Las pesadillas de la estadidad en tiempos de Trump
“los ojos entreabiertos prolongan la ilusión
el sueño que ya no somos y que nunca supimos ser.”
–Ángel Darío Carrero, Que ya no somos
La inviabilidad de la estadidad se debe a diversas pesadillas que procedo a enumerar. Cada una de ellas tiene mayor o menor peso, lo reconozco, pero su convergencia es abrumadora y decisiva.
- Washington entendería una petición de estadidad como una solicitud de aumento sustancial en los fondos federales a otorgarse a Puerto Rico, país que padece una grave crisis fiscal y económica. Eso atentaría contra la política, imperante en los ámbitos federales de poder, de austeridad, de reducir los beneficios federales. Además, históricamente el Congreso ha otorgado la estadidad a sus territorios cuando lo ha considerado económicamente beneficioso para los Estados Unidos. No hay razón alguna para que hacer una excepción en el caso de Puerto Rico.
- Mucha gente en los Estados Unidos comparte la antipatía o el temor (tipo Lou Dobbs, Samuel P. Huntington o Donald Trump) a la creciente “hispanización” de su nación. Verían con intenso recelo la posible incorporación de un estado “hispano/latino”. Esa actitud predomina sobre todo en los republicanos, quienes dominan la rama ejecutiva y legislativa, y pronto también la judicial. Todos conocemos bien la actitud nada agradable de Donald Trump hacia la comunidad hispana estadounidense.
- Las corporaciones estadounidenses no perciben ningún beneficio adicional a sus finanzas en la posible conversión de Puerto Rico a estado. Se tendrían que ver con una legislación federal más estricta que la colonial en asuntos como salarios mínimos y condiciones de trabajo, entre otros. Es una actitud que por lo visto se acentuará en los tiempos de pesadillas de Trump.
- Puerto Rico perdió el atractivo estratégico que tuvo en los años de la “guerra fría”. La amenaza soviética en el Caribe se desvaneció. Por eso el cierre de Roosevelt Roads y otras bases militares. Esas bases costaban más que sus beneficios militares. Ya ni militarmente somos importantes para Estados Unidos.
- Para obtener la estadidad se requeriría una mayoría significativa de apoyo en la nación norteamericana. Tal cosa no existe ni se vislumbra en el horizonte inmediato. No es prioridad en la agenda del nuevo presidente ni del Congreso.
- Ricardo Rosselló anunció su candidatura como un plebiscito a favor de la estadidad. El 58 porciento del electorado no votó por él. No puede, por tanto, reclamar que el pueblo ha votado a favor de la estadidad. En ninguno de los tres plebiscitos auspiciados por gobernadores estadistas la estadidad ha recibido el cincuenta por ciento de los votos (1993 – 788,296 o el 46.3%; 1998 – 728,157 o el 46.5%; 2012 – 834,191 o el 46.37%).
- Pensar que un congreso republicano aceptará incorporar como estado un territorio en el que seguramente dominaría el partido demócrata carece de racionalidad política. Menos aún en los tiempos de Trump. Trump no olvida fácilmente las ofensas y seguramente no perdonará su derrota en las primarias republicanas efectuadas en Puerto Rico.
- El llamado “Plan Tenesí” es arcaico y obsoleto. Ir al congreso con esa estrategia es como estar en Washington y preguntar donde se toman los carruajes con caballos para trasladarse a otras ciudades. La carcajada congresional se escuchará a través de todas las galaxias.
- Las agencias de seguridad estadounidenses saben que en Puerto Rico hay personas dispuestas a combatir la estadidad por todos los medios posibles. Lo último que desea Washington, en estos tiempos de la “guerra contra el terrorismo”, es una ETA o un IRA boricua. Ejemplo de una posible resurrección del nacionalismo militante es la popularidad de los artículos recientemente publicados en 80grados sobre Pedro Albizu Campos (“Vigencia del pensamiento de Albizu Campos”, de Eduardo Villanueva Muñoz, “Actualidad de Pedro Albizu Campos”, de Carlos Rojas Osorio y “Albizu Campos y el fascismo”, de Juan Manuel Carrión).
Debo aclarar que mi rechazo a la estadidad no procede de las razones antes mencionadas. No me interesa la estadidad porque no soy estadounidense ni norteamericano. Tampoco me interesa serlo. Soy puertorriqueño, caribeño y latinoamericano. Eso me basta y me sobra. Respeto profundamente a los estadounidenses y norteamericanos. Como también respeto a los franceses y los congoleses, sin por eso aspirar a que Puerto Rico sea un departamento de Francia o una provincia del Congo.
A los que me preguntan si soy ciudadano americano, les contesto en la negativa. No soy ciudadano americano; tengo ciudadanía americana. El tener es una categoría diferente e inferior al ser. El tener ciudadanía americana, por imposición unilateral del congreso estadounidense, no define en nada mi ser ni mi identidad. Reitero: Soy puertorriqueño, caribeño y latinoamericano. De ahí nace mi identidad nacional y cultural, no de ninguna ciudadanía impuesta.
“replegado sobre mi silencio
te invito a celebrar conmigo
la derrota.”
–Ángel Darío Carrero, La música callada