Rico que lanzaron en estos días al ejército contra una huelga general?». Bernardo había leído en el periódico algo que yo ignoraba: que el Gob. Hernández Colón recién había movilizado la Guardia Nacional contra la huelga de la UTIER (trabajadores de la empresa estatal de electricidad). Nada más con el testigo.
Trabajé en Cootralaco un mes, hasta la segunda semana de agosto. El trabajo era rutinario; difícil esmerilar no sé cuántas piezas idénticas en un día sin aburrirse: el lado siniestro de la famosa «división técnica del trabajo». Esmerilaba unas piezas de metal como de 4-5 pulgadas, curvas en un lado y cerradas en el otro, para conducir alambre en los postes. Las hacían en la misma fábrica, y como salían con los bordes ásperos y puntiagudos, mi trabajo era pulirlos y suavizarlos en una vieja pulidora de piedra circular. Todavía habrá regadas a lo alto de remotas carreteras del Chile piezas que esmerilé en Cootralaco.
Un obrero (todos) en Cootralaco gana 5000 al mes mientras que muchos en el Area de Propiedad Social ganan 15000 al mes o algo así, y los de El Teniente como 5000 a la semana.
Esta diferencia salarial ayudaría a explicar la reducción en un 50% de la fuerza trabajadora de Cootralaco entre 1967 y 1973. También es cierto que para algunos, Cootralaco «se convirtió en un proyecto de vida». (Aguilera Caballero 2010: 95)
En Cootralaco me ganaba 800 escudos semanales, pero no cobré sueldo. Compré escudos chilenos en el mercado negro, debo confesar, en una céntrica tienda de cámaras, a un cambio muy superior al oficial. Me avergonzó hacerlo, pero la discrepancia entre la tasa oficial y el mercado negro era demasiado grande Creo que el cambio oficial era 80 escudos por peso, pero en el mercado negro, la equivalencia era (según recuerdo) 1 dólar = 1,000 escudos. Así, en el mercado negro mi sueldo semanal en la fábrica equivalía a unos 80 centavos. A la tasa oficial no me habría podido permanecer en el país varias semanas. Cambié unos $40 al llegar a Santiago y eso me dio para toda la estadía.
Almorzábamos en el comedor de la fábrica, empleados al igual que obreros, siguiendo la costumbre que se estableció desde antes de la ocupación. Siempre el menú consistía de tallarines mezclados con porotos; en boricua, espaguetis con habichuelas, y el equivalente de nuestro arroz y habichuelas. Como nosotros, los chilenos son grandes comedores de habichuelas — aunque poco con arroz, el tallarín reina allá. Los tallarines son una pasta achatada tipo linguini y se mezclaban con habas blancas (porotos, del quechua purutu, y que en Chile tiernamente también significa «niño»). Todo hecho allí por Ana, una mujer fajona y sonriente , a menudo ayudada por su simpática hermana menor. En la crisis que acompañó el último año de la Unidad Popular, la carne era muy escasa (los viernes se comía pescado guisado). Quizá se comían más porotos que nunca, los que comí en Cootralaco eran grandes y sabrosos.
Jibarito chileno
Me hospedé en casa de David Fuentes y su esposa, Teresa. David era el contable de la fábrica. Tenía unos treinta y pico de años, alto y apacible, un buenazo. David y Teresa tuvieron la enorme gentileza de ofrecerme hospedaje en su apartamento de dos habitaciones, en un pequeño complejo de edificios a unos diez minutos a pie de Cootralaco. Yo cogí la habitación de su hijito de seis o siete años, y él dormía con sus padres. No me pedían que aportara nada, yo contribuía con mi «canasta popular» a la que tenía derecho más o menos semanalmente. Esta tenia pan, azúcar, té (el café escaseaba), tallarines y algunos otros comestibles enlatados. Recuerdo que tome mucho té en Chile, echaba azúcar en el platillo de la taza y la mezclaba con gotas de té para formar una pasta que — a falta de jalea — le untaba al pan. Nunca olvido esa, mi «jalea» chilena. Amanecía tarde en el invierno chileno de julio y agosto, y me dirigía todas las mañanas al trabajo en la oscuridad.
David era de Rancagua, el pueblo minero a 80 kms. de Santiago. Era una persona instruida, y muy partidario del Partido Socialista y de Allende sin tener militancia activa. Teresa trabajaba en una guardería del gobierno. David tocaba una linda guitarra y conocía hacia años «Lamento borincano», que me enseñó a tocar; yo que nada sabía de guitarra. Me extrañó y me emocionó la situación improbable de aprender a tocar «El jibarito» en Chile, de un chileno, en la sala de su apartamento. ¡Y en aquel momento!
La distribución de las raciones semanales –las canastas populares — estaba en manos de las organizaciones comunales, incluyendo las Juntas de Abastecimiento y Precios que tanto detestaba la oposición. De mis apuntes sobre dos semanas de canasta:
La canasta – la primera semana- 490 escudos
2 kilos de azúcar
1 tarro de 12 onzas de café
1 caja de 1/2 kilo de té
1 kilo de arroz
2 cajitas de refresco azucarado
1/2 kilo membrillo
2 latas de leche consensada azucarada
1 vial champú
1 tarro leche Nido de 1/2 kilo
4 lechugas (nadie las cogía)
4 cajitas de jabón lavar platos
1 kilo tallarines
1 tarrito salsa de tomate
Segunda semana (510 escudos)
1/2 kilo azúcar
1 kilo manteca (180 escudos)
2 tarros leche condensada
1 tarro café
1 tarro atún
2 botellitas clorox
4 cajotas fósforos
2 bolsitas sopa porotos
Los miristas
Hice amistad con varios de los trabajadores jóvenes en Cootralaco; algunos de ellos, incluyendo Lucio, parecían afiliados al MIR. El MIR no era formalmente parte de la UP pues quería mantener su Independencia crítica, pero apoyaban en lo fundamental de la política de la UP. Los «miristas» (o «miricones», para sus adversarios) no participaban en elecciones, al menos no con candidaturas. La consigna del MIR era apoyar el desarrollo del Poder Popular, lo cual no presuponía uso de las armas, aunque en defensa propia –por ejemplo los allanamientos tempestuosos que se estaban dando casi diariamente en los cordones industriales– ya era otra cosa.
La principal representación del MIR en Cootralaco era Garrido. Garrido era de estatura mediana, hombros anchos y ojos levemente achinados, facciones mestizas, pelo algo largo. Siempre vestía nítido pero no acicalado, chaqueta de cuero y boina; bigote y chiva impecable No es broma, tenía un parecido con el Ché. (Ver foto de él en Aguilera Caballero 2010, Apéndice; Garrido aparece, no identificado, junto a Marino Palma). Garrido era preciso en el hablar pero no le fallaba la cordialidad. Venía a menudo a Cootralaco y creo que antes trabajó allí, conocía a varios de sus trabajadores. En ese momento su labor parecía ser de organizador del MIR a tiempo completo. Garrido, que tendría referencias mías a través de Gonzalo Bulnes y Villanueva, comprendió de inmediato qué hacía yo en Chile. Me abrió las puertas a colaborar con el MIR en la fábrica y a participar en sus actividades, más allá de lo que probablemente merecía el chico ingenuo que les había llegado en paracaídas desde las Antillas Recordando, pienso que Garrido pudiera haber estado vinculado a Ranquil, aunque yo lo asociaba más con el MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria). En La renoleta azul, aparece afirmando, con el sabor de la época: “No solamente ayudamos a crear tuercas para un sistema, sino que crearíamos hombres que están dispuestos a dar la pelea en cualquier momento”. Según supe, Garrido sobrevivió lo inmediato del golpe, pero no sé que hubo de él después.
Los miristas criticaban a la UP ante todo por limitarse la acción electoral, y por no decidirse a entrenar y armar a sus militantes. Un golpe, decía el MIR, los tomaría completamente desprevenidos. Pero los miristas colaboraban con la UP y había buenas relaciones personales entre ellos y los militantes de la UP. Curiosamente, aunque el estilo «duro» de militancia de los miristas los aproximaba a los «pecés», los comunistas se apegaban con especial saña a las vías legales que endosaba su «línea», mientras muchos socialistas coqueteaban con la lucha armada. Además, los miristas y los socialistas chilenos tenían en común el ser más nuevos, más producto de las circunstancias específicas latinoamericanas y del Tercer Mundo.
Un altavoz en la maestranza de Cootralaco transmitía entre días distintos temas políticos, sobre todo en vísperas de marchas importantes al igual que alguna música. Rompían la rutina y creaban una verdadera sensación de lo extraordinario. En una canción cubana, «Himno guerrillero Che Guevara», un coro cantaba sobre un fondo de tambores repicando (¡para sorpresa mía –aunque ya nada debe sorprender en la internet– puede escucharse http://www.youtube.com/watch?v=EKhq_WFmVMM!)
Adelante, adelante,
adelante la heroica guerrilla
guerrillero adelante marchad
vas haciendo la paz con la guerra
con las armas de la libertad
Guerrillero, guerrillero
guerrillero, adelante, adelante
con el fuego de paz del fusil
de la sierra hasta el llano adelante
¡guerrillero vencer o morir!
La música, aunque poco tenía que ver con esmerilar, era épica y hermosa. Me recordaba el coro de la UPR cantando «Los carreteros», de (¡otra vez!) Rafael Hernández, esa que empieza «Amanece…¡amanece amanece!», salvando distancias entre carreteros y guerrilleros. Recuerdo también la transmisión por el altavoz de la fábrica de un discurso de Altamirano.
Caupolicanazo
A mediados de julio asistí, con los amigos de la fábrica, a un memorable «caupolicanazo». Los «caupolicanazos», pieza notable del folklore político de la época, eran los mítines en el teatro Caupolicán (que lleva el nombre del legendario jefe araucano rebelde del siglo XVI). Un «caupolicanazo» del MIR era un evento estruendoso, arrollador, imposible de mirar distanciadamente. El Caupolicán acomodaba unas mil personas y esa noche estaba lleno atestado de militantes del MIR. Me senté en una galería a un lado con una gran vista de todo. El discurso culminante de la noche fue de Miguel Enríquez. Pocos momentos retratan mejor la intensidad y complejidad de la coyuntura que ese discurso donde Enríquez advierte contra el golpismo y convoca, con gran fuerza y elocuencia, a continuar desarrollando el Poder Popular… sin entrar, para no darle excusas a los militares, en las formas de defensa a las que casi obligaban las incursiones del Ejercito y los Carabineros en esos días.
Un segmento del discurso de Enríquez en esa noche, con todo el impacto visual y auditivo del MIR — en lo que probablemente fue el último «caupolicanazo» del MIR– aparece en La batalla de Chile, Parte 2; y el audio completo aparece en internet: «Miguel Enríquez – Discurso Teatro Caupolicán (17 de julio de 1973)».
Los miristas portaban en sus actos públicos unos cascos plásticos duros, similares a los de mineros, y unos palos largos de unos seis pies y medio, pintados a dos colores, generalmente con el rojo y negro del MIR. Los palos eran a modo de símbolo de fusiles. Con los palos golpeaban el pavimento en las marchas. Los palos y los cascos brindaban protección en caso de ataques por los derechistas. En el Caupolicán, como en todas sus actividades, en vez de aplaudir, los miristas golpeaban con sus palos el piso del teatro, haciendo un ruido ensordecedor…sobre todo al final de «¡Pueblo!… ¡Conciencia!… ¡Fusil!… ¡MIR!… ¡MIR!». En la grabación del discurso de Enríquez se escuchan, y el efecto es sobrecogedor. Cuántas de esas voces juveniles se habrán extinguido en el golpe y sus secuelas.
Sábados gigantes
Los sábados, Garrido organizaba en los predios de Cootralaco unos talleres y sesiones de práctica. Nos untábamos corcho quemado en las mejillas y frente como camuflaje y practicábamos a lanzar cocteles molotov desde unas barricadas improvisadas, corriendo, tirándonos de frente y lanzando botellas con algún peso adentro, echando el brazo hacia atrás y, en movimiento circular, por encima del hombro. Nunca practicamos con molotovs reales, por cierto. Y nunca vi explosivos ni armas. A fin de cuentas se trataba de tácticas defensivas contra un aparato militar que muchos esperaban se dividiera en caso de un golpe de estado. Un poco éramos muchachos jugando a los gigantes. Luego de nuestras «maniobras de guerra», nos reuníamos en el comedor de la fábrica para unos talleres que creo que generalmente ofrecía Garrido. Tomé algunas notas de estas sesiones en una libreta que conservo. En retrospectiva, ofrecen la radiografía de un MIR inteligente y sistemático, y de la resistencia que pudo ser, montada en barricadas y trincheras… de haber contado con muchos más militantes y mayor apoyo popular. Algunos extractos:
MISIONES DE EQUIPO
I. Equipo de combate
1. Encargados de defensa barricadas
a. fusileros
b. francotiradores
c. sección de apoyo
2. Equipo de asalto – encargados de incursiones en filas enemigo
3. Reserva reforzar lugares desbordados irá a apoyar allá donde enemigo esté entrando también realiza contra ataques y protege retiradas
II. Equipo de seguridad – integrados por diferentes equipos
1. Elementos de observación
- Aéreos
- están en mismo lugar barricada, pero en sus partes más altas
- avisará cuando enemigo se acerque, por tierra o por aire
- Adelantados
- 150-200 metros delante barricada
- tendrá por misión observar y avisar cuando enemigo se acerca
2. Elementos de reconocimiento
- Encargados de efectuar reconocimientos lejos del perímetro de la barricada
- para detectar movimientos de las fuerzas enemigas – no entrarían en contacto con enemigo
3. Seguridad Núm. 1
- proteger posibles vías de retirada
- además tendrían a su cargo barricadas secundarias
- Seguridad Núm. 1 trabajaría con reserva
También había un equipo de ingeniería, para «armar la barricada propiamente», un equipo de logística con elementos de sanidad, alimentación y municiones y un equipo de reconstrucción, para «reparar lugares destruidos por enemigo».
Abra palabra
Si algo caracterizaba al Chile de la Unidad Popular era que todo el mundo tenía la palabra. Las marchas en Santiago eran multitudinarias: manifestaciones de medio millón de personas no eran raras, a pesar de que población de Santiago era de sólo tres millones. Las marchas eran animosas: en las de la Unidad Popular se gritaba: «¡El que no salta es momio!» y todos saltaban festivamente. En las del MIR, cantos más disciplinados y graves. En las marchas, Lucio, de nuevo, desconcertaba:
Lucio es uno que en las marchas que se hace con los bastones, cuando dicen ¡bastones de punta! gruñe o dice algo así como ¡pun pun! lo hizo todas las veces que estuve al lado de él. Lucio dice que cuando triunfe la revolución en Chile él se va de guerrillero a Bolivia — ésto, un tipo que luego de hora y pico de marchar se sale de paso constantemente y dice que está muy cansado, cuando nadie más se queja de eso, ni las compañeras que por el contrario marchaban muy bien. Los otros obreros no le dan peso a las opiniones políticas de Lucio–sus relaciones con casi todos ellos, es a nivel de bachata.
La gente criticaba libremente a los líderes de la UP; recuerdo haber escuchado varias veces comentarios duros sobre Carlos Altamirano, el líder «línea dura» del Partido Socialista odiado y temido por la derecha. En varias ocasiones escuché que Altamirano era de familia rica y con un estilo de vida lujoso en los barrios altos de Santiago; algo así como los «independentistas blanquitos» de Puerto Rico. De Allende no recuerdo haber oído comentarios así. Un trabajador, Panchito, perteneció a la Juventud Socialista pero en el momento no estaba afiliado. Me hablaba de Luis Emilio Recabarren y decía que, de todos los líderes políticos en aquel momento, prefería a Altamirano. Las agrupaciones políticas proliferaban: numerosos partidos operaban sin restricciones, desde el Partido Nacional, pasando por los Demócratas Cristianos, los cristianos de izquierda de MAPU. Asimismo, mucha gente (sobre todo en Santiago) formaba parte de distintas organizaciones, las cuales parecían funcionar de forma democrática: partidos, sindicatos, organizaciones vecinales en las «poblaciones» (las comunidades populares).
Las librerías de Santiago estaban bien surtidas y con el cambio de moneda a mi favor, pude adquirir buen número de libros (que para sorpresa mía llegaron a mi casa meses después del golpe, incluyendo varios libros izquierdosos). La editorial Quimantú, del gobierno, producía gran cantidad de títulos latinoamericanos y muchas traducciones al español de clásicos mundiales. La inclinación de la editorial reflejaba la ideología de la Unidad Popular, pero con su mismo relativo pluralismo. Los libros de autores de derecha circulaban libremente, incluso los de autores asociados con el terrorismo como Patria y Libertad. Había muchos diarios — creo que unos seis en Santiago solamente, varios con circulación nacional, incluyendo el famoso El Mercurio y Última Hora — y éstos pulsaban sus distintos puntos de vista con gran libertad, de derecha a izquierda y sus matices. Había incluso un tabloide de izquierda con fotos semanales de vedettes semidesnudas, a modo de pin up. De las revistas semanales leía letra a letra Chile Hoy, cuya junta editorial incluía a Theotonio dos Santos. Quimantú publicó en esos días un libro titulado Temas históricos chilenos, que fue el último libro del gran historiador chileno Julio César Jobet. El libro fue tema de una discusión fascinante una noche en la sala de Bulnes, entre José María y su primo jesuita. El libro cuestionaba el rol de muchos próceres venerados en la historiografía chilena, situándolos históricamente como adalides de la burguesía.
Las verjas por todo Santiago estaban llenas de murales (¿existirán colecciones de fotos de ellos?), casi todos de la UP y del MIR. En julio y agosto del 1973, muchos de los murales aludían a los jerarcas militares de afán golpista, llamados despectivamente los «milicos». Los murales conminaban a los soldados a rechazar la vía del golpe; iban ante todo dirigidos a los jóvenes conscriptos que cumplían el servicio militar obligatorio. «Soldado, tú también eres del pueblo».
Los partidos y agrupaciones eran una radiografía amplia y bastante precisa de las clases sociales chilenas y sus diversas instituciones. No como los macro partidos de Puerto Rico, donde las tensiones sociales son generalmente sordas y difusas. Una noche salí a muralar con compañeros del MIR cerca de la fábrica. Un mirista que vivía cerca de Cootralaco, un muchacho de ojos vivaces y hablar rápido y preciso, me dijo: «Chile tiene hoy día una lucha de clases muy ágil». Ciertamente era la más explícita, pues no solo la izquierda estaba organizada; la derecha y el centro también, incluyendo sectores empresariales y agrícolas. Los «gremios», como se les llamaban, incluían (y a menudo confundían) sectores de gran empresa con pequeños empresarios independientes; y los primeros se valían de la masividad de los segundos. Así, por ejemplo, las compañías transportistas vis a vis los choferes de camión y de micros, ambos organizados en gremios. Unos y otros utilizaban estrategias normalmente atribuidas a la izquierda: huelgas, motines, peticiones, movilización de mujeres en las calles, comunicados y aun actos de terror y sabotaje (Edy Kaufman, Crisis in Allende’s Chile: New Perspectives (New York: Praeger, 1988, pág. 74). Entre los poderosos gremios profesionales estaban los colegios de abogados y médicos, ambos opuestos a la UP (sobre todo los médicos). El conjunto de organizaciones, y la intensidad con que operaban, el lenguaje político que desplegaban y la precisión con que definían y defendían sus posiciones respectivas fue para mí una de las lecciones más importantes del entorno político de Chile pre golpe. Como también lo fue la secuencia concertada de las estrategias de la oposición. «Looking at events that took place over the period of the Allende administration, one can identify a carefully planned effort to integrate sequential actions in order to topple the regime» (ibid.)
El gobierno UP voló la tapa de los conflictos sociales en Chile y obligó a las clases dominantes a defenderse en el plano público. Los trabajadores de fábrica estaban organizados no sólo sindicalmente, y dentro de sus ramas, sino geográficamente, en ese embrión de consejos obreros que fueron los «cordones industriales» y en los Consejos Comunales. Había ocho cordones industriales en Santiago y 31 en el país. Cootralaco no participaba activamente en el cordón industrial de San Miguel. En su tesis, Galia Tatiana Aguilera Caballero concluye que luego de sus primeros años de relativa gloria, «los trabajadores de Cootralaco se aislaron del proceso más emblemático de organización de los trabajadores en Chile» que según ella la organización de cordones industriales (116). Sí recuerdo (al menos mis apuntes lo hacen) que uno de los soldadores fue dirigente en el primer cordón industrial que se formó en octubre de 1972, el de Cerrillos, en la planta de la American Screw.
La violencia
A pesar de una bullente actividad política — o quizá debido a ello — había muy poca violencia política en Chile hasta agosto de 1973. Todavía en julio de 1973, Allende caminaba sin guardaespaldas tranquilamente por las calles céntricas de Santiago. Así vi a Allende un día, a dos cuadras del palacio presidencial de la Moneda. Venía caminando desde la Moneda, y se montó en un carro. Lo vi cuando se acercaba al carro y se montaba. ¡Qué país!
Los choques iniciales más fuertes se habían dado desde 1972 en torno a una campaña gubernamental contra el mercado negro, que enfrentaba al régimen contra los comerciantes. Luego hubo motines de estudiantes de escuelas privadas en las calles de Santiago, en torno al proyecto de reforma educativa, seguido por la huelga de los trabajadores de «El Teniente». Tras el Tancazo del 29 de junio los conflictos civiles se agudizaron: tomas de unas 80 fábricas, muchas de ellas con barricadas; fortalecimiento de los cordones industriales y organización, en algunos de ellos de comandos comunales; allanamientos de fábricas en búsqueda de armas bajo una ley aprobada con la anuencia de la Unidad Popular; acciones que el MIR asociaba con el Socialista Carlos Briones, Ministro del Interior por tres semanas en agosto; búsqueda de diálogo por el Presidente Allende con la Democracia Cristiana; invitación a varios militares a formar parte del gabinete; maniobras parlamentarias de la DC, con el derechista Partido Nacional, para declarar al gobierno en la extralegalidad. Un decir de esos días que apunté en mi libreta: «MIR – quién mandó la represión? Briones». Toda una red intricada de eventos que los relatos simplistas desde una óptica meramente anti imperialista no logran captar.
En la zona Vicuña Mackenna-Lucchetti cerca de San Miguel, unas manifestaciones de obreros de construcción no sindicados terminaron en barricadas y choques violentos con los «Carabineros». El 20 de julio cuando los Carabineros «disuelven» una manifestación, muere un militante del MIR. El MIR retira sus barricadas de las fábricas ocupadas en la zona pero afirma que no las devolverán a sus propietarios. El gobierno expresó su preocupación y ordenó una investigación de la muerte del militante, pero para el MIR la reacción gubernamental fue demasiado tibia; no hallaron culpables. El MIR organizó un funeral muy concurrido, enmarcado en una marcha impresionante.
Barricada
Militares tuvieron que adaptar tácticas para combate ciudades
Clasificación:
Pasivas – defendidas por fuerzas vivas y medios químicos
anti-infantería
anti-blindados
anti-transportes
Para comunicarse carpas o mallas arriba zanjas comunicación arrastre agachados
(Notas de un taller MIR)
Réquiem
Fui a la funeraria con Lucio. A poco de llegar a la funeraria y para sorpresa mía, me pusieron un casco, me dieron un palo y me pusieron a hacer guardia de honor junto al féretro con tres miristas. Me sentí muy honrado, entre otras emociones indescriptibles. Luego esa tarde fue la marcha, solemne y ominosa, un réquiem digno de Berlioz. Ya se percibía el aislamiento creciente del MIR. Sin embargo, la marcha era inmensa para una organización cuyos homólogos en el resto de América Latina (como el MIR venezolano) eran grupos guerrilleros bastante más reducidos.
Con casco y golpeando el palo en el embreado, marché desde San Miguel hasta el cementerio en el centro de Santiago, por el Paseo La Providencia. El ritmo de la marcha era rápido y austero; las consignas enérgicas se sucedían sin interrupción. El gentío a lo largo de la ruta aplaudía y coreaba consignas; nadie abucheó. En el techo de varios edificios de una decena de pisos cerca del cementerio, decenas de miristas gritaban consignas puño en alto y ondeaban inmensos cruzacalles rojinegros. Ese era el MIR. Quién hubiera sabido que era ya casi el entierro de la propia organización.
Estructura orgánica
A – Mando
B – Misiones equipo
C – Comunicaciones
Mando: Jefe————–\
Subjefe——– Estado Mayor
Jefes Equipo–/
Se nombran todos en orden para mando por si mueren sucesivamente. (Notas de un taller MIR)
El 25 de julio estalló la segunda huelga de los camioneros –una huelga que era más de la empresas de camiones que de sus conductores. Formaron un cercado en las afueras de Santiago. Por más que se insistiera en el rol de personal gerencial en este conflicto, tristemente parecía que los sectores más estratégicos de la clase obrera chilena — sin duda respondiendo a presiones económicas reales –se mostraban al menos indiferentes hacia el futuro de la Unidad Popular. De mis apuntes:
- 25 julio – empieza huelga de los camioneros
- 27 julio – asesinato Araya- tres en comando
- manifestación combativa [cordón] Vicuña Mackenna-Lucchetti – obrero asesinado barricadas Vicuña MacK, uno de los cordones más radicales
- descubren armas Concepción – implican Altamirano y [Oscar] Garretón [secretario general del MAPU, él cercano al MIR]
Ante los amagos de violencia de la derecha y la amenaza golpista, la UP estaba contra la pared. Si se sabía que la UP preparaba a sus militantes para afrontar un golpe, le daba a los militares la excusa que buscaban para el golpe.
(trampas, minas, destruir puentes)
a cargo compas especializ.
comunicaciones fundamentales se pueden dar a través medios humanos y medios técnicos
carro blindado asalto – «plancha acero con ruedas»
bala de 20 cms. traspasa acero 2 metros
alante, llantas
atrás – 8 ruedas dentro orugas [?]
dos escuadras (22 hombres)
tanques – como se detienen – estacadas
2 m. pabajo, 65 cm. parriba
25-30 cms diámetro
45 cms. entre estaca y estaca, haciendo triángulo
o
o o (Notas de un taller MIR)
Se hablaba continuamente de la posibilidad de un golpe, pero se desconocía su probabilidad. La frase repetida en murales era «Socialismo o fascismo». Durante esas semanas yo pensaba, bastante románticamente, que Chile era lo mismo que Puerto Rico, y que el triunfo de la UP sellaría el futuro del continente, incluyendo a Puerto Rico. La derrota de la UP era impensable. Los allanamientos militares y los atropellos, nominalmente bajo la Ley sobre Control de Armas, continuaron a principios de agosto. El 2 de agosto, efectivos de la Fuerza Aérea allanaron Cobre Cerrillos, parte del importante cordón industrial Cerrillos a unos 5 kms al sureste de San Miguel.
El incidente más dramático fue dos días después: todo un ejercicio militar pre golpe, el 4 de agosto en la zona industrial de Punta Arenas, convenientemente a gran distancia de Santiago — 2,450 kms. al sur de la capital, en el propio Estrecho de Magallanes. Fuerzas combinadas del Ejército, la Fuerza Aérea y la Marina llevaron a cabo un operativo de masivo y combinado (un joint maneuver, como habrían dicho en Vieques) en el sector de la ciudad con la mayor concentración obrera. En Lanera Austral, parte de importante conglomerado industrial Sumar, efectivos de la Fuerza Aérea dieron muerte a un trabajador.
Escuadra – 10 + 1
(Brigada)
Cabo 2do, Cabo 1ero o Sargento
Sección (Pelotón) – 3 escuadras
comandante – Teniente
30 más 3
Compañía
(Destacamento) – 3 secciones + otra, de apoyo
Capitán
120
Batallón – agrupamiento de 3 a 6 compañías
(Mayor)
3 de fusileros
1 de morteros
1 de plana mayor (equipo técnico, radio, cartografía, enlace, mensajeros)
Regimiento – 2 o 3 batallones
(Coronel o Teniente Coronel)
Comandante
General de Brigada
General de División (5 en Chile)
Comandante en Jefe de FFAA
En aquellas semanas pensaba que mis convicciones requerían pelear, o sino mis ideas eran embuste. Como este muchacho boricua con poca experiencia de vida, un gran desconocimiento del terreno y un cuerpo de enérgico comelibros se insertaría en combates de vida o muerte, o si correría a la embajada norteamericana, eso jamás lo sabremos… aunque sospecho que ante la fuerza apabullante del golpe tal cual fue, probablemente hubiera hecho lo que hicieron casi todos los extranjeros en Chile: refugiarme en una embajada (¿como quiera acabaría en la estadounidense, eje del golpe?!) y tratar de salir del país lo antes posible.
Protección contra aéreo
[diagrama]
1 m. 60
profundidad
\ 1 m. /
\ /
\ /
\50 cm/
Profundidad – muy angosta y profunda
Difícil apuntar contra uno
Además si cae bomba, más difícil que le alcance
(Notas de taller MIR)
El suceso que más me sacudió en ese julio fue el asesinato del Edecán Naval Arturo Araya Peeters por su proximidad a Allende y la consternación publica que causó. Siempre he recordado la noticia con nombre y título, «el Edecán Naval Arturo Araya». Araya fue abaleado a las 1:30 am del 27 de julio en el balcón de su casa en un barrio acomodado cerca del Paseo de la Providencia. El edecán era una especie de ayudante de Allende para la rama naval, su enlace con la Marina chilena. Araya, oficial de carrera, era de la estirpe de militares constitucionalistas chilenos a la que pertenecieron los generales René Schneider y Carlos Prats, también asesinados. La temeridad e impunidad de la extrema derecha y la complicidad de sectores militares y la CIA se apuntó una muy importante, agravada por el rancho que le formaron tranquilamente a un trabajador. Roberto Thieme, líder de Patria y Libertad, reconocería unas semanas después que miembros de su grupo –supuestamente unos jóvenes actuando por su cuenta– fueron los culpables.
La Marina, que era la rama más elitista y conservadora de las fuerzas armadas chilenas, fue la primera conquista extraoficial de los golpistas, desde fines de julio, o mejor dicho su incubadora. También en agosto salió la noticia (con titulares alarmados en Chile Hoy) de la tortura y muerte de varios cadetes en buques chilenos, por sus simpatías con la UP. Todo permanecía sin esclarecer.
Termómetros
Caí con hepatitis a principios de agosto y debí hospitalizarme tres semanas, en el Hospital Barros Luco de San Miguel — mientras el país se acercaba al abismo. No me gustaba nada encerrarme en un hospital, pero al menos me permitió quedarme en Chile unos días más allá del 15 de agosto, cuando se suponía que emprendiera el regreso a Puerto Rico.
Ya había comenzado la huelga de camioneros, reunidos en un gran «campamento» en las afueras de Santiago. Se comentaba ya que había una inundación de dólares en mercado negro, suministrados por la CIA. En las discusiones que escuchaba, los democristianos recurrían siempre a argumentos económicos inmediatos y difíciles de refutar; mientras que la izquierda se veía obligada a invocar argumentos más abstractos, p. ej. los beneficios de la nacionalización del cobre y la gran industria.
Me fue bien en el hospital. Compartí una habitación con cinco hombres mayores. Ninguno simpatizaba con la Unidad Popular, uno de ellos era demócrata cristiano y le tiraba puyas a la UP. Otro paciente, que no hablaba casi y que nadie fue a visitar, estaba a dos camas de la mía. Moría de cirrosis y tuvo un final horrible. Primero escupía sangre y lo atendieron pronto, pero seguía; llenó la sabana de sangre y justo antes de llevárselo vi como tosía coágulos y pedazos de tejido, bañando la sábana en sangre.
Yo no necesitaba ver chorros de sangre. Estaba leyendo en esos días el primer volumen de Trotski, Historia de la revolución rusa, llena de predicciones terribles y sangrientas para Chile que yo subrayaba alarmado. De contrapunto, me aprendí «Danza Negra» de Palés Matos (¿redescubrimiento del Caribe?), que conseguí en una antología de poesía americana de Quimantú. Las enfermeras eran simpáticas, y gozaban mucho poniéndome termómetros por todas partes. Hice amistad con una de ellas, con el nombre largo y bonito de una cacica arauca. También me visitó la hermana de Ana, la compañera que cocinaba en Cootralaco, llevando saludos…y un sabroso pollo asado que devoré, probablemente la única carne que comí en el hospital. Allá era todo sopas de arroz y, por supuesto, porotos, con algunos pedazos de pescado los viernes; yo lo devoraba todo.
Una noche por Radio Agricultura, un comentarista llamado Alexis increíblemente alababa al Ché para atacar a la UP (y cito de mis notas, encamado en el hospital)
enredándose en una dialéctica que pretendía ser anti-UP y antimarxista a la misma vez que ‘defendía’ el heroísmo, la abnegación y la gran calidad de mártir del más grande luchador de la Patria Socialista. Igualmente alababa a Neruda esta vez recurriendo al Neruda más joven e inofensivo para luego condenar y lamentar con lágrimas de cocodrilo las posiciones trágicas, erróneas y por supuesto marxistas del Neruda más viejo.
Nada, divagaciones radiales y mías. En el hospital conocí a un chileno de tez oscura el único que conocí con esa complexión. Era un muchacho como de 16 años avispado y simpático que se pasaba platicando por los cuartos del hospital. Él era oriundo de un pueblito de la vasta ruralía chilena. Su tez lucía pareja y natural. Decía el muchacho, sin embargo, que era producto de una enfermedad, y que le habían dicho que tenía cura. Su enfermedad no le causaba picor ni dolor; sencillamente quería ser blanco. En medio del país convulso, había venido con su preocupación a Santiago. El tratamiento parecía haber logrado poco, a decir verdad, pero el muchacho era optimista y en todo caso parecía estar cansado de su «enfermedad».
20 de agosto – marcha de mujeres
Dice el democristiano de la cama 3 hoy cuando daban la noticia: «¡Están guapas las mujeres, ah! No le tienen miedo a nadie!» El mismo que la otra noche decía que le gustaba Faivovich (Ministro de Obras Públicas y Transport,. nombrado interventor a fines de julio para forzar un compromiso en la huelga de los camioneros) por o fuerte y lo decidido y no lo comecuentos.
Y cuando daban por radio de supuestos izquierdistas arestados en Marina a quienes hicieron comer excremento, los metieron en toneles de agua sucia, etc. «Bien hecho, ¡que los hagan comer mierda! ¡Y más que se merecen!»
Asombra tal versatilidad, y asusta.
Dice también: «El CUT ya no es de los obreros, es político, ya no defiende los intereses de los obreros, ya no exige alzas de sueldo como le toca».
23 de agosto
– Radio Agricultura – (¡Puchas!) «El Congreso ha ordenado –y todo Chile debe comprender– que ha llegado la hora de la Patria» .. declara gobierno sedicioso!
– dos puentes Concepción volados, ciudad aislada por tierra
– llamado urgente CUT: «existe peligro inminente de golpe de estado»
(De mis apuntes)
El 20 de agosto hubo una manifestación de esposas de oficiales de la Fuerza Aérea en apoyo del General César Ruiz, que renunció por rehusarse a actuar contra la huelga de los transportistas. Al otro día, cientos de esposas de oficiales del Ejército se manifestaron frente a la casa del General Prats, leal al Gobierno, y provocaron su renuncia. El bombazo el 23 de agosto fue a las líneas del tendido eléctrico entre Santiago y Concepción, y al puente que comunicaba a ambas ciudades. Todo Santiago, incluyendo el hospital, quedó sumido en un apagón por varias horas. Allende leyó un mensaje mediante un servicio de emergencia, el cual escuchamos entre la oscuridad. Yo tenía los pelos parados. Las Furias parecían acercarse. Ya para fines de agosto, la violencia estalla regularmente en las calles de Santiago: jóvenes «bien» de colegios peleaban a pedradas con los Carabineros. En distintas comunidades pobres identificadas con la UP se formaron barricadas permanentes, con vigilancia toda la noche, para desanimar ataques de la derecha; la seguridad pública se le iba de las manos al Gobierno.
El León y el Pin-Tan
En un programa de noticias que vi en el hospital salió el liderato militar del momento, el triunvirato de las Fuerzas Armadas. El más que «sonaba» era el Gen. Gustavo Leigh, recién nombrado comandante en jefe de la Fuerza Aérea en sustitución de Ruiz. Allende estaba haciendo lo indecible por que se uniera al gabinete sin abandonar sus funciones de comando militar. En realidad no recuerdo nada de Pinochet antes del golpe, excepto que seguramente estaba junto a Leigh en el noticiero. En Leigh se centraban los rumores de golpe; lucía como el líder intelectual de la troika de las Fuerzas Armadas; y a principios del golpe parece haber ejercido su liderato (¿era el «hombre» preferido de la CIA?). Según resultó, ni Leigh ni Pinochet fueron las cabezas claves del golpe desde su gestación, sino el Vice Almirante Patricio Carvajal. (Leigh sería considerado el mas duro de la Junta Militar, pero durante el régimen de Pinochet, y en parte por rivalidades con éste, se pronunció contra la tortura y a favor de un retorno a la democracia; en 1978 la Junta lo destituyó. En 1995, con Chile en plena transición democrática, Carvajal –que tenía cáncer– se suicidó con un disparo.)
Bulnes me visitó al hospital y llevó un telegrama que había recibido de mis padres, muy alarmados (¡con muchísima razón!) por lo que veían suceder en Chile en esos días. Inmaduro, me exasperé con las atenciones de mis padres; venia de escribirles una gallarda carta que no envié y que nunca vieron, anunciando que jamás volvería a verles, que había decidido hacer mi vida en Chile, etc., etc. Bulnes sabiamente me aconsejó hacer preparativos para irme; la situación de Chile — y salir del país — se hacía cada vez más difícil. Si no estaba convencido, al salir del hospital lo estuve.
El día de mi cumpleaños 21 cayó domingo. Recién salía del hospital, y me iba pronto. Lo pasé con David, Teresa y su hijo en casa de familiares de David en un suburbio de Santiago. Se jugó fútbol temprano en la tarde y luego almorzamos. Mi recuerdo era que por la tarde en la televisión anunciaron los carabineros habían encontrado un escondite del grupo terrorista de derecha Patria y Libertad, con folletos y documentos incriminatorios. Las cámaras de televisión enfocaban los rincones del lugar, una casa abandonada. Parecía un golpe importante. Por un momento las cosas se veían positivas para la UP; fue probablemente de las pocas noticias en esos días que lo fueron. Sin embargo, que una cronología de esos días mas bien consigna el arresto en un restaurante alemán del barrio burgués Las Condes del secretario de Patria y Libertad, Roberto Thieme, y a otros seis dirigentes, todos ellos armados. No resistieron al verse rodeado de numerosos efectivos. (El líder máximo de Patria y Libertad era Pablo Rodríguez Grez, un profesor de derecho que se mantuvo cercano a Pinochet y que asumiría su defensa en el caso de extradición a partir de 1998).
Salí de Chile tres días después, en medio de un ominoso paro nacional de detallistas muy ampliamente observado. José María y Verónica me llevaron al aeropuerto. En el camino, José María me dio un mensaje para una amiga de ellos en Lima, a quien yo llevaría un libro al regreso. «Dile que no se preocupe por nosotros, que el león no es tan feroz como el Pin-Tan», o al menos eso fue lo que entendí. No entendí el juego de palabras que hacía con el refrán, pero él explicó que el Pin-Tan era un terrible monstruo. Yo tan ingenuo no hice más preguntas. Luego he pensado que se trataba de un mensaje en código alusivo a Pinochet, señalándolo como el peligro mayor y al Gen. Leigh –el jefe militar más visible en el momento, por formar parte del gabinete de Allende– como el menor. Nunca supe la verdad del Pin-Tan. Cuando lo vi nuevamente en Puerto Rico años después no recordaba el incidente.
En los primeros días de septiembre hubo juegos frenéticos de sillas de gabinete de parte e intentos de negociación con la Democracia Cristiana… que olía victoria cuando lo que le llegaba era la inmundicia. Según acordado finalmente el día antes por Allende y sus asesores, el 11 de septiembre era el día en que se anunciaría la celebración de un plebiscito para darle la oportunidad al pueblo chileno de expresarse sobre los cambios que la Unidad Popular proponía, pero que se encontraban bloqueados por el Parlamento, el Tribunal Supremo y la Contraloría. Al conocer de ello, los militares adelantaron la fecha del golpe.
Los militares tomaron Cootralaco sin incidente, varios días tras el golpe. Llegaron en horas de trabajo y rodearon la fábrica. No hubo disparos. “Cuando viene el golpe nosotros estábamos clavado con el cordón industrial de allá, de los 60 compañeros que se quedaron, después del lado llegaron 50 viejos más, porque iban a llegar armas. Metidos en el galpón porque no queríamos que nos vieran los helicópteros, ahí llegaron unas chiquillas del MIR, las dos desaparecidas ahora, con dos carabinas de 5 tiros, así que con esas practicaban como pasar la bala, estuvimos tres días en esa junge.» El gobierno militar colocó como interventor al antiguo dueño, Hidalgo y eventualmente le vendieron la fábrica; posteriormente fue vendida varías veces. (Aguilera Caballero 2010: 117-118) Nunca supe a ciencia cierta qué sucedió con Lucio, Garrido o los otros compañeros que conocí allí.
En aquellas semanas de 1973 se echó la suerte de Chile para todo el ciclo histórico que recién termina. De algún modo, se echó entonces también la suerte de toda mi generación. La víspera del golpe chileno fue nuestra víspera también. Para los jóvenes puertorriqueños y latinoamericanos de fines de los sesentas y principios de los setentas, sobre todo los universitarios, el socialismo democrático chileno — y la resistencia anti democrática de la oposición «democrática» — retó al catecismo ideológico de nuestra infancia. La Revolución Cubana y la Guerra de Indochina tuvieron un gran impacto en nuestra generación, pero para muchos de nosotros la «revolución» chilena lo tuvo mucho más. La Revolución Cubana sucedió cuando muchos éramos aún muy niños, Indochina era demasiado distinta; y en todo caso difícilmente veíamos brotar focos guerrilleros en la Cordillera Central. Chile, sin embargo, era otra cosa y nos hablaba de tú a tú, con ese hablar directo y conciso que tienen los chilenos — más sedimentados y menos europeos que otros del Cono Sur, siempre me ha parecido, al menos en sus sectores populares y medios.
El 1973 fue también la víspera de lo que entonces se llamaba el capitalismo multinacional — vencida Chile, su principal reto — previo a lanzarse a una aventura neoliberal más de pubertad que de madurez. Chile — país periférico, pequeño en el marco planetario, estirado entre los Andes y el remoto Pacífico Sur — estaba en 1973 en la mirilla absoluta del capital en víspera de la gran transformación que luego se llamaría globalización y cuyo deshacer vivimos desde 2008. Sobre Chile 1973 y sus secuelas hay mucho que decir. El rol que jugaron las distintas fuerzas políticas ha sido, y seguirá siendo foco de debate; algunos le imputan a Allende el crimen de lanzar a un pueblo a una transformación revolucionaria y hacerles creer que lo podrían lograr sin armas, otros acusan al MIR de haber provocado a los militares sin tener fuerza alguna para enfrentarlos. Aun otros lamentan la ingenuidad y el desconocimiento de la izquierda sobre cuán monolítico y rabioso era el derechismo militar y cuán efectiva su disciplina y represión interna. Y buen número defiende el supuesto milagro económico de la dictadura pinochetista, una especie de «puertorriqueñización» de Chile (en el sentido USA) a la trágala y en clave de dictadura alucinante.
Sólo he intentado acometer una crónica algo forrestgumpiana de aquel julio y agosto de 1973, en medio del proceso histórico más importante que quizá jamás viviré. Un proceso en que tantos pronto quedarían muertos, torturados, exilados o devastados, y a quienes no podemos dejar de rendir tributo con el recuerdo, pero igualmente con el análisis y la razón. Más allá de las formas ideológicas del momento, Chile 1973 retrata la intensidad y complejidad de las fuerzas políticas que actúan en coyunturas históricas perentorias. Y en sus expresiones más chispeantes como la experiencia Cootralaco, vemos igualmente la promesa de una madurez política y un poder popular en sintonía con las condiciones históricas de nuestro continente.
Nota: Una importante tesis reciente de Historia trata sobre la experiencia en Cootralaco y está disponible en internet: «Proceso de desalienación en los trabajadores de la fábrica Cootralaco (1968-1973)», por Galia Tatiana Aguilera Caballero (Tesis de Licenciatura, Universidad Academia Humanismo Cristiano, 2010). El incisivo artículo en Punto Final sobre Cootralaco (Núm. 90, 28 de octubre de 1969, págs. 30-32) puede accederse en http://www.pf-memoriahistorica.org/PDFs/1969/PF_090.pdf. Una fuente que se destaca la tesis de Aguilera Caballero es un reportaje de 1971 en el periódico Claridad de Puerto a partir de entrevistas con varios trabajadores de la planta. Carmín R. de Torres, «Cootralaco: una fábrica ‘ocupada’ por los obreros», Claridad, 13 de junio de 1971. Existe un documental breve sobre Cootralaco, La renoleta celeste, http://vimeo.com/69337894. Este corto metraje recoge pietaje valioso de un documental previo que realizó un grupo cristiano canadiense, titulado “A la mierda los patrones”. Sobre los cordones industriales, ver Miguel Silva, “Los cordones industriales y el socialismo desde abajo” (Santiago de Chile: Impr. Lizor, 1998); Peter Winn, Tejedores de la revolución: los trabajadores de Yarur y la vía chilena al socialismo (Santiago, Chile: LOM, 2004); Frank Gaudichaud, Poder popular y cordones industriales: testimonios sobre el movimiento popular urbano 1970-1973 (Santiago de Chile: LOM , 2004).