Las peras del olmo
Los que somos electores, esperamos que los que elegimos para cargos públicos cumplan sus promesas y resuelvan los problemas. Y votamos por los mismos una y otra vez esperando que esta vez sí nos complazcan. Igualmente, tenemos la expectativa de que el médico nos cure, el sacerdote nos absuelva, el abogado nos defienda, la esteticista nos embellezca, el periodista nos informe, el artista nos deleite y así, vivimos esperando… Partimos de la premisa, no siempre correcta, de que ellos tienen la capacidad y la voluntad para cumplir nuestras expectativas.
Los que somos educadores, esperamos que los estudiantes aprendan. Si trabajamos en la universidad, esperamos que lleguen al aula con una educación preparatoria que nos permita enlazar con nuevos y más profundos conocimientos. Esperamos que al graduarse sean capaces de ejercer una profesión que a su vez cumpla con las expectativas de la sociedad.
Pero la realidad es otra. Llegan sin destrezas básicas en el uso del idioma, sin un recuerdo de clases fundamentales como historia o matemáticas, sin una experimentación con la cultura más allá de festivales folklóricos, sin los conocimientos ni experiencias que les permitan darnos lo que esperamos de ellos. Las clases tradicionales ajustadas a un prontuario idealista no funcionan con ese escenario. No se entienda por esto que no tienen potencial. Lo que no tienen es el conocimiento esperado, lo que hace necesario reinventar las estrategias de enseñanza para lograr resultados.
Demasiadas expectativas no se cumplen, aunque sigamos con afán intentándolo. ¿Exceso de optimismo? ¿O acaso estamos pidiendo peras al olmo? El refrán tan popular nos puede ayudar a entender por qué las cosas no son como esperamos. Preguntarnos por qué no se cumple lo que esperamos puede ser útil para comenzar a reenfocar nuestros sentidos sobre esos comportamientos y expectativas que hemos repetido infinitamente sin los resultados ansiados. Esperamos basado en la presunción de que esa persona puede y quiere, pero no nos ocupamos de ver si eso es real.
Idealizar el proceso educativo, pensando que nos llega el estudiante perfecto al salón de clases y que nuestro conocimiento de siempre les será igualmente pertinente, es repetir aquello que ya ha demostrado que no da los resultados esperados. Hay que romper con un círculo vicioso que nos lleva a repetir lo mismo inútilmente.
Las cosas son como son y no como queremos que sean. Para llenar nuestras expectativas tenemos que ajustar nuestros deseos con la realidad y partir de ésta para planificar cómo alcanzar los objetivos. Cada expectativa debe convertirse en un proceso de búsqueda y no en un deseo para resolver mágicamente. Pero es más fácil pensar positivo y no hacer nada.
Escuchamos con peligrosa frecuencia a los religiosos con fe ciega proclamar que todo se resolverá, que la fe mueve montañas, que dios todo lo puede. Sin ánimo de ofenderlos, llamo a esto optimismo mágico, no porque menosprecie el potencial infinito de la naturaleza, sino porque esperamos que se resuelva sin nuestra acción responsable.
Llegan estudiantes al nivel universitario con el deseo que convertirse en otro a quien admiran, pero no ven el camino que el otro ha recorrido para dar sus frutos y muchos no están dispuestos a labrar su propio camino para alcanzar iguales resultados. Le llamo el síndrome del reality show, que de realidad no tiene nada pues con un libreto de pacotilla vemos cómo se triunfa con un esfuerzo dramatizado y breve. Proclaman “quiero ser” en vez de qué estoy dispuesto a hacer.
Y así, las nuevas generaciones que ocupan nuestra sociedad son cada vez más exigentes con algo que no están dispuestas a dar. Queremos servicio de calidad, pero no tratamos bien a los demás. Queremos buena salud, pero no nos alimentamos bien ni nos ejercitamos. Queremos dinero, pero mejor si lo ganamos en una lotería. Queremos paz, pero promovemos la agresiva competencia en todas nuestras actividades. Queremos justicia, pero cada vez somos más egoístas e insensibles.
Queremos un mejor país, pero no hacemos nada para ello. Esperamos que lo haga el otro. Así nos enseñaron por décadas de dependencia política y económica con el fin de llevarnos al estado de inacción en que hemos caído. Un pueblo que sueña pero no es capaz de trabajar para ello es un pueblo manipulable por aquellos que le prometen soluciones mágicas.
Somos las peras del olmo, esas que no existen sino en la imaginación del incauto. No, el olmo no da peras. Produce otros frutos, pero no peras. Vivir esperando lo que no se puede dar es un acto inútil. Podemos aprender a disfrutar el fruto del olmo, o buscar el árbol de pera, o simplemente buscar alternativas, pero no seguir esperando lo que no se puede dar.
Hagamos una introspección, individual y colectiva. Entendamos lo que realmente somos, con nuestras fortalezas y debilidades. Partamos a labrar el futuro desde una plataforma realista y no un espejismo de nuestra percepción inflada por estribillos políticos y publicitarios.